LAS NUBES DE POLVO INVISIBLES

No todo lo que hay en el universo puede verse; por tanto, los astrónomos se congratulan de cualquier cosa que haga visible lo invisible. En febrero de 1987, una supernova, a 150 000 años luz de nosotros, iluminó todo el espacio situado entre ella y nuestros instrumentos, y nos ofreció alguna información interesante.

Para ser visible, tanto para nuestros ojos como para los instrumentos especiales, un objeto tiene que emitir radiación.

Por ejemplo las estrellas la emiten, al igual que los objetos lejanos constituidos por estrellas, como las galaxias y los quásares. Incluso las nubes de polvo pueden ser visibles si contienen estrellas. La luz de éstas es reflejada y difundida por el polvo circundante, brindándonos una información útil.

Pero hay nubes de polvo en el espacio que no están cerca de estrellas y que por tanto son frías y oscuras. En ocasiones vemos «nebulosas oscuras» próximas, porque tapan las estrellas que hay detrás de ellas. Entonces aparecen como formas oscuras dentro de las cuales no se ven estrellas, pero que están perfiladas en todos lados por un fuerte resplandor. Otras nubes oscuras de nuestra galaxia pueden ser demasiado tenues para ser vistas de esta manera o estar demasiado lejos para poder ser captadas con facilidad. Estas oscuras nubes de polvo y gas tienen un gran interés para los astrónomos.

En primer lugar, son la materia prima a partir de la que se forman las nuevas estrellas. De vez en cuando estas nubes se condensan y calientan hasta que arden con fuego nuclear y se convierten en una estrella joven. Hace casi 5000 millones de años, una nube de ésas, al condensarse, formó nuestro sistema solar. Y el proceso ha continuado desde entonces.

Actualmente observamos que lo mismo ocurre en algunas nubes próximas, tales como la Nebulosa de Orión, que ahora brilla intensamente debido a las jóvenes estrellas que ya se han formado en ella.

En segundo lugar, en algunas nubes oscuras, donde todavía no se están formando estrellas, los átomos se unen entre ellos formando docenas de combinaciones diferentes. Cada combinación diferente emite ondas de radio únicas gracias a las cuales podemos identificarla. Algunas pueden darnos una idea de lo complejas que pueden llegar a ser las moléculas formadas por los átomos, y de esta manera nos ayudan a reflexionar sobre cómo pudo iniciarse la vida en la Tierra. Para llevar a cabo estas observaciones, necesitamos nubes que estén lo bastante cerca y que sean lo suficientemente densas.

Pero tiene que haber muchas nubes negras en nuestra galaxia que simplemente están demasiado lejos o son demasiado tenues (o ambas cosas) para ser observadas y estudiadas, a menos que podamos, de algún modo, iluminarlas con un reflector muy brillante. Este reflector apareció, al menos en una determinada dirección, cuando estalló la supernova de la Gran Nube de Magallanes.

La luz, al venir hacia nosotros a través de un espacio de 150 000 años luz (1,4 trillones de kilómetros), atravesó finas nubes de materia que estaban dentro de la Gran Nube de Magallanes; después otras nubes que estaban entre aquélla y nuestra galaxia, y por último otras nubes de dentro de ésta. Al pasar la luz de la supernova a través de cada una de estas nubes, parte de ella era absorbida, y los astrónomos pudieron deducir muchísimas cosas acerca de la naturaleza de la absorción.

Calcularon por ejemplo que al viajar la luz de la supernova hacia nosotros durante años luz, pasó a través de doce nubes de la Gran Nube de Magallanes; después, veintidós nubes del espacio intergaláctico situadas entre aquélla y nuestra galaxia, y luego otras seis en esta última. En conjunto, cuarenta nubes que habían sido invisibles para nosotros hasta que estalló la supernova.

De la naturaleza de la luz absorbida, los astrónomos también pudieron deducir que la galaxia de la Vía Láctea (al menos la parte de ella por la que viajó la luz) es muy polvorienta, y que las nubes se componen tanto de gas como de polvo. La Gran Nube de Magallanes contiene menos polvo que nuestra galaxia (pero tiene sólo una décima parte del número de estrellas de nuestra galaxia, y están distribuidas a mayores distancias entre sí). El espacio intergaláctico entre nuestra galaxia y la nube no parece polvoriento en absoluto, de manera que sus nubes se componen total o parcialmente de gas.

Hasta ahora los astrónomos sólo han descubierto nubes en las diversas galaxias, sobre todo, y como es natural, en la nuestra, aunque en otras se pudieron ver zonas oscuras. Virtualmente no tienen ningún conocimiento acerca de nubes de materia entre las galaxias.

Se considera que la Gran Nube de Magallanes, por ser una galaxia pequeña más próxima a nuestra Vía Láctea que cualquier otra, ejerce una considerable atracción gravitatoria sobre nosotros, y que por supuesto nosotros la ejercemos sobre ella.

Esto sería así sobre todo si la nube hubiese estado más cerca de nosotros en el pasado y hubiese rozado el borde de nuestra galaxia. En tal caso, la atracción gravitatoria recíproca, aunque no es lo bastante fuerte para alterar mucho las estrellas individuales o las partículas de polvo, habría podido arrancar grandes cantidades de átomos individuales y dar lugar a una serie de nubes de gas entre las dos galaxias.

Partes de estas nubes de gas intergalácticas son sorprendentemente cálidas, y algunas de ellas contienen también el elemento químico litio, que es generalmente raro. Ambos factores reclaman una explicación, y a los astrónomos, como a todos nosotros, les encanta el misterio.

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