NUESTRO RELOJ BIOLÓGICO

A Principios de 1989, una joven llamada Stefania Follini permaneció voluntariamente cuatro meses bajo tierra. Estaba en un módulo de plexiglás de seis metros de largo por tres y medio de ancho, aproximadamente las dimensiones de un confortable cuarto de estar. Esta vivienda se hallaba a nueve metros debajo del suelo, en un lugar próximo a Carlsbad, Nuevo México. No había luz solar, ni reloj, ni manera de saber la hora. Ella hacía sola su trabajo, en condiciones cómodas pero donde no existía el tiempo.

La cuestión era: ¿Cómo influiría todo esto en su «reloj biológico», en su sentido innato del tiempo? La respuesta era que el reloj biológico se estropeaba durante un período prolongado sin indicaciones externas.

Todos y cada uno de nosotros tenemos un reloj biológico: un reloj que mantiene las funciones de nuestro cuerpo adaptadas a diversos ritmos. En una palabra, todos tenemos un ritmo natural.

Cuando es la hora de comer, tenemos hambre. Cuando se acerca la hora de dormir, tenemos sueño. No necesitamos mirar el reloj para saber si es la hora de comer o de dormir.

Nos despertamos más o menos a la hora adecuada por la mañana, aunque aún no haya amanecido. (Como nota personal, confieso que soy madrugador; me despierto a las 5 de la mañana, en invierno y en verano, tanto si el día está sereno, nublado o si aún es de noche, y prácticamente nunca me retraso más de unos pocos minutos aunque ni siquiera tengo despertador.)

Está claro que el ritmo que determina nuestro sueño y nuestro despertar se rige más o menos por el Sol. La mayoría de nuestros ritmos más conocidos tiene altibajos que se repiten diariamente. Son los «ritmos circadianos» (de unas palabras latinas que significan «alrededor de un día»).

Hay también ritmos mensuales para diversas formas de vida en la costa, al subir o bajar más las mareas, de acuerdo con las posiciones relativas de la Luna y del Sol. Hay ritmos anuales que determinan fenómenos tales como la migración de las aves y de otros animales al cambiar las estaciones.

Indudablemente, los seres humanos también tenemos ritmos largos de esta clase, pero el ritmo diario es el más perceptible.

Y no es sólo el ritmo de comer y de dormir el que fluctúa diariamente. También lo hacen el humor y las actitudes. Si uno se despierta a las 3 de la madrugada y considera un problema particular, puede parecerle que las dificultades son insuperables. El mismo problema, considerado a las 11 de la mañana, parece bastante trivial. El problema no ha cambiado.

Sólo ha cambiado el humor.

Desde el punto de vista médico, los ritmos circadianos pueden ser fundamentales. La reacción de una persona a las drogas o el tipo de respuesta alérgica varían según un ritmo circadiano, y hay médicos que empiezan a tenerlo en consideración al prescribir medicamentos. Más aún, el ritmo no es necesariamente el mismo en todo el mundo. Hay «personas de mañana» y «personas de noche».

Todo lo que trastorna el ritmo puede reducir considerablemente la eficacia. Por ejemplo, las personas que tienen que cambiar a turnos de noche pueden tener dificultad en reaccionar con eficacia en casos de emergencia. A las once de la mañana tienen que hacer frente a los problemas, con un cuerpo de las tres de la madrugada.

Los largos viajes rápidos, hacia el este o el oeste, hacen que uno llegue a una hora local muy diferente de aquella a la que partió, y de nuevo pierde el ritmo; esto es lo que llamamos jetlag. Se aconseja a los viajeros que esperen un poco, que se acostumbren al nuevo ritmo, antes de tomar decisiones importantes.

Entonces, ¿qué le ocurrió al reloj biológico de la señorita Follini durante aquel período de cuatro meses sin tiempo, sin indicaciones externas que le ayudasen a conservar el ritmo? Su sentido del tiempo se descompuso totalmente. Cayó en un ritmo con altibajos, y sólo con la mitad de la rapidez normal.

Trabajaba durante treinta horas seguidas. Dormía de veintidós a veinticuatro horas. Alargó los intervalos entre las comidas y perdió ocho kilos. Su período menstrual (de un ritmo más o menos mensual) se interrumpió del todo. La joven acabó pensando que había estado dos meses bajo tierra, no cuatro, y cuando salió en mayo creía que estaba a mediados de marzo.

Todo el estudio sobre los relojes biológicos es importante desde el punto de vista teórico, pero también tiene sus aspectos prácticos.

Mientras estemos aquí, en la superficie de la Tierra, podemos confiar en estímulos exteriores. Pero llegará un tiempo en que estaremos en el espacio. En la Luna, el «día» dura dos semanas, y la «noche» lo mismo. En una instalación espacial rotatoria, el «día» y la «noche» pueden durar dos minutos cada uno. En una colonia subterránea en la Tierra o en una colonia sin ventanas en el espacio, podría no haber «día» ni «noche» en absoluto.

Entonces en todas estas circunstancias, sería necesario establecer una alternancia artificial de día y noche que durase un período de veinticuatro horas. A fin de cuentas, nuestros cuerpos han evolucionado durante un tiempo incalculable para seguir este ritmo, y deberíamos respetarlo.

Fronteras
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Introduccion.xhtml
I.xhtml
Capitulo1.xhtml
Capitulo2.xhtml
Capitulo3.xhtml
Capitulo4.xhtml
Capitulo5.xhtml
Capitulo6.xhtml
Capitulo7.xhtml
Capitulo8.xhtml
Capitulo9.xhtml
Capitulo10.xhtml
II.xhtml
Capitulo11.xhtml
Capitulo12.xhtml
Capitulo13.xhtml
Capitulo14.xhtml
Capitulo15.xhtml
Capitulo16.xhtml
Capitulo17.xhtml
Capitulo18.xhtml
Capitulo19.xhtml
Capitulo20.xhtml
Capitulo21.xhtml
Capitulo22.xhtml
Capitulo23.xhtml
Capitulo24.xhtml
Capitulo25.xhtml
Capitulo26.xhtml
Capitulo27.xhtml
Capitulo28.xhtml
Capitulo29.xhtml
Capitulo30.xhtml
Capitulo31.xhtml
Capitulo32.xhtml
Capitulo33.xhtml
Capitulo34.xhtml
Capitulo35.xhtml
Capitulo36.xhtml
III.xhtml
Capitulo37.xhtml
Capitulo38.xhtml
Capitulo39.xhtml
Capitulo40.xhtml
Capitulo41.xhtml
Capitulo42.xhtml
Capitulo43.xhtml
Capitulo44.xhtml
Capitulo45.xhtml
Capitulo46.xhtml
Capitulo47.xhtml
Capitulo48.xhtml
Capitulo49.xhtml
Capitulo50.xhtml
Capitulo51.xhtml
Capitulo52.xhtml
Capitulo53.xhtml
Capitulo54.xhtml
Capitulo55.xhtml
Capitulo56.xhtml
Capitulo57.xhtml
Capitulo58.xhtml
Capitulo59.xhtml
Capitulo60.xhtml
Capitulo61.xhtml
Capitulo62.xhtml
Capitulo63.xhtml
Capitulo64.xhtml
Capitulo65.xhtml
Capitulo66.xhtml
IV.xhtml
Capitulo67.xhtml
Capitulo68.xhtml
Capitulo69.xhtml
Capitulo70.xhtml
Capitulo71.xhtml
Capitulo72.xhtml
Capitulo73.xhtml
Capitulo74.xhtml
Capitulo75.xhtml
Capitulo76.xhtml
Capitulo77.xhtml
Capitulo78.xhtml
Capitulo79.xhtml
Capitulo80.xhtml
Capitulo81.xhtml
Capitulo82.xhtml
Capitulo83.xhtml
Capitulo84.xhtml
Capitulo85.xhtml
Capitulo86.xhtml
Capitulo87.xhtml
Capitulo88.xhtml
Capitulo89.xhtml
Capitulo90.xhtml
Capitulo91.xhtml
Capitulo92.xhtml
Capitulo93.xhtml
Capitulo94.xhtml
Capitulo95.xhtml
Capitulo96.xhtml
Capitulo97.xhtml
V.xhtml
Capitulo98.xhtml
Capitulo99.xhtml
Capitulo100.xhtml
Capitulo101.xhtml
Capitulo102.xhtml
Capitulo103.xhtml
Capitulo104.xhtml
Capitulo105.xhtml
Capitulo106.xhtml
Capitulo107.xhtml
Capitulo108.xhtml
Capitulo109.xhtml
Capitulo110.xhtml
Capitulo111.xhtml
Capitulo112.xhtml
Capitulo113.xhtml
Capitulo114.xhtml
Capitulo115.xhtml
Capitulo116.xhtml
Capitulo117.xhtml
Capitulo118.xhtml
Capitulo119.xhtml
Capitulo120.xhtml
Capitulo121.xhtml
Capitulo122.xhtml
autor.xhtml