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Al atravesar la plaza principal de Århus, Trokic observó que la nieve había dado nuevas formas al Dragón de Agua, como lo llamaba la gente. La polémica escultura de la artista Elisabeth Toubro llevaba varios años dando qué pensar y grupos vecinales y municipales que consideraban que profanaba la plaza habían exigido su retirada. Sin embargo, el cálculo de los costes que supondría trasladar la obra le había cerrado la boca a gran parte de los críticos. El comisario, que no tenía ni idea de arte y mucho menos interés por el mismo, se había habituado a aquella escultura rodeada de escándalo y no era partidario de los cambios.

Al intuir unos cabellos negros a través del escaparate de la librería de la plaza, se detuvo. Ver a Sidsel junto al mostrador le hizo sentir una punzada de irritación. Cuando estaba en medio de un caso no quería saber nada de elementos perturbadores en forma de mujeres dislocacerebros, y ya se disponía a pasar de largo a toda prisa cuando la joven salió de la tienda.

—¿Qué, el caso le ha devuelto a la civilización? —le preguntó.

Se guardó en el bolso un paquete con un libro y aprovechó para sacar un par de guantes.

—Me estaba haciendo falta un poco de aire fresco y una comida lejos de la comisaría —explicó él.

Para su propio asombro, de entre sus labios se escapó una invitación:

—¿Le apetece comer conmigo aquí, en el Café Jorden? Así podría hablarme un poco de Mårslet.

—Me encantaría.

La música de fondo era de Incubus Dig, un tema lento y sentido con acompañamiento de guitarra que rebosaba nostalgia y deseo de huir de la soledad, una pieza intensa, una de las pocas canciones sentimentales que de veras le llegaban a las entrañas. Por esa misma razón le recordaba a la última de sus relaciones que se había ido a pique, una atractiva abogada de melenita rubia y grandes ojos verdes que había conocido en los juzgados una calurosa mañana de agosto de vaporosos vientos estivales y que, entre un sinfín de lágrimas, le había dejado por imposible a los tres meses diciéndole, con una poco delicada referencia a Incubus, que no dudaba de su capacidad para albergar sentimientos profundos, pero que al parecer lo que necesitaba era a alguien capaz de desenterrarle de su voluntario aislamiento. Alguien que, se sobrentendía, no era ella. No sin cierto pesar, se vio obligado a renunciar a su agradable compañía, porque estaba dotada de una naturalidad corporal que la llevaba a entregarse con el mayor fervor y apetito. Sin embargo, Trokic no había tardado en darse cuenta de que él no podía darle la complicidad y cercanía que ella buscaba. Antes de salir definitivamente de su casa, la abogada robó el título de un tema de Incubus y, pocos segundos antes del portazo, gritó: «Goodbye. Nice to know you».

Algo había en la mujer que tenía delante que despertaba su curiosidad. No parecía tener pareja, pero nada en ella revelaba la menor reacción cuando estaba con él. Estaba acostumbrado a que las mujeres adquirieran al menos un leve brillo en la mirada o trataran de llamar la atención sobre su feminidad de un modo u otro. Tampoco es que resultase insoportable para su ego que ella no mostrase nada más allá de un mero interés humano, en el fondo hasta lo agradecía, en vista del poco tiempo que había transcurrido desde el asunto con la abogada, pero, aun así… Tal vez hubiera algo que no le había contado. Un amor no correspondido. O quizá no deseara tener un hombre a su lado que la limitara. Era innegable que las relaciones podían llegar a complicar bastante la vida. También cabía la posibilidad, claro, de que le gustaran las mujeres. Homosexual o bisexual. Como se llamara. Espió su rostro a hurtadillas y rozó con la mirada los dos bultos bien formados de su blusa negra de algodón. Siempre podía preguntárselo sin más. Si hubiera sido capaz.

—¿Qué tal la tesina? —prefirió decir.

—Estoy esperando una revelación —contestó ella—, supongo que creo que me va a caer del cielo.

Después le hizo sitio a la camarera, que le traía un gran plato de ensalada. Trokic había pedido un club sándwich.

—¿Cómo le dio por la arqueología marina? ¿No le bastaba con excavar en seco?

—Sí, y quiero seguir haciéndolo de vez en cuando. Las excavaciones locales son muy interesantes. Cada vez que construyen algo nuevo o cavan un poco, aparece algo. Como aquella vez que intentaron plantar unos árboles al lado de Vor Frue Kirke y encontraron la tumba de un niño de dos o tres años que había muerto de raquitismo.

—Y supongo que también en el arroyo.

—Sí, cuando reabrieron el cauce del arroyo también encontraron unos refuerzos antiguos en los laterales y algo semejante a un puerto. Pero lo más emocionante son los hallazgos de la época vikinga. Las casas semienterradas, por ejemplo. Es como si el tiempo se te metiera en el cuerpo. O como si de pronto desapareciese. Te encuentras con la historia a tus pies.

—En cierto modo se podría decir que los dos nos dedicamos a desenterrar el pasado —filosofó el comisario mientras trazaba círculos por el plato con el último trozo de su sándwich.

—Y a buscar pistas —añadió ella con una sonrisa al tiempo que, por primera vez, le miraba con expresión juguetona—. Y hablando de pistas, ¿cómo va la investigación?

—Así, así.

—Es como si la historia se repitiera, ¿no le parece?

—¿A qué se refiere?

—Sí, un niño que aparece muerto en el arroyo.

—Creo que no la sigo del todo.

Sidsel dejó el cuchillo y el tenedor en el plato y se limpió los labios con la servilleta.

—Hace ya mucho tiempo. Encontraron a un niño en el arroyo.

—¿En el Giber?

—Sí.

La joven paseó la mirada por las rojas paredes del local y sus carteles franceses.

—Fue a comienzos de los setenta, creo; no me atrevo a decirlo exactamente. Por lo visto, el niño, al menos según la policía, se había quitado la vida, el pobrecillo. Fue muy trágico. No tendría más de once años, muy pronto para querer acabar con todo. Sorprende un poco. Ocurrió antes de que yo naciera, pero mi madre me lo contó.

—No sabía nada. ¿Quién era el niño?

—No sé cómo se llamaba, un nombre con E.

Trató de hacer memoria con la mirada perdida.

—Ejvind o Eigil, creo. Tengo entendido que al principio lo clasificaron como una muerte en circunstancias sospechosas. Disparó los cotilleos en el pueblo, como ahora. La gente andaba como loca. Recuerdo que mi madre me dijo que acusaron de estar implicados a los padres y después a un hombre joven, fue una auténtica caza de brujas. Pero al final lo archivaron como suicidio y los padres se marcharon del pueblo. He de reconocer que no conozco todos los detalles.

Trokic bebió un sorbito de refresco. Curiosa coincidencia. ¿O no? No solía operar con la palabra coincidencia en casos de asesinato.

Ya se había acabado el sándwich y de repente se sentía inquieto.

—Será mejor que vuelva al despacho. Es muy posible que ese caso no tenga nada que ver con el de ahora, pero voy a tener que investigarlo.