LA PRIMERA CÉLULA
Los científicos están ahora enzarzados en una discusión sobre cómo debió ser la primera célula viva que evolucionó.
Esto no es fácil de decidir, habida cuenta de que la primera célula viva debió empezar a existir hace 3500 millones de años y que no tenemos una máquina del tiempo para volver atrás y observarlo.
Pero podemos deducirlo.
Para empezar, todas las plantas y animales están formadas por células, y cada una de estas células, sean de un ser humano, de una lombriz o de una planta como el diente de león tiene ciertas características. Por ejemplo, dentro de cada célula hay un objeto diminuto, más o menos redondo, separado del resto de la célula, que contiene los cromosomas y otros materiales necesarios para la reproducción celular. Este objeto redondo se llama «núcleo». Todas las células que lo poseen reciben el nombre de «eucarióticas», de unas palabras griegas que significan «núcleo bueno».
Las células de nuestro cuerpo son eucarióticas. También lo son las de los otros animales y las de las plantas, e incluso las de organismos unicelulares, como las amebas. Sin embargo, es muy improbable que la primera célula fuese eucariótica, porque las eucarióticas son muy complicadas y debieron tener predecesoras más simples.
Incluso en la actualidad hay células más simples que no tienen núcleo. Son muy pequeñas, y los materiales necesarios para la reproducción celular están distribuidos en todas ellas. Se puede discutir si la célula no tiene núcleo o toda ella es núcleo. En todo caso, esas células pequeñas sin núcleo distinto son llamadas «procarióticas», que significa «precediendo al núcleo», porque debieron ser las primeras en aparecer, y las eucarióticas debieron de evolucionar partiendo de aquéllas.
Las bacterias son procarióticas. Las más conocidas se dividen en dos grupos. Están las bacterias ordinarias, que no pueden elaborar su propio alimento y deben vivir de materiales orgánicos; y están también las bacterias que tienen clorofila y pueden hacer su propio alimento. A estas últimas a veces se las llama «cianobacterias», de una palabra griega que significa «azul», porque la clorofila les da un color verde azulado.
A las bacterias y a las cianobacterias se les llama en conjunto «eubacterias» (es decir, «bacterias buenas»). Las eubacterias elaboran alimento a la manera de las plantas ordinarias o viven de material orgánico a la manera de los animales ordinarios de modo que parecen organismos naturales.
Hay sin embargo tres grupos de procarióticas que obtienen su energía de una manera muy rara, y que pueden haber existido antes que las eubacterias. Están agrupadas bajo el nombre de «arqueobacterias» (de palabras griegas que significan «bacterias antiguas»).
Los tres grupos son: «halobacterias» («bacterias de la sal»), que prosperan en áreas de grandes concentraciones salinas que matarían a las células de otras clases, y que utilizan la luz del Sol como fuente de energía; «metanógenas» («productoras de metano»), que viven en manantiales cálidos donde no hay oxigeno y convierten el dióxido de carbono en metano, y «eocitas» («células del alba»), que viven en manantiales termales ricos en azufre y producen cambios químicos en los compuestos de azufre.
La cuestión es saber cuál de estos tipos de arqueobacterias fue el primero y cómo dio origen a los otros.
Una manera de responder a esta pregunta es considerar que todas las células, sean eucarióticas, eubacterias o arqueobacterias, contienen ácidos nucleicos. Los ácidos nucleicos están hechos de cadenas de nucleótidos, y es posible identificar qué nucleótidos hay en la cadena. Las especies muy relacionadas tienen ácidos nucleicos con cadenas de nucleótidos muy similares. En realidad, lo que produce la evolución es el lento cambio de naturaleza de la cadena de nucleótidos.
Los científicos pueden hacer cálculos sobre la frecuencia en que se producen los cambios, y estudiando las diferencias en las cadenas pueden juzgar hasta qué punto están relacionadas dos especies y cuánto tiempo hace que pudieron tener un antepasado común. Desde luego, ésta es una técnica difícil.
James A. Lake, de la Universidad de California, Los Angeles, dio a conocer a principios de 1988 los resultados de un nuevo programa computadorizado que analizaba las cadenas de nucleótidos en los «ribosomas» (una partícula de la célula esencial para la producción de proteínas) de varios tipos de células.
Considera que los resultados demuestran que las células más antiguas son las eocitas, y que las primeras células que se formaron hace 3500 millones de años, debían encontrarse en manantiales hirvientes llenos de compuestos de azufre.
Más aún, sus resultados demuestran que los descendientes de estas eocitas se dividieron en dos ramas. De una de ellas descienden las otras procarióticas: las metanógenas, las halobacterias y las eubacterias. De la otra descienden las eucanóticas. En otras palabras, somos descendientes directos de las eocitas, y las procarióticas son nuestras primas lejanas.
Naturalmente, las controversias sobre esta cuestión van a ser acaloradas.