UN SEGUNDO INTERCALAR

El año 1987 no fue bisiesto. Se compuso exactamente de 365 días de 86 400 segundos cada uno. Por consiguiente, en 1987 el número total de segundos hubiese debido ser 31.536.000. Pero no fue así. El número de segundos fue 31.536.001. La razón de ello es que antes de que terminase el año se le añadió un segundo (un «segundo intercalar») por acuerdo internacional. ¿Por qué? Porque la Tierra gira de un modo irregular.

La rotación irregular de la Tierra es un descubrimiento relativamente reciente. La Tierra es tan pesada que se requieren fuerzas enormes para alterar su ritmo de rotación, y como su rotación es aparentemente tan regular, parece razonable predecir que dará una vuelta completa alrededor de su eje en relación con el Sol en 86 400 segundos, ni uno más ni uno menos.

Sin embargo, la rotación de la Tierra no es perfecta. Hay en ella masas que se mueven. El núcleo líquido central se mueve un poco al girar la Tierra. Hay terremotos que redistribuyen masas aquí y allá. Durante el invierno, grandes cantidades de agua son retiradas del océano y depositadas en tierra en forma de nieve, para volver al mar en primavera. Hay corrientes de agua en los mares y vientos en la atmósfera.

Todo esto produce oscilaciones en la rotación terrestre, de manera que de vez en cuando se retrasa o adelanta una fracción de segundo.

Esto no tendría mucha importancia porque a la larga las diferencias se equilibran, y aunque se perdiese una fracción de segundo de vez en cuando tampoco pasaría nada. Pero hay un cambio que es acumulativo. Afecta a las mareas.

El efecto gravitatorio de la Luna es mayor en el lado de la Tierra que está frente a ella que en el lado contrario, porque éste está trece mil kilómetros más lejos de la Luna. El resultado de ello es un ligero estiramiento de la Tierra en la dirección de la Luna. Este tiene mayor efecto sobre el mar líquido que sobre la tierra sólida. Hay un pequeño abultamiento en el lado del mar que mira a la Luna, y otro en el lado contrario. La Tierra gira con estos abultamientos, de manera que el nivel del mar sube y baja en la costa dos veces al día. Son las mareas.

Al girar la Tierra, los dos abultamientos del agua «frotan» los fondos marinos menos profundos (como los del mar de Bering y los del mar de Irlanda) y también las costas. Esta fricción, como todas, convierte la energía en calor. Esto significa que la Tierra está perdiendo continuamente energía de rotación y que su período de rotación se retrasa.

Ni siquiera las mareas pueden afectar el ritmo de rotación lo suficiente como para que nos demos cuenta. Pero los astrónomos lo advierten. Si estudian las posiciones de las estrellas dadas a conocer por anteriores astrónomos, observarán que aquéllas varían continuamente con el tiempo. Cuando el ritmo de rotación de la Tierra se retrasa muy ligeramente, las estrellas parecen rezagarse y no alcanzar tan rápidamente el cenit. El cambio es acumulativo; después de un par de miles de años, las estrellas se han desplazado, aunque el día no se haya alargado perceptiblemente. Esto también es cierto en el caso de los eclipses. Si calculamos dónde hubiese debido verse un eclipse solar hacer unos cuantos siglos, nos encontraremos con que el eclipse fue observado, pero a kilómetros de distancia.

El estudio de antiguos informes astronómicos nos da sólo una idea de cómo se retrasa por término medio el período de rotación. Pero ¿cómo podemos medir este período de un día para otro? Para esto necesitamos un reloj que sea más regular que la Tierra. Este reloj no fue inventado hasta 1955.

Entonces tuvimos relojes atómicos capaces de contar las vibraciones de los átomos. Se podían contar, digamos, 9, 192, 631, 770 vibraciones por segundo, y esto era siempre igual; nunca habría una vibración de más o de menos. Entonces, si medimos la duración de cada día (o el tiempo entre las sucesivas apariciones de un astro particular en el cenit) podremos decir que el día varía en unas pocas vibraciones de un día a otro, a veces acelerando, a veces retrasando, pero a la larga y en definitiva, retrasándose.

Cuando la rotación de la Tierra se ha retrasado en 0,9 segundos, se añade un segundo intercalar y la Tierra vuelve a quedar sincronizada. Cuando se inició este sistema en 1972, se añadieron 10 segundos para restablecer la sincronía de la Tierra. En los quince años transcurridos desde entonces se han tenido que añadir 13 segundos intercalares. Se añaden a final de junio o a final de diciembre. Esto es necesario no sólo para los astrónomos sino también para los que gobiernan barcos, para los encargados de las comunicaciones mundiales por radio y televisión, etcétera.

En definitiva, y en un futuro lejano, tendremos que añadir un segundo intercalar todos los días, y llegados a este punto sólo tendremos que convenir en que el día se ha alargado un segundo. Entonces podremos definir el segundo como un poco más largo de lo que es ahora para conservar el mismo número de segundos por día.

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