ENVEJECIMIENTO

A veces el lenguaje científico no concuerda con el lenguaje humano. Si uno tropieza con la expresión «radical libre», es probable que se imagine que se trata de algún extremista que no está en la cárcel. Sin embargo, en química tiene un significado muy diferente.

En terminología química, una molécula está compuesta por más de un átomo. Cada átomo de una molécula está sujeto a otros átomos por un par de electrones. Así, un átomo de carbono puede estar sujeto a cuatro átomos diferentes de hidrógeno por cuatro pares diferentes de electrones. En ciertas circunstancias, un átomo de hidrógeno puede desprenderse, llevándose consigo su electrón. Lo que queda de la molécula original es un átomo de carbono con sólo tres átomos de hidrógeno. Donde debería estar el cuarto átomo de hidrógeno, no hay más que un electrón no sujeto a nada.

El fragmento molecular que contiene este único electrón es un «radical». Este electrón solo es muy activo y tiende a atacar con fuerza a otras moléculas para agarrar un átomo con el que constituir de nuevo una pareja de electrones. Esto ocurre tan rápidamente que un radical, incluso formal, no dura mucho y puede atrapar el átomo que se desprendió, antes de que pueda acabar de marcharse. Pero si un radical puede durar lo suficiente para rondar un poco de un lado a otro y atrapar un átomo de alguna otra molécula, se dice que es, durante su breve existencia, un «radical libre».

Pueden formarse radicales libres dentro de células vivas.

La radiación energética, como los rayos cósmicos, los rayos X o los ultravioletas del Sol puede producirlos. También pueden hacerlo ciertas sustancias químicas. Estos radicales libres pueden durar lo suficiente para dañar moléculas vecinas. Cuando las moléculas dañadas resultan ser proteínas, enzimas o, peor aún, las moléculas del ácido desoxirribonucleico (ADN) que forman los genes, la célula padece. Algunas porciones de la maquinaria celular pueden tener un mal fin.

El cuerpo tiene maneras de prevenir o corregir el daño causado por los radicales libres. Sustancias tales como la vitamina C y la vitamina E pueden desprender fácilmente electrones y, al hacerlo así, satisfacer el apetito de los radicales libres e impedir que causen perjuicio a otras moléculas. El cuerpo también tiene mecanismos correctores que pueden reparar moléculas dañadas por los radicales libres.

Sin embargo, no todos los daños de los radicales libres se pueden evitar o reparar. Esto quiere decir que durante la vida producen y acumulan daños a las células. Con los años aumenta el número de células averiadas, y algunas partes necesarias de la maquinaria del cuerpo se hacen cada vez más defectuosas e ineficaces.

Algunos científicos creen que es este daño acumulado lo que causa la vejez y asegura que todos tengamos que morir al fin incluso sin padecer infecciones ni sufrir accidentes.

Si esto es así, podríamos vivir más tiempo si encontráramos algún medio más poderoso que los que tiene el propio cuerpo para prevenir los daños de los radicales libres. Por ejemplo, hay algunas plantas, como el arbusto creosota, que tienen una vida extraordinariamente larga. Este arbusto contiene una gran cantidad de ácido nordihidroguaiarético (NDGA). Este puede frenar los radicales libres suministrándoles un electrón, y tal vez lo hace con más eficacia que las vitaminas C y E.

Un bioquímico de la Universidad de Louisville, John P. Richie, Jr., ha probado recientemente esta posibilidad dando NDGA a mosquitos hembra. Estos mosquitos suelen vivir 29 días por término medio; pero con NDGA vivieron una media de 45 días, lo cual representa un 50 por ciento más de tiempo. Si produjese un efecto parecido en los seres humanos, podría aumentar nuestra esperanza de vida de 75 a 113 años.

No es probable que nadie trate de alimentar a seres humanos con NDGA, como experimento, pero la observación de Richie parece confirmar la teoría del envejecimiento por los radicales libres. Puede haber otras maneras menos engorrosas de evitar la formación de radicales libres o fomentar su eliminación, de manera que la vida humana pueda alargarse considerablemente.

Pero entonces se plantearía la cuestión de si querríamos hacerlo, aunque pudiésemos.

Una vida más larga de los seres humanos dispararía el ritmo de crecimiento de la población y haría necesario reducir el índice de natalidad aún más de lo que ahora parece aconsejable. Esto significaría que habría menos jóvenes. Los gobiernos, los negocios, toda la maquinaria que rige la sociedad sería conducida durante períodos cada vez más largos por personas cada vez más viejas, y los jóvenes cada vez tendrían que esperar más tiempo para tener oportunidad de ocupar su sitio.

¿Es importante esto?

Probablemente sí. No es sólo que los jóvenes son jóvenes; son nuevos. Cada joven representa una nueva combinación de genes que puede producir un cerebro capaz tal vez de abordar los problemas de una manera nueva y creadora. Una sociedad controlada por ancianos longevos, con una infusión cada vez más lenta de juventud y novedad, podría decaer y volverse estática. De hecho, es muy posible que la muerte del individuo sea necesaria para la salud de la especie. La ventaja de que ustedes y yo pudiésemos salir ganando si viviéramos más, podría suponer la decadencia general de la humanidad.

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