CAPITULO LIX

Gwen había visto a Wally en el casamiento y también en la recepción, así es que no le cogió de sorpresa la visita de su alumno. Casi podía sospechar bastante bien qué era lo que le pasaba a éste. Pero no estaba preparada para la vehemencia que el muchacho adoptó al exponer sus ideas ni a la mirada desolada que lanzaban sus ojos frenéticos. La verdad era que había subestimado la infelicidad del joven.

También ella estaba teniendo una gran infelicidad sobre sus hombros, motivada por su primera historia de amor. Lo más horrible era que, si bien no podía perdonarle a Dave lo que había hecho, todavía continuaba amándole. Cuando él venía a la casa, ella se mostraba distante y reservada. No era de extrañar por tanto que él no viniese más a menudo.

¡ Si no le hubiese hecho una cosa así! ¡ Si hubiese elegido otra mujer que no fuese aquella horrible desvergonzada de Ginnie Moorehead!

De todos los alumnos sobre los que tenía concebidas grandes esperanzas, siempre había creído que Wally era el único que mostraba signos de verdadera estabilidad, verdadera madurez. Pero ahora se daba cuenta de su aire infeliz y quiso mostrarse rígida ante su derrumbamiento.

—No puedo trabajar más — le dijo él de sopetón —. Hace dos semanas que no he escrito una línea. Y las dos semanas anteriores no he escrito nada que valga la pena.

—¡ Oh! —exclamó Gwen —. ¿ Y por qué es eso?

—¿ Es que tú no lo sabes? Tú estuviste en la boda. Dawni se casó. Se casó con Shoridge.

Gwen se acercó a la gran mesa y tomó asiento.

—¿Estabas de verdad muy enamorado de ella? — preguntó quedamente.

Wally se la quedó mirando con angustia.

—No puedo dormir — exclamó de pronto —, no puedo comer. Nada me parece real. Es como si estuviera soñando y no pudiera despertarme.

—Pues en la boda parecías estar muy bien — indicó Gwen.

—Todo fue una simple comedia. Ahora no puedo pensar más que en ella. Ayúdame. Tienes que ayudarme. Lo único que puedo hacer es sentarme y ponerme a pensar en ella y en todo lo que... Tienes que ayudarme.

—¿ Cómo podría ayudarte? — preguntó Gwen abrumada por su propia infelicidad.—. Esa es una cosa que tienes que superar tú mismo.

—Sí, pero, ¿ cómo se hace eso? ¿ Cómo se supera una historia de amor? Tú has estado enamorada cientos de veces. ¿ Cómo has conseguido liberarte de una obsesión como esta mía?

Gwen le miró afligida.

—Tienes que darle tiempo al tiempo — dijo torpemente Una de las mejores soluciones es enamorarte de otra.

Eran consejos que a ella misma le parecían estúpidos.

—Pero yo no puedo dejar que pase el tiempo.

— ¿ Por qué no te vas seis meses a Nueva York? Bob y yo te pagaríamos los gastos o, si lo prefieres, te haríamos un préstamo que ya nos pagarías cuando publicases tu libro.

Wally movió la cabeza tercamente.

—No, no puedo hacer eso. Pero me has dado una idea. Ya sé lo que voy a hacer. —Sus ojos flameaban con un súbito y frenético entusiasmo —. Voy a incorporarme al Ejército.

Gwen se le quedó mirando estupefacta.

—Pero, Wally —protestó—, eso es ridículo. ¿ Y tú trabajo?

—Lo aplazaré dos años. Dos años en el Ejército me darán más madurez. Tú sabes que no be visto nada del mundo. Quizá me destinen a las islas Hawai o algún sitio por el estilo.

Gwen trataba desesperadamente de encontrar alguna objeción con que disuadirle.

—Pero, ¿no te dieron por inútil?

—Sí, porque tenía un oído en malas condiciones. Pero ahora todo lo que tengo que hacer es limpiármelo antes del examen médico, y no se darán cuenta de nada. —Exclamó, entusiasmado— Gwen, no sabes la idea tan maravillosa que me has sugerido.

Gwen seguía mirándole desconsolada. Ensayó una argucia.

—Pero, ¿ qué va a decir la gente de Parkman cuando se enteren de que te has ido al Ejército inmediatamente después de la boda de Dawn?

.-No me importa lo que diga la gente.

Ella estaba desesperada. No estaba allí Bob para ayudarla y cuando llegó el muchacho ya se había marchado. Ella se sentía desesperada por haber fracasado una vez más. Sentía tentaciones de coger la obra en que ella misma estaba trabajando y marcharse lejos y mandarlo todo al diablo, sin esperar que el curso acabara.

Bob no le puso ninguna objeción.

—Querida Gwen — sonrió gentilmente —, si ésos son tus sentimientos, creo que es lo que debes hacer. Vete.

—¿Por qué has de darme la razón en todo? —dijo Gwen desalentada.

Bob se encogió de hombros.

—No te preocupes por mí. ¿Dónde piensas irte?

—He estado pensando en Tucson. Podría quedarme allí con el primo Wilson Ball. La comarca es muy hermosa y allí quizá podría terminar mi libro.

—Me parece una idea espléndida, Gwen — sonrió Bob. Luego añadió vacilando —: Y no te choque que tu viejo padre te dé un consejo: búscate otro hombre.

Gwen se echó a reír.

—Oh, papá, es lo mismo que yo le he dicho a Wally. No hagamos el ridículo los dos.

—No es ridículo; es triste.

Una vez quedó decidido aquello, no se tardó mucho tiempo en pasar a la acción. Bob llamó aquella noche al doctor Pitley para arreglar la cuestión de la profesora que tendría que substituirla. En cuanto a Wally se marchó el mismo día que habló con Gwen. Guardó cuidadosamente sus manuscritos, pero se llevó en la maleta todas sus navajas favoritas, principalmente la de Randall núm. 1 o cuchillo de combate universal. Para eso la había comprado, para el Ejército. No tuvo que hacerse más que una pequeña maleta, que ocultó en su armarito para que su madre no pudiera verla mientras se despedía de sus amigos. Tenía en la ciudad unos cuantos compañeros de infancia y fue a ellos a quienes primeramente les dijo adiós. Luego fue a casa de Dave y Bama, donde encontró también a Dewey y a Hubie. De todos ellos solamente Dave trató de disuadirle, sin lograrlo.

De vuelta en su casa, cogió la maleta que se diera cuenta su madre y se escabulló sin decirse nada. Seis minutos más tarde salía a pie de la ciudad en dirección a Indianápolis, sintiéndose más libre y más feliz y excitado que lo hubiese estado nunca, avanzando bajo el brillante y cálido sol de aquel día de mayo.