ÚLTIMO ADIÓS A UN COLOSO… MODESTO

DÍA 26 de mayo de 1999, cumpleaños de mi hija Alma. Ella está en Sevilla, yo en Madrid, acabo de regresar de Bilbao, de acompañar el cadáver de Ramón Rubial, un hombre de grandes semejanzas con Nelson Mandela, veinte años de cárcel por sus ideas, mantenimiento de su autoridad moral y conducción de su organización hacia el apoyo popular. Ramón pasaba de puntillas por su historia, no quería que se notase el mérito de su vida. En la mañana he leído que la muerte de Ramón Rubial es un buen momento para la reflexión de los socialistas, velando el cadáver de un hombre que siempre fue generoso hasta con sus perseguidores.

El domingo 23 a las seis de la tarde recibí una llamada de Eduardo Gómez Basterra, gran amigo y colaborador de Rubial. «Ramón está muy grave». Durante la noche, a las cinco, la noticia fatal. «Ramón ha muerto». Cambié mi ruta. Debía acudir a Lanzarote a un acto ya comprometido, pero me dirigí a Bilbao. Pasé el lunes y el martes con la familia, su hija Lentxu, su nieta Eider —que con el paso del tiempo sería amiga verdadera de mi hijo Alfonso—, y con los compañeros. La conmoción entre los militantes en el País Vasco era absoluta.

En la capilla ardiente, instalada en la Casa del Pueblo de Bilbao, se recibió a representantes de todos los partidos salvo HB. El Gobierno vasco le dio consideración de lendakari, tras veinte años de ignorar su condición institucional. Posteriormente se trasladó el féretro a la Diputación de Vizcaya. En aquel momento viví un instante trágico y cómico que me hizo ver la vena humana de los allí congregados. Se procedía, delante de los familiares, a sacar el ataúd con el cuerpo de Ramón de la sala donde reposaba. Salía de su casa, la casa del pueblo y sede de su partido, para llevarlo a la diputación, para los actos institucionales. Esperábamos todos en una sala más amplia a que aparecieran los compañeros con el féretro sobre sus hombros. Llegó Rodolfo Ares, entonces secretario de Organización de nuestro partido en Euskadi, habló con Eduardo Gómez Basterra y entraron los dos a la sala donde estaba el ataúd. Salió Eduardo un par de minutos después, habló con Txiki Benegas y entraron de nuevo en la salita. Txiki salió enseguida y me planteó el dilema que había provocado aquel retraso: «Cuando se lleva el féretro, ¿qué va por delante, la cabeza o los pies?». Lo aclaré mientras sentía crecer una sonrisa en mi interior. Todos aquellos compañeros dolidos por la muerte de un hombre amado y admirado como ningún otro se enredaban en una cuestión menor pero que los angustiaba por la posibilidad de hacerlo sin el respeto debido al presidente-padre del partido.

Pronto aparecieron los problemas de protocolo que tanto incordio provocan. El lendakari Juan José Ibarretxe quería hablar en alguno de los momentos de los actos institucionales. El protocolo del partido lo anduvo dificultando y al final lo impidió. El problema para ellos era establecer la línea de separación entre los actos institucionales y los del partido y la UGT.

En el despacho del diputado general de Vizcaya observé un extraño cuadro colgado de la pared. Representaba la Casa de Juntas de Guernica, sobre ella el árbol y sobre éste un crucificado. A sus pies una calavera que parecía flotar. Pregunté por el significado de aquel matalotaje. El diputado Josu Bergara confesó desconocerlo, añadió que llevaba allí más de cien años.

Habíamos concertado encontrarnos en el hall del hotel Ercilla para dirigirnos juntos al último de los actos previstos, los discursos en la escalinata del Ayuntamiento de Bilbao. Quince minutos antes de la hora acordada me sorprendió no ver a nadie en aquel lugar. En un rincón estaba Nicolás Redondo hijo. Me dijo que estaba esperándome y me expresó su disgusto con la Ejecutiva Federal del PSOE y con su secretario general, Joaquín Almunia. Habían previsto que, durante el desplazamiento desde la diputación al ayuntamiento, los familiares y dirigentes marcharan en una primera fila tras el féretro.

Nicolás les había propuesto que su padre y yo ocupáramos puestos en esa formación, dada nuestra especial relación con Ramón. Se negaron. Le dije a Nicolás que no se preocupara, que estábamos ante el cadáver de un gran hombre, de un amigo, que estábamos ante la muerte, que no era ocasión para discutir unos metros más adelante o atrás.

Durante la marcha fui entre los asistentes con normalidad, aunque no fueron pocos los que se aproximaban para instarme a pasar a las primeras filas. Lo mismo en el acto: me senté en unas filas intermedias y me insistían los compañeros para que me colocase delante, pero lo más prudente era respetar la decisión tomada.

En los discursos pocas palabras y escaso sentimiento. La oratoria fúnebre es difícil, pero es preciso hacer un esfuerzo para dejar una bella huella del acto en el recuerdo de los asistentes. Los momentos más emotivos se produjeron con la interpretación melancólica de un cuarteto de cuerda. Lloré desconsoladamente. La música… me hizo aflorar la aflicción contenida durante tantas horas.

Finalizado el acto, en el coche camino de Madrid, mi colaborador Rafael Delgado me expresó su rabia:

—Tengo una indignación tremenda.

—¿Por qué?

—Por lo que ha pasado.

—¿Y qué ha pasado?

—Lo que han hecho contigo.

—Te equivocas. Eso no es para indignarse ni enfadarse. En un momento como éste, lleno de sentimientos, de repaso de toda una vida, ¿crees que cabe la ira, la cólera por el protocolo? No puedo sentir indignación, no; me siento digno por no estar en estos momentos, ante la muerte de Ramón, ocupado en monsergas de jerarquías, en el protocolo.

En cuanto al protocolo, Ramón era de mi cofradía. Decía: «El protocolo me molesta bastante. Nosotros no sabemos si tenemos que ponernos a la derecha o a la izquierda, si me toca el primero o el quinto; a mí qué más me da. Pero, en fin, en algún sitio hay que estar».

Por Ramón sentí admiración, respeto y un gran cariño. El luchador daba paso sin inflexión incómoda al amigo, al padre, al compañero. Como Nelson Mandela, Rubial exhibía una sonrisa alegre y comprensiva. Los duelos de su vida, las persecuciones, encierros y necesidades le curtieron en una existencia vitalista, honrada, sazonada con un radicalismo insobornable y una gran dosis de convivencia. Sin hablar nunca de su pasado personal sabía hacer comprender, usando un clima de serenidad hasta en los momentos cruciales, la conveniencia del entendimiento. Serenidad, aplomo, educación, pero jamás renuncia a sus ideas, claras, contundentes, sinceras, contrarias siempre a enjuagues, mercadeo o cómoda resignación.

La personalidad de Ramón fue ejemplo, su vida una lección. Aquellos que le llevamos en el corazón pondremos por delante su inmensa bondad y su entereza, pero no podremos olvidar la estatura política de un socialista irrepetible.

Vivimos una sociedad del olvido y una España política que quiere olvidar. A los unos no les gusta su pasado o temen que les pidan cuentas. A los otros los han convencido, o ellos mismos han alcanzado tal estado de negligencia, de que hablar del pasado, de derrota y persecución no reviste ya tintes de gloria. Hay que rebelarse, hay que decir no. «El único profeta verdadero es el pasado», afirmaba el poeta Byron.

La imperante tendencia al olvido, a la desconsideración de los esfuerzos que se hicieron en momentos auténticamente difíciles para arribar a la democracia presente, hace preciso poner en primer plano el reconocimiento, la gratitud hacia todos los que simbolizaron la lucha por la libertad durante la dictadura. De aquellas personas, una representa de forma incuestionable la resistencia a la barbarie y el esfuerzo por la libertad, un socialista de Vizcaya, Ramón Rubial. A él quiero rendir aquí memoria y declarar con sencilla solemnidad mi compromiso de lealtad a la vida y a la obra de Ramón, maestro cabal.

Una página difícil de arrancar
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
introduccion.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
fotos.xhtml
notas.xhtml