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Swayla me visita
Me retiré a mi cabaña, agotado después de un día lleno de emociones casi hasta el límite de lo soportable, y me tumbé en el suelo dispuesto a dormir. Pero el día todavía me reservaba una sorpresa. Poco después de tenderme sobre mi improvisado lecho de hojas de palmera y mi improvisada almohada fabricada con una camiseta llena de prendas de ropa (jamás he sido capaz de dormir sin almohada), recibí una visita inesperada. Era Swayla. Se tendió a mi lado, casi tan tenue como uno de esos insectos que se posaban sobre nosotros a todas horas, y me abrazó. Su mano derecha acariciaba mi pene a través del pantalón. Me dijo en un susurro que se moría por hacer el amor. Yo estaba medio dormido. Swayla, honey, le dije, pensaba que estabas con Jimmy. Él no me quiere, me dijo. Y tú siempre has sido tan dulce conmigo. Tienes aspecto de ser un hombre bueno. ¿No te quiere?, dije, casi enloquecido al sentir la caricia de sus dedos sobre mi verga, perezosos y tibios como la cerveza. Pero si eres preciosa. Le quité la parte de arriba del bikini y comencé a besar sus pequeños senos de niña, y entonces ella me detuvo. No, amor, espera, me dijo. No quiero engañarte. Quiero que sepas lo que soy antes de que sigas. ¿Lo que eres? ¿Lo que soy? Quiero que sepas lo que soy, dijo Swayla, pero yo entendí otra cosa. Yo entendí: quiero que sepas lo que eres. Antes de que sigas. Y cómo podía yo saber lo que era, especialmente allí, especialmente esa noche, después de conocer la bondad del corazón en un ebanista brasileño que me enseñó que es inútil intentar dar algo a los otros si uno no tiene nada que dar, después de enterarme de que en aquella isla los animales crecían al doble o triple de su tamaño habitual, después de soñar que el avión, que era el gran pájaro de mi sueño, nos había llevado a aquella isla para nacer, porque eso era lo que significaba en realidad el sueño que había tenido cuando estaba sentado en el círculo de los meditadores, y el gran pájaro-pavo-real-faisán lleno de niños no nacidos no era otra cosa que el Boeing 747 de Global Orbit en su vuelo GO-1037 para Calcuta, con escala en el aeropuerto de Kanji, Singapur, y los niños fajados que teníamos que nacer éramos todos nosotros, los náufragos, «¡Ve, es el momento de nacer!», y habíamos caído en aquella isla sólo para eso, para poder nacer. Y a pesar de todo, el día me guardaba una sorpresa más.
Swayla cogió mi mano y la llevó entre sus muslos. Y acaricié su pequeño pene de juguete, sus pequeños testículos como habas forradas de terciopelo, que solía llevar apretados por debajo del bikini con una banda elástica para que no sobresalieran apenas, y entonces comprendí la inusual prominencia de su monte de Venus que tanto me había llamado la atención, y también la singularidad de su belleza. Soy una mujer, me dijo Swayla, lo seré completamente dentro de poco, para eso iba a la India, pero todavía tengo pene. Yo retiré la mano enseguida, porque no quería acariciar el sexo de un hombre, pero no aparté la mano delicada y ardiente que ella tenía sobre mí. Jamás he sentido atracción por los hombres, pero ella sí me atraía. Me atraía poderosamente, con un poder que yo no podía comprender. Me deseas, me dijo Swayla besándome delicadamente en la garganta y humedeciendo mis labios con la punta de su lengua cálida, pero te da vergüenza que se sepa. No te preocupes, nadie lo sabrá. Le dije que nunca había hecho el amor con un hombre, y ella me dijo, mirándome desde el embrujo ambiguo de sus ojos, cuya belleza de Venus o de Urano yo comenzaba ahora a comprender, señalándome su piel mórbidamente limpia, sus senos simétricos, sus caderas femeninas, si yo pensaba realmente que ella era un hombre. Pronto estuvimos los dos desnudos. Ella me lamió el pene y luego se tendió para que la penetrara. Boca abajo, su cuerpo sinuoso y delicado de cintura esbelta y caderas llenas era, inconfundiblemente, el de una mujer. Yo sentía su deseo como un látigo que la recorriera interiormente, pero de pronto comprendí que no podía ir más allá. Ella ardía literalmente de deseo. Házmelo, házmelo, me decía en susurros. Pero ella deseaba ser tomada y violentada de una forma que no lo desean las mujeres. Deseaba ser dominada por una fuerza superior, recibir una humillación y un castigo que sentía merecidos. Deseaba sufrir la humillación absoluta que la dejaría, al menos durante un rato, tranquila y feliz. No deseaba la cópula para completarse, para ser una con otro, sino para anularse del todo, para lograr por fin no ser nada. De pronto sentí asco y lástima. No puedo, lo siento, le dije. Lo siento, cariño, eres muy hermosa pero no puedo. De pronto ella no era una mujer extraña, sino un jovencito disfrazado, y sentí asco. Ella se incorporó y comenzó a colocarse los tirantes de su bikini. Me habló con una suave voz de hombre y me dijo: no te preocupes, cielo. Yo soy un pájaro raro. No soy para todos. Pero tú me deseas como jamás has deseado a nadie. Admítelo. Le dije que era verdad, que lo admitía. Se vistió a toda prisa y desapareció.