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Al parecer, Jonna Riise estaba corrigiendo tareas de sus alumnos, porque sobre la mesa había un primoroso montoncito de redacciones y ella iba pertrechada de unas gafas de lectura rectangulares y un bolígrafo negro. En el salón, tan arreglado como la última vez, sus dos hijos mayores estaban sentados en el sofá viendo una especie de reality. Lisa supuso que a esas horas la pequeña estaría ya en la cama. Jonna apagó el televisor, pero los dos muchachos no hicieron ademán de abandonar la habitación. Lisa ardía en deseos de volverse a echarle un vistazo al reloj, pero habría resultado muy poco natural, de modo que optó por observar a Jonna para intentar dilucidar si era la niña de la foto. No parecía imposible.

—¿Cómo va la investigación? —les preguntó una vez acomodados en sendas sillas.

—¿No podríamos hablar en privado? —preguntó Lisa.

Habían acordado de antemano que ella llevaría la voz cantante, pues Trokic creía que semejante conversación requería astucia si querían sacarle el máximo partido. Por eso había adoptado una posición más relajada e intentaba mostrarse cordial.

—Mathias y Frederick, ¿queréis hacer el favor de iros a vuestro cuarto? —preguntó la madre.

Los dos chiquillos abandonaron el salón de mala gana con la decepción pintada en la cara.

—Estamos aquí porque hemos sabido que es usted hermana de un niño que murió en circunstancias sospechosas hace muchos años. ¿Es correcto? —la abordó la inspectora.

Si a Jonna Riise le había sorprendido la pregunta, lo disimulaba muy bien.

—Sí, pero de eso hace ya más de treinta años. Y no tuvo nada de sospechoso. Eigil estaba deprimido y se quitó la vida. Aunque, la verdad, no veo que tiene que…

—Cuando dos muertes se parecen en mayor o menor medida, estamos obligados a hacer un seguimiento —la interrumpió la inspectora—. Hemos hablado con un hombre que denunció a sus padres, los consideraba responsables de la muerte de Eigil. ¿Está al tanto de la historia?

—¿Sigue con lo mismo, ese idiota? Gabriel es un tipo de lo menos fiable, no tienen más que ver sus antecedentes.

—Ya lo hemos hecho. Lo único que nos interesa es saber qué opina usted. ¿Sus padres viven en España?

Para asombro de Lisa, la mujer empezó a sollozar y poco después le corrían por las mejillas unos gruesos lagrimones que le dejaron una estela en el maquillaje.

—Sí, cerca de Málaga. Miren, lo he pasado muy mal con lo de Eigil en esta vida y no veo adónde quieren ir a parar con todo esto. Por lo que se refiere a ese demonio de Gabriel, ya ven que sigue viviendo por aquí y no me extrañaría nada que él fuera el culpable de la muerte de Lukas.

—Pero si va con un andador —objetó Trokic.

—¿Que qué?

Jonna Riise echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.

—Ayer le vi a lo lejos en la cooperativa. Sin andador. Fue sin el menor problema hasta su coche, montó y se marchó.

Se produjo un silencio.

—Eso ya lo investigaremos más adelante, por supuesto —admitió el comisario—. Mientras tanto… ¿podría repetirnos qué es lo que hizo la tarde que Lukas desapareció, por favor? Es decir, el jueves 4 de enero entre las dos y las seis.

Las lágrimas dejaron de caer y Jonna se quedó mirando a Trokic con cara de pasmo. Igual que Lisa. ¿Acaso pensaba que ella tenía algo que ver con el crimen?

—No me diga que sospechan de mí. ¿Y no sería mejor que fueran a preguntarle a Gabriel Jensen? Pues entonces tengo suerte de recordar casi todo. Estuve poniendo notas en la sala de profesores del colegio de Mailing hasta las tres y luego fui a casa de mi amiga Christine, que vive en Guldsmedgade. Íbamos a comprar las invitaciones para la confirmación de Frederick. Creo que ya se lo había contado.

—¿La Guldsmedgade de Århus? —preguntó Lisa.

—Sí, claro. Aquí en Mårslet no tenemos ninguna calle con ese nombre.

—¿A qué hora llegó a casa de su amiga?

—Hacia las tres y media. Estoy segura de que ella se lo confirmará porque también acababa de llegar del trabajo. Luego fuimos a tomar un café al Cross Café y después me marché a casa. Llegué a eso de las seis, los niños ya estaban en casa. Más tarde los tres salimos, como ya saben, a buscar a Lukas.

Se recostó en el sofá con una tímida sonrisa de satisfacción en los labios y los observó, primero a uno y luego al otro. A Lisa no le hizo ni pizca de gracia. No le cabía la menor duda de que la amiga, Christiane, confirmaría la coartada, pero había algo en la leve jactancia de aquella mujer que resultaba antinatural. Tenía que preguntarle por el reloj, pero había que hacerlo de un modo que no pareciera forzado. Probó una línea algo más suave.

—¿Van a celebrar una confirmación? Me imagino que conlleva un montón de preparativos.

—Pues sí, y todo al mismo tiempo que intento que el chico no descubra las sorpresas. Por suerte, pasa todas las tardes con Thomas. Aunque claro, eso luego quiere decir que hay que hacerlo todo igual que en casa de Thomas, y es una afición muy cara.

—¿Quién es Thomas?

—Un compañero de clase de Frederick, su mejor amigo. Sus padres son los dos abogados. Tienen una casa inmensa al otro lado del pueblo que les ha costado seis millones —dijo no sin cierto orgullo al pensar que su hijo se movía en un ambiente tan selecto.

—Supongo que son cosas de la edad —comentó Lisa tratando de parecer comprensiva—, a los chicos no les gusta sentirse al margen. Veo que tiene muchos muebles antiguos. ¿Son heredados?

—Sí, la mayoría —contestó Jonna.

—Mis abuelos tenían un reloj como ése. La verdad es que cuando lo vendimos nos dieron un montón de dinero.

Esas palabras le proporcionaron la disculpa perfecta para levantarse a examinar el reloj. Se había grabado en la mente todas sus líneas. El color gris azulado. Las líneas doradas. Los números romanos y los adornos. Cuanto más lo miraba, más se convencía de que era el mismo.

—Puede ser, pero yo, por suerte, no necesito venderlo en este momento. Es un reloj que me dejó mi madre y para mí tiene cierto valor sentimental.

Al sonreír dejó al descubierto buena parte de una encía muy roja. Si ella era la niña de la foto, ¿cómo era posible que se mostrase tan leal hacia sus padres? ¿Los encubriría si volvieran a estar en activo? Lisa buscó los ojos de Trokic en el momento en que se levantaban para marcharse. Tenía la mirada pensativa y eso le recordó el modo en que había preguntado por la coartada. ¿Sería posible que Jonna Riise formara parte de aquella oscuridad?