NO A LA GUERRA

LA guerra emprendida en la primavera del 2003 por el presidente Bush, apoyado por los acólitos europeos Blair y Aznar, simbolizó la ceremonia del funeral de la política. Durante el último cuarto del siglo XX, la política fue cediendo terreno a las decisiones económicas y financieras conducentes siempre a la ampliación de la brecha de desigualdad social entre poderosos y humildes. En el comienzo del siglo XXI asistimos al enterramiento de la razón política, sustituida por burdos llamados a la seguridad que ocultaban el sometimiento de todos a las ambiciones de formación de grandes fortunas sobre los cadáveres de los inocentes. Se justificó la invasión de Irak por dos razones: la tenencia de armas de destrucción masiva que representaban un peligro para la humanidad, y la necesidad de destronar a un tirano que maltrataba a su pueblo. La segunda razón no necesita de mayores pruebas, se conocían bien los métodos totalitarios de Sadam Hussein, pero en poco se distinguían de las repugnantes acciones de los liberadores del dictador. La cárcel de Abu Ghraib fue el escenario de un escarnio que avergonzó al mundo entero.

Pero la primera razón esgrimida, las armas de destrucción masiva, exigían una demostración convincente. Abusaron de la mentira sin rubor ni medida. Mintieron en los Parlamentos, en Naciones Unidas, en la televisión. Bush, Blair y Aznar se convirtieron en mentira ellos mismos.

Al mismo tiempo, compañías privadas —casi siempre relacionadas con los dirigentes políticos— hicieron grandes fortunas por humillar y asesinar a personas inocentes.

Y los futuros líderes actuaban bajo el síndrome de hybris, despreciando a todos, orgullosos de pertenecer al clan de los sátrapas responsables de miles de muertes.

El más espectacular caso de ceguera lo ofreció Aznar en el Parlamento español, donde a la vuelta de una estancia con George W. Bush en su rancho de Texas se dirigió a los diputados con un marcadísimo acento mexicano. El espectacular ridículo me hizo pensar que estaba soñando, que aquello era una parodia interpretada por Charles Chaplin. Hasta dónde puede conducir la embriaguez del poder y la ambición de fortuna. Aznar y algún miembro de su familia dieron un salto sensacional en las expectativas de ingresos dinerarios, ¡ya pertenecía a la casta de los poderosos!

Posiblemente Bush dio protagonismo a Aznar porque España ocupaba entonces un puesto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, clave para legitimar su ordalía, y porque Aznar se prestó traidoramente a ejecutar la división de Europa, cuestión vital para la economía de Estados Unidos.

A pesar del avasallamiento de poder que ejercieron los agresores, los pueblos no se dejaron amilanar y expresaron su malestar a lo ancho del planeta con manifestaciones públicas que lograron movilizar a muchos millones de ciudadanos en actos claros de repulsa de la guerra. En España la intensidad de las expresiones contra la guerra fue excepcional. Se calcula que unos ocho millones de españoles se lanzaron a las calles de ciudades y pueblos para gritar ¡No a la guerra! al llamado trío de las Azores: tres facinerosos de la perversidad.

Una página difícil de arrancar
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