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Los amortiguadores del coche trabajaban a pleno rendimiento y el vehículo prácticamente volaba por encima de los baches del principio de Bedervej. Al recordar el rostro franco y amable de Sidsel, el comisario no podía evitar sentir una punzada de preocupación. No le hacía ninguna gracia que estuviera sola en un lugar tan expuesto. De repente el camino se le antojaba infinitamente largo.
—¿Y Annie Wolters? —preguntó Jasper mientras se ajustaba con algo de retraso el cinturón de seguridad después de otro salto brutal—. ¿Dónde encaja en todo esto?
—¿No dijiste que tenías la sensación de que te estaba mintiendo cuando fuiste a registrar su casa? —preguntó Trokic.
—Sí, fue sólo un momento. Su forma de evitar mi mirada de repente, el tono de su voz. Seguramente vio a Frederick en el arroyo ese día y puede que después se lo mencionara en algún momento. Si nos lo hubiera dicho entonces…
En ese instante divisaron una fina columna de humo que ascendía serpenteante por el horizonte. Algo se estaba quemando. Parecía salir del punto donde se encontraba la casa. Como si pudiera leerle el pensamiento, Jasper dijo:
—Algo está ardiendo. ¡Mierda! Esto no pinta nada bien, Daniel. Espero que no lleguemos demasiado tarde.
—Vuelve a llamar al oficial de guardia. Necesitamos a los bomberos.
Trokic iba tan rápido como se lo permitía la carretera, pero aun así notaba que los neumáticos patinaban sobre superficies de hielo que empezaban a derretirse. Al fin frenaron frente a la entrada de la casa. Alcanzó a entrever la sombra de alguien que atravesaba el jardín y su inquietud fue en aumento. Obedeciendo a un impulso repentino, cogió la carpeta con los dibujos. La historia empezaba a desintegrarse y amenazaba con arrastrarlo todo en su caída.