CUANDO LA COOPERACIÓN ES TRAICIÓN
EN marzo de 2008 se celebraron conjuntamente las elecciones legislativas y las autonómicas de Andalucía. En las dos triunfó el PSOE, pero con unos datos menos favorables que en la legislatura anterior.
En el Congreso de los Diputados el PSOE logró algunos escaños más, pero la distribución de la Cámara le dejaba más claramente frente al PP, pues los que fueron «compañeros» en las votaciones en la legislatura anterior habían visto reducida drásticamente su representación. Recuerdo haber comentado que la subida en el número de diputados, lejos de ayudar en los debates del Parlamento, supondría una dificultad nueva, la de no encontrar apoyos en los otros grupos. Ésa fue la circunstancia que dominó el segundo mandato de Zapatero. El grupo socialista pasó de un Congreso en el que se evidenciaba cada día la soledad del PP a otro en el que cada martes y cada jueves (días de votación) los socialistas debían hacer un esfuerzo titánico para lograr aprobar sus proyectos. Mis comentarios fueron «tolerados» con cortesía aunque no fueron compartidos.
Distinta fue la manera en que los dirigentes socialistas andaluces asumieron los resultados electorales. El partido organizó un acto de convivencia con los militantes que habían protagonizado el trabajo de la campaña electoral. Me pidieron que dirigiese un saludo a los congregados en el Casino de la Exposición (de 1929). Mostré mi gratitud y felicitación a los militantes y les advertí que nuestra alegría por el triunfo no debería ocultar la necesidad de un trabajo más intenso porque el PP se acercaba al PSOE como nunca antes. Ese simple comentario provocó la ira de la dirección. Manuel Chaves y Luis Pizarro dijeron a los periodistas en conversación privada que ahora podían comprender por qué no participaba yo en los grandes mítines. En público limitaron su crítica a mis palabras argumentando que yo hacía un análisis superficial. Me costaba entender cómo podían interpretar un aviso amistoso, de compañero, de que existía el peligro real de que se acercasen demasiado los resultados del partido conservador. Poco después, un informe del Centro de Estudios Andaluces, dependiente de la Junta de Andalucía, que estudiaba los resultados reconocía que las elecciones del 9 de marzo consolidaban «al PP como alternativa real».
Cuando en 2012 el PP superó en votos al PSOE en las autonómicas andaluzas fueron muchos los que me recordaron aquel absurdo enfado de la dirección por unas palabras leales que advertían a tiempo del riesgo. Lejos de atender el aviso, la política de los dirigentes socialistas se mantuvo inalterable aunque extremando los aspectos que respondían más a un partido nacionalista que socialista.
En julio se celebró el XI Congreso del PSOE de Andalucía. Algunos aspectos de la ponencia marco me hicieron cavilar durante varias noches. De manera especial el capítulo «El andalucismo transformador», en el que la autodefinición del PSOE de Andalucía llevaba a pensar más en un partido nacionalista conservador que en una organización centenaria de la clase trabajadora. Así:
Andalucía se parece hoy más a la que soñaba Blas Infante cuando rechazaba la interpretación puramente económica de la persona. Andalucía está más cerca en la actualidad del concepto de Política del Poder de la Patria Andaluza […] que esa otra de la marginación, la pobreza y la desventura. Y ello gracias al andalucismo transformador, que va mucho más allá de formalismos y declaraciones, que hemos protagonizado.
Nuestra principal referencia es el padre de la patria andaluza, Blas Infante, que ya nos marcó la vía de la cohesión y la concertación…
El PSOE de Andalucía nos hemos de mantener como bandera del andalucismo, una actitud que no se improvisa, como tampoco se improvisa un pueblo, que dejó escrito Blas Infante, sino que es consecuencia de una disposición que se entronca en la misma creación de nuestra organización.
Se puede argumentar que el texto tenía como intención arrebatar alguna bandera a otras formaciones, que representaba sólo una estrategia electoral. Bien, pero llegar a sostener que el andalucismo fue el tronco doctrinal de la creación de la organización socialista es cuando menos temerario, como sustituir la principal referencia del socialismo español, Pablo Iglesias, por la de un inteligente andaluz, víctima de la barbarie de los sublevados en 1936…
Vengo a citar aquí este desvarío ideológico no por la implicación político-electoral que pudiese tener en el debilitamiento de los apoyos socialistas, sino para reflejar un fenómeno político general en los partidos. La visión del nacionalismo periférico, particularmente el catalán, ha logrado una extraña infiltración en los partidos nacionales, los que pretenden la representación de los ciudadanos de todas las zonas, regiones o comunidades autónomas. La visión de conjunto, de proyecto nacional, se ha sustituido por una especie de confederalismo en los partidos que, ineluctablemente, apunta a una confederación de Estados. ¿Es posible que dirigentes de fuertes convicciones progresistas no tengan conciencia del cambio histórico que están produciendo al seguir las tesis del proyecto de la burguesía nacionalista?
La gravedad del problema está en que la influencia nacionalista afecta transversalmente a todas las organizaciones políticas. Dejan en un desierto a los que creen en un proyecto de comunidad española y siembran el concepto de una identidad creada ex novo en las generaciones futuras a través de la educación en las escuelas con el apoyo de los medios de comunicación.
Soy consciente de lo que arriesgo al exponer estas preocupaciones. Las estructuras responsables de esta suerte de disolución de la identidad, de una y otra orientación ideológica, me motejarán de centralista, nostálgico o qué sé yo, pero sé que en su conciencia pesa como un fardo lo que están haciendo, contra sus propias convicciones, o al menos contra las convicciones que dicen representar.