¡CUIDADO CON LAS ERUPCIONES!

Hay un peligro para las vidas de los astronautas que siempre está presente, pero que hasta ahora han tenido la suerte de evitar. Es lo que se llama «erupciones solares». El Sol emite constantemente partículas cargadas en todas direcciones. Esta corriente de partículas cargadas (llamada «viento solar») puede ser mortal si es intensa; pero ordinariamente no lo es. Sin embargo, de vez en cuando una breve pero violenta explosión desgarra alguna parte de la superficie del Sol. Es una erupción solar. Esta erupción produce un chorro temporal pero muy intenso de partículas cargadas hacia el espacio. Si la corriente ordinaria es un viento solar, ésta es un huracán.

Por ejemplo, en agosto de 1972 hubo una fortísima explosión, la más violenta que han observado los astrónomos desde que se controlaron por primera vez estas explosiones hace 130 años. Se produjo un haz de radiaciones intensas. Si unos astronautas protegidos sólo por los trajes espaciales hubiesen sido alcanzados por él, habrían resultado muertos. Por fortuna la explosión tuvo lugar entre los vuelos del Apolo 16 y el Apolo 17, y entonces no había ningún ser humano en el espacio.

Pero la buena suerte no dura siempre, y sería muy útil que pudiésemos encontrar la manera de averiguar cuándo se produjeron estas explosiones en el pasado para ver si podemos observar alguna regularidad que nos permita predecir, al menos aproximadamente, cuándo es probable que se produzca la próxima erupción. Entonces podríamos hacer que los astronautas se mantuviesen a buen recaudo durante aquel período.

Pero ¿podemos mirar atrás en el tiempo para ver cuándo se produjeron las erupciones? Sí, podemos hacerlo. Veamos cómo.

Cuando una fuerte radiación alcanza la atmósfera de la Tierra, parte de aquélla tiene que chocar forzosamente con átomos de nitrógeno, y cuando esto ocurre a veces convierte los átomos de nitrógeno en lo que los científicos llaman «carbono 14». El carbono 14 es una variedad radiactiva de carbono que se desintegra lentamente hasta quedar a la mitad en 5730 años. Aunque se desintegra, siempre se está formando más, de manera que hay un equilibrio y la atmósfera contiene siempre una pequeña cantidad de carbono 14.

Las plantas absorben dióxido de carbono del aire y lo convierten en las moléculas que constituyen el tejido vegetal.

La mayor parte del carbono que utilizan consiste en átomos corrientes y estables, pero también recogen una pequeña cantidad de carbono 14. Por consiguiente, las plantas contienen siempre algún carbono 14.

Pero cuando muere una planta deja de absorber dióxido de carbono, y el carbono 14 que contiene se descompone lentamente, sin ser repuesto. De ahí que el carbono 14 pueda emplearse para determinar la edad de la madera muerta.

Cuanto menor sea el contenido de carbono 14, mayor será el tiempo transcurrido desde que la madera fue parte de una planta viviente.

Es posible estudiar los anillos de los árboles, vivos y muertos, y deducir de ellos un calendario, ya que la forma en todo período dado de años es distintiva y única. Este calendario arbóreo ha sido seguido hacia atrás en más de nueve mil años.

El calendario de anillos arbóreos coincide con el del carbono 14, pues cuanto más vieja, es la madera, según el calendario de los anillos, más bajo es el contenido en carbono 14.

Y ahora viene lo más interesante. El carbono 14 es producido principalmente por los rayos cósmicos y por el viento solar. Ordinariamente, surten efectos regulares. De vez en cuando puede hallarse una supernova lo bastante cerca de la Tierra como para producir una oleada de rayos cósmicos, y de vez en cuando puede ocurrir una erupción de la que resulta una oleada de viento solar.

En cualquier caso, sea a causa de una supernova o de una erupción solar, hay una súbita y pequeña carga de carbono 14 en la atmósfera. La concentración no permanece alta, pues la aportación cesa rápidamente al calmarse la supernova o la erupción solar. Entonces se reduce la cantidad en la atmósfera. Sin embargo, mientras la concentración de carbono 14 es alta, las plantas lo absorben, concentrándole en sus tejidos.

La diferencia entre los dos efectos es que la explosión de una supernova sólo tiene lugar una vez cada varios siglos y generalmente es tan observable que sabemos cuándo ocurrió. En cambio la erupción solar se produce con mucha más frecuencia, aunque no fue observada hasta hace pocos años.

Si se analizan cuidadosamente los anillos de un árbol para conocer su contenido en carbono 14, puede suceder que un anillo lo tenga un poco alto, y puede determinarse el año en que se produjo esta elevación. Si aquel año no estalló ninguna supernova, no cabrá la menor duda de que en él tuvo lugar una importante erupción solar.

Los anillos de los árboles son particularmente útiles en Arizona, donde el clima seco conserva durante mucho tiempo la madera. Unos científicos, bajo la dirección de Paul E. Damon, de la Universidad de Arizona, están poniendo en marcha un proyecto de análisis de anillos de árboles en busca de carbono 14. Tal vez este trabajo permita determinar una serie de «años de erupciones», y quizá podrán relacionarse con el ciclo de las manchas solares. Entonces podríamos proteger mejor a los astronautas.

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