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Trokic volvió a entrar en el despacho e informó a Mathias de lo que acababan de comunicarle.

—Escucha, hace una hora hemos mandado a dos hombres a registrar tu habitación y, entre otras cosas, han encontrado un teléfono móvil debajo de la cama. ¿Podrías explicarme para qué lo usas?

El adolescente se ruborizó y bajó la mirada. Tenía los brazos cruzados y los apretaba con fuerza, como si temiera que los límites de su cuerpo estuvieran a punto de esfumarse y fuese a desaparecer. Los músculos de su mandíbula estaban sobrecargados y por la caldeada habitación empezaba a extenderse un acre olor a sudor. Era evidente que no tenía la menor intención de contestar.

—Hemos encontrado unos vídeos archivados en el móvil, pero no puedo decir que haya sido una sorpresa, porque ya habíamos visto tus películas en videoglobe.net. ¿No quieres hablarnos de ellas? —preguntó Trokic al tiempo que se sentaba más cerca del borde de la silla en un intento de captar la mirada de Mathias.

Fue inútil.

—Yo no he matado a Lukas —repitió el muchacho entre unos dientes que entrechocaban unos con otros—, si eso es lo que insinúa. ¿Por qué demonios iba a hacer algo así?

—De momento lo único que queremos es averiguar todo lo que tenga que ver con esos vídeos. Personalmente me interesa mucho entender cómo a alguien se le puede ocurrir hacer una cosa así. ¿Qué te impulsa a pegar a alguien para después grabarlo? No acabo de encontrarle el punto. Veo una rabia que se manifiesta en forma de violencia contra un desconocido. Hay que descargar la agresividad. Pero ¿es ése el motivo? ¿O es por el reconocimiento?

—Yo no le he matado. No tengo nada más que decir.

El comisario se mordió el labio. No conseguiría una respuesta. Y había algo en los ojos de aquel chico que no encajaba con la imagen que había esperado encontrar. Era como si al hurgar en su interior hubiese tropezado con algo sucio. Además percibía miedo. ¿Sería por el castigo que le esperaba por haber pegado a los otros niños o le asustaría algo más?

—¿Tomas algún tipo de drogas? —le preguntó haciendo uso de otro de los hallazgos efectuados durante el reciente registro de la habitación de Skellegården.

Se produjo una breve pausa.

—Fumo un poco de costo un par de veces a la semana.

—¿Lo compras en casa de Johnny Poker?

—Sí.

—¿Algo más?

—Nada más. No me va el éxtasis y toda esa mierda, si se refieren a eso.

—¿Ni los hongos y demás alucinógenos? —insistió Trokic.

—No, joder. No creo que esos adelantos hayan llegado hasta Mårslet, a no ser que algún excursionista se haya comido alguno por error cuando iba a coger setas.

—Vale. Tu tutor dice que has tenido muchos problemas dentro y fuera de clase, peleas y demás. Dice también que la cosa ha ido peor este último año. Un montón de pellas. Descontrolas bastante en el colegio. ¿Qué tienes que decir a eso?

—Son unos imbéciles. Estoy hasta los huevos de ir a clase.

Se encogió de hombros como si con eso estuviera todo dicho.

—¿Qué haces cuando faltas a clase? —continuó Trokic, infatigable.

—Jugar al ordenador.

—¿Y qué dice tu madre?

—No se entera, dejo la ventana abierta y me cuelo por ahí. Además, si lo supiera, seguro que le daba igual.

El comisario jugueteó con el bolígrafo en silencio mientras planeaba su siguiente movimiento. Tenían suficiente para detener al chico y acusarle de comportamiento violento, pero antes quería conseguir todos los detalles posibles.

—¿Te gusta jugar con fuego? —preguntó al fin.

Los ojos de Mathias se empequeñecieron y su rostro se contrajo.

—Odio el fuego.

Trokic apenas llegó a captar la mirada admonitoria de Lisa cuando de nuevo llamaron a la puerta y volvió a asomar la cabeza de Jasper. Tras llevarse al comisario y cerrar la puerta del despacho, dijo:

—Han encontrado algo más. Y esto es mucho, mucho peor.