LAS ERAS GLACIALES Y EL EFECTO MESETA
Uno de los eternos misterios de la historia de la Tierra es saber lo que produjo las eras glaciales, las idas y venidas de los grandes glaciares. En la primavera de 1989, William P. Ruddiman, de la Universidad de Columbia, y John E. Kutzbach, de la Universidad de Wisconsin, ofrecieron una posible solución del misterio.
En fecha tan lejana como 1920, un físico yugoslavo, Milutin Milankovich, expuso los hechos astronómicos del caso. La órbita de la Tierra cambia ligeramente en ciclos. Hay lentos aumentos y disminuciones en la inclinación del eje, en el grado en que la órbita de la Tierra no es del todo circular, en la posición del perihelio (máxima aproximación al Sol) de la Tierra, etcétera. El resultado de todas estas variaciones es un lento y ligero aumento y disminución de la cantidad de radiación que recibimos del Sol en un ciclo que dura unos 40 000 años. Dicho en otras palabras, cada 40 000 años la Tierra sufre una escasez de radiación que dura 10 000 años. La temperatura media baja un poco y se produce un «Gran Invierno».
Durante este Gran Invierno, los veranos, anormalmente fríos, no pueden fundir toda la nieve del invierno. Esta se acumula de año en año y los glaciares avanzan. Cuando pasa el Gran Invierno, los glaciares se retiran de nuevo.
Esto tiene su lógica, y el cuidadoso estudio de fósiles antiguos indica que realmente puede haber existido aquel ciclo de temperatura. Pero en tal caso hubiese debido existir durante miles de millones de años, y sin embargo las eras glaciales sólo han aparecido y desaparecido durante el último millón de años más o menos. Antes existió un período de al menos 250 millones de años en el que no hubo eras glaciales.
Parece que el Gran Invierno no es ordinariamente lo suficiente frío como para provocar una era glaciar. En los dos últimos millones de años, algo debió cambiar en la Tierra para hacer que los períodos fríos fuesen más eficaces. Los cambios no pudieron ser astronómicos sino que tuvieron que afectar a la Tierra misma. Las sospechas recaen sobre el lento movimiento de las placas tectónicas que constituyen la corteza terrestre, y en el consiguiente desplazamiento de los continentes.
En 1953, dos geólogos de la Universidad de Columbia, Maurice Ewing y William E. Donn, observaron que los continentes cambiantes debieron de cercar el Polo Norte hace sólo un par de millones de años, dejando el océano Ártico en el centro. El océano Ártico era una fuente de humedad, y nevó sobre vastas extensiones de Canadá y de Siberia. La nieve no se funde tan rápidamente en la superficie de la tierra como en la del agua. Por consiguiente, si son superficies de tierra las que rodean el Polo Norte, en vez del mar abierto, la nieve se acumula más fácilmente. Por esto las bajas temperaturas del Gran Invierno sólo produjeron las eras glaciales en el Hemisferio Norte, después de que los continentes quedasen colocados en su posición actual.
Pero Ruddiman y Kutzbach tienen ahora una teoría alternativa que resulta especialmente atractiva a los geólogos. Señalan que como resultado del movimiento de las placas, la masa de tierra a la que llamamos India, y que al principio era una gran isla, se acercó poco a poco al borde meridional del continente asiático. Al establecer el contacto, la tierra se arrugó y elevó, formando la alta cordillera del Himalaya y la meseta tibetana.
De manera parecida, el continente norteamericano se movió hacia el oeste en el Pacífico, y las fuerzas de fricción arrugaron sus regiones occidentales y formaron la cadena de las Montañas Rocosas.
En los últimos 20 millones de años, parte del oeste de América del Norte se ha alzado un kilómetro y medio, y parte de la regiones del Himalaya se han elevado hasta cerca de cinco kilómetros.
Antes de estos cambios particulares, las masas de tierra del Hemisferio Norte eran relativamente planas, y los vientos podían circular con pocos obstáculos de oeste a este, alrededor del mundo.
Ruddiman y Kutzbach elaboraron unas simulaciones, por ordenador, del rumbo que seguiría el viento al elevarse en mesetas y cordilleras en regiones de Asia central y de América del Norte. Descubrieron que debido a la elevación de aquellas regiones, los vientos tendían a desviarse más que antes hacia el norte. Como resultado de aquellas desviaciones, las masas de aire se enfriaban y causaban temperaturas más bajas en las regiones al nordeste de las Rocosas y al norte del Himalaya.
Al bajar las temperaturas disminuía la cantidad de nieve que se fundía en verano, y el Gran Invierno atacaba con más fuerza. Por fin, en los dos últimos millones de años, las mesetas y las montañas se habían elevado considerablemente y la desviación del viento había sido lo suficiente pronunciada como para producir un efecto de enfriamiento que en el Hemisferio Norte había dado lugar a una era glacial durante el Gran Invierno.
Si es así, cabe esperar futuras y periódicas eras glaciales hasta que las Rocosas y el Himalaya se hayan desgastado lo suficientemente como para perder eficacia como desviadoras del viento. A menos, claro está, que el «efecto invernadero» producido por el hombre ponga fin a las eras glaciales y ocasione otras catástrofes de distinto tipo.