FELIPE DIMITE… EN 1992
EN 1992, a las puertas de dos inauguraciones de máxima importancia, la Exposición Universal de Sevilla (abril) y los Juegos Olímpicos de Barcelona (julio), Felipe González presentó la dimisión de la presidencia del Gobierno. ¿A quién? A mí, como vicesecretario general del PSOE, para su transmisión al conjunto de la dirección. Los hechos se sucedieron así. A finales de enero, el Partido Socialista celebró un Comité Federal en Madrid. En él se estableció una larga polémica acerca de la reacción ante los casos de corrupción que estaban anegando las páginas de los diarios. En el comité hubo treinta y cinco intervenciones, a las que como es habitual debería responder la Comisión Ejecutiva. Felipe me pidió que hiciese yo la contestación, con lo que nadie supo cuál era la posición del secretario general. Al día siguiente el diario El País hizo su peculiar crónica dividiendo a los intervinientes en dos grupos: los que pedían el cierre de filas en el partido frente al acoso exterior (a la cabeza, era lo habitual, me ponían a mí) y el sector que puso el acento en la apertura y la necesidad de tomar la iniciativa (como figuras destacadas, Javier Solana, Joaquín Almunia y Joaquín Leguina, lo habitual también en la casa).
En aquella situación mantuve durante el mes de febrero algunas conversaciones con Felipe González, en algún caso acompañado del secretario de Organización del partido, Txiki Benegas.
Sólo unos días después me envió Felipe, para entregar en mano, un sobre que contenía una nota de su puño y letra en la que me anunciaba el segundo documento, una carta también de su propia mano. En el tarjetón —fechado en 28 de febrero de 1992—, Felipe me aclara: «Te mando una carta manuscrita para la C. Ejecutiva, planteando mi sustitución al frente del Gobierno». De forma enigmática sostiene que «es el epílogo de unas conversaciones cuyo último capítulo se produjo hace unos días entre Txiki, tú y yo». No logro entender la correlación entre unas conversaciones en las que siempre le apoyamos y el «epílogo» de la dimisión. La carta está fechada en «Marzo-92», y en la nota ya se advierte que «la fecha de marzo tiene un sentido obvio: que administráramos la forma concreta de plantearlo a la dirección del partido». Sin embargo, expresa que «Ramón como presidente y Txiki como secretario de Organización deben tener conocimiento inmediato». La tarjeta se cierra con «Un abrazo. Felipe», en la línea de su entrada: «Querido Alfonso».
El texto de la carta es el siguiente:
A la Comisión Ejecutiva Federal
Marzo-92
Queridos compañeros:
Antes de comenzar la actual legislatura tenía el propósito de no presentar mi candidatura para el período que estamos viviendo.
Diversas consideraciones me hicieron desistir del mismo y volver a presentarme. Ya entonces manifesté que sería el último período y hoy quiero plantearlo formalmente a la dirección del partido.
No deseo debatir la decisión en sí misma, aunque sí dejar patente mi gratitud al comportamiento del partido durante toda la tarea que se ha venido desarrollando.
Sin embargo sí creo necesario hacer una valoración política del momento de mi sustitución.
Nos queda poco más de un año útil de legislatura, partiendo de la base de su pleno cumplimiento, que creo lo más conveniente.
Tenemos, en estas circunstancias, dos opciones:
Esperar al momento de la disolución para lanzar a un nuevo candidato, lo que no sería prudente desde ningún punto de vista.
O tomar la decisión cuanto antes para dar al sustituto a la Presidencia la oportunidad de crear confianza y apoyos suficientes en el electorado.
Teniendo en cuenta la característica del año 92, ésta sería, sin duda, la posición más acertada.
Mi propuesta pues es actuar cuanto antes en el proceso de sustitución.
No quiero extenderme más. Os ruego que me ayudéis porque la decisión no es fácil para mí. Pero sobre todo os pido que lo hagamos de forma ordenada para mantener la máxima coherencia en el partido.
Un abrazo.
FELIPE GONZÁLEZ
Cuando Felipe dice «cuanto antes» está hablando sólo de unos días, pues en la tarjeta que acompañaba a la carta decía: «Tal vez no debemos perjudicar o alterar el proceso electoral en Cataluña, pero sí trabajar inmediatamente después». Si tomamos en cuenta que las elecciones autonómicas catalanas estaban convocadas para el 15 de marzo, se puede comprobar a qué inmediatez se refería.
Reaccioné con tres iniciativas. Di cuenta a Ramón Rubial y a Txiki Benegas de la existencia de la carta, como me sugería Felipe, llamé al presidente del Gobierno para concretar una cita y dediqué el tiempo restante hasta el encuentro a reflexionar sobre el problema que planteaba Felipe.
Mi hábito ha sido siempre poner por escrito las distintas posibilidades que se abren cuando aparece un problema, y razonar las ventajas y los inconvenientes que presenta cada opción, y por fin ofrecer alternativas a la situación creada. Todo ello expresado sobre el papel; al conjunto lo llamo la construcción de un árbol de posibilidades.
La circunstancia de haber conservado aquellas notas me permite ofrecerlos ahora como los vi entonces, sin la mixtificación que supone recordar unos acontecimientos de hace veinte años con los agregados de conocimiento posterior que tengo. Mi análisis será el que tuve entonces a mi alcance, a lo que añadiré alguna reflexión de ahora cuya actualidad cuidaré señalar:
Ante un hecho tan importante como la voluntad expresada por el presidente del Gobierno de dimitir, ¿cuál debe ser la actuación consecuente? En primer lugar: evitar el acontecimiento. Si ello no fuera posible: paliar (en lo que se pueda) los efectos del acontecimiento.
Efectos:
En el partido: estupor, desconcierto, depresión, hundimiento psicológico. En la sociedad: sorpresa, aumento de la crisis de autoridad, incertidumbre, inseguridad, incomprensión. En la sociedad internacional: sorpresa, turbación, incomprensión.
Consecuencias:
En el partido: pérdida de la cohesión, gran pérdida de confianza del electorado, bajada importante de expectativas electorales. En la oposición: incremento espectacular de sus posibilidades electorales y por tanto de su moral de victoria en toda su actuación política. En el sistema económico financiero: crisis de confianza importante. En los círculos internacionales: pérdida notable del prestigio de la nueva España, basado en el sentido de responsabilidad de los nuevos gobernantes. En el conjunto de España: golpe al proyecto de modernización y dinamización de España. En el protagonista: una primera reacción de partido y sociedad rechazando el acontecimiento, pidiendo, rogando, suplicando la reconsideración. Si ella no se produjese, la segunda reacción podría ser de incomprensión y crítica hasta pasar a una suerte de exigencia de responsabilidad que podría ser grave para el protagonista.
Conclusión: el acontecimiento no es pertinente ni política ni socialmente —orillando las cuestiones personales— porque produciría sorpresa inicial y posterior depresión de la sociedad española, corte probable del proyecto socialista de futuro para España, favorecimiento objetivo probable de una alternativa conservadora para España, que desharía lo que con tanto trabajo ha hecho el Gobierno socialista en la última década. Reacción complicada del sector socialista de la sociedad y del partido al tomar conciencia de este hecho, daño irreparable a la persona protagonista por reacción previsible basada en la falta de comprensión del acontecimiento.
Esclarecidas las ideas que se resumen en el esquema anterior, ya estaba en condiciones de mantener una conversación con Felipe que sirviera para hacerle desistir de su propósito. Pero un dirigente político tiene que ejercer la responsabilidad de su trabajo y preparar los escenarios que se puedan crear por un hecho que rechaza, que quiere evitar, pero que puede ser ineluctable.
Así que me puse a estudiar qué hacer ante la perspectiva de la consumación de la dimisión para intentar paliar en lo que se pudiese los efectos del acontecimiento. Tres asuntos son claros ante una dimisión presidencial: la fecha para proceder, la forma de su anuncio y el protagonismo en la sustitución.
Fecha. Dado que Felipe en su nota habla de inmediatamente después del 15 de marzo, elecciones en Cataluña, parece apuntar a finales de marzo o principios de abril. Si se produjese antes del 20 de abril, supondría hacer una inauguración de la Exposición Universal de Sevilla precipitada, forzada, poco comprensible. Sería mejor esperar a que se celebre la cumbre europea del mes de julio. Si no se aceptara llegar a julio, la fecha más idónea sería la primera semana de mayo, lo que permitiría acudir a la cumbre europea con un tiempo mínimo de preparación.
Forma de anuncio. Asunto muy complejo, pues un acontecimiento de esta envergadura en ningún caso debe darse de forma irregular, sino de una vez y formalmente lo más solemne posible.
Protagonismo en la sustitución. Es conveniente considerar todos los nombres que se han manejado públicamente (periódicos, rumores) como posibles y añadir los que se consideren adecuados.
Hasta el momento los nombres utilizados han sido Narcís Serra, Carlos Solchaga, Javier Solana y Francisco Fernández Ordóñez.
Nombres no surgidos en medios de comunicación pero que, como los anteriores, podrían ser considerados ante una eventual sustitución: José María Benegas, Manuel Chaves y Francisco Vázquez.
Con estas sencillas reflexiones en la cabeza me entrevisté con Felipe para hacerle desistir de su propósito y, si ello no fuera posible, entrar a examinar las alternativas. Inicialmente Felipe aceptó llegar a la inauguración de la Exposición Universal, pero no a la de los Juegos Olímpicos. Después de repetidas vueltas en torno a las razones que harían altamente conflictiva su decisión terminamos la partida en unas tablas en las que no se reconocían bien los resultados. El hecho fue que la Comisión Ejecutiva no tuvo conocimiento oficial —yo no les leí la carta—, Felipe parecía replegar la urgencia del caso, y la única consecuencia es que fue extendiéndose el rumor, algo más que el rumor, de que Felipe quería marcharse de la presidencia y que el partido no le dejaba irse. Se llegó a un punto en que cada vez que llamaba a Felipe por teléfono, su secretaria, Ana Navarro, antes de pasarme con él, me reconvenía porque no le dábamos a Felipe la libertad que necesitaba.
En cuanto se extendió el conocimiento de los deseos de abandonar la presidencia surgió en algunos la idea de que la propuesta de Felipe no era sincera, que sólo era un mecanismo para imponer algunas condiciones en la marcha de la organización. Yo no lo creí así, confié plenamente en la sinceridad de Felipe, que, entendía yo, estaba cansado de tanta responsabilidad y de la ausencia de parcelas de libertad personal, al estar sometido a las reglas que impone una tan alta representación como la presidencia de Gobierno. Más tarde, y a tenor de los acontecimientos posteriores, me asaltó la duda acerca de su sinceridad.
Todo aquel atolladero, visto desde hoy, proporciona alguna otra enseñanza acerca de la vida política. Cuando, en 1992, periodistas y políticos elaboraban sus listas de probables sucesores de Felipe González, absolutamente nadie consideró a los que habrían de ser candidatos a la presidencia del Gobierno: José Borrell, Joaquín Almunia, José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba. ¿Ceguera de los que hacían los pronósticos o muestra de que los liderazgos se fabrican más por razones de azar y necesidad que como fruto de una elaboración racional?
Si aquello fue un amago o una realidad sentida por Felipe González, no importa tanto. Lo que sí fue condicionante es que desde aquel momento el partido vivió ante la disyuntiva de contar o no contar con el liderazgo de Felipe, lo que impulsó a algunos a preparar sus opciones para la posible sustitución y a otros, desde fuera de la organización, a favorecer una alternativa que no pusiera en riesgo los privilegios de algunos sectores en medios económicos y de comunicación.