¿ADÓNDE VAMOS DESDE AQUÍ?

Después de haber vuelto al buen camino con el transbordador espacial de 1988, ¿adonde vamos desde aquí? Es importante tener bien proyectado nuestro futuro en el espacio porque la empresa es costosa y no podemos fracasar.

Evidentemente, un vuelo tripulado a Marte y sus satélites es un objetivo ideal. Si lo realizamos, exploramos un mundo que no está demasiado lejos y que en ciertos aspectos es parecido a la Tierra. Es más pequeño y más frío pero tiene una tenue atmósfera, un día de veinticuatro horas, y casquetes polares. Y también guarda misterios: lechos secos de ríos que tiempo atrás pudieron estar llenos de agua, volcanes que antaño pudieron escupir lava, un gran cañón que puede revelar una corteza en la antigüedad activa.

Sin embargo, la empresa de enviar seres humanos a Marte y hacerlos volver con vida es tan enorme y parece casi tan imposible que ni Estados Unidos ni la Unión Soviética pueden emprenderla sin un tremendo esfuerzo y un enorme temor por la seguridad de los astronautas. La cosa quizás sería menos peligrosa si Estados Unidos y la Unión Soviética aunasen sus recursos y su experiencia e hicieran del proyecto de ir a Marte un esfuerzo internacional y no nacional. Esto también podría fomentar la cooperación mundial en otros campos, y como los problemas con que nos enfrentamos ahora en la Tierra son de naturaleza internacional y requieren soluciones a escala mundial, esto podría ser un resultado del difícil proyecto todavía más valioso que la propia exploración de Marte.

Pero un viaje a Marte partiendo de la Tierra seria un espectáculo que no se repetiría fácilmente; sería como las excursiones a la Luna de hace quince años, que por muy espectaculares que fuesen parece que no condujeron a nada más profundo y enjundioso.

Para nuestras aventuras espaciales es absolutamente necesario construir una base fuera de la Tierra, una base con menos gravedad y sin una atmósfera engorrosa.

El principio lógico sería una estación espacial más grande y más completa que la que han instalado los rusos en el espacio: una estación que estuviese continuamente habitada por equipos que trabajasen por turnos y adonde fueran transportadas las piezas para construir las nuevas naves del espacio.

Las naves enteras no pueden ser lanzadas desde la Tierra sin la ayuda de grandes cohetes, pero las piezas podrían ser elevadas de manera mucho más barata y segura. Una vez construidas, las naves tendrían que vencer una fuerza de gravedad menor que la de la lejana Tierra y recibirían el impulso inicial de la velocidad de la estación en órbita. Necesitarían menos combustible y podrían transportar una carga útil mucho mayor.

Con una estación espacial como base sería mucho más fácil alcanzar la Luna e instalar en ella una base permanente.

La Luna podría ser entonces como una enorme mina. Pedazos adecuados de su superficie podrían ser lanzados al espacio por medio de «conductores de masa», que empleasen fuerzas electromagnéticas para la propulsión. Esto sería relativamente fácil en la Luna, donde la gravedad en la superficie es sólo un sexto de la que tiene la Tierra. El mineral lunar podría ser fundido en el espacio y obtener de él todos los metales estructurales, así como hormigón, vidrio y tierra.

Con materiales de la Luna podríamos construir estructuras en el espacio: centrales que empleasen la energía solar y la enviasen a la Tierra; fábricas automatizadas que aprovechasen las propiedades especiales del espacio y contribuyesen a eliminar la contaminación industrial de la propia Tierra; colonias que podrían ser tan grandes como para albergar a mil seres humanos en órbita alrededor de la Tierra, en condiciones que imitasen muy bien el medio ambiente al que estamos acostumbrados.

Podría llevarnos la mayor parte del siglo XXI construir y poner en funcionamiento la estación espacial entre la Tierra y la Luna. Pero cuando lo hubiéramos logrado tendríamos al fin una base firme para las operaciones espaciales, muy superior a la misma Tierra.

Los habitantes de las colonias se acostumbrarían al espacio como nunca podrá hacerlo la gente de la Tierra. Se acostumbraría a vivir dentro de un mundo artificial. Se acostumbraría a los cambios de la atracción de la gravedad al moverse en sus pequeños mundos. Darían por supuesta la necesidad de reciclar el aire, el agua y la comida que consumiesen. Cuando un colono entre en una nave espacial se moverá en un mundo más pequeño que aquel al que está acostumbrado, pero sus propiedades le resultarán familiares. Lo que resultaría sumamente extraño para una persona de la Tierra, será el dulce hogar para un colono.

Entonces los colonizadores, mucho mejor preparados psicológicamente para la vida en una nave espacial, estarán también mejor equipados para realizar largos viajes a través del espacio. Serán los fenicios, los vikingos, los polinesios del futuro, y entrarán en el siglo XXII por un mar de espacio mucho más vasto que el de agua surcado por sus predecesores.

Desde estas colonias como base podrán hacerse repetidos viajes a Marte y a sus satélites. Pero esto no será más que el comienzo pues podrán hacerse otros viajes a los asteroides, a los satélites de Júpiter, y en definitiva a todo el sistema solar.

Y más allá están los objetivos del siglo XXIII: las estrellas más cercanas.

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