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Agersund llamó a la puerta del despacho de Lisa. Parecía cansado. Le bizqueaba un poco un ojo que tenía un poco enrojecido y se había hecho dos cortes al afeitarse, pero llevaba una camisa azul recién planchada que, con un poco de buena voluntad, podía conjuntar con sus pantalones marrones.

—Querías hablarme de Ámsterdam —inició la conversación.

—Sí.

Ella observó con ciertas reservas cómo cerraba la puerta tras de sí. Su jefe traía ya puesta la cara amable, una máscara que ocultaba su más firme determinación. La inspectora sintió que sus esperanzas se encogían. Cuando, tres meses atrás, Agersund le habló por primera vez del seminario, la dejó entusiasmada. Un curso de Introducción a la Técnica del Perfilado Criminológico para policías europeos. Tendría lugar en Ámsterdam en dos sesiones de dos días cada una y sería la base de un posible proyecto de mayor duración. Las clases estarían a cargo de dos exagentes del National Center for the Analysis of Violent Crime del FBI. En otras palabras: un viaje a la interesantísima capital holandesa para aprender. Gritó para sus adentros un pequeño hurra y empezó a imaginarse en el centro de un importante evento internacional. Por no hablar de las posibilidades de ir de compras en aquella apasionante ciudad.

Pero ahora la situación era completamente distinta. Había luchado mucho para hacerse hueco en el Departamento de Homicidios, se había abierto paso con la misma energía que un gorrión entre mirlos en el comedero y no quería que la desplazaran a una vía muerta.

Agersund agitó un puñado de hojas que llevaba en la mano mientras ella seguía sus movimientos con la mirada. Los papeles del seminario.

—No me parece oportuno que me envíes a Ámsterdam en plena investigación del asesinato de Lukas Mørk —arrancó Lisa.

El comisario jefe localizó en su repertorio una mueca paternal y una leve sonrisa y entrelazó las manos por encima de los papeles.

—Entiendo que no te apetezca marcharte justo ahora. Es una fatalidad, pero quiero que participes. Me habría gustado hablarlo contigo ayer, pero las cosas se complicaron repentinamente.

Ella le miró fijamente con una mezcla de escepticismo y desconfianza. Luego tiró el chicle a la papelera y apoyó la barbilla en una mano mientras intentaba encontrar argumentos.

—Pero ¿por qué yo? —inquirió—. ¿No se puede cambiar y mandar a otro?

—Exigen que sea alguien con un mínimo de tres años de experiencia en la policía judicial y que, además, haya trabajado en casos con un móvil sexual. En su día los llamé y estuvieron explicándome de qué iba a tratar el curso y, la verdad, no es para niños de pecho. Es cierto que no tienes mucha experiencia inspeccionando escenas del crimen, pero tampoco tenemos demasiada gente que cumpla con ese requisito. A cambio, estás acostumbrada a trabajar con delitos sexuales y material fotográfico y a reparar en detalles. Eres mi mejor opción. También barajé la posibilidad de enviar a Trokic, naturalmente, pero ya sabes que no le gusta nada encasillar las cosas ni que le suelten rollos psicológicos. Además, le necesito desesperadamente aquí, es mi brazo derecho.

—Pues, si te soy sincera, coincido prácticamente en todo con él en que eso del perfilado es algo controvertido. O sea… es muy discutible que los perfiles del FBI tengan alguna utilidad.

—Yo, en cambio, creo que sí que sirven. Si no, no los usarían —objetó Agersund—. Dime una cosa, ¿es que no tienes café?

Lisa se volvió, cogió una taza de la estantería y la llenó. Luego abrió el cajón y sacó unos azucarillos. Algo se aprendía con el tiempo. Por ejemplo, que al jefe le enloquecía el azúcar y nunca estaba de más tener el avío a mano.

—Hasta donde yo sé, lo cierto es que sus perfiles sólo han conducido a una detención en toda la historia —dijo una vez que lo tuvo manos a la obra con aquel brebaje dulzón— y muchas veces directamente despistan.

—Creo que estás simplificando las cosas un poquito. En esta vida no todo es blanco o negro.

—Pero ¿no te acuerdas del caso aquel del estrangulador de Boston de los años sesenta? Yo lo he leído. Todo un panel de psiquiatras pregonando que no buscaban a uno, sino a dos asesinos, uno de ellos homosexual y ambos profesores. Suponían que estaban incapacitados sexualmente a consecuencia de una infancia traumática con un padre ausente y una madre dominante. Y cuando al fin encontraron al asesino (uno, y no dos), resultó que trabajaba en el sector de la construcción, era heterosexual, estaba casado y tenía dos hijos. En su niñez su padre había sido el dominante y su madre, la débil. Vamos, que no podían ir peor encaminados. ¿Y pretendes que lo usemos en Dinamarca?

—Pero eso fue mucho antes de que el perfilado se convirtiera en una ciencia —sonrió Agersund—. Es casi historia.

Bebió un sorbo de café y se estudió las uñas. Estaban escrupulosamente limpias.

—Escucha. En primer lugar, nadie espera que al volver nos sueltes un perfil de lo más preciso cada vez que maten a alguien. Lo único que me interesa es que estemos al tanto de por dónde van los tiros en este terreno en el plano internacional, y confío plenamente en que sabrás filtrar la información que te den, quedarte con lo más valioso y deshacerte del resto. Y en segundo, ya lo he pagado. Y cuando digo pagado quiero decir pagado. He tenido que soltar un pastón. La posibilidad de que no vayas está totalmente descartada.

Se recostó en la silla y se quedó observándola.

—Además, el FBI ha realizado un gran número de investigaciones en su más que amplia oferta de asesinos —prosiguió— y eso, lo mires como lo mires, da una idea muy acertada de lo que tienen en la mollera esos enfermos. Es posible que no siempre conduzca directamente a una detención, pero tal vez sí ayude a estrechar el cerco de lo que se está buscando. Te alegrarás de que te haya mandado, confía en mí.

—Sí, pero, con todos mis respetos… —refunfuñó Lisa, que sabía perfectamente que había perdido la partida— hasta en eso hay que andarse con cuidado.

Agersund dejó caer el montón de folletos frente a ella sobre la mesa.

—No tengas tantos prejuicios con los americanos. Sabrás ser selectiva.

Lisa no lograba apartar de su mente la idea de que había algo más detrás de todo aquello. Agersund se pasaba el día quejándose de su mísero presupuesto, de los precios de los análisis periciales y de que sus equipos informáticos cada vez tenían más pinta de piezas de museo. Había que luchar con uñas y dientes por cada nueva adquisición. Un curso como aquél tenía que costar una fortuna, por no hablar del viaje y de la estancia. De modo que, ¿qué esperaba de ella exactamente? Como si le hubiera leído el pensamiento, su jefe dijo:

—Además, te he prometido que tu trabajo aquí no va a verse afectado. Como ya sabes, empieza mañana lunes. Acuérdate de llevar ropa adecuada. En Ámsterdam está lloviendo.

De repente parecía la afabilidad en persona.

—Pero ¿y la investigación? —preguntó ella—. ¿Significa esto que me sacas del caso Lukas?

—No te saco del caso, Lisa —contestó él con dulzura—. Te mando a que te conviertas en uno de mis mejores efectivos. Es una pena que coincidan las dos cosas, pero el caso Lukas puede alargarse varias semanas, meses o incluso años, y quiero contar con los colaboradores más tuneados. Todo irá bien, no son más que dos días esta vez. ¿Puedo contar contigo?

—Parece que no tengo elección —gruñó la inspectora.

Su jefe se sacó algo de entre los dientes y sonrió amablemente.

—No, la verdad es que no.