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Trokic estaba en la cocina bregando con la cafetera, un trasto viejo que había entrado en el nuevo milenio prácticamente sin descalcificar y tenía algo atascado que bloqueaba la toma de agua. Con un suspiro, colocó el aparato boca abajo en el fregadero. Era un modelo Braun que por un instante le devolvió a la oficina de Saint Patricks, en Zagreb, donde tenían una exactamente igual, y le hizo oír de nuevo el llanto de los niños y los intentos de los mayores de acallarlos y consolarlos en las habitaciones de atrás. Fue un verano asfixiante y Zagreb se convirtió en una olla a presión. Por un momento, mientras desmontaba el aparato, recordó el hedor a gente hacinada, la impotencia, el ruido enloquecido de los coches que pasaban por la calle que discurría a los pies del edificio gris y el de quienes intentaban enmascararlo con el de las noticias de la televisión o con el de un cantante pop que sonaba en un Ghetto Blaster. Ya habían pasado muchos años y la asociación de ideas parecía fuera de lugar en medio de aquella realidad.

Acababa de lograr poner en marcha la cafetera y el café empezaba a salir en un prometedor chorrillo cuando llamaron a la puerta de su despacho.

—Te traigo al chico que quería hablar contigo —anunció Lisa.

Por detrás de su hombro asomaba un joven de veintitantos años con una nariz enorme en medio de un rostro muy pequeño, una corta melenita rubia y rizada recogida en una coleta y unos pantalones militares. Le tendió la mano y le dio un apretón sin fuerza.

—He encontrado su nota en mi buzón. Me llamo Adam y soy el auxiliar de educador sustituto de la ludoteca. Fui yo quien acompañó a Lukas a la salida el jueves. La verdad es que ya hablé con su gente el viernes por la tarde, pero como después me dejaron un mensaje pensé que sería mejor pasar por comisaría.

—Ahora que ha resultado ser un caso de asesinato, nos vemos obligados a volver a hablar con todo el mundo. Las cosas se ven desde otra óptica —le explicó Trokic.

—Claro. Todos queremos ayudar en lo que podamos.

El comisario le acompañó hasta su despacho, le invitó a tomar asiento y llenó dos tazas. Al fin un café como Dios manda que podía controlar. Le encantaba la sensación que producía la cafeína al extenderse por el cuerpo.

—Háblame de Lukas.

—Era un chico muy majo, no nos daba grandes problemas.

Adam tentó con los labios el borde de la taza y sopló para enfriar el café, que abrasaba.

—Le interesaban muchísimo los insectos, sobre todo las mariquitas. En verano se pasaba cantidad de horas buscando. En invierno jugaba cantidad a la gameboy. Hay cantidad de juegos de insectos, por si no lo sabía.

Cuando por fin tomó un sorbo de café, hizo una mueca.

—¿No tendría un poco de leche?

—Sólo esos…

Trokic empujó unos cubiletes de nata líquida hacia el otro extremo de la mesa. Su invitado cogió uno de ellos y lo examinó con aire receloso antes de decidirse a echarlo en la taza.

—¿No jugaba con los demás niños? —continuó el comisario.

—Sí, si había alguien dispuesto a jugar al fútbol —le explicó el educador—. Era un incondicional del Barcelona. Todo tenía que ser azul o, en último caso, burdeos. La ropa, los zapatos, los accesorios… Una vez hablé del tema con su madre. La tenía loca. Las cosas que le interesaban le entusiasmaban. Aparte de eso, se pasaba casi todo el tiempo con una niña que se llama Julie. Creo que eran vecinos. A mí no me parecía la mejor de las compañías, la verdad… a usted puedo decírselo… siempre estaba encima de él.

—Pero ella es algo mayor, ¿no es cierto? Tiene nueve o diez años, ¿no? ¿Va con los pequeños?

—Sí, aunque va a cuarto curso se le dio un permiso especial para seguir en ese grupo por las tardes.

—¿Por qué crees que no era buena compañía?

—Le aislaba de los demás y esas cosas nunca son buenas, sobre todo en el caso de niños que ya de por sí no son demasiado abiertos. Pero es una intrigante de cuidado y tiene problemas para decir la verdad, si quiere que le dé mi opinión. Desde que decidió convertirle en su muñeco, o como quiera llamarlo, a él le costó hacer nuevos amigos. Se los espantaba apartándole de ellos y portándose como una bruja. Pero son cosas que se ven de vez en cuando y nosotros intentamos resolverlas lo mejor que podemos. Los poníamos en grupos diferentes siempre que era posible y esas cosas.

—¿Y su familia?

—¿A qué se refiere?

—¿Qué impresión tienes de la vida que llevaba en casa?

—Debo admitir que no conozco mucho a sus padres. No hablábamos demasiado con ellos, como él se iba solo todos los días…

—¿Y el día que desapareció?

—Fue un día como otro cualquiera. Todavía arrastrábamos la pereza de las vacaciones y nadie estaba haciendo ninguna actividad especial. Por fin nos habíamos animado a quitar los adornos de Navidad y eso nos llevó la mayor parte de la jornada.

Adam tragó saliva mientras jugueteaba con un pequeño pendiente de oro que llevaba en la oreja izquierda.

—La verdad es que fue un día muy agradable. Pobres padres. ¿Cómo se puede superar una cosa así?

Trokic aguardó a que el joven que tenía al otro lado de la mesa se rehiciera antes de continuar:

—El día de su desaparición… ¿el niño se fue a casa exactamente a la misma hora de siempre?

—Sí, era una hora fija. Las tres y media. Yo mismo le acompañé hasta la carretera y me quedé diciéndole adiós con la mano. ¿Cree que alguien que supiera a qué hora se marchaba podía estar esperándole?

—En estos momentos estamos abiertos a cualquier posibilidad, aunque es importante averiguar si alguien más podía estar al tanto del horario del niño, cosa que no parece improbable. Pero ahora la cuestión es que se le vio al lado de la panadería casi una hora después de que lo mandaras a casa.

—En esos momentos yo seguía en el trabajo, teníamos una reunión más tarde.

—Sí, nos lo ha confirmado la directora del centro. Pero ¿se te ocurre qué pudo hacer Lukas durante esa hora?

—No, la verdad es que no tengo la menor idea.

Adam se inclinó hacia delante y terminó de beberse el café.

—Me he acordado de otra cosa desde que hablé con los otros agentes el viernes. No sé si tendrá algo que ver con el caso, pero creo que debo decírselo.

—¿Sí?

—En la ludoteca hay conejos. Ocho, ahora mismo. Es decir, los niños tienen la posibilidad de tener su propio conejo y dejarlo en el centro.

Trokic se estremeció. No le hacían ni pizca de gracia los conejos. A veces aparecían en sus pesadillas. Centenares de conejos cenicientos de blancos dientes voraces. Un recuerdo de una granja de Croacia.

El joven cogió aire.

—A Lukas también se le asignó uno cuando llegó. Se llamaba Conny, como casi todos los conejos. El caso es que hace algunos meses mataron a Conny. La jaula estaba rota y al animal le habían retorcido el cuello y lo habían estampado contra el suelo. Lo encontré yo una mañana. Era un espectáculo horrible. Lo pasé fatal varios días y lo sentí muchísimo por el niño. Estaba desconsolado.

—¿Se averiguó quién había sido?

—No, y eso que lo denunciamos. Sé que el veterinario pasó por allí a echar un vistazo. No había duda, era obra de una persona. Lo que pasa es que en ese momento no reparamos en que era precisamente el Conny de Lukas y no el de otro niño. Pensamos que había sido una casualidad, pero ahora ya no estoy tan seguro.

—En cualquier caso, me alegro de que te hayas acordado —dijo Trokic.

—Lo más desagradable es que tuvo que ser alguien que sabía dónde estaba la llave de la jaula de los conejos —continuó Adam completamente absorbido por el recuerdo—. Normalmente se queda cerrada y la llave la dejamos colgada debajo del tejado. Para entrar en la ludoteca cuando ya no hay nadie hay que saltar la valla, pero eso no es un problema.

—¿Hace cuánto que guardáis la llave en ese sitio?

—Por lo visto llevaba allí muchos años, así que hay un montón de gente que lo sabía. Pero ahora la hemos metido dentro. Ah, y otra cosa… no sé si será importante. A veces jugaba solo a un juego que se llamaba «a que no me ves». Consistía en seguir a alguien sin que le descubriera.

—Entonces, ¿espiaba a la gente?

—Sí, pero algunas educadoras protestaban cuando las seguía de esa manera. Les parecía siniestro. Por cierto, ¿han hablado con la canguro?

—¿Tenía una? Nadie nos ha dicho nada.

—Bueno, ya no, pero cuando iba a la guardería había una chica que le llevaba todos los días. Hace ya algunos años. Lo sé porque me habló de ella un par de veces. Se llamaba Dorthe y la conozco de vista, es lo que tiene Mårslet. Creo que trabaja en la cafetería del pueblo por las tardes.

Cuando el educador se marchó, Trokic cerró la puerta, encendió el equipo de música y dejó el cerebro en punto muerto. ¿Habría habido alguien persiguiendo a Lukas durante tanto tiempo? ¿El hombre del vídeo? ¿Sería un educador de la guardería que por algún motivo le había cogido ojeriza? ¿O el niño habría visto algo jugando a su juego? De repente reparó en una carpeta que había sobre la mesa. Los resultados de Genética. Revisó los papeles. No habían encontrado ni rastro de ADN que no fuera de Lukas en la muestra tomada durante la autopsia. Leyó el informe con sentimientos encontrados. El ADN habría podido ayudarlos, aunque por otra parte era muy positivo que todo siguiera indicando que el pequeño no había sido violado. Cogió la cazadora de la percha y las llaves del coche de la mesa. Eran casi las dos y la canguro ya debía de haber entrado a trabajar.