LA SOCIALDEMOCRACIA EN SU JARDÍN
LA creación de las organizaciones del movimiento obrero y la aparición de los partidos socialistas fue la consecuencia del establecimiento de la producción en grandes fábricas y talleres a que dio lugar la revolución industrial. Las inhumanas condiciones en las que vivían los trabajadores y sus familias, y la nula influencia de los obreros en la marcha del nuevo sistema de producción y consumo, hicieron emerger unas asociaciones que oponían la fuerza de su unidad al capitalismo naciente.
Es decir, que el socialismo nace como un pensamiento anticapitalista, que quiere sustituir al capitalismo por otra organización de la sociedad. Un siglo y medio después el socialismo ha sufrido una revolución copernicana; hoy no pretende la extinción del capitalismo, sino su administración, sobre una base ideológica que propone unas relaciones más humanas y solidarias que las que aplican las fuerzas conservadoras cuando gobiernan. Las organizaciones tradicionales de la izquierda han asumido el tronco de la filosofía capitalista, aunque conservan la intención igualitarista del pasado. A su vez los partidos de la derecha, sin modificar ni un ápice sus viejos principios que avalan la existencia de una sociedad dividida entre poderosos y humildes (en términos cuantitativos, de capacidad de realización material y espiritual), han importado el lenguaje de la izquierda, ya no publicitan la «bondad» de la desigualdad, elaboran un discurso «compasivo» pero actúan acentuando las diferencias en la sociedad.
Esas modificaciones en los planteamientos de izquierda y derecha son el resultado de profundas transformaciones. El hundimiento del comunismo, que, al menos como metáfora, favorecía la imagen de que una alternativa era posible, y la evolución del capitalismo industrial hacia un capitalismo financiero cuyo centro de gravedad es la especulación económica son factores de fuerte incidencia en el pensamiento político. Y la renuncia de muchos postulados de la izquierda por los dirigentes socialdemócratas de fines del siglo XX y principios del actual. ¿Qué queda hoy en pie de la jerigonza de la «tercera vía» de Tony Blair? No creo que alguien sostenga que los postulados de Blair significaban otra cosa que vaselina para hacer tragar la filosofía económica más codiciosa del capitalismo. Aquella mentira de la socialdemocracia mantuvo entretenida a la izquierda del mundo, girando alrededor de un tiovivo vacío, quitando flores secas de un jardín que necesitaba agua fresca y abono natural.
El intento de adaptación liberal de algunos partidos socialistas ha producido la automutilación de su propia identidad. La aceptación por los partidos socialistas de la globalización liberal ha supuesto el abandono de las clases medias y populares en unos programas que no ofrecían seguridad a los ciudadanos.
La defensa de los valores de igualdad, tolerancia y solidaridad ya no conforma un discurso suficiente, pues el elector conoce que muchos de estos valores son olvidados o relegados por los partidos socialistas cuando gobiernan. Para los que pueden ser cómplices de un proyecto socialista verdadero no son suficientes unos eslóganes acerca de los valores, ¡pero si la derecha los proclama también! Las personas más jóvenes y otras que no lo son tanto quieren que un partido socialista dé la batalla contra las situaciones injustas y luche contra los privilegios allí donde estén, en la Iglesia, en los bancos, en la sociedad de inversión (SICAV). ¿Cuál es la razón para que una mujer que barre las calles cobre doscientas o mil veces menos que el consejero de un banco, cuya labor es inútil, o tal vez perjudicial para la sociedad?
El posible elector socialista no comprende que, cuando los bancos entran en quiebra por una política codiciosa y una mala organización, el dinero presente se dedique a ayudar a los que han empobrecido a las gentes con productos financieros engañosos. ¿Por qué no dejarlos caer? Ya sé que esta pregunta me valdrá la acusación de irresponsable. Se preguntarán algunos si no sé que esa decisión haría crecer la desconfianza de las autoridades europeas. Pero ¿no es ya bastante grande esa desconfianza ahora que seguimos a ciegas y torpemente sus indicaciones? ¿Por qué no probar otra política, otra actitud?
La izquierda debe combatir los paraísos fiscales —esa purulenta sociedad mercantil de las élites de nuestra sociedad— desde los Gobiernos y en la oposición.
El discurso de los socialistas debe representar una revolución, como lo ha sido el cambio del capitalismo financiero. No deben tener miedo a las consecuencias, peor no puede ir a los ciudadanos del mundo, ni a los partidos de izquierda.
Cuando en Naciones Unidas los responsables del programa contra la pobreza para combatir el hambre y la sed de más de mil millones de personas solicitaron un incremento de los recursos de 40.000 millones de dólares para erradicar esos males contemporáneos, la respuesta de los Gobiernos del mundo fue: no hay recursos. En el mismo año la humanidad había gastado 400.000 millones en drogas, 800.000 millones en gastos militares. La humanidad funciona con un sistema de locura organizada, produce una lancinante desigualdad entre los seres humanos. El socialismo debe declarar la guerra a este sistema inhumano, injusto, humillante e ineficaz. Debemos tener conciencia de que la miseria material de muchos, los más pobres, es directamente proporcional a la miseria ética y espiritual de algunos, los poderosos. Y actuar en consecuencia.
Pero éstos son pensamientos de un hombre que ya cumplió los setenta y puede ser que no interesen a los más jóvenes.