LA MOLÉCULA MÁS GRANDE
Cuando en 1986 los científicos tuvieron ocasión de observar el acercamiento del cometa Halley (que se produce cada setenta y seis años), por medio de sondas espaciales, mejoró mucho nuestro conocimiento de la composición del cometa y de su verdadero aspecto. Una de las cosas que descubrieron las sondas puede ayudar realmente a resolver uno de los enigmas sobre cómo empezó la vida en la Tierra.
Como sabemos, el átomo de carbono es esencial para la vida. El tejido vivo está hecho de grandes y complicadas moléculas (es decir, combinaciones de átomos) que contienen carbono, tales como las de las proteínas y los ácidos nucleicos.
Siempre se ha supuesto que la Tierra, en sus primeras fases, contenía sólo moléculas muy sencillas con carbono, tales como el metano (un átomo de carbono y cuatro de hidrógeno) y el dióxido de carbono (un átomo de carbono y dos de oxígeno). El problema ha sido averiguar cómo se formaron las grandes y complejas moléculas ahora existentes con aquéllas tan sencillas del principio. Y aún no se ha encontrado una solución completamente satisfactoria.
Pero ¿sabemos con seguridad cuáles fueron los primeros materiales? La Tierra (junto con el Sol y todos los demás planetas) se formó, hace unos 4600 millones de años, a partir de una gran nube de polvo, y no sabemos a ciencia cierta en qué consistía aquella nube. Como máximo, los científicos están seguros de que había en ella hidrógeno y helio, pues de esto están compuestos el Sol y los planetas gigantes. Pero también debía contener pequeñas cantidades de átomos de carbono, o no habría existido la vida en la Tierra. Ahora bien, ¿en qué forma existían aquellos átomos de carbono?
Hay muchas nubes de polvo en el espacio, algunas de ellas en el proceso de formación de estrellas. ¿De qué materiales están compuestas estas nubes?
No hubo esperanza de tener respuesta a esta pregunta hasta hace un cuarto de siglo, cuando se perfeccionaron los radiotelescopios. Cada tipo de molécula emite ondas de radio de determinadas longitudes de onda. Estas actúan como una especie de huellas dactilares que pueden detectarse por medio de los radiotelescopios.
Los átomos están tan dispersos en el espacio entre los astros, e incluso en las nubes de gas, que los astrónomos creían que las colisiones serían muy raras. Pensaban por tanto que todas las moléculas que hubiese allí se compondrían de dos átomos como máximo. Pero en 1968, y para su gran asombro, descubrieron, gracias a las ondas de radio, señales de la presencia de moléculas de agua (compuestas de tres átomos) y de amoníaco (compuestas de cuatro átomos).
De hecho, ahora han descubierto decenas de moléculas diferentes en las nubes de gas, algunas de ellas demasiado inestables para existir en la Tierra. Algunas de estas moléculas se componen nada menos que de trece átomos. Aún sigue siendo objeto de debate el saber cómo pudieron juntarse todos estos átomos, estando tan dispersos.
Una cuestión importante es que toda molécula de más de cuatro átomos contiene uno o más de carbono. En el espacio, como en nuestros cuerpos, las moléculas complicadas están compuestas de átomos de carbono.
Pero ¿no podría haber en las nubes de polvo moléculas con carbono todavía más complicadas que las que hemos descubierto hasta ahora? Parece muy probable. Cuanto más complicada es una molécula, más rara es y más difícil resultaría detectarla. Las verdaderamente complicadas aún no habrían sido detectadas. En realidad puede que nunca lo sean pues las nubes de gas están muy lejos. Pero algo más próximo podría darnos una clave.
Cuando nuestra propia nube de gas formó el sistema solar, todos los objetos resultantes contenían toda clase de moléculas complejas que habían estado presentes en la nube. Pero tales moléculas habrían sido rotas por el calor y otros factores en el curso de la formación de cuerpos grandes.
Sin embargo, en las cercanías de la nube, la mayor parte de la materia debió agruparse en miles de millones de pequeños fragmentos de material congelado en cuerpos de sólo unos pocos kilómetros de diámetro. En objetos tan pequeños, y a tantos miles de millones de kilómetros del Sol en formación, las moléculas complejas podían conservarse indefinidamente.
En ocasiones, uno de estos fragmentos lejanos de materia penetra en el sistema solar interior, y el calor del Sol evapora partes de él. Entonces se hace visible como un cometa.
Por esta razón el polvo y los gases que rodean a un cometa al pasar por nuestra proximidad pueden contener moléculas interesantes. Las sondas, sobre todo la europea llamada Giotto, que fue la que pasó más cerca del cometa Halley, dieron pruebas de ello.
Walter E. Huebner, del Laboratorio Nacional de Los Álamos, Nuevo México, ha informado que Giotto detectó en el cometa Halley un «polímero», una combinación de moléculas de formaldehído (hace tiempo que se sabe que existen en el espacio) en una cadena infinitamente larga. Tales cadenas contribuyen a explicar la sorprendente oscuridad de la superficie del cometa, y pueden haber existido en la nube de polvo de la que se formó originalmente aquel cometa (y la Tierra).
Entonces, ¿no es posible que al formarse la Tierra algunas moléculas complejas se librasen de la destrucción y persistieran en lugares aislados? Si realmente fuese así, la vida no habría tenido que empezar a formarse necesariamente de simples compuestos de carbono, desde el mismísimo comienzo sino que pudo haber recibido un fuerte impulso. Algunas de las moléculas complejas necesarias para la vida pudieron existir ya en la nube de polvo en los tiempos de formación de la Tierra. En tal caso esto podría hacer más comprensible el proceso de los orígenes de la vida.