CAPÍTULO XXX

Frank se sintió bastante mal cuando por fin se enteró. En realidad, la noticia no llegó a su conocimiento hasta dos semanas después de aquella noche en que el viejo Vic había tratado infructuosamente de localizar a Jane. Y probablemente no habría llegado a enterarse si no hubiese ido al bar de Ciro a tomar una cerveza con el juez Deacon. Era ya de anochecida, después de cerrar la tienda, y había entrado allí para tomarse una cerveza y discutir algunas cuestiones de negocios. Había allí unas cuantas muchachas de las que trabajaban en la fábrica de ropa interior, las cuales también estaban tomándose una cerveza después del trabajo. Y él no tuvo más remedio que escuchar. Estaban hablando del viejo y de Jane Staley.

En realidad, no se trataba de ningún escándalo. Ni siquiera era un chismorreo. Las muchachas estaban discutiendo el asunto y se mostraban bastante divertidas. Pensaban que se trataba de algo gracioso. Pero eso no contribuyó, sin embargo, a que Frank pudiese digerir mejor la noticia. Habría apostado que toda la ciudad estaba hablando de lo mismo.

Al parecer el juez leyó su expresión, porque sonrió de aquella manera rapaz que le era característica y dijo con su desdeñosa voz gangueante:

—¿Es que no te habías enterado de lo de Jane y el viejo Vic, Frank? Cómo, si es la noticia más comentada sobre la más ardiente historia de amor que haya habido en toda la «faja»;. Así era cómo el juez llamaba al trayecto entre los bares de Ciro y de Smitty. El juez leía revistas de cine en sus ratos libres, y las compraba por decenas, aunque no se supiera que hubiese ido nunca a ver una película.

—Desde aquí hasta el bar de Smitty, no se habla de otra cosa — sonrió el juez malignamente.

—¿Ah, sí? — comentó Frank, y desvió la cuestión.

Pero más tarde estuvo pensando en aquello. Por lo que pudo descubrir, en su mayor parte a través de Albie Shipe, las dos buenas piezas habían estado juntos sólo una o dos veces, y no había nada serio en todos aquellos comentarios acerca de un lío amoroso, tratándose nada más que de una broma por parte de las muchachas de la fábrica y del juez. Pero si aquello seguía adelante y llegaba a convertirse en la comidilla de la ciudad, Frank no sabía qué diablos iba a hacer. Finalmente le habló de eso a Edith Barclay en la tienda. Cabía la esperanza de que ella pudiera manejar a su abuela. Si alguien podía manejarla, esa sería Edith.

—Me he enterado de que mi viejo y su abuela están ahora saliendo juntos — dijo, tratando de que le saliera algo parecido a una risita.

Debió fracasar, porque Edith dio media vuelta y le miró con simpatía.

—Siento que eso le esté causando a usted molestia, señor Hirsh.

—¿Molestias? ¿A mí? — preguntó confuso —. De ninguna manera. Creo que es simplemente algo divertido.

—Bueno, jefe, ya sé la espina que para usted representa su papá — dijo Edith delicadamente.

—Diablos, no me importa lo más mínimo lo que haga el viejo pinta — dijo Frank cordialmente.

—Bueno, yo sé que a usted tiene que resultarle muy duro algunas veces la cuestión de su padre — dijo ella, todavía con delicadeza.—. Debido a la posición social que usted tiene que conservar. Es muy diferente con respecto a mí y a Jane. Yo no tengo ninguna reputación que mantener.

—Sí, supongo que esto establece una pequeña diferencia en nuestros puntos de vista — dijo Frank.

—Yo creo que con los años me he acostumbrado a la manera de ser de ella — dijo Edith —. Me preocupaba mucho cuando era más joven y no me quedaba más remedio que enterarme de todo en la escuela. ¿Piensa usted despedir ahora a Jane? — preguntó a continuación.

—¿Cómo? —exclamó él, sorprendido—. Cielos, no. Es la mejor lav... la mejor ayudante que hemos tenido nunca para hacer los trabajos caseros. Está con nosotros desde que nos casamos. De ninguna manera — añadió —. Lo que yo pensaba es, bueno, ya sabe usted, que podría haberle contado a usted algo.

—Pues no. — Edith echó hacia atrás la mesita de su máquina de escribir y dio una vuelta para quedársele mirando pensativamente —. La verdad es que hace ya unos días que Jane no parece la misma — dijo honradamente —. Tuvo una especie de sonrisa —. Llegué a sospechar que podría haberse vuelto a enamorar desesperadamente; usted ya me comprende; tenía todos los síntomas. Pero parece írsele pasando todo; lo que quiera que sea que haya tenido. Lo malo es que yo no puedo decirle nada a ella referente a usted —dijo Edith mirándole.

—Oh, no — se apresuró Frank a decir —. Desde luego que no.

—Jane vive su propia vida — dijo Edith, sin apartar de él la mirada —. Aunque me '«desagrade muchísimo el que ella le cause a usted molestia, señor Hirsh. Por lo que a mí se refiere, no es cosa que me preocupe. Es curioso que antes no se les baya visto nunca juntos — dijo jovialmente —. Su papá de usted nunca solía frecuentar mucho los bares. Supongo que la razón salta a la vista. Creo que su papá nunca solía tener el dinero necesario para ello, ¿no es verdad?

Frank se quedó mirándola incrédulamente. De pronto castañeteó los dedos.

—¡ Ha dado usted en el clavo, Edith! ¡ Ha dado usted en el clavo ¡ Desde luego que sí, ha acertado usted.

—¿Acertado el qué? —preguntó Edith sorprendida.

— No se preocupe — repuso él —. Olvídelo. No vuelva a pensar en esto. Escuche, si alguien me llama dígale que estaré de vuelta dentro de media hora.

Se levantó, cogió su abrigo y su sombrero y desapareció por la puerta antes de que ella hubiese podido responder.

Al llegar al despacho le hizo una ligera inclinación a Al Lowe y salió por la puerta principal, derecho hacia la parada de taxis.

Sí, señor, aquella Edith era la chica más inteligente y comprensiva que él hubiera conocido nunca. Desde luego, era la mujer más comprensiva que hubiera: encontrado en toda su vida. Había puesto el dedo en la llaga.

A paso ligero entró en la oficina de la parada donde Dave y Albie Shipe estaban sentados leyendo, Dave en la mesa cerca de los teléfonos, Albie en un rincón algo retirado.

—¡ Quiero hablarte, grandísimo puerco! — dijo Frank —, Tú le has... — Luego vio a Albie en el rincón —. ¿ Qué diablos estás haciendo aquí?

—Estoy leyendo — contestó Albie portentosamente.

Blandió su revista cómica como prueba.

—Se suponía que hoy estabas libre.

—Y estoy libre — dijo Albie sin dejar de enarbolar su revista —. Es que no tengo otra cosa que hacer, ya ve usted.

—Bueno, mira — dijo Frank —Vete al Foyer y tráenos un café bien caliente.

—Muy bien, jefe —sonrió Albie con astucia—. ¿Me va a dar usted el dinero?

—Ah, sí —dijo Frank—. Toma —indicó llevándose la mano al bolsillo.

—Gracias, jefe — repuso Albie, guiñando ampliamente y marchándose a continuación.

Frank apenas podía con él.

—Escucha, ¿ tú le has estado dando dinero al viejo? — preguntó furiosamente.

—¿Qué viejo? —dijo Dave con inocencia.

—¿ Cómo, qué viejo? ¡ Nuestro viejo, maldito sea

—Ah, ¿te refieres al viejo Herschmidt?

—.¡ Sí, me refiero al viejo Herschmidt! — vociferó Frank —. no me mientas; sé que le has dado dinero; ninguna otra persona podría habérselo dado.

—Bueno, ¿y qué si se lo he dado?

—Tienes que cortar eso en absoluto. No puedes hacerlo más.

—¿ Que no puedo? — preguntó Dave en un acceso de inocencia ultrajada—. ¿Por qué no he de poder?

—¡ Deja de buscarme las cosquillas! — aulló Frank.—.¡ Esto es serio! ¡ Porque te digo que no puedes, por eso! Lo estás metiendo en un lío. Ha estado saliendo con la vieja Jane Staley, nuestra lavandera, con el dinero que tú le has estado dando.

La expresión de inocencia de Dave fue contorsionándose poco a poco como si él no pudiera mantenerla por más tiempo, convirtiéndosele en una amplia sonrisa hasta que rompió a reír a carcajadas.

—¿La vieja Jane? ¡No es posible! Bueno, que me aspen— dijo satisfecho.

—Si va a empezar a salir con Jane, entonces se va a convertir en el hazmerreír del pueblo mucho más de lo que es ahora. Y a eso hay que ponerle coto. Te guardarás muy bien de darle dinero — advirtió —, y disolveremos esta maldita sociedad.

—Puedes hacer lo que te dé la gana y disolver todas las porquerías que quieras — dijo Dave malignamente —. Ya me calculaba que harías alguna de las tuyas.

—Mira — dijo Frank, más razonablemente —, ten sentido común. Yo estoy haciendo todo lo posible para mostrarme sensato. Pero tú sabes que yo tengo que mantener mi reputación en esta ciudad como hombre de negocios. Y tú tienes que ayudarme. Si es que queremos llevar a cabo todo lo que hemos planeado respecto a esta empresa.

—Bueno, pues entonces, lo primero que tienes que hacer es no venir aquí a chillarme como si yo fuera uno de tus criados-dijo Dave —. También yo tengo mi sensibilidad.

—Lo siento si te he ofendido— dijo Frank cuidadosamente —. Pero yo estaba trastornado.

—Pero eso no es razón para trastornarme a mí — replicó Dave —. No sé si puedo o no dejar de darle dinero. Me da pena del pobre viejo, aunque sé que no es más que un sinvergüenza. No es que le tenga más simpatía que tú. Pero no me creo capaz de mirarle a los ojos y decirle que no. No creo tener fuerza de voluntad para eso. No sé qué voy a contestarle.

—Eso es sencillo — le aconsejó Frank más fríamente —. Dile que no tienes dinero, que te has arruinado y no tienes un céntimo.

Dave le miró sorprendido.

—Sí. Creo que podré decirle eso. No se me había ocurrido.

—Y al cabo de poco tiempo él se dará cuenta de que no va a coger ni un céntimo más y dejará de darte 1 se lata —dijo Frank razonablemente.

—Pero se dará cuenta de que estoy mintiéndole — replicó Dave lastimeramente —. Y yo no podré disimularlo. Nunca puedo.

—¿ Por qué no? — dijo Frank —. Él nunca podrá demostrarte que estás mintiendo.

—Bueno, pero es que el pobre viejo me da lástima. Es un pobre diablo.

—Pues a mí no me da lástima ninguna — dijo Frank enfáticamente.

—Frank — dijo el otro de pronto —, yo no me siento nada feliz en este negocio. Desearía recobrar mi dinero. Yo no sirvo para ser un buen comerciante como tú.

—Ya te dije que sería un poco difícil al principio —advirtió Frank.

—Ya lo sé —repuso Dave —, lo sé muy bien. Sé que me lo dijiste. Frank, ¿ tú sabes por qué te di en realidad aquel dinero y me metí en un asunto como éste?

—¿Por qué? — preguntó el otro.

—Porque yo creí que podría conseguir así una especie de renta y pasarme el tiempo escribiendo. Hay un libro que quiero escribir, Frank.

Indudablemente era una declaración bastante torpe, incluso para Frank.

—Podías hacer eso más tarde, después que empecemos a ganar dinero — dijo Frank.

—Sí —asintió Dave con tono desdichado.—. Sí, eso supongo.

Detrás de Frank se abrió la puerta y apareció Albie Shipe con los tres cafés.

—Aquí los tiene usted, jefe — dijo Albie —. Tres cafés como usted había ordenado, café para tres.

Colocó dos encima de la mesa y se llevó el tercero al rincón. Frank cogió el suyo, bebió un sorbo y lo soltó.

—Recuerda lo que te he dicho — advirtió a Dave, y se dirigió a la puerta.

—Oiga, ¿no se va a beber usted su café, jefe? —preguntó Albie con su voz de cómico.

—Creo que no —dijo Frank —. Ya me he tomado muchos hoy.

—Entonces me lo beberé yo por usted — dijo Albie, alzando las cejas y guiñando los ojos —. Me lo beberé. En cuanto que termine con éste.

Dave vio enojado por la ventana cómo su hermano se iba alejando calle arriba embutido en su amarillento gabán de pelo de camello y con aquel maldito sombrero de última moda. Dave se sentía enfurecido y lleno de rabia. De una manera o de oír«Frank se las había arreglado para convencerle otra vez. No sabía cómo, pero lo había conseguido. Él, por su parte, no había tenido intención de prometer que dejaría de darle dinero al viejo. No había querido prometer que iba a parar.

En aquel preciso momento empezó a sonar uno de los teléfonos colocados encima de la mesa. Dave cogió el auricular.

* * *

—South Beech, 606 — dijo, tomando nota y volviéndose a la ventana.

—La vieja señora Archey — comentó Albie huecamente desde su rincón —. Seguramente querrá ir a ver a la señora Burdieu y chismorrear un poco.

Albie suspiró, y levantándose pesadamente se acercó a la taza de café de Frank que estaba sobre la mesa.

—No sé si me convendrá tomarme los dos o no.

Dave no se molestó en responder, y se limitó en quedarse allí sentado, mirando por la ventana la ciudad envuelta en la bruma de diciembre. Desde su rebelión de hacía dos semanas, su descontento con el empleo había ido creciendo más y más, en lugar de disminuir. De la misma forma había ido creciendo su descontento con todas las demás cosas. No le había servido de nada aquello, su rebelión. Ahora tenía libre un domingo sí y otro no. Y él y Albie se turnaban los días y las tardes, de forma que disponía de mucho tiempo libre, reuniendo el mismo dinero que antes. Y sin embargo, no podía resistirlo. Simplemente eso; no podía resistirlo.

No había ningún otro problema. Era sencillamente eso: un hecho: que no podía resistirlo.

Y aquello hacía que tuviera que odiarlo todo. Y en consecuencia todo iba saliendo mal, absolutamente todo. Disponiendo de algún tiempo libre para poder escribir, había empezado a trabajar en el libro, y había descubierto que no podía escribir. Estaba lleno de herrumbre. Su mente no le funcionaba. No podía concentrarse. Apenas conseguía juntar las palabras, cuanto más darles sentido. Diablo, incluso aquel Wally Dennis estaba derrotándole.

Por otra parte tampoco tenía ningún éxito apreciable con Gwen. ¿No se daba ella cuenta de lo mucho que él la necesitaba? Y ella le necesitaba a él. Ella no tendría por qué sufrir aquel complejo de culpabilidad si le tuviese a él. Todo lo que ella necesitaba era un poco de amor verdadero. Él podía dárselo. Y él necesitaba de ella. Aparentemente ni siquiera él mismo se daba cuenta de lo mucho que él la necesitaba. O del tiempo efectivo que se llevaba pensando en ella cada día. Debían ser horas. Y cuanto más apartado y a raya le tenía ella, tanto más la necesitaba y tanto más pensaba en ella. Por lo visto estaba enamorándose de ella. ¡ Dios mío, debía de estar loco!

Estalló en él sanguinariamente. Estaba enamorándose de ella. Se había enamorado de ella.

Quizá ella lo estaba haciendo a propósito. Justamente por aquel mismo motivo. Justamente para hacer que él se enamorara de ella. Había resultado fácil decirle que estaba enamorado aquella noche que no lo estaba, pero no ahora que lo estaba. Sí, decidió, estaba enamorado de ella. Sí, lo estaba. Y la había visto tres veces en las pasadas dos semanas, y cada vez todo lo que ella había tenido que decirle era por qué no trabajaba más en su libro. Ni siquiera le habían invitado a ir por Navidad. Bueno, que se fueran al cuerno ellos y su casa. Él desde luego no iba a pedirles que le invitaran a pasar la Navidad. Ni siquiera les hablaría de eso si los veía. Y si lo invitaban ahora, él no iría. Se limitaría a emborracharse y que se fueran al cuerno. Quizá se emborrachase con Bama.

Quizá el único punto brillante que le quedaba en cualquier lado, seguía pensando Dave fijamente, estaba en Bama Dillert. E incluso también aquello parecía estar torciéndose, añadió enojado. Dos veces durante las últimas dos semanas, hallándose completamente desesperado por juzgarse incapaz de escribir una sola línea decente, se había ido a los billares del Club Atlético y había estado buscando a Bama. Bama nunca le buscaba a él; decía que no quería molestarle en su trabajo. Pero lo malo era que Bama lo decía en serio, eso había que concedérselo; realmente no quería estorbarle en su escritura. Por eso era él siempre quien tenía que buscarle.

Aquellas dos veces Bama iba de camino para alguna partida de poker en la localidad y le había llevado consigo, y las dos veces había hecho dinero. También las dos veces se habían emborrachado los dos. Y por ahí era por donde empezaban a torcerse las cosas. Él no podía comprender cómo Bama podía resistir aquello, el estar un día y otro de juerga. Dave siempre se había considerado un buen bebedor, pero... De todos modos, al día siguiente de cada uno de esos encuentros se había sentido tan mal que ni siquiera había podido intentar escribir.

Pero por otra parte, en sus salidas con Bama siempre lo pasaban muy bien, eso tenía que reconocerlo. Gran parte de lo bien que lo pasaba consistía en que también él ganaba dinero. Cada una de las dos veces había hecho más dinero de lo que conseguía en una semana en la.parada de taxis. Por la razón que fuera, siempre que salía con Bama los dos parecían tener suerte. Nadie era capaz de derrotar a los dos juntos. Si Bama no se llevaba un pozo, se lo llevaba él. No hace falta decir que esto resultaba altamente exasperante para los demás jugadores.

—Tendría que contratarte como amuleto — le había dicho burlonamente Bama sobre el fieltro verde de la mesa de juego.

Esto fue la segunda noche, cuando habían ganado la cantidad mayor. Pero más tarde llegó a proponérselo seriamente. Habían comprado una botella a hora prohibida y se la habían llevado a la habitación de Dave en el Hotel Douglas.

—No es broma — dijo el larguirucho tahúr —; tú y yo deberíamos formar una especie de sociedad para jugar al poker.

Estaba en la única butaca que había en la habitación, con el sombrero semitejano echado sobre los ojos, sosteniendo un vaso de agua lleno de whisky hasta el borde. Dave estaba tumbado en la cama.

—Podríamos hacernos de muchísimo dinero — le decía al filo de su sombrero vertiendo un poco de whisky bajo el mismo —. En el juego hay ciertos períodos en que, por un montón de razones que nunca he podido poner del todo en claro, se te da todo bien, y no sabe que todo va a dársele bien; y el tío que es inteligente se aprovecha de eso porque no sabe cuándo se va a acabar la racha y le va a dejar plantado. Ahora bien, algo de eso es lo que nos está pasando a nosotros dos cuando estamos juntos, por lo menos ahora. Deberíamos aprovecharnos de eso. Con tal — añadió concienzudamente — que eso no te moleste para escribir.

—Mi escritura no vale un comino — dijo Dave desde la cama salvajemente.

—Bueno, eso es que ahora te falta práctica — dijo Bama con moderación i—. Es comprensible. Te falta entrenamiento. Lo más natural del mundo. Tienes que ejercitarte durante algún tiempo.

—¿ Lo.dices en serio? ¿ Qué demonios sabes tú de literatura?

Con un pulgar cuidadoso, el alto ex sureño alzó el filo de su sombrero y sonrió debajo del ala.

—Nada más que lo que os he oído decir a Wally y a ti, y lo que vosotros dos me habéis contado; eso es todo.

—Bueno, no creo que pueda hacerlo de todas maneras-dijo Dave con sosiego — Tengo un contrato hecho con Frank, ya sabes. Me tiene en una posición tal, que no tengo más remedio que trabajar para él.

—¿Dice eso el contrato?

—Pues no. Por lo menos yo creo que no lo dice. En realidad no lo he leído nunca. Pero tiene una de esas cláusulas de las sociedades. Me estuvo hablando de eso. Ya sabes, eso del «Da o Toma».

—¿ Ah, sí? — preguntó Bama perezosamente —. Creo que sé de lo que se trata. ¿Te importa que le eche un vistazo?

Sentado en la oficina de la parada, adonde había llegado uno de los coches de regreso, que inmediatamente despachó para recoger a la vieja señora Archey, Dave recordaba muy Vividamente lo que había sucedido luego. Era una de las cosas buenas de su existencia actual.

Le había mostrado a Bama su copia del contrato, que había guardado en un departamento de su maleta. El tahúr se había sentado y con una intensidad de concentración tan grande como la que empleaba jugando al poker, lo había leído concienzudamente de cabo a rabo, palabra por palabra. No era un contrato muy largo. Luego lo había extendido sobre la mesa y había levantado su vaso de whisky, se había retrepado en la butaca, y se había echado el sombrero sobre los ojos. El resumen de lo que estuvo diciendo debajo del sombrero después de meditar un minuto, fue que realmente no sólo Frank no tenía a Dave cogido por la garganta, sino que Dave tenía a Frank cogido por la garganta. En el contrato no había absolutamente nada que indicase que Dave tenía que trabajar para el servicio de taxis La cláusula del «Da o Toma» era el modelo usual en la región, generalmente entre la gente de campo, dijo, y acerca de la cual Bama parecía estar más que enterado. Hablando debajo del ala del sombrero con una voz muy perezosa expuso que Dave podría hacer lo que quisiera. Todo lo que tenía que hacer era retirarse de la oficina, si lo deseaba. A pesar de eso seguiría poseyendo el cuarenta por ciento del negocio. Entonces le tocaría Frank invocar la cláusula del «Da o Toma». Si quería. Si Frank no la invocaba, Dave seguiría poseyendo el cuarenta por ciento. Si era Frank quien la invocaba, Dave, ateniéndose entonces a la regla tenía derecho a fijar el precio, y Frank entonces podía elegir entre «Dar» o «Tomar». Podría, o comprar la parte de Dave al precio fijado por éste o vender su propia parte a dicho precio. En este caso, puesto que no eran socios al cincuenta por ciento, el precio de cada parte se fijaría sobre la base del porcentaje mutuo. Aquella era la forma en que funcionaba el «Da o Toma». Lo puso todo muy claro, y a Dave le pareció que su amigo sabía muchísimo de la jerga legal.

Puesto que tal era el caso, y al llegar aquí el tahúr pareció sonreír un poco, lánguidamente, bajo su sombrero, todo lo que tenía que hacer Dave era fijar un precio que fuera demasiado alto para Frank, un poco demasiado alto. La posibilidad entonces era que Frank decidiera vender. Y la oportunidad era esa porque era Frank el que había hecho poner la cláusula en lugar destacado.

—Así es que, ya ves, si Frank decidiera vender, como tú no podrías pagar el dinero que tú mismo habrías fijado, entonces te verías obligado a vender tu propia parte al precio que Frank decidiera darte.

—Entonces no veo cómo diablos crees tú que tengo a Frank cogido por el cuello — había dicho Dave iracundo — ni por qué había de decir una cifra alta.

—Porque — dijo Bama lánguidamente debajo de su sombrero.— en ese caso, tú tendrías el dinero necesario para comprar su parte.

—¡ Que yo tendría el dinero?

—Desde luego. Yo te lo daría.

La comprensión parecía alborear.

—Oh, — dijo Dave astutamente —. Ya veo. De esta forma tendrías tú la parte importante del negocio.

—De ninguna forma —dijo Bama—. Yo no quiero tener nada de eso. Yo te prestaría el dinero para hacer la compra. Un préstamo particular.

—¿Sí? — preguntó Dave intencionadamente —. ¿A qué interés?

—Ningún interés.

—¿ Ningún interés? — repitió Dave —. Bueno, bueno, ¿ entonces qué ibas a sacar tú de eso? No veo qué provecho ibas a obtener de eso.

—No sacaría provecho alguno.

—Pero entonces, ¿ por qué?

Debajo del sombrero la barbilla de Bama se movió en una sonrisa.

.-Me gustaría hacerlo —dijo con aquella lánguida voz suya —. De esa forma tú serías el único propietario del servido de taxis. Un negocio provechoso y respetable. ¿ No iba a poner Frank el grito en el cielo? Tú me pagarías con lo que ganaras en el juego o con los beneficios del negocio. De cualquiera de las dos maneras estaría bien.

—Bueno, diablos — dijo Dave —, el caso es... La parte de Frank costaría lo menos ocho o nueve mil dólares. Tú no tendrás tanto dinero.

—Lo tengo —dijo Bama, levantándose el ala del sombrero y sonriendo encantadoramente —. No lo tengo guardado en ningún Banco de este poblacho. Pero lo tengo. Y tú puedes tenerlo si quieres. No tienes más que advertírmelo con una semana de anticipación.

—Pero, ¿por qué? ¿Por qué quieres hacer eso?

Bama volvió a sonreírle encantadoramente. De una manera intensamente encantado, de aquella manera tan suya, y lánguidamente. Después volvió a echarse el sombrero hacia delante.

—Porque eso me divertiría — dijo ahogadamente por debajo del sombrero —. En realidad me divertiría muchísimo. — Se echó a reír. Y luego volvió a inclinar el vaso de whisky bajo su sombrero —. Y además no tengo miedo alguno de arriesgarme a perder el dinero. Porque estoy completamente seguro de que eres lo bastante honrado como para devolvérmelo.

Dave no había contestado. Estaba todavía tratando de digerir toda la historia.

—Bueno, tengo que irme — dijo Bama, recogiendo su larga osamenta y poniéndose en pie —. Voy a echar un sueñecito. Son ya las cuatro de la mañana. Gracias por el whisky.

.-Has sido tú quien lo ha pagado — dijo Dave.

—Y no se te olvide —dijo Bama desde la puerta — lo de asociarnos en eso de jugar juntos. Mientras la suerte está de nuestra parte. Siempre con tal de que eso no te estorbe para escribir. Puedes estar seguro de que conseguiríamos un montón de dinero mientras la suerte nos soplara.

—¿Por qué diablos estás tan interesado por mi escritura?

—No lo sé — dijo el hombre alto amistosamente —. ¿ Por qué te gusta a ti mi manera de jugar? Creo que puede ser porque eres el único escritor al que he conocido en mi vida, aparte de Wally Dennis. — Sonrió —. Tal vez tengo pretensiones intelectuales. Quizá me interesa que alguien escriba un libro sobre mí. ¿ Quién sabe? — Se rió un poco y cerró la puerta. Luego volvió a abrirla y pegó la cara al quicio —. O quizá sea porque estoy interesado por saber cómo termina tu historia con la maestra de Wally. Es posible. Hasta la vista.

Sintiéndose borracho, con los ojos hinchados y demasiado desvelado para dormir, Dave se había tumbado en la cama pensando que a la mañana siguiente lo primero que haría sería ponerse a trabajar en el libro, no tenía más remedio, le gustase o no. Ahora no tenía más remedio que escribir. O bien se convertiría en un payaso. Pero, ¿podría? Mientras estaba allí tumbado boca arriba, la desolación familiar del Hotel Douglas cayó sobre él de una forma abrumadora, depresiva, terrible. «¡ Oh, Gwen, Gwen! ¡Si pudieses saber lo muchísimo que te amo, lo muchísimo que te necesito, lo mucho que estoy sufriendo por tu culpa, si lo supieses!» fue el último pensamiento antes de dormirse. Lo único que por lo visto, sabía Bama sobre todo el asunto.

De vuelta en la oficina de la parada, Dave se sintió sobrecogido. ¿ Había realmente pensado aquello? ¿ Había pensado aquello sobre Gwen? ¿ O solamente pensaba que lo había pensado? No podía haberlo pensado, era imposible. ¿Cómo iba a no saber que estaba enamorado de ella? Pero se acordaba haberlo estado pensando con toda claridad. «Quizá es que estuve enamorado de ella todo el tiempo.» Sí, debía de haberlo estado pensando siempre, incluso antes de saberlo.

Fuera de la ventana de la oficina uno de los coches venía rodando lentamente por la calle Plum y dio la vuelta para colocarse en el aparcamiento, al lado del edificio. Deseaba que Frank no hubiese venido hoy por aquí, ¡ maldita sea! Mirando los teléfonos, comprendió que odiaba a Frank con toda su alma. Era Frank quien había ideado este maldito y estúpido negocio de los taxis.

Bueno, era una pelea que se iba a acabar. Y él no se iba a dar por vencido. No iba a dejar que Frank pudiese decir que él era incapaz de llevar una cosa adelante, que no tenía fibra para nada, pensó con floreciente confianza. Y no iba a dejar que Frank pudiese decir eso.

Si quería seguir dándole dinero al viejo, se lo seguiría dando. Y tampoco iba a aprovecharse de la oportunidad que Bama le ofrecía para derrotar a Frank. No tenía por qué valerse de aquellos procedimientos. Y además él estaba por encima de aquellas tretas. Estaba en contra de sus principios. No, por Dios, él iba a probar que era un hombre de negocios con carácter. Iba a probárselo a Frank y a todo el resto del poblacho.

El estado de euforia perduró en él todo el resto de la tarde, hasta las seis en punto. Pero luego, en los minutos que transcurrieron mientras condujo el pequeño «Plymouth» al Hotel Douglas, el pensamiento de tener que estar sentado allí, solo, en aquella maldita habitación desolada, se le cambió de pronto, una vez más, en una aguda depresión.

Y después de afeitarse y cambiarse de camisa, volvió a salir precipitadamente al sombrío vestíbulo, para dirigirse luego al bar Smitty y buscar a Bama.