LA APROXIMACIÓN DE UN ASTEROIDE

El 23 de marzo de 1989 algo se acercó a la Tierra. Un pequeño asteroide de un kilómetro y medio aproximadamente de diámetro pasó zumbando a una distancia de unos 850 000 kilómetros, más o menos el doble de la que hay de la Tierra a la Luna. Desde luego parece una distancia bastante segura, aunque ya dicen que «es lo mismo fallar por poco que por un kilómetro».

Sin embargo esta roca sigue una órbita que casi cruza la de la Tierra, y a intervalos (intervalos muy largos), tanto la Tierra como el asteroide llegan al punto de cruce al mismo tiempo, haciendo que aquél se acerque a nosotros.

Podríamos argüir que 850 000 kilómetros, o posiblemente un poco menos, es lo máximo que puede acercarse si las órbitas son inmutables; pero no lo son. La Tierra es un cuerpo macizo y su órbita es muy estable, pero el asteroide es muy pequeño en comparación con aquélla y está sujeto a la atracción de la Tierra, de la Luna, de Marte y de Venus al moverse, de manera que su órbita varía constantemente un poco.

Esta órbita puede variar, alejándose o acercándose a la Tierra, de modo que aunque haya poca probabilidad de choque, no puede descartarse totalmente.

Lo malo es que este asteroide no es el único. En 1937, uno al que los astrónomos llamaron Hermes pasó a 320 000 kilómetros de la Tierra y era más grande que el mencionado anteriormente. Podía tener un kilómetro y medio de diámetro.

Y el 10 de agosto de 1972, un pequeño objeto de unos doce metros de diámetro pasó a una distancia de sólo cincuenta kilómetros sobre la superficie del sur de Montana… y pasó de largo. Había cruzado nuestra estratosfera.

Algunos astrónomos creen que puede haber al menos un centenar de objetos de ochocientos metros o más con órbitas que les hacen pasar cerca de la Tierra. Y pueden haber miles de sólo unas pocas docenas de metros. Evidentemente, la probabilidad de que alguno de ellos acabe por chocar con la Tierra es mucho mayor que la que tiene un objeto específico como el último que no nos dio.

Incluso un cuerpo relativamente pequeño, como el que pasó por encima del sur de Montana, podría causar terribles daños si cayese. Si lo hiciese en tierra firme abriría un cráter de tamaño considerable. A fin de cuentas, estos proyectiles pueden moverse a treinta kilómetros por segundo al alcanzar la Tierra.

Un objeto de ochocientos metros de ancho, como el que pasó en marzo de 1989, chocaría con la fuerza de 20 000 millones de toneladas de TNT. Si cayese sobre Nueva York, arrasaría sin duda toda la ciudad y mataría a millones de personas en un instante. Si cayese en el océano aún podría ser peor, pues el agua se agitaría terriblemente y enormes maremotos, montañas de agua de cientos de metros de altura, romperían contra las costas vecinas y ahogarían a millones de personas.

Si el objeto aún fuese mayor, podría atravesar la corteza terrestre, provocar un fenómeno volcánico y el incendio de bosques en todo el mundo, sumergir la mitad de los continentes y arrojar tanto polvo a la estratosfera que taparía la luz del Sol durante un largo período. Un golpe semejante podría matar a casi todos los seres vivos, y desde luego son muchos los que consideran que un accidente parecido pudo extinguir los dinosaurios hace 65 millones de años.

Recientemente han ocurrido colisiones menos importantes. En Arizona hay un cráter de mil doscientos metros de diámetro y ciento ochenta de profundidad, que se formó hace tal vez 50 000 años como resultado de una colisión. Probablemente no mató a nadie, porque los seres humanos todavía no habían llegado a las Américas. En 1908, un impacto mucho más débil en Siberia central derribó todos los árboles en treinta kilómetros a la redonda, pero tuvo lugar en una región deshabitada e inhóspita y no produjo muertos.

De hecho no hay constancia en tiempos históricos de que haya muerto algún ser humano a consecuencia de la caída de un meteorito, pero esta suerte puede no durar eternamente.

¿Qué podemos hacer al respecto?

Hace treinta años escribí un ensayo que fue publicado en el número de agosto de 1959 de Space Age y que se titulaba «Big Games Huntings in Space». En él preconizaba el establecimiento (cuando tuviésemos posibilidad de hacerlo) de un centinela espacial que vigilase el acercamiento de cualquier objeto de más de unos pocos metros de ancho. Entonces podría ser volado por una bomba de hidrógeno colocada en su trayectoria o por algo aún más avanzado. (Sería una defensa al estilo de «La Guerra de las Galaxias», pero contra los asteroides en vez de contra misiles enemigos.)

Que yo sepa fui el primero en sugerir semejante cosa; pero desde entonces los astrónomos han discutido con toda seriedad el problema. A fin de cuentas se ha calculado que un choque capaz de destruir una ciudad podría ocurrir, por término medio, una vez cada 50 000 años, que es el tiempo que ha pasado desde el cráter de Arizona. Por así decirlo, podría haber vencido el plazo.

Desde luego si destruyéramos un pequeño asteroide, los escombros quizá seguirían en su órbita, pero si chocasen con la Tierra, ningún fragmento podría causar mucho daño. En vez de abrirse un enorme cráter presenciaríamos un brillante espectáculo meteórico al arder los pequeños fragmentos en el aire o caer al suelo como pequeñas piedras.

Fronteras
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Introduccion.xhtml
I.xhtml
Capitulo1.xhtml
Capitulo2.xhtml
Capitulo3.xhtml
Capitulo4.xhtml
Capitulo5.xhtml
Capitulo6.xhtml
Capitulo7.xhtml
Capitulo8.xhtml
Capitulo9.xhtml
Capitulo10.xhtml
II.xhtml
Capitulo11.xhtml
Capitulo12.xhtml
Capitulo13.xhtml
Capitulo14.xhtml
Capitulo15.xhtml
Capitulo16.xhtml
Capitulo17.xhtml
Capitulo18.xhtml
Capitulo19.xhtml
Capitulo20.xhtml
Capitulo21.xhtml
Capitulo22.xhtml
Capitulo23.xhtml
Capitulo24.xhtml
Capitulo25.xhtml
Capitulo26.xhtml
Capitulo27.xhtml
Capitulo28.xhtml
Capitulo29.xhtml
Capitulo30.xhtml
Capitulo31.xhtml
Capitulo32.xhtml
Capitulo33.xhtml
Capitulo34.xhtml
Capitulo35.xhtml
Capitulo36.xhtml
III.xhtml
Capitulo37.xhtml
Capitulo38.xhtml
Capitulo39.xhtml
Capitulo40.xhtml
Capitulo41.xhtml
Capitulo42.xhtml
Capitulo43.xhtml
Capitulo44.xhtml
Capitulo45.xhtml
Capitulo46.xhtml
Capitulo47.xhtml
Capitulo48.xhtml
Capitulo49.xhtml
Capitulo50.xhtml
Capitulo51.xhtml
Capitulo52.xhtml
Capitulo53.xhtml
Capitulo54.xhtml
Capitulo55.xhtml
Capitulo56.xhtml
Capitulo57.xhtml
Capitulo58.xhtml
Capitulo59.xhtml
Capitulo60.xhtml
Capitulo61.xhtml
Capitulo62.xhtml
Capitulo63.xhtml
Capitulo64.xhtml
Capitulo65.xhtml
Capitulo66.xhtml
IV.xhtml
Capitulo67.xhtml
Capitulo68.xhtml
Capitulo69.xhtml
Capitulo70.xhtml
Capitulo71.xhtml
Capitulo72.xhtml
Capitulo73.xhtml
Capitulo74.xhtml
Capitulo75.xhtml
Capitulo76.xhtml
Capitulo77.xhtml
Capitulo78.xhtml
Capitulo79.xhtml
Capitulo80.xhtml
Capitulo81.xhtml
Capitulo82.xhtml
Capitulo83.xhtml
Capitulo84.xhtml
Capitulo85.xhtml
Capitulo86.xhtml
Capitulo87.xhtml
Capitulo88.xhtml
Capitulo89.xhtml
Capitulo90.xhtml
Capitulo91.xhtml
Capitulo92.xhtml
Capitulo93.xhtml
Capitulo94.xhtml
Capitulo95.xhtml
Capitulo96.xhtml
Capitulo97.xhtml
V.xhtml
Capitulo98.xhtml
Capitulo99.xhtml
Capitulo100.xhtml
Capitulo101.xhtml
Capitulo102.xhtml
Capitulo103.xhtml
Capitulo104.xhtml
Capitulo105.xhtml
Capitulo106.xhtml
Capitulo107.xhtml
Capitulo108.xhtml
Capitulo109.xhtml
Capitulo110.xhtml
Capitulo111.xhtml
Capitulo112.xhtml
Capitulo113.xhtml
Capitulo114.xhtml
Capitulo115.xhtml
Capitulo116.xhtml
Capitulo117.xhtml
Capitulo118.xhtml
Capitulo119.xhtml
Capitulo120.xhtml
Capitulo121.xhtml
Capitulo122.xhtml
autor.xhtml