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Lisa acababa de abrir el navegador y teclear el primer enlace que aparecía en la nota que le había pasado Trokic. Algo en su interior esperaba que el niño se equivocase. Tenía la garganta seca y un millón de pensamientos pasándole a toda velocidad por el cerebro. El comisario acercó una silla a la mesa del ordenador y dejó su café en la mesa junto al de ella, que sintió alivio ante la proximidad de otra persona. Por primera vez en mucho tiempo tenía taquicardia y le preocupaba lo que pudiera encontrar. Porque nunca se sabía. En el momento en que uno se creía a salvo… cuando creía que ya había visto lo peor de todo, no, entonces aparecía como el muñeco de una caja sorpresa.

Al mirar por la ventana descubrió que por primera vez en más de una semana había unas gotitas que brillaban a la escasa luz del despacho. La escarcha se estaba convirtiendo en agua. Empezaba a deshelar.

—No acabo de acostumbrarme a este hermoso nuevo mundo donde todo hay que filmarlo —comentó Trokic.

—No es ninguna novedad —dijo ella—, lo que pasa es que ahora hay más posibilidades. En realidad hay un enorme porcentaje de asesinos en serie que llevan cámaras a la escena del crimen. Es una manera de congelar el instante para poder revivirlo una y otra vez y ahora es muy fácil hacerlo, salta a la vista. Basta con pulsar el botón del teléfono que llevas en el bolsillo. No sé de qué nos sorprendemos, teniendo en cuenta que medio mundo se dedicó a enviar imágenes de la ejecución de Sadam Husein a través del móvil y del ordenador. La crueldad impresiona —filosofó.

—Pero hay una diferencia —dijo Trokic—. Aquí no se trata sólo de inmortalizar el momento, sino también de compartirlo con el resto del mundo. Es un deseo de reconocimiento. Y ésa es una enfermedad muy contagiosa.

Lisa asintió; por una vez en la vida estaba de acuerdo con su jefe. ¿Qué significaría para toda una generación crecer a la sombra de unos realities que concedían más importancia a la celebridad en sí que a lo que uno era capaz de hacer y hacían famosa a la gente a causa de sus malas cualidades o a pesar de ellas? No le hacía ni pizca de gracia aquella moda.

—Espero con todas mis fuerzas que esto no nos conduzca hasta una grabación de Lukas —admitió—. Imagínate si la han colgado.

—Vamos a ver lo que nos ha encontrado ese quinceañero.

Cuando la inspectora pulsó la tecla de enter, el navegador abrió una página con un reproductor. El vídeo se titulaba LetMeIntroduceYou1. Al ponerlo en marcha apareció un rostro que conocían bien.

Hacía ya dos minutos que había terminado el último vídeo, más o menos lo mismo que había durado, y ninguno de los dos había despegado los labios en ese tiempo. El frío de aquella breve grabación se resistía a abandonar a Lisa. Las películas no tenían sonido, pero eso no les hacía perder fuerza. Las protagonizaban niños golpeados. Empujados, con los brazos retorcidos, abofeteados. Hasta a distancia se apreciaba el terror de sus rostros.

—Sí, es innegable que parece Mathias Riise ensañándose con unos niños pequeños —dijo Trokic.

Apartó la silla de la mesa de un empujón y cruzó las piernas.

—Vamos a buscarle ahora mismo. ¿Qué sabemos de la página web donde lo ha colgado?

—Está en inglés —contestó Lisa, que ya había pasado el ratón por toda la interfaz de usuario—, pero he hecho una consulta Whois del dominio y está alojado en un servidor ruso.

Empezó a grabar pantallazos. Constituían pruebas, y al proceder de un lugar en el que no iban a poder intervenir de forma inmediata había que recurrir a otros métodos.

—Pero al menos podremos ver quién lo ha subido, ¿no? —insistió el comisario.

—Lo único que podemos ver es un nombre de usuario, LetMeIntroduceYou_DK, cosa que no nos sirve de mucho. Puede que los propietarios tengan un registro con datos de sus usuarios y una dirección IP.

—¿Y no puedes llamarlos ahora mismo y preguntárselo? Igual te sueltan los datos.

—Es que en la página no figura ninguna dirección de contacto. Ya te he dicho que está en un servidor ruso y eso hace que sea muy difícil intervenir. Los rusos no tienen apenas legislación para estas cosas. Desde un punto de vista internacional hay un vacío.

Trokic dejó escapar un elocuente suspiro y removió el café que quedaba en la taza antes de apurarla.

—Son esos putos medios —murmuró—. Si no hubieran empezado a sacarlo en la tele, ese tipo de casos no habrían llegado a nuestro país.

—Estoy de acuerdo contigo en que los medios dan una imagen enfermiza del mundo, pero de ahí a hacerlos directamente responsables ya no llego —objetó Lisa—. Ellos no pueden predecir el futuro y tampoco se pueden censurar todas las perversidades de la humanidad.

—No, pero cualquiera que tenga una mínima noción de lo que es capaz de hacer la gente por salir en la tele sabe que si le enseñas a cinco millones de personas una nueva manera de llamar la atención, siempre habrá unos cuantos que no dejen escapar la oportunidad. De modo que sí, ellos han encendido la hoguera y han avivado el fuego. En nada de tiempo hemos tenido casos así en una tercera parte de los distritos.

—Yo creo que la prensa no contaba con que este tipo de cosas pudieran ocurrir en Dinamarca.

—No, Lisa, eso es pecar de ingenuo. Hasta la policía se anda con pies de plomo en las zonas donde el fenómeno aún no se ha extendido para no crear un problema que no existe.

Se levantó a estirar las piernas.

—Hay que tener cuidado con esas cosas, joder —continuó—. Tú misma viste el epílogo de lo de Columbine. En nada de tiempo hubo una avalancha de imitadores y, aunque en la mayoría de los casos la cosa no pasó a mayores, algunos llegaron hasta el final y de pronto nos encontramos con masacres y tiroteos en un sinfín de sitios desde Erfurt hasta Osaka. Y para ponerle la guinda al pastel, lo de la Universidad de Virginia. Te aseguro que el tipo consiguió la atención mediática que buscaba. Para inspiración de futuras generaciones de chavales psicóticos envenenados de odio con acceso a armas de fuego semiautomáticas.

Soltó una risita.

—No sé —admitió Lisa—, supongo que así es el mundo de los medios. Necesitan una historia, y nosotros no podemos cambiarlo.

—A ver qué nos cuenta el crío —dijo el comisario—. Y manda a Jacob y a Jasper a buscar a Gabriel Jensen para que lo interroguemos. Quiero saber cómo coño nos explica la desaparición de su andador.