UN TRIUNFO ¿ESPERADO?

EL día 6 de junio los españoles votaron mayoritariamente al PSOE, que logró un triunfo sonado, pues muchos esperaban que perdiera las elecciones. Los sondeos venían anunciando una ligera ventaja del PP, que se transformó el día de la votación en una diferencia de casi un millón de votos a favor de los socialistas y de dieciocho diputados en el Congreso. La cuarta victoria consecutiva del PSOE con Felipe González como líder, una situación inédita en las democracias europeas. Tras conocerse los resultados, los periódicos hicieron sus propias interpretaciones que leídas con la serenidad que da el paso del tiempo iluminan con claridad las opciones políticas con las que trabajaban unos y otros.

El periódico plataforma de los llamados renovadores no tenía dudas. Su reportaje de la noche electoral señala cuál debe ser la interpretación: «Felipe ha ganado las elecciones corriendo solo, derrochando el esfuerzo de una maratón, pero ahora el partido le acompaña a recoger el fruto». Y unas líneas antes dice: «[…] cuando sube al escenario descubre que detrás se ha colocado también la banda de los tres». El tratamiento mafioso del periódico hacía referencia al vicesecretario general del PSOE y coordinador de la campaña electoral, al secretario de Organización y al presidente del Grupo Parlamentario Socialista.

Al informar sobre la rueda de prensa de Benegas, Martín Toval y yo mismo, para proporcionar los datos electorales, repetía la gracieta despectiva: «La banda de los tres volvía a respirar tranquila. Después de una campaña metidos debajo de la mesa, barridos del escenario por la omnipresente imagen de Felipe González, otra vez los dueños del partido sacaban la cabeza». El lector juzgará el estilo y la objetividad del análisis.

Hubo también otras interpretaciones de los datos en otros medios de comunicación. Alguien hizo una llamativa desagregación de escaños para explicar las diferencias entre los dos grandes partidos. El PSOE había obtenido dieciocho diputados más que el PP, pero su distribución era tal que si se separaban los escaños de Andalucía y Extremadura (en ellos el PSOE aventajaba en veinte diputados al PP), la diferencia en todo el resto de España daba ventaja al PP por dos escaños. Obtenían, pues, la conclusión de que eran los «feudos» del guerrismo los que habían dado el triunfo al PSOE.

En otros medios se opinaba: «El tándem ha vuelto a funcionar». «Felipe González y Alfonso Guerra fueron los dos victoriosos de estas elecciones». El presidente del Gobierno tuvo que recurrir al mensaje guerrista para poder «cautivar» el voto progresista.

Incluso algunos hicieron profecías de lo que a tenor de los resultados depararía el futuro del PSOE. Y en algún caso, hay que decirlo, acertaron:

Todo esto formará parte de la encrucijada que el presidente del Gobierno tendrá que afrontar estos cuatro años y cuyo resultado se verá en el próximo Congreso del Partido Socialista, donde los guerristas irán con los votos victoriosos de las urnas.

Sin embargo los guerristas también saben que esta victoria no hubiera sido posible sin la figura de Felipe González, que ha logrado aglutinar a los sectores más progresistas de España en torno a su persona. González tensará la cuerda lo suficiente para comprobar la resistencia de Alfonso Guerra y sus seguidores. El riesgo está en que esa cuerda se puede romper si antes no se alcanza un acuerdo entre los dos.

Así fue, en el congreso del año siguiente se tensó la cuerda tanto que se rompería en un congreso cuatro años después.

Leídas hoy las crónicas de las elecciones de 1993, se evidencia la apuesta que algún medio hizo contra lo que representábamos un número importante de militantes para inclinarse sectariamente por los dirigentes que consideraba de la casa. Bastaría con leer las crónicas de otros periódicos que nunca se señalaron por apoyarme a mí y mis ideas, pero que manejaban los datos reales y no una manipulación sectaria:

En Andalucía, Extremadura, Cantabria, Aragón y Euskadi ha ganado el discurso de Alfonso Guerra, mientras que en Galicia y en Castilla-León, feudos renovadores, han perdido los que apuestan por un cambio en la estrategia del partido.

Mientras que Asturias ha aguantado el tirón y Murcia también, a pesar de la crisis, pero siempre con un discurso guerrista.

Cataluña, Castilla-La Mancha, Madrid y Canarias han bajado los resultados respecto al 89. Estas Comunidades también están consideradas por los guerristas como puntos de concentración del discurso renovador.

Claro que tampoco faltaron columnistas mercenarios que presionaron con castigos y venganzas a los que consideraban sus enemigos. En La Gaceta de los Negocios se me señalaba como chivo expiatorio de una victoria electoral (contradicción de conceptos).

Alfonso Guerra es importante como inicio. Saber lo que va a pasar con él permite conocer por dónde van a ir el Gobierno y el Partido Socialista. La renovación anunciada por Felipe González cuando, en la noche electoral, se dio por «enterado» de que los españoles quieren «el cambio del cambio», tiene que traducirse en relevo de personas. Y no basta con que las sustituciones alcancen al equipo gobernante. El encargo de carteras ministeriales a independientes tiene su importancia, pero si la renovación acabara ahí sería un fiasco. La renovación tiene que alcanzar también al partido y concretamente, sintomáticamente, elocuentemente a Alfonso Guerra. ¿O es que cree alguien que pueden cambiar las cosas en el PSOE si Guerra continúa controlando el aparato?

En el diario Ya se preguntaba su columnista estrella: «¿Ha ganado Guerra?», y se contestaba a sí mismo con una cierta bajeza moral: «Yo aunque preocupado quiero tener un último aliento optimista. Quiero creer que esas elecciones no las ha ganado Alfonso Guerra; es más, que se han ganado a pesar de las tácticas, del discurso de Alfonso Guerra. Y espero verlo reflejado en los resultados del próximo Congreso federal del PSOE. Adiós, prepotencia, adiós. Adiós, corrupción, adiós. O, al menos, eso espero…».

Ante esta avalancha de exigencias de mi eliminación política me mantuve en silencio, ya había hablado en la rueda de prensa la noche electoral, tal cual lo describió un periódico: «Guerra recibió anoche todo tipo de felicitaciones y vio coreado su nombre en varias ocasiones, aunque no se consideró artífice de esta nueva victoria. Agradeció el triunfo a los militantes y simpatizantes, “de los que estoy muy orgulloso, y en todo este trabajo yo sólo he sido un elemento modesto, aunque no me causa rubor presumir de dedicación”».

Ésa fue la crónica del burdo intento de apropiación personalizada del triunfo electoral. Se negaba el papel al partido con el objetivo de negar el mío, identificando falsamente al partido conmigo, lo que lejos de asustarme me enorgullecía.

El día posterior a las elecciones se reunió la Comisión Ejecutiva del partido para hacer las valoraciones y apuntar las tareas que se abrían ante nosotros.

Felipe no asistió porque estaba en un despacho con el Rey. Yo padezco una fuerte tortícolis a causa de las horas pasadas, durante toda la noche, ante el ordenador. Los miembros de la dirección muestran su alegría, pero algo en el ambiente no permite una verdadera explosión de júbilo. Tras once años de Gobierno, y cuando todos vaticinaban la derrota del partido, cosechamos un nuevo triunfo popular, con un 39 por ciento de los votos y 159 diputados en la Cámara, frente a los 141 del Partido Popular. Sin embargo, la euforia es contenida.

Abro la reunión con un informe detallado de los resultados, de las posibles transferencias de voto, y la comparación de resultados de cada formación política con los de las últimas elecciones de 1989.

Cuando terminé el informe pide la palabra José María Maravall, que mediante la lectura de unos apretados folios plantea que ésta es la mayor victoria del PSOE y destaca el carácter personalista de la campaña, «informa» de que prepararon (no dice quién) durante siete meses (?) los debates de los candidatos. Critica la campaña, la publicidad, la foto de Felipe en las vallas, proclama que hay que cambiar los mítines, que son del pasado, etc. Es una larga diatriba acerca del modelo de campaña para reafirmar que ha sido un éxito personal de Felipe González a pesar de la campaña.

Aluvión de intervenciones, incluida la mía, argumentando que no es momento de análisis de campaña, que puede ser un buen motivo para un seminario teórico, que ahora tenemos que responder al desafío de formar un Gobierno, para lo que necesitamos algunos apoyos de otros Grupos Parlamentarios.

Mi análisis de la situación partía de la nueva composición de la Cámara.

Los resultados de las elecciones legislativas del 6 de junio confirmaban al PSOE como la primera fuerza política del país. Al mismo tiempo, una diferencia de dieciocho escaños con respecto al segundo partido hacía recaer sobre el Partido Socialista la responsabilidad de formar Gobierno en cuanto que primera mayoría parlamentaria. No obstante, la gobernabilidad del país exigía llegar a acuerdos, que pueden variar en su contenido y alcance, con alguna o varias de las distintas fuerzas políticas con representación parlamentaria.

Se abría un interesante debate en el socialismo español. Después de tres legislaturas gobernando en solitario con mayoría absoluta, el electorado daba el triunfo de nuevo al PSOE, pero en esta ocasión con una distribución de escaños en el Congreso que obligaba a contar con apoyos de otros partidos políticos. El dilema estaba planteado. ¿Qué fórmula debía adoptar el PSOE: plantear una alianza con IU, plataforma apoyada por el Partido Comunista, con el que los socialistas guardaban heridas del tiempo de la guerra y cuya filosofía política tropezaba con el principio de libertad de los socialistas, o hacerlo con los conservadores nacionalistas, a los que el PSOE se empeñaba en implicar en las responsabilidades de España (hay que recordar los esfuerzos realizados para comprometerlos en la elaboración de la Constitución), pero que implicaba una cierta dependencia de las exigencias de carácter nacionalista que previsiblemente plantearían, dada su trayectoria reivindicativa en las Cámaras?

Pero el debate quedó truncado pronto. El presidente del Gobierno tenía ya decidido, si no con quién pactar, sí al menos con quién no hacerlo. La portavoz del Gobierno, Rosa Conde, informó en una rueda de prensa que ofreció en Sevilla de que el presidente recibiría a los representantes de los grupos, aunque matizó que con IU lo haría sólo por cortesía, alejando totalmente cualquier intención de acordar nada con la plataforma comunista, a pesar de la clara disposición de ésta para pactar con el PSOE.

Durante la campaña el líder de IU, Julio Anguita, sufrió un infarto, lo que generó una corriente de simpatía hacia el dirigente, golpeado por un ataque cardiaco justo durante el sobreesfuerzo de una campaña electoral. Le llamé por teléfono para conocer su estado, que parecía tranquilizador después del impacto inicial. En varias ocasiones conversé con él sobre su estado de salud, pero el día 11 de junio, pasada la jornada electoral y con los datos conocidos, conversamos además acerca de la situación política.

Su disposición para mantener un diálogo que pudiera devenir en acuerdo parlamentario me pareció clara.

El día 19 de junio el Consejo Político Federal de Izquierda Unida aprobó una resolución que suponía una invitación al acuerdo. En ella podía leerse:

  • IU considera que la única manera de afrontar la solución progresista de los graves problemas a los que se enfrenta el país, y en primer lugar la crisis económica y social, exige la conformación de una mayoría social y política capaz de crear una nueva situación desde la izquierda.
  • El giro a la izquierda que supondría la configuración de esa mayoría no es sólo posible, sino sobre todo absolutamente necesario y ajustado a las necesidades de los ciudadanos.
  • IU vuelve a subrayar, una vez más, su absoluta disposición al diálogo sobre bases programáticas para alcanzar esos objetivos.
  • Desde el compromiso del PSOE con su electorado para un giro en su política hacia la izquierda, las recientes propuestas de su Secretario General para un Gobierno de coalición con la derecha nacionalista suponen un fraude a dicho electorado.
  • IU emplaza al PSOE a abrir un proceso de discusión serio y riguroso entre ambas fuerzas políticas que retome su compromiso de giro a la izquierda.
  • Es más que nunca necesario abrir un diálogo social con las fuerzas sociales, y en primer lugar con las centrales sindicales, para que las propuestas resultantes sean referentes esenciales para la resolución de los problemas del país.

La opción del presidente del Gobierno soslayaba cualquier posibilidad de entendimiento con ellos. Era otra la orientación que quería darse a la nueva legislatura. Cuando la noche electoral, tras conocer el triunfo, Felipe pronunció la frase «He entendido el mensaje», añadiendo que «el triunfo debe ser tomado exactamente como un mensaje de cambio sobre el cambio», pocos podrían imaginar que el giro anunciado fuese hacia las posiciones más conservadoras del socialismo.

El primer indicio me llegó después de una llamada telefónica de José Luis Corcuera, ministro de Interior.

—Estoy muy preocupado —me dijo.

—Yo también —contesté.

—Pues si tú estás preocupado, yo me preocupo aún más. ¿Nos vamos a comer?

Nos reunimos en el restaurante Jaún de Alzate el ministro, Txiki Benegas, Fernández Marugán y yo.

Después de los comentarios generales sobre la situación política creada por los resultados electorales, Corcuera hizo la revelación: «El sábado por la mañana Felipe me dijo que su candidato para presidir el Grupo Parlamentario es Carlos Solchaga». Los tres que compartíamos la mesa con él quedamos atónitos.

El más escandalizado fue Txiki Benegas porque él había leído esa posibilidad en el diario Ya y se lo planteó a Felipe, quien se enfadó por que hiciera caso a lo que inventan los periódicos. Manifesté mi parecer de que esa propuesta era inaceptable, Corcuera sentenció: «Pues tendremos problemas».

Tuve la sensación de que José Luis no venía a la reunión por su cuenta, sino por encargo de Felipe para sondear nuestra opinión.

La propuesta era tan contraria a lo que deseaba el Grupo Parlamentario (contento con la buena actuación de Eduardo Martín Toval) y el partido que llegamos a pensar que la candidatura no era más que una cortina de humo que provocase la oposición del grupo para luego ofrecer otro (por ejemplo, Javier Solana) que tuviese menos oposición.

El mecanismo de funcionamiento del Grupo Parlamentario a la hora de elegir a sus dirigentes (presidente, secretario general y vicesecretario) establecía la libre elección por los miembros del grupo (diputados, senadores y europarlamentarios), dando a la Comisión Ejecutiva la potestad de ofrecer una candidatura a la consideración del plenario del Grupo Parlamentario.

La Comisión Ejecutiva se reunió el viernes 25 de junio a las tres y media de la tarde para, entre otros temas, confeccionar una candidatura que presentar al Grupo Parlamentario. Antes de comenzar la reunión Felipe vino a mi despacho para conversar. Este breve encuentro era habitual desde hacía mucho tiempo. Nos sentamos y me dijo que sabía que no compartía su criterio sobre la dirección del grupo. Le confirmé mi oposición e intenté brevemente argumentar sobre el rechazo que en la organización produciría esa decisión.

Me contestó con una frase más técnica que política: «Tú ya no tienes el input, el input lo tengo yo, ahora comprobarás en la reunión de la Ejecutiva cómo todos apoyan mi decisión».

No podía creer que estuviera tan ciego. Le dije que su visión era tan equivocada sobre lo que el partido quería que se encontraría en la reunión con una reacción que le disgustaría profundamente. Se levantó y dijo: «Vamos a verlo».

En cuanto se inició la reunión, Felipe anunció la propuesta que el secretario general hacía a la Ejecutiva para dirigir los Grupos Parlamentarios. Para los tres puestos del Congreso propuso a Carlos Solchaga, José María Mohedano (o Carlos López Riaño) y Jesús Caldera (o Carlos López Riaño). Para el Senado, a Bernardo Bayona, Santiago Pérez y Alfonso Garrido. En verdad, Felipe dijo Bahona mientras leía una lista bajo la mesa; tuve que corregirle. No conocía a los que estaba proponiendo para el Senado (lo había preparado con Juan José Laborda), su interés estaba sólo en hacer pasar a Solchaga.

Se hizo un profundo y largo silencio, que tuve que romper yo, pues nadie se atrevía a manifestar el horror que le había producido el anuncio.

Expliqué que esa propuesta dividiría a la Comisión Ejecutiva y que aunque sólo fuera por esa razón debería reconsiderarse. Además expresé que «el cambio del cambio» para nuestros electores no podía ser Carlos Solchaga.

Después intervinieron para expresar que Carlos Solchaga no era un candidato idóneo Carmen García, Carmeli Hermosín, José Félix Tezanos, Matilde Fernández, Josefa Pardo, Ramón Aguiló, Jerónimo Saavedra, Ludolfo Paramio, Salvador Clotas, Enrique Múgica, Elena Flores, Antonio García Miralles, Txiki Benegas, Manuel Chaves, Abel Caballero y Raimon Obiols.

Tomaron la palabra para apoyar la candidatura de Solchaga José María Maravall, José María Sala y Juan Manuel Eguiagaray.

Expresaron que no apoyaban la candidatura de Carlos Solchaga, pero creían que se debería votar lo que propusieran el secretario general, Alejandro Cercas, José Bono y Florencio Campos.

Si quisiéramos resumir la sesión de la dirección socialista, tres apoyaron con sus palabras la candidatura de Carlos Solchaga, tres apoyaron al secretario general pero no a la candidatura, y diecisiete se manifestaron en contra de la candidatura.

Varios de los presentes pidieron la reconsideración de la propuesta, que se aplazara hasta la semana siguiente para que un grupo de compañeros estudiase la propuesta (lo dijo Chaves), que se aguardara hasta que tuviesen ocasión de hablar sobre el asunto el secretario general y el vicesecretario (lo dijo Josefa Pardo), y otras iniciativas siempre en la dirección de aplazar y estudiar la mejor salida al conflicto que suponía la división de la Comisión Ejecutiva.

Felipe intervino para pedir secamente: que se pase a votación. La votación se produjo sobre un clima de tensión contenida. A los que habían hablado a favor de la propuesta, y a los que sin aceptarla opinaron que había que apoyar al secretario general, se unieron en la votación favorable algunos de los que se pronunciaron claramente en contra (Ramón Aguiló, Jerónimo Saavedra, Ludolfo Paramio, Antonio García Miralles, Carmen Hermosín, Manuel Chaves, Raimon Obiols y una vocal que no había hablado en el debate, Josefa Frau). Con el lógico voto del proponente, Felipe, sumaron quince votos.

Manifestaron su oposición a la propuesta Txiki Benegas, Fernández Marugán, Enrique Múgica, Matilde Fernández, Salvador Clotas, Josefa Pardo, Elena Flores, José Félix Tezanos, Abel Caballero, Marisol Pérez, José Acosta, Ramón Rubial y yo mismo, lo que sumaba trece votos.

Se abstuvo Carmen García (que había anunciado su voto en contra) y no asistieron a la reunión José Ángel Fernández Villa ni Guillermo Galeote, separado de sus funciones. La votación reflejó una división grave en un asunto importante —la elección de la dirección del Grupo Parlamentario— en dos grupos separados: por una parte, el secretario general; por otra, el presidente del partido, el vicesecretario general y el secretario de Organización. Una fractura insondable. Algunos de los que habían logrado el triunfo en la votación quisieron aprovechar el momento para impedir que en el proceso posterior se invirtiera la decisión. A pesar de que nuestro sistema de representación otorgaba a la dirección del partido la facultad de hacer una propuesta al Grupo Parlamentario, reservaba a éste todo el protagonismo de la decisión. Así había sido siempre, pero en esta ocasión aparecieron rápidos avisadores de que no se podía tolerar que el grupo tomase una decisión diferente a lo que era una mera propuesta según los estatutos democráticos de funcionamiento del grupo. José María Sala lo dijo bien claramente en la reunión: «El grupo tiene que votar lo que diga la Comisión Ejecutiva Federal. Dejar que el grupo actúe por su cuenta me parece grave». Alejandro Cercas apostilló: «El grupo tiene que aceptar lo que diga el secretario general».

A Juan Manuel Eguiagaray se le fue la idea a otros ámbitos en los que probablemente estaba ocupada su mente: «Hay que entender esto en el marco de todo un proceso de cambio, aquí también, en la Comisión Ejecutiva Federal». Era un anuncio de lo que pretendieron más tarde.

Por pintoresco referiré el comentario que le mereció a José Bono la votación: «Me alegra que se rompa la unidad, que no haya que decir: “Sí, bwana” (sic)».

Unos días más tarde se reunía el Grupo Parlamentario para elegir a su dirección. Sobre la mesa dos candidaturas, la encabezada por Eduardo Martín Toval, hasta entonces portavoz del grupo, y la propuesta por la Comisión Ejecutiva (15 a 13 votos): Carlos Solchaga. Los diputados se expresaron con claridad sobre sus preferencias hacia uno u otro, pero el debate quedó marcado, rompiendo la tendencia favorable a Martín Toval, por el discurso del ministro del Interior, José Luis Corcuera. Fue el ejemplo más duro y contundente de la utilización del miedo para forzar el resultado de una votación. Avisó, advirtió, amenazó, asustó con que en el momento en que terminase la votación, si ésta era favorable a Martín Toval, el presidente del Gobierno dimitiría del cargo y no sería candidato para la investidura. Todos los partidarios de Solchaga usaron y abusaron de argumentos cargados de catástrofes si se votaba a Eduardo Martín Toval. Igualmente se abusó de un argumento falaz y sin sentido: Solchaga era, decían sus partidarios, lo que habían pedido los electores. El impacto de los discursos que presagiaban cataclismos y hecatombes fue desmoralizador. La gran mayoría de los diputados, incluso ministros, no querían votar a Solchaga, pero los vaticinios de catástrofe hicieron que cambiasen de parecer. Se votó: Carlos Solchaga obtuvo 87 votos. Eduardo Martín Toval, 66. Más cinco votos en blanco, y se contabilizó un voto nulo. Los dos que acompañaban en la candidatura a Solchaga —José María Mohedano y Carlos López Riaño— obtuvieron 126 votos cada uno.

Fue una votación válida, legal, pero condicionada mediante el recurso de «no estáis votando contra Solchaga, sino contra Felipe». No era verdad ni justo. Los diputados querían votar a quien los había dirigido con acierto, Martín Toval; y huían de una situación en la que Solchaga presidiera el grupo, unos por razones políticas o ideológicas, la mayoría porque no aceptaban los métodos despóticos que atribuían al exministro.

Los llamados renovadores interpretaron aquel triunfo en la votación como «el final de la historia» y se superaron a sí mismos en las declaraciones contra lo que consideraban «el aparato» del partido. Valga un solo ejemplo. El presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, en un manifiesto que hizo público, afirmaba que consideraba «arruinado al guerrismo, cuyos mensajes han quedado reducidos a escombros». Algunos de sus correligionarios de la renovación entendieron que esos ataques no los beneficiaban y tuvo que salir el propio Felipe González a decir: «Algunos opinan sin pensar».

Algunas interpretaciones creyeron ver en la votación una provocación del Grupo Parlamentario al Gobierno, de lo que dedujeron que el grupo no dejaba gobernar, aduciendo la aplicación de un derecho de veto parlamentario a la acción del Gobierno. Era una manipulación absoluta de lo acontecido. Fue el Gobierno, su presidente, el que violentó la marcha normal del grupo, dirigido a satisfacción de todos por Eduardo Martín Toval, a quien vetó el Gobierno.

El grupo apoyó siempre a su Gobierno, como es natural y obligado, a pesar de que se utilizó la negociación del grupo con los sindicatos en la elaboración de la Ley de Huelga como un proceso de arrogarse atribuciones que correspondían al Gobierno. Una falsedad más. El Grupo Parlamentario, como en todas las leyes, presentó sus enmiendas a la Ley de Huelga de acuerdo con el ministro de Trabajo. Otra cosa fue que, tras llegar a un acuerdo con los sindicatos en unas enmiendas autorizadas por el ministro competente, invadiera su terreno el ministro de Economía oponiéndose al acuerdo. De hecho, acusó al grupo de haber actuado contra el Gobierno. Y por supuesto que fue ésta la versión repetida en los medios de comunicación.

Los resultados electorales traducidos en escaños señalaban con claridad que la responsabilidad de formar Gobierno correspondía a los socialistas, pero éstos estaban obligados a buscar un acuerdo con uno o varios partidos que les proporcionara estabilidad parlamentaria y de Gobierno.

En la dirección del partido la opinión general era que el acuerdo más conveniente, atendiendo a la situación económica y a la construcción europea, señalaba a una coalición con los nacionalistas catalanes y vascos y con Izquierda Unida, pero el «electo» presidente no tomaba en consideración el acuerdo con esta última formación política.

Recibí un folio con membrete de Felipe González en el que daba cuenta de las delegaciones del partido que habrían de negociar con CiU y con el PNV. No le acompañaba ni unas pocas palabras de explicación. Una brutal diferencia con el tiempo anterior, en el que todo lo hablábamos, siempre sometida la decisión a su mayor autoridad, por ser el secretario general. Ahora no, enviaba la lista como un hecho consumado que no había que hablar con nadie.

El texto literal que me envió decía:

Miembros de la delegación para negociar con CiU:

  • Carlos Solchaga
  • Juan Manuel Eguiagaray
  • Francisco Fernández Marugán
  • José Borrell

Miembros de la delegación para negociar con el PNV:

  • Carlos Solchaga
  • Francisco Fernández Marugán
  • Juan Manuel Eguiagaray

Le llamé por teléfono, era 29 de junio, le expresé que la Comisión Ejecutiva Federal no estaba suficientemente representada. Me contestó con una sorpresa fingida: ¡pero si la mitad son de la Comisión Ejecutiva!

A su falsa indignación contesté con parsimonia: «Mira, Felipe, tú sabes lo que te estoy diciendo. La lógica interna dice que si el número uno de un partido (el secretario general) no figura en una delegación que representa al partido para negociar con otros partidos, está el número dos (el vicesecretario general). Yo no te estoy reivindicando mi presencia porque ya estoy escaldado de lo que haces, pero al menos es imprescindible que esté el secretario de Organización, José María Benegas».

Su respuesta fue seca, desabrida, cortante: «Si lo crees así, de acuerdo».

Se sucedieron los contactos, las conversaciones que fueron marcando la preferencia del gobierno a llegar a acuerdos parlamentarios con el grupo nacionalista catalán.

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