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—O sea, que vais dando palos de ciego y en realidad no tenéis ningún sospechoso, ¿no? —preguntó Annelies cuando Lisa concluyó su explicación.

—Pues, sí, está todo manga por hombro. Intentamos identificar al hombre de la foto, tratamos de encontrar algún tipo de relación entre los incendios que ha habido en la zona en los últimos seis meses, buscamos unas fibras y miramos con lupa a cualquiera que tuviese algo que ver con el niño. Las pruebas que hemos encontrado no acaban de tener sentido.

—¿Y la familia? —preguntó el policía italiano—. En Italia la familia es una auténtica máquina de matar, así que siempre es un buen punto de partida.

—También tenéis a la mafia, y perdona si meto el dedo en la llaga —replicó Lisa.

—Por desgracia, la mafia no es lo único que tenemos.

Annelies asintió.

—En el peor caso de infanticidio que hemos tenido nosotros, también había sido la familia. La niña de Nulde, ¿os acordáis? Encontramos el torso de una niña pequeña en Nulde. Después apareció la cabeza en otro lugar. La habían maltratado de un modo espantoso, os ahorraré los detalles. Se hizo una reconstrucción del aspecto que tenía en vida y se publicó en los periódicos. Así encontramos a la madre y el padrastro, que habían huido a España con la otra hija. La habían matado y descuartizado y después habían intentado deshacerse de los trozos.

—¡Es horrible! —exclamó Lisa.

—Sí, después de ese caso yo ya me creo lo que me echen.

—Pero en ese tipo de casos suele haber un serio maltrato previo, mientras que ahora no disponemos de ninguna prueba. Sólo hay indicios. Además, todo parece indicar que hay un pirómano de por medio.

—Hay muchas clases de pirómanos —dijo Annelies—. Explícate un poco mejor. Si es uno auténtico, deberíais echar un vistazo en el cuerpo de bomberos de la zona. Os sorprendería saber la cantidad de pirómanos que trabajan como bomberos voluntarios.

Lisa repitió lo que le había contado Trokic acerca de los incendios de Mårslet.

—¿Tú crees que podría ser un pirómano? —preguntó.

—Es difícil decirlo, pero los pirómanos de verdad son muy escasos. Estamos hablando de un porcentaje muy bajo del total de incendiarios. Son muchos más los que son algo retrasados, sufren algún tipo de psicosis o tienen un trastorno de la personalidad antisocial. Todo ello a menudo combinado con el consumo de alcohol.

—Pero, así, al oírlo, ¿qué piensas? —insistió Lisa—. Ahora que conoces el resto de la historia.

—Si los incendios están relacionados con el crimen, creo que no es un pirómano. Veo más bien a un tipo con un trastorno de la personalidad antisocial. A lo mejor bebe. Y creo que la rabia juega un papel muy importante en todo esto. Una especie de acto de venganza. Al contrario que los pirómanos, que se ponen eufóricos.

Lisa pensó en el padre de Lukas. ¿Hasta dónde llegaría su rabia? Bajo esa fachada tranquila parecía ocultarse un hombre muy tenso, como si reprimiera algo. ¿Habría sido Lukas una carga demasiado grande para la familia? ¿Le habrían matado, quizá en un arranque de furia, y tratado de camuflar las circunstancias tirándolo al arroyo?

—Pero si el culpable es un desconocido, ¿por qué precisamente Lukas? —pensó en voz alta—. Además, nada indica que haya un móvil sexu…

De pronto se interrumpió y observó a James. Como una paloma perdida, una imagen se abrió paso por su mente; se le aceleró el corazón. Acababa de recordar dónde había visto antes el reloj. O al menos, uno exactamente igual.

Ocho años atrás había asistido a un seminario similar en Londres en el que también participaba James, y durante una ponencia sobre la evolución de la pornografía infantil les habían mostrado una fotografía que creían que procedía de Dinamarca, precisamente a causa del reloj.

Al recordar la escena que aparecía en aquella imagen desvaída, Lisa sintió que le costaba respirar en el angosto local y sus viejas amigas, las náuseas, le devolvieron la cerveza a la garganta. En la fotografía se veía a una niña morena de ocho o nueve años; estaba desnuda y tenía los brazos atados a los brazos de una silla y el culito asomando por el borde del asiento. Entre sus piernas abiertas había una mujer de cabellos negros en cuclillas. La foto estaba sacada desde un ángulo que no dejaba duda alguna acerca de lo que hacía la mujer. La chiquilla tenía una botella marrón del tamaño de un tercio de cerveza metida en su interior y la mujer le separaba con dos dedos los pequeños labios de la vulva desprovistos de vello. La mirada de la niña estaba muerta. Aquella imagen inspiraba el terror más absoluto, sobre todo a causa de las innumerables marcas que surcaban el cuerpo de la pequeña, y se le había quedado impresa en la retina durante mucho tiempo. Para añadirle una dimensión aún más deprimente, presentaban la foto como ejemplo de un caso que jamás se había llegado a esclarecer. Habían localizado fotografías de la misma niña circulando por una red de pedófilos británica, pero nadie había sabido explicarles la procedencia de las mismas.

—Perdonadme, tengo que salir un momento a hacer una llamada.

Con los ojos de los demás policías clavados en la espalda, Lisa se dirigió hacia la calle mojada y buscó el número de su antiguo jefe en la agenda del móvil. A continuación pulsó la tecla de llamada y se metió un dedo en el otro oído para aislarse del ruido de la vida nocturna de Ámsterdam.

El inspector jefe Jannik Lorentzen contestó al segundo tono y ella se apresuró a explicarle de qué se trataba. Su exsuperior supo de inmediato a qué se refería. Así eran las cosas; en muchos aspectos la memoria de los policías resultaba mucho más efectiva que las bases de datos donde trataban de almacenar la información. Recordaban los detalles. El escenario. Una cortina, un sombrero en la cabeza de un niño, el material de la ropa, la naturaleza del entorno, una técnica fotográfica. Y Jannik recordaba el reloj.

—¿Crees que podrás localizarme esa foto? —preguntó ella.

—Lo intentaré. Me parece que sé dónde encontrar una copia.

—Si lo consigues, ¿me mandas el material lo antes posible, por favor? Mañana por la noche ya estoy en casa y puedo verlo.

—Claro, pero para mí que te vas a dar de cabeza contra un muro. Es una foto muy antigua, espero que no te lleves una decepción.

—Estoy segura de que pasa algo con ese reloj —insistió ella con terquedad.

—Me ocuparé de que la tengas mañana si la encuentro. ¿No te apetecería volver a Copenhague con nosotros? Me ha dicho un pajarito que tu novio vive por aquí.

—No —contestó Lisa con determinación.

—Una lástima, una lástima. Eras una de las mejores. Si algún día cambias de opinión, tu puesto sigue aquí. No todo es como eso, ahora mismo tenemos un problema inmenso con el phishing, y esos frikis del encriptado cada día son mejores.

—Gracias por la oferta, pero por ahora me quedo en Århus.

—Como quieras. Dale recuerdos a Agersund de mi parte.

Lisa colgó y cogió aliento.