LA GRAN GRIETA
El terremoto más fuerte de la historia de Estados Unidos se produjo el 7 de febrero de 1812, no en California sino en el río Mississippi, cerca de donde ahora está New Madrid, Missouri. Destruyó seis millones de áreas de bosque, cambió el curso del Mississippi en varios lugares, secó algunos pantanos y dio lugar a la formación de algunos lagos. El temblor se sintió en lugares tan lejanos como Boston.
Pero a la sazón era un territorio muy poco poblado, y al parecer no hubo ningún muerto y virtualmente no se produjeron daños en la propiedad privada, por lo que pronto se olvidó.
En comparación con éste, el terremoto de San Francisco de 1906 fue una minucia, pero afectó a una ciudad. Mató a quinientas personas y causó daños materiales por valor de unos 60 millones de dólares, tanto directamente como a través del fuego que siguió al terremoto. Esto hizo que el terremoto de 1906 fuese el más famoso y terrible de nuestra historia.
El límite entre la placa del Pacífico y la de América del Norte es una gran grieta de la corteza que atraviesa California Occidental, desde San Francisco hasta Los Ángeles, y que recibe el nombre de «falla de San Andrés». La placa del Pacífico gira lentamente en dirección contraria a la de las agujas del reloj, de modo que el borde oeste de California se mueve hacia el norte, en relación con el resto del estado.
Si la falla fuese suave, el borde occidental de California sólo se deslizaría hacia el norte unos centímetros cada año y el movimiento sería casi imperceptible, salvo para los instrumentos científicos de medición muy perfeccionados, y desde luego no inquietaría a nadie. Pero no es así.
Los bordes de las dos placas se mantienen juntos bajo una fortísima presión a lo largo de una línea rocosa muy irregular.
La fricción de un borde contra el otro es enorme, y los dos son mantenidos en su sitio aunque la placa del Pacífico ejerce una fuerza creciente para girar. (Es como cuando se intenta abrir la tapa de un tarro que ha sido enroscada con demasiada fuerza. Cada vez ejercemos mayor presión para desenroscarla, hasta que al fin vencemos la fricción y la tapa gira de repente.)
De manera parecida, el giro inexorable de la placa del Pacífico ejerce cada vez más presión sobre la falla de San Andrés, hasta que ésta cede de pronto y se mueve en algún lugar. En 1906, la falla de San Andrés, en la región próxima a San Francisco, se movió seis metros en sólo unos pocos minutos. Al chocar un borde irregular contra el otro, la sacudida produce las enormes vibraciones que llamamos terremotos.
Ningún otro tipo de catástrofe natural, salvo el impacto de un gran meteorito, puede matar y destruir tanto en tan poco tiempo como las vibraciones del borde de una placa al empujar de pronto hacia delante.
En cuanto cesa el súbito movimiento se reduce la presión sobre la falla. Después aumenta de nuevo lentamente, pero pueden pasar muchos decenios antes de que pueda acumularse hasta el punto de causar otro importante temblor de tierra.
Pero aunque los grandes terremotos no son frecuentes, a menudo se producen pequeños reajustes en lugares diferentes a lo largo de las fallas. (La de San Andrés es sólo una entre muchas, aunque la más famosa.) Como consecuencia de estos pequeños reajustes, se producen frecuentes temblores de tierra de poca intensidad que no causan muchos daños y que incluso son beneficiosos porque alivian algo la presión y retrasan la inevitable aparición del terremoto importante.
Naturalmente, los científicos quieren saber mucho más sobre los movimientos de las fallas para poder predecir los terremotos y hacer que la gente evacue la zona o proteja sus propiedades.
Por ejemplo, la falla de San Andrés, en sus continuos y pequeños reajustes, debería emitir cierta cantidad de energía convertida en calor por la fricción y lanzarla al medio ambiente. Durante veinte años, los científicos han estado midiendo el calor emitido por la falla y han descubierto que siempre oscila entre el 10 y el 20 por ciento de lo que esperaban.
Desde luego los científicos han medido el calor expulsado en o cerca de la superficie de la Tierra, y es posible que la mayor parte del calor se emita a dos o tres kilómetros por debajo de la superficie porque la gran grieta es profunda. Por esta razón, a finales de 1986 dos científicos empezaron a excavar un orificio de más de cinco kilómetros de profundidad a poco más de tres kilómetros de distancia de la falla, en una región situada al nordeste de Los Ángeles.
Podría suceder que el calor medido por los instrumentos en el fondo fuese tan elevado como creen los científicos que debería ser. Entonces se plantearía la cuestión de por qué es tan bajo el calor cerca de la superficie. O podría resultar que el calor medido en el fondo fuese tan bajo como el que se mide cerca de la superficie. En este caso la cuestión consistiría en saber por qué se produce tan poco calor y por qué, con tan poca energía, puede provocar la falla de San Andrés unos terremotos tan impresionantes. Sea como fuere, lo más probable es que aprendamos más sobre los terremotos y que estemos mejor informados para predecirlos.