UNA HISTORIA PERSONAL Y POLÍTICA

EL 29 de abril de 2004, tres días después de la operación quirúrgica a la que me sometieron, me llevaron al hospital el primer ejemplar de mi libro Cuando el tiempo nos alcanza, una historia escrita en primera persona que intentaba reflejar un retrato de época —los años de posguerra española— y una narración de mi intervenciones en la vida política. Durante años había yo recibido invitaciones de varias editoriales para publicar unas memorias políticas y personales. No las había aceptado, pues creía que mis experiencias no suscitarían el interés del público. Pero en el verano de 1996, cuando me refugié en Oxford a fin de pensar en un libro de teoría política que escribí a mi vuelta (La democracia herida), tuve ocasión de conversar con un vecino especialmente ilustre y sabio, John Elliott, historiador e hispanista sobresaliente. Él me animó a escribir las memorias, pues para los historiadores es clave cotejar, confrontar los datos que apuntan unos y otros, facilitando la elaboración de una historia que tome como tendencia la aproximación a la objetividad. Tras escuchar estos argumentos y a la primera propuesta que recibí decidí escribir unas memorias sin un plan preconcebido, con los únicos instrumentos de mi capacidad de recuerdo y los cuadernos en los que había ido anotando las reflexiones que motivaban los acontecimientos y las conversaciones que había considerado interesantes guardar por escrito.

La editorial que publicaba el libro organizó un acto de presentación. Para ello le pedí al recién nombrado presidente del Gobierno que dijera unas palabras sobre el libro. Me dio una rápida respuesta: «Cuenta con ello». Y, a pesar de la ingente tarea que tenía entre sus manos en un electrizante comienzo de Gobierno, acudió a la cita y dedicó algunas frases elegantes invitando a la lectura del libro.

Cuando acabó su discurso hablé yo unos minutos para explicarme ante los asistentes y para agradecer las palabras del presidente. Dije de él que si alguno le había querido interpretar como un bambi (parece que había sido una definición de Pío Cabanillas hijo), debería saber que no lo era de peluche sino de acero. Hacía yo referencia a su recientísima decisión de retirar las tropas de Irak. La prensa, no se sabe por qué amalgama cerebral, entendió que yo le describía como un bambi y así ha pasado a la posteridad. ¿Tan difícil es reflejar la realidad?

El libro tuvo un gran éxito y muchos lectores me escribieron cartas y correos electrónicos ponderándolo muy positivamente, subrayando que su primera mitad se acercaba más a una prosa de novelista y en la segunda crecía el interés por los análisis de los años de esperanza de la Transición. Reproduzco sólo una carta, por la personalidad de quien la escribe y porque se dirigía más al hombre que al político. Es la carta que me envió un autor y hombre muy admirado por mí, Francisco Ayala. Me escribe:

Mi querido Alfonso:

Este libro ha sido para mí un regalo maravilloso, pues aunque conocía y estimaba debidamente la personalidad pública de su autor, toda la primera mitad de sus páginas me han puesto en contacto con el hombre esencial y cotidiano haciéndome desarrollar mi impresión de simpatía humana en un verdadero cariño de amigo.

Reciba un gran abrazo de

FRANCISCO AYALA

Conservo otras cartas de personas famosas y anónimas, pero no es cosa de cultivar la autosatisfacción. Sólo me gustaría advertir que, entre las más hermosas, está la del poeta Leopoldo de Luis.

Desde Casablanca, en Marruecos, recibí una curiosa carta acompañada de un buen número de ejemplares de un periódico escrito en árabe. La firmaba Bugaleb El Attar y en ella me informaba de lo siguiente:

Conseguí por medio de amigos en España tu libro Cuando el tiempo nos alcanza y consideré muy interesante que las jornadas sagradas del mes del Ramadán eran muy propicias para la reflexión y la lectura, máxime cuando se es consciente de la importancia otorgada por el pueblo marroquí a la Transición política española. Por ello decidí traducir y publicar de forma secuenciada, como primera etapa, varios capítulos de tu libro.

Terminado el mes del Ramadán, como segunda etapa consideré oportuno, dado el gran interés demostrado por los lectores del libro, reanudar su publicación semanalmente.

Por todas estas consideraciones te remitiré, por correo, ejemplares de los que ya fueron publicados durante el Ramadán para que puedas «presumir» de ver tus memorias escritas en lengua árabe.

Te ruego aceptes mis disculpas por no haberte pedido permiso previamente.

Recibe un abrazo fraternal de tu compañero

BUGALEB EL ATTAR

El autor de la misiva aclaraba ser profesor de lengua española, exdiputado, periodista y socialista.

Me resultó divertido comprobar que unas memorias que no creía yo que levantaran el interés de los lectores (Eduardo Sotillos no creyó que fuera sincero al dudar del interés de mis recuerdos) llegaran a ser un sustitutivo de las lecturas religiosas en pleno Ramadán musulmán. Cosas veredes.

Lo que me importa destacar es cómo a veces tenemos una sensación equivocada de las consecuencias de nuestros actos. Di a la imprenta unos textos que recogían mis recuerdos con el temor de que no producirían curiosidad, aún menos admiración de nadie. La reacción de los lectores me sorprendió y me animó a continuar escribiendo acerca de lo que había vivido con el añadido de las reflexiones que, inspiradas en los hechos narrados, han llegado a conformar un corpus de mis ideas sobre la acción política y el compromiso con los demás.

Viví con una cierta perplejidad las respuestas que tuvo la publicación del libro de memorias. Comencé a comprender que sin haberte propuesto dar una orientación a la vida de nadie puede ocurrir que tus actos tengan una trascendencia en los demás que no hayas previsto, que no hayas buscado. Pero cuando alcanzas a percibir que otros han tomado tu testimonio como una referencia en su concepción de algunos aspectos de la vida, te sorprende, te sobrecoge, te estremece y hace que te sientas útil y querido. Basta con leer una de las muchas cartas que recibí aquella primavera en que se publicó el libro. Me llegó de una persona desconocida para mí, y puede explicar con lucidez los sentimientos que me embargaron por la reacción de mis lectores.

Madrid, primavera 2004-06-17

Acabo de cerrar tu libro, y no dejo de pensar en una idea del prólogo, que parece presidir luego todo el texto: «Deseo respuestas que aclaren para los demás, pero también para mí, el sentido de mis actos».

No sé si la reflexión que debió preceder a la escritura, o la escritura misma, te ha ofrecido alguna respuesta, pero por si tuviera algún interés, si pudiera aclarar en algo, no me resisto a contarte el sentido que tus actos han tenido en mi vida.

Tengo 37 años, soy abogada, y ni te conozco ni creo que vaya a conocerte nunca personalmente, así que quedo libre de toda sospecha de adulación, cuando te digo que has sido (y eres) un referente para mucha gente. Los que apenas hemos conocido la falta de libertad, para quienes la guerra es algo muy lejano, y sólo hemos tenido que disfrutar de la siembra hecha por otros, puede resultar fácil olvidar que hay otros mundos, que hay otras realidades, que la solidaridad, la justicia, la igualdad y la libertad forman parte de la esencia del ser humano, son posibles y necesarios. Pero muchos de nosotros (yo desde luego) recordamos aquella figura que salía en televisión, o escuchábamos en actos públicos, o escribía en periódicos, y que con un tono potente nos tiraba de las orejas y nos obligaba a la reflexión.

Por eso, cuando en algunos pasajes de tus memorias se aprecia un esfuerzo importante por desvelar la falsa imagen que de ti se ha proyectado, siento que te empeñas inútilmente. La gente normal, sencilla, de bien, de cualquier ideología, gente crítica, gente libre, sabemos con certeza de tu valentía, de tu coraje y de tu fidelidad a ti mismo y a los demás, mientras que aquellos que inventaron seguirán haciéndolo, también inútilmente.

Hace no mucho, en un acto político, un orador repitió varias veces «Yo me hice socialista porque…», «Yo me hice socialista para…», y mientras, yo, cada vez más estupefacta, llegué a la conclusión de que muy probablemente aquel señor no era ni había sido nunca socialista. No tengo la menor duda sin embargo de tu base ideológica, de tu sentido filosófico y humanista de la vida, ni de tu capacidad de invitar, de contagiar, de transmitir el deseo de cambiar el mundo, aunque a veces sea un mundo tan chiquitito como el mío, y una capacidad limitada como la que tengo.

Ésta es mi respuesta a tu pregunta, probablemente inocua para ti, pero es la mía. Siento mucho y de verdad, porque vivo enamorada de los libros, el sacrificio que intuyo de muchas cosas a lo largo de tu vida, de muchos deseos, de muchas pasiones, de mucha libertad quizás, pero no puedo evitar alegrarme, y darte las gracias por ese esfuerzo.

Gracias por todo, mi afecto, mi admiración y mi reconocimiento por tantas cosas, y además por este estupendo libro que me ha secuestrado varios días en la lectura y sospecho que eternamente en el recuerdo.

Una sola carta como ésta, y aseguro que hubo muchas, me compensaba de mi esfuerzo al escribir el libro y de mis dudas sobre su hipotético valor.

Una página difícil de arrancar
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