58

Al otro lado de los ventanales del hospital el mundo era un lugar limpio. Con la imprevisibilidad propia de la estación, dos días de lluvia habían despejado las calles de sucios montones de nieve obligando al alcantarillado a emplearse a fondo para tragar aquel auténtico diluvio. Desde la cama más próxima a la puerta, Sidsel Simonsen recibió al visitante con una pálida sonrisa. Trokic acercó una silla que había junto a la pared y se sentó.

—¿Te tratan bien?

—Sí, pero no hago otra cosa que leer revistas de cotilleo. He pedido que me dejen traer la tesina, pero no quieren ni oír hablar del asunto.

Junto a ella había una cama con el edredón apartado a un lado.

—Pero yo me cuido —prosiguió mientras hacía un gesto hacia la cama vacía—. Mi compañera de cuarto, en cambio, ha inhalado un gas tóxico en el trabajo que le ha quemado los bronquios y, aun así, ahora mismo está ahí fuera fumando. ¿No es increíble? Le han ofrecido unos parches, pero ella prefiere los cigarrillos a pesar de que al parecer cada vez que se fuma uno es un tormento.

—Siento mucho que no descubriéramos el sótano la primera vez que fuimos —se disculpó el comisario—. Si lo hubiéramos visto, no te habrían encerrado.

—No lo pienses más, dicen que mañana me dan el alta. Y creo que voy a terminar de escribir la tesina en casa en lugar de en Mårslet. ¿Cómo está Frederick Riise?

—Le han trasladado a Copenhague, a la unidad de quemados del Rigshospitalet, pero la última noticia que tengo es que se encontraba estable. Vivirá, y con un poco de suerte sólo quedará un poco desfigurado después de su hazaña.

—He leído en el periódico que le tiraste al arroyo.

—Pues sí, después de taparle con mi cazadora para sofocar el fuego. Pero supongo que gracias al agua fría va a salir bastante bien parado.

—¿Qué va a pasar con él?

—Al ser menor tienen que intervenir en el caso los de asuntos sociales. Realizarán una valoración de los pasos a seguir. Supongo que le pondrán en tratamiento psiquiátrico y habrá que tomar algunas medidas formativas. Bueno, y lo sacarán de su casa, claro.

—¿Y la madre?

—Está en prisión preventiva y sin perspectivas de salir por el momento. Según los del NITEC, en su ordenador hay material suficiente para dejarla encerrada una buena temporada.

Sidsel sacudió la cabeza de un lado a otro como si le costara creer todo lo que había ocurrido.

—No quiero imaginarme lo que habrán tenido que pasar esos niños. Cuánta humillación y cuánta vergüenza.

—El mayor, Mathias, se vino abajo cuando le obligamos a enfrentarse a la verdad —le explicó el policía—. Nos contó que era una situación que venía prolongándose desde hacía muchos años, un abuso sistemático de los tres hijos. De vez en cuando iba a verlos un hombre y después ella vendía las fotos en internet. Igual que antes sus padres vendían las suyas. Todos han quedado muy marcados, pero, según Mathias, Frederick siempre ha sido el más sensible.

Permanecieron en silencio. A Trokic aún le parecía estar viendo a sus impactadísimos colegas cuando les comunicó la noticia. Sus rostros fueron pasando de la consternación a la incredulidad. Semejante frialdad y falta de escrúpulos en alguien tan joven rozaba lo incomprensible. Aun así, él había alcanzado a entrever por un instante la impotencia del niño, su vacío interior y su dolor, y había comprendido cómo había podido ocurrir. Después, al comunicarles la noticia a los padres de Lukas, comprendió que aquella no era la respuesta que habían esperado, sino una respuesta dura que desplegaba ante sus ojos un nuevo crimen. De pronto habían pasado a formar parte de una tragedia mayor. Derramaron nuevas lágrimas que, finalmente, fueron secándose mientras lentamente lo asumían. Con el tiempo también el pueblo cerraría sus heridas, aunque siempre quedarían las preguntas. Jamás averiguaría si Lukas se había caído por aquella escalera, aunque tal vez ya no fuera tan importante.

—Me encantaría invitarte a cenar cuando salga de aquí —dijo Sidsel de pronto— y todo esto haya quedado un poco más en la distancia.

El comisario observó aquel semblante pálido mientras buscaba el naciente interés que debería sentir por algún rincón de su interior. No cabía duda de que era una mujer interesante. Sin embargo, era como si siempre se interpusiera algo en su camino. Ahora Sidsel formaba parte de la historia de Lukas y llevaba dentro el horror del fuego, y él necesitaba distanciarse y coger fuerzas para lo que fuera que le aguardase. Quizá dedicara un tiempo a investigar esa historia de Sinka en Serbia. ¿O no sería más que otra de sus excusas de siempre? Era consciente de que estaba tardando demasiado en contestar, lo que en sí era ya una especie de respuesta.

—¿Me lo apuntas en la cuenta?

Ella levantó la vista hacia el techo como si estuviera pensándoselo y al final sonrió.

—No sé, ¿por qué no aprovechas ahora?

Trokic miró por la ventana. La ciudad parecía recién lavada, los tejados de las casas habían recuperado todos los colores del mundo, el tiempo era seco y las temperaturas habían ascendido a unos mucho más agradables cinco grados. Se levantó y colocó la silla en su sitio.

—Bueno… quizá otro día.

Luego se dio la vuelta y salió de la habitación.

Fin