10
—Es por aquí.
La madre se levantó y los condujo con paso torpe a través de la cocina hasta la habitación más pequeña de la casa. Lisa le había aleccionado de antemano explicándole que no era raro que los pedófilos hicieran regalos a sus elegidos, en ocasiones hasta declaraciones en forma de felicitación de cumpleaños o similares, de modo que si el pequeño conocía a su asesino y el móvil era sexual, podía haber pistas. Había que revisarlo todo escrupulosamente. Para Trokic, sin embargo, lo importante también era hacerse una idea del universo de Lukas. Sólo así podría entender qué había hecho que los caminos del niño y su asesino se cruzaran. Era una vía de acceso indirecta al culpable.
Jytte Mørk los dejó solos y regresó a la cocina, donde la oyó encender primero la campana extractora a escasa potencia y después un cigarrillo. Trokic paseó la mirada por las paredes de color menta.
—Le gustaban los insectos, sí señor —observó Lisa.
Lo más exacto habría sido decir que era una especie de fan.
En la pared de la cama había un enorme póster de un saltamontes amarillo verdoso con un texto en azul: «Langosta migratoria (Locusta migratoria migratorioides), de la familia Acrididae de África. Por lo general son insectos solitarios, aunque en momentos de escasez de alimento pueden llegar a formar gigantescos enjambres de hasta 100 km2. Su velocidad de vuelo se sitúa entre los 15 y los 20 km/h». Sobre la cómoda había una colorida colección de insectos de goma entre los que predominaban las arañas. Trokic sacó un par de libros de la estantería y estudió sus portadas mientras trataba de imaginar lo que había sido el mundo del niño. Guía Gyldendal de los insectos daneses y El mundo de los animales pequeños. No se encontraban en la temporada adecuada, de modo que era difícil que aquella afición, algo particular, tuviera relevancia.
Devolvió los libros a su estante y pasó a inspeccionar con interés una comisaría de policía de Lego que había en el suelo. Parecía sin estrenar porque todo estaba exactamente en su sitio, como si lo hubiese recogido un adulto. Trokic no había tenido demasiadas construcciones de Lego en su niñez. Su madre no podía permitirse comprarle aquellas cajas tan caras, aunque lo cierto era que a él tampoco le llamaban mucho la atención. Sin embargo, aquella comisaría sí que le habría atraído.
—Mira esto —dijo Lisa.
Le mostró una cajita que había cogido del alféizar de la ventana. Contenía una reluciente y solitaria moneda de veinte coronas.
—¿Tal vez la que le había dado su abuela el día antes? —sugirió la inspectora.
—En ese caso, si se le vio cerca de la panadería no fue porque pensara hacer acopio de golosinas —razonó él.
Para concluir, cruzó la habitación y se sentó en la cama para verla desde el otro lado. Sobre la cómoda había un montoncito de ropa recién lavada. Pantalones vaqueros, sudaderas y, en lo alto del montón, tres pares de calcetines. Demasiado pequeños para ser de un muerto. Al lado se veía una fotografía de Lukas con una señora de cierta edad. ¿La abuela? Parecía sacada una Nochebuena, porque el niño llevaba un gorro de Papá Noel. Le brillaban los ojos. Faltaba un diente en la sonrisa que le enviaba al fotógrafo. Con un suspiro cogió el animalito de trapo que había en la cama, a su lado. Una mariquita grande y blanda. Le habían puesto una bufanda azul.
—Lo que más le gustaba eran las mariquitas —recordó la madre, que acababa de aparecer con un cigarrillo en la mano—. Siempre las colaba en casa escondidas en cajas de cerillas y cosas así porque sabía que no me gustaba que tuviese bichos en su cuarto.
Volvía a tener las mejillas húmedas y se las secó con el dorso de la mano.
—Luego las guardaba en un tarro de mermelada durante un día antes de liberarlas. Era capaz de soltar larguísimas peroratas sobre la enorme utilidad de esos animales. ¿Sabían que en Dinamarca hay cerca de cincuenta especies distintas de mariquitas? Me lo contó hace unos meses. Yo no tengo nada en contra de una sola, pero veinte de ellas correteando por todas partes ya es demasiado.
—Hacemos todo lo que podemos —fue lo único que acertó a decir Trokic—. Si recuerdan algo que pueda ser importante para el caso, llámenme.
Sacó una tarjeta y le dio unos golpecitos con el dedo antes de tendérsela a Jytte Mørk.
—Ahí tienen el número, pueden llamar a cualquier hora.