DIARIO DEL DOLOR

Sábado, 5 de febrero de 2000

Son las seis de la tarde. Estamos en casa, en Sevilla, mi hijo y yo, descansando para proseguir el estudio de sintaxis contrastiva y fonética contrastiva (inglés-español), preparando sus exámenes convocados para los días 10 y 12 de la próxima semana.

Salgo a pasear por el pequeño jardín. Una rama seca cuelga de un árbol. A las 18.15 tomo una pequeña escalera, un escabel de tres escalones para descolgar la rama seca. Cuando estoy sobre ella noto que se mueve, que pierdo el equilibrio y temo que golpeará contra mis espinillas. Para evitarlo salto hacia atrás con fuerza y caigo de pie. Pero al recibir el contacto del pie derecho con el suelo comprendo, por el dolor y el «efecto», que algo se ha roto. Me tiro al suelo y me sostengo con fuerza el tobillo, que empieza de inmediato a inflamarse. Compruebo que he caído sobre un nudo de una raíz de un árbol.

Llamo a gritos a mi hijo. No me oye, está tocando la guitarra en el lado opuesto de la casa (Across the Universe, de los Beatles). Me arrastro por el suelo hasta meter medio cuerpo en la cocina. Grito con todas mis fuerzas. Mi hijo contesta. Le ruego que acuda rápidamente a mi lado. Cuando está junto a mí le explico la situación. Le pido que busque en mi cartera de mano el carnet de la Seguridad Social, y le pregunto si puede llevarme en coche (si no está nervioso) al hospital.

Salimos a los pocos minutos. Llegamos al servicio de urgencias del hospital Virgen del Rocío. Un enfermero o celador se acerca: «¿Qué le ocurre?». Se lo digo y vuelve con una silla de ruedas. Mientras tanto mi hijo se dirige al mostrador para la documentación necesaria.

Me introducen en una sala donde hay entre ocho y diez personas, cada una con su problema. Al cabo de quince minutos una enfermera me anuncia que me harán una radiografía, pero que debo esperar a que termine el enfermo que está siendo atendido y a que pase un niño que parece que tiene una rotura. Contesto que naturalmente esperaré.

Pasada media hora me hacen las radiografías y vuelvo a la sala donde me llevaron cuando entré. La enfermera me coloca medio tapado con una cortina, que sólo me deja algo oculto a los ojos de los que pasan por el pasillo lateral, no a los que comparten conmigo la sala de urgencias.

Vuelven a por mí y me anuncian que la radiografía no es suficiente para comprobar la lesión (ya me confirma que se trata de una fractura) y que debo pasar a hacer un TAC. Me dejan en una sala tras anunciarme que inmediatamente vendrá un celador a llevarme. Pasan casi dos horas sin que aparezca nadie. El dolor se hace insoportable y no entiendo cómo no me han proporcionado un analgésico. Aprovecho para llamar a mi colaboradora Olvido y contarle lo que ha ocurrido.

Por fin llega el celador y me conduce a la sala de TAC. Me hacen varias porque la fractura es «delicada», según el doctor. Resulta especialmente doloroso mantener la posición de los pies, juntos primero, plantados sobre la camilla después.

El resultado es fractura múltiple del calcáneo, con hundimiento. Necesidad de operar. Me ponen un yeso provisional. El doctor me dice que lo habitual en estos casos es internar al paciente cuatro o cinco días para observación hasta la operación, pero si yo tengo otra idea se podría considerar, dado que tienen problemas de plazas debido a la catástrofe de Muebles Peralta, en Dos Hermanas (una empresa de muebles que anunció una gran rebaja, acudieron tantos clientes que el piso cedió y hubo gran cantidad de personas afectadas). Le sugerí que podría marcharme a casa y volver el día que fuese necesario para la operación. El médico residente decide consultar. Cuando vuelve me informa de que es posible. Además agradece mi disposición a marchar a casa porque están verdaderamente agobiados con los muchos enfermos derivados del accidente de la casa de muebles.

Me pregunta si me desplazaré en ambulancia. Se lo agradezco, pero no es necesario: iré en mi coche particular (en verdad, en el de mi hijo).

Mientras tanto llega Antonio María Claret, médico, compañero y amigo. Lo ha sabido por Olvido, mi secretaria. Le acompaña un médico que me pide autorización para dar un parte médico a los periodistas que hay en la entrada. «¿Ya hay periodistas?» Le doy mi autorización sin conocer el contenido de la comunicación y vuelvo a casa con mi hijo.

Al día siguiente el diario ABC «informa» de que me he colado en el servicio de urgencias. Un día más tarde el periódico El Mundo «da cuenta» de las protestas que dicen que se habían producido por un trato de favor en el hospital.

Repugna comprobar cómo los periódicos modifican, falsifican, crean la realidad para atacar a algunas personas. Me entero de que, cuando el doctor salió a informar a los periodistas, éstos se habían marchado. El médico redactó un parte de lo ocurrido, hizo varias copias y las dejó en información. El día después preguntó cuántas copias habían recogido. ¡Ninguna!

Una persona conocida, diputado nacional, exvicepresidente del Gobierno, llega con un pie roto a urgencias de un hospital, con su cartilla de la Seguridad Social en la mano, espera todos los trámites, espera su turno, no en una sala especial, en la sala con todos los pacientes, renuncia a hospitalizarse, a la ambulancia…, y unas mentes enfermas, teóricamente comprometidas con la verdad de la información, disfrutan enemistando a una persona herida, desesperada de dolor, con sucias calumnias. ¿Es posible sentir respeto por esa clase de periodismo?

Vuelta a casa. Dolor e imposibilidad de concentrarme en nada. Reflexiono sobre lo imprevisible de las consecuencias de los actos más intrascendentes, sobre la fragilidad física del ser humano, para no hablar de la fragilidad psíquica.

Me contemplo tumbado en el sofá, con la pierna en alto, con hielo rodeando el pie, sometido a un dolor intenso sin tregua, y por primera vez en mi vida tengo conciencia de la proximidad de la vejez. Pienso, es cierto, que un accidente semejante le ocurre también a una persona joven, pero algo me dice que la cercanía de los sesenta años algo tendrá que ver. Empiezo a mirar la vida con otros ojos. Durante años me dirán que me encuentro mucho más joven que lo que corresponde a mi edad. Vale. Pero mi visión de la vida ha cambiado. Ya no me veo tan joven como antes. Quizás sea sólo un aviso de la muerte, llegará un día en el que tus problemas de movilidad, de equilibrio, no dependerán de un accidente, será un hecho natural.

Domingo, 6 de febrero

La noche ha sido terrible a causa del dolor en el talón y el tobillo. No he logrado dormir ni un segundo. La mañana, la llegada de la luz, una liberación. El aseo personal se convierte en estas circunstancias en una dura sesión de gimnasio. Terminado me tumbo e intento leer. Elijo la biografía de Stendhal de Michel Crouzet. No logro concentrarme.

Comienzan las llamadas telefónicas, que ya no van a parar. Amigos, familiares, compañeros se interesan por mi estado físico. Muchos hablan elogiosamente de mi participación, días antes, en El primer café, en Antena 3.

Lunes, 7 de febrero

Empiezo a acostumbrarme a la incapacidad física. Todo queda lejos, unas gafas, un libro, una píldora. Sólo puedes recurrir a pedir ayuda continuamente, o a intentar la aventura de moverte con dolor, con poco equilibrio y con el miedo a un golpe en el pie o una caída. Aún no encuentro condiciones para leer.

La primera llamada de socialistas con nombre público es la de Guillermo Galeote. Cuánto hay que agradecer tal premura de quien más ha sido olvidado por tantos.

Cambio varias veces de libro. No puedo aún. Mi concentración es mínima.

Martes, 8 de febrero

Acudo a las 13.30 al hospital. Entrevista con el doctor Carranza, un prestigioso especialista en traumatología. El médico me explica el problema: «El calcáneo, además de fractura múltiple, se ha hundido, ha perdido su forma y ganado en anchura. Tradicionalmente este cuadro se ha tratado a base de rehabilitación, pero todos los pacientes, antes o después, protestaban dolores u otros problemas. Desde 1992 se practica una operación consistente en hacer volver al hueso a su forma original mediante una placa metálica. Garantía total no se puede ofrecer».

Me pide que decida. Le respondo que el sabio es él. Si él cree que es lo mejor, adelante.

Me anuncia que deberemos esperar una semana para la intervención quirúrgica, será el martes 15, y me advierte que después necesitaré un mínimo de sesenta días sin apoyar el pie, y rehabilitación posterior, a menos que durante esos dos meses practique continuamente moviendo el pie en rotación y arriba y abajo, lo que resultará muy, muy doloroso a pesar de tomar calmantes o analgésicos «a espuertas». Le informo de que creo tener alto el umbral del dolor soportable. Mueve la cabeza negando y me advierte con tono amenazante: «¡No sabes de qué dolor te estoy hablando!». Me corre frío por la espalda. Pude comprobar lo ajustado de su advertencia.

Le pido estar el mínimo tiempo en el hospital tras la operación. Al fin, una buena noticia cuando me dice: «No hay problema, al día siguiente, ¡puerta!». Un alivio. No me gustan los hospitales, y aún menos con periodistas rondando sin el menor respeto por el dolor humano.

Vuelvo a casa. Comienzo la lectura de Las dos amantes, de Alfred de Musset. Una romántica novelita que sabe a poco al terminar de forma brusca y sin aclarar la elección del amante entre las dos mujeres: la noble, rica, placentera; o la pobre, hacendosa y humana. Empiezo otro libro, es una relectura, la biografía de Marcel Proust de Ghislain de Diesbach. Subrayo a lápiz lo que más me impresiona o interesa, y descubro con sorpresa que no son los mismos párrafos que están subrayados de la lectura anterior. Una prueba concluyente de la utilidad de la relectura, siempre descubrimos algo nuevo en las buenas obras literarias.

De Marcel Proust se han escrito hermosas biografías, como la de George Painter, que pretende —y no está lejos de alcanzar— el mismo estilo del autor cuya vida expone. Es una obra menor en cuanto a la investigación en la vida del novelista, pero valiosísima en el acierto interpretativo, la de Edmund White.

Miércoles, 9 de febrero

Operación gimnasio, es decir, ducha, afeitado, aseo de dientes, una lucha física de la que acabo cansado. Me siento, siempre con el pie en alto y con hielo aplicado al tobillo. Muchas llamadas telefónicas que contesto yo directamente. Hacia las seis de la tarde una voz desconocida pregunta por mí y me anuncia: «Le paso a Su Majestad el Rey». Pienso si no será una broma de algún programa de los que llaman de humor, en la radio. No. La voz y el estilo son inconfundibles. Como un torrente, suena fuerte y amistoso.

—Pero, Alfonso, gran hombre, ¿te has roto un pie?

—Sí, señor. Así ha sido, usted tiene experiencia en estos percances.

—Sí, yo sí. Bueno, pues tienes que tener mucha paciencia. ¿Cómo ha sido?

Se lo explico y entre risas amables comentamos la incomodidad de la situación. Me aconseja en broma tomar una gran pastilla de tranquilina.

Antes de acabar la conversación me dice: «Me emocionó mucho tu carta. Te lo digo como amigo y como… todo. Es una carta muy hermosa».

Se refería a la carta que le escribí tras la muerte de su madre. Lo hice unos días más tarde del hecho, para dejar pasar los ditirambos exagerados de políticos y periodistas. La carta hacía referencia en todos sus puntos a los afectos humanos que provoca la pérdida de una madre. Días antes de la muerte de Doña Mercedes estuve con el Rey y me habló con entusiasmo de no seguir la barahúnda del fin del milenio para la noche del 31 de diciembre. Su idea, lo decía muy contento, era reunir a toda la familia alrededor de su madre en la casa de Lanzarote. Y allí murió, rodeada de todos.

Me hizo pensar en el acierto de su plan para despedir el año, el siglo y el milenio, una evidencia más de la inteligencia natural de este hombre, del que todos opinaban lo contrario en los primeros años del cambio de régimen, de la dictadura a la democracia.

Tras tener un accidente en el que me rompo un pie, y antes de recibir una sola llamada de algún miembro del Gobierno (no es que tuviera que producirse) ni de dirigentes de mi partido (es más dudoso que no fuera lógico haberlo hecho), el jefe del Estado se adelanta a todos y se preocupa directamente por mi salud.

Estos gestos, que repite con muchos, son ejemplares e indican humanidad, inteligencia y profesionalidad.

Pasadas dos horas recibo una amable llamada de Ciprià Císcar, la primera de la dirección del PSOE.

Jueves, 10 de febrero

Continúo con la lectura de Proust.

Mi hija Alma vendrá esta tarde. Ardo en deseos de verla y besarla.

La tarde con Alma me deja un sabor contradictorio; está en una edad en la que los rasgos de rebeldía dominan sobre los de la comprensión. Debo ser paciente.

Viernes, 11 de febrero

Todo el día dedicado a ayudar a mi hijo Alfonso a preparar el examen que tiene mañana de sintaxis contrastiva (inglés-español).

Hablamos largo sobre la decepción que le produce la universidad. Frente a algunas individualidades valiosas hay un conjunto de profesores que sólo se acuerdan del rigor a la hora de examinar. Algunos no enseñan y exigen a los alumnos lo que ellos no saben.

Llamaron muchos; entre ellos, Abel Caballero, muy escéptico con los resultados que pueda dar el pacto PSOE-IU. (Se refería a un extraño acuerdo electoral fraguado por Joaquín Almunia entre los socialistas e Izquierda Unida.)

Abel expresó lo necesario de mi participación en la campaña electoral: «Porque se verá que ahora se defiende lo que tú has defendido desde hace tanto tiempo». No supe cómo interpretar sus palabras.

El médico me ha prescrito una pastilla de codeína cada ocho horas para soportar el dolor. No le hago caso, sólo tomo una cada veinticuatro horas. ¿Por qué? Es una suma de razones. Primera, el dolor existe, forma parte de la vida. Sólo conociendo el dolor estamos capacitados para apreciar el placer. No se trata de gozar del dolor, sino de conocerlo para aceptarlo, porque sólo aceptándolo se le puede vencer, aunque es sensato paliar los momentos agudos de dolor. Cuando me aprieta mucho me tomo otra pastilla a cualquier hora, casi siempre entre las cuatro y las seis de la mañana.

Segunda razón, no tengo afición a los productos de la farmacia. No me gustan y además creo que se pierde capacidad receptiva si se toman medicinas con una periodicidad que las convierte en hábito. Para que tengan un efecto rápido e intenso es necesario tener el organismo limpio de los productos de la farmacopea.

Tercera razón, es una prueba personal, un test y un desafío: saber hasta dónde puedo soportar el dolor sin quejarme, sin hacer a los demás partícipes de las molestias del quejumbroso. Es un ejercicio que ayuda a controlar el espíritu, no sólo el cuerpo. Todo ello, claro, sin exageraciones, como método de aproximación a la austeridad, pero sin convertirlo en una versión mística del dolor. Tal vez para comprender mi decisión debo decir que cada día tengo que inyectarme yo mismo en el vientre las ampollas que eviten los trombos, coágulos de sangre, en el interior de un vaso sanguíneo.

Los seres humanos somos complejos y simples, depende de las referencias que tomemos y de las circunstancias o el contexto de nuestra situación.

Aquí estoy, semitumbado para mantener el pie dolorido más alto que mi corazón, para impedir que su bombeo de sangre alcance la extremidad inflamada, pensativo, pensador a la fuerza, fuera del circuito de hiperactividad de mis días normales —que son todos, no he sentido nunca la pasión por la festividad del calendario—, pero adaptado a esta inmovilidad.

¿Podría vivir siempre así? Probablemente sí. Siempre he creído que el hombre sabe, más que ninguna otra cosa, adaptarse. Cada vez que he pensado en los que en la guerra sufrieron en los campos de concentración, cuando pienso en una niña delicada, sensible como Anna Frank, que escribe en su diario los avatares cuotidianos desde su escondite, que pasará después por la humillación, desnuda, rapada, por la necesidad más básica, famélica, sin intimidad, como animal entre animales, conducida a la muerte, confirmo que el ser humano es capaz de soportarlo todo, de someterse a las peores condiciones, y también es capaz de los peores crímenes.

Sábado, 12 de febrero

Me levanto muy temprano. Oigo las noticias en la radio, la fusión de Telefónica y BBVA (el cruce de acciones, mejor). Estas operaciones son una obscenidad de los cuellos blancos con corbatas Hermès. Aznar y sus grupos están apropiándose de cifras monumentales de dinero entre la pasividad de la oposición y la crítica benévola de algunos medios de comunicación.

Bastaría imaginar la reacción del Grupo Prisa, por elegir al más crítico con el Gobierno del PP, si el Gobierno socialista hubiera intentado hundir al grupo y hasta llevar a sus máximos dirigentes (Polanco, Cebrián) a la cárcel (de lo que los salvó el juez Garzón) y desplegara una estrategia acaparadora del dinero y el poder económico como la que lleva a cabo el Gobierno del Partido Popular. Estoy seguro de que, por los mismos hechos pero con autoría socialista, estaríamos todos en la cárcel y por muchos años.

Antonio Asensio me contó la coacción del Gobierno para que vendiera Antena 3 a Telefónica. «Tienes dos opciones, vender o no vender. Sesenta mil millones de pesetas o la cárcel. Elige tú». Y eligió vender, claro.

Ha llamado Cayetana, duquesa de Alba, preocupada, ella y Jesús [Aguirre] «por mi tobillo (sic)». Tras aclararle que se trataba del «talón», ha seguido hablando del tobillo.

Qué país tan curioso. Sucede que un político socialista —conocido además como «radical»— tiene un accidente, lo que no provoca el interés de otros políticos, de otros partidos o del propio, pero genera preocupación en personas como el Rey y la duquesa de Alba. Una verdadera joya teatral, mezcolanza de cainismo y Mérimée.

Domingo, 13 de febrero

Leo la novela Jack Maggs, de Peter Carey, un australiano premiado —Commonwealth Winters Price, Age Book of the Year Award 1998—, saludado en «TLS», el suplemento literario del Times, como uno de los escritores de lengua inglesa destinado a ser de los más admirados, y celebrado por Paul Auster. No me ha gustado. Pertenece al tipo de novelista, muy propio de la literatura norteamericana actual, cuyas obras resultan epidérmicas. Tras su lectura no queda nada. A veces ni siquiera recuerdas, una semana después, de qué trataba la novela.

Me llega la noticia de que Carmen Hermosín, número uno de la lista autonómica socialista por Sevilla, ha tenido un accidente en bicicleta, arrollada por un automóvil. ¡Qué coincidencia! Los dos candidatos en las listas electorales del PSOE en Sevilla accidentados, sin posibilidad de hacer campaña.

Lunes, 14 de febrero

Visita al hospital. Me quitan la férula y… el pie está inflamado, rojo, caliente. Gran decepción para todos, también para el médico, que no sale de su asombro. Tras nueve días, los antiinflamatorios, el pie en alto y protección con hielo continuamente, todo sigue igual.

Hay que esperar ¡otra semana! Vuelta a casa triste, desesperanzado.

Martes, 15 de febrero

Escucho la tertulia matinal de la Cadena SER. Participa Felipe González y centran su debate sobre la fusión (?) entre BBVA y Telefónica. Me alarma comprobar que la preocupación de todos los intervinientes está en las relaciones de poder de unos u otros grupos. Resumen el asunto en tres temas «importantes»:

  • ¿La operación es decisión del BBVA y de Telefónica, o ha sido cosa de Aznar-Rato?
  • ¿Responde a un modelo de globalización como el de otros países o es propiamente carpetovetónico?
  • ¿A quién beneficia, al BBVA o a Telefónica?

Nadie ha planteado si es beneficioso o no para el país, para la democracia, y si beneficia o no a los ciudadanos. La prueba de calidad ya no reside en saber si las acciones son positivas o negativas, verdaderas o falsas, sólo interesa si son adjetivadas como modernas o antiguas. La modernidad es la máscara ideológica que tapa los intereses de grupo o clase.

Leo La cream coneshion, una novela sobre la «crema sevillana», una denuncia del tópico folclórico sevillano, lamentablemente construida también con tópicos. Aunque el asunto subyacente que denuncia es acertado: la Andalucía de los tópicos pervive con la democracia, incluso con un Gobierno de izquierda. No se ha superado el folclore, incluso ha crecido; flamenco, toros, procesiones y narcisismo regional.

Miércoles, 16 de febrero

Todo sigue igual. No, peor.

Anoche, a las 3.40, me levanté para ir al baño. Cuando caminaba, las muletas en las que me apoyo resbalaron y caí de bruces. Me golpeé fuertemente en la cabeza y me hice algunos pequeños arañazos en codos y manos. Permanecí sentado en el suelo, apoyada la espalda en la cama, durante horas. Había tomado un tranxilium para dormir, pero no quería hacerlo, pues temía las consecuencias del golpe en la nuca. Fue una lucha terrible contra el sueño. Al llegar el amanecer y comprobar que era sólo dolor, me calmé y dormí un par de horas.

Se lo conté sólo al médico por si aconsejaba una radiografía de cabeza, pero lo desechó porque no había habido vómitos.

Leo La carta, compilación de relatos breves de Edith Wharton. ¡Magnífica! Sobre todo el que inicia la antología, «Fiebres de Roma».

Me llama Nerio Nesi, un buen amigo italiano, muy preocupado, quiere venir a visitarme. No lo deseo, no quiero ver a nadie en este estado, no me siento con fuerzas. Me preguntó si me había visitado Felipe. Le dije: no me ha llamado. Su respuesta quiso resaltar la inhumanidad de la política.

Recibo llamadas de compañeros. Resulta curioso que algunas de las llamadas, hechas sin duda con intención solidaria, se convierten pasados unos minutos en una suerte de consulta sobre los problemas del interlocutor.

Quedo desconcertado. Estoy al borde de la desesperación en el dolor, la incomodidad y la incertidumbre sobre la operación quirúrgica necesaria, y algunos de los que llaman para preocuparse por mi salud acaban (o casi empiezan) contándome sus cuitas y pidiéndome consejo. El ser humano es una caja de Pandora. Nunca aprendemos.

Jueves, 17 de febrero

El director del departamento de traumatología me informa de que los médicos quieren ver el pie mañana viernes. Le noto tan sorprendido y preocupado como yo. «Si no ha bajado la inflamación, habrá que aplicarle la bomba». No me explica qué significa la bomba, ni yo se lo pregunto. Mejor así.

Los diarios El Mundo y ABC publican el informe confidencial de los médicos sobre el dictador Pinochet. Hace dos días, leyendo la información de que el juez inglés entregaría el informe confidencial a los cuatro países interesados, comenté:

—En España se hará público.

—¿Cómo es posible? ¿Quién lo hará?

—Lo publicarán El Mundo y ABC.

Profecía cumplida. Ya vamos conociendo a nuestros clásicos.

Internacionalmente, la imagen de España no parece que mejore con estas irregularidades, pero lo que es moralmente repugnante es que un Gobierno elegido por los españoles ampare al dictador chileno.

He leído apasionadamente Veinticuatro horas en la vida de una mujer, de Stefan Zweig. Hermosa novela; en ella esta frase: «La vejez no significa nada más que dejar de sufrir por el pasado».

Viernes, 18 de febrero

Hoy volveré al hospital para ver cómo evoluciona la inflamación del pie. Si no ha bajado, deberán tomar medidas más radicales.

Todas las etapas de sufrimiento de mi vida han estado causadas por razones de sentimientos, alguna vez por temor a lo que pudiera suceder, pero nunca lo fueron por causas físicas, por dolor, incomodidad extrema ni frustración por no contar con la autonomía personal. Este mes de febrero quedará grabado a fuego en mi mente, en mi corazón y en todo mi cuerpo como la época más sucia del sufrimiento de mi vida.

Leo Una mentira piadosa, de Angelica Garnett, hija de Vanessa Bell, de la segunda generación del grupo de Bloomsbury.

El edema del pie ha bajado, incluso literalmente, pues ahora lo tengo en toda la pierna, incluyendo dos horribles ampollas. Por fin, la operación el próximo martes. A ver si por salvar un talón pierdo una pierna.

Sábado, 19 de febrero

Olvido me informa de que la ha llamado Alfredo Pérez Rubalcaba para preguntarle por mi estado. Le ha dicho que «metido en la faena electoral hasta se le olvida a uno de llamar al amigo. Dile que le echo de menos y que tiene que hablar, le mandaré una radio, él sabe lo que tiene que decir». Respuesta de Olvido: «Y vosotros también». «Sí, sí, pero él tiene la gracia, sabe cómo decirlo». Respuesta de mi colaboradora: «¡Y vosotros!». «Sí, pero a él se le escucha».

En Babelia aparece la crítica de la última novela de Juan Luis Cebrián, La agonía del dragón. Patética la crítica que sugiere lo mismo de la novela. Creo que fue Oscar Wilde quien dijo: «Por muy rico que sea un hombre nunca podrá comprar su pasado». Eso sería verdad antes, ahora no. El dinero hoy lo compra todo.

Cebrián «novelista» y «académico» (entró de la mano de Luis María Anson) publica una novela, y el suplemento literario de El País, de la empresa Prisa, de la que él es en ese momento consejero delegado, abre portada con el mismísimo Cebrián.

Una vez me dijo Cebrián que sus amigos intelectuales se apretaban la barriga para contener la risa al leer las loas que un periodista me hacía en un libro de conversaciones. Él ha preferido que la gente elegante en el sentido ético sienta asombro y desdén.

La crítica del libro la encargan al crítico de más prestigio del periódico, Miguel García Posada, que —supongo que con contrariedad— ensalza los valores del novelista-empresario. Pero… la literatura verdadera no perdona, por eso desliza frases claras o enigmáticas, según se lean.

Escribe el crítico:

Llamamos la atención en este sentido sobre las excelentes páginas finales de la obra dedicadas al entierro de Carrero. La cercanía no es óbice a la vibración novelesca. Ni aquí ni en ningún otro lugar del relato. Juan Luis Cebrián ha poetizado felizmente un trozo esencial de nuestra reciente memoria colectiva.

El lector avezado o intencionado sólo tiene que cambiar un punto por una coma (detrás de la palabra relato) para encontrar la única venganza que un crítico forzado puede ejercer contra el «emperador» del que depende su supervivencia.

Lunes, 21 de febrero

A las siete de la tarde llego al hospital, me colocan en la habitación 412. Paso la noche solo, pensando en la operación del día siguiente. Las enfermeras entran a cada rato para preguntar si necesito o deseo algo. A la una de la noche les digo que lo que deseo es que no vengan más. Me anuncian que volverán a las 7.15 de la mañana para ayudarme a hacer el aseo personal. Marco en el despertador las 6.30.

Martes, 22 de febrero

Me levanto, con la ayuda de las muletas me desplazo hasta el cuarto de baño, me aseo y cuando llegan las enfermeras ya estoy preparado para ir al quirófano.

Me llevan a él a las 8.30 sobre la misma cama en la que he dormido, tiene ruedas.

En el quirófano creo distinguir a varios médicos, pero un poco vagamente, pues me habían inyectado para sedarme. Sin embargo oigo lo que dicen.

Me inyectan la anestesia epidural, esperan a que haga efecto y comienza la operación. Me percato de que me están colocando unos tornillos con un aparato eléctrico, tipo Black & Decker. A las dos horas han terminado, parece que satisfechos.

Me conducen a la sala de despertar. Allí unos diez o doce pacientes recién operados van retornando a la normalidad. Las enfermeras, eficaces y agradables.

Introduzco mis manos bajo las sábanas y toco mis muslos. Sensación aterradora. Percibo una masa de carne inmensa, y de carne muerta. Me vienen a la mente las imágenes de vacas desolladas, abiertas en canal, colgando de los ganchos en las cámaras frigoríficas. No es mi cuerpo, me repele.

Hacia las dos de la tarde vuelve la sensibilidad y me trasladan de nuevo a la habitación.

Estoy consciente pero aturdido. Suena un teléfono portátil. Alguien contesta. Oigo nombres, palabras, que me despistan. O tal vez mi mente no quiere asociarlas: Buesa, secretario de Buesa, Vitoria, escolta, muerto el escolta de Buesa, una joven, el secretario general…

Con un fogonazo mi mente me informa: atentado contra Fernando Buesa (diputado socialista en el Parlamento de Vitoria). Pregunto fuerte, agresivo: «¿Es Buesa? ¿Ha muerto?». No me contestan con claridad, o eso me parece.

Un poco después todo queda fatalmente claro. Llamo a Txiki y a Nicolás Redondo hijo. Están hundidos y yo no tengo fuerzas para animarlos.

¡Triste despertar!

Miércoles, 23 de febrero

No he logrado dormir. El dolor físico, la turbación espiritual por la muerte terrible de Fernando Buesa. Una noche de horror.

A las nueve de la mañana llega la visita médica. Están contentos, pero veo que no quieren que me vaya a casa, lo noto en sus comentarios.

—Me están mareando para que siga aquí —protesto.

—Un día más, ¿vale?

—Vale.

Radiografía del pie tras la operación. La veo, es un pie Robocop. Pletinas y tornillos aseguran la articulación del calcáneo. Me impresiona.

Jueves, 24 de febrero

A las doce, visita del médico. Me anuncian un nuevo TAC. Allí, entre los doctores, encuentro a una señora mayor que me saluda puño en alto con un grito: «¡Viva la República!». Es hermana del historiador Santos Juliá.

Me dan el alta a las dos de la tarde. Vuelta a casa. Todo cambia, todo mejora. Leo El absentista, de Maria Edgeworth.

Viernes, 25 de febrero

Comienzo la medicación diaria: antiinflamatorios (Vioxx), calmantes (Nolotil), antitrombos (Fraxiparim, que me inyecto yo mismo en la barriga) y antibiótico (Solvapen).

Inicio el aprendizaje con la silla de ruedas. Recupero en parte mi autonomía. Aunque la prescripción es de diez días en cama, paso algunos ratos en el sofá. Termino El absentista. Maria Edgeworth es considerada la Jane Austen irlandesa. Su novela, algo folletinesca, emociona; utiliza la anagnórisis para posibilitar el amor «imposible». Fue predecesora de James Joyce en la reivindicación de Irlanda.

Recibo una tarjeta de Manolo Chaves en la que «con un retraso imperdonable» (diecinueve días) se preocupa por mi salud.

Sábado, 26 de febrero

Me entero a través de la radio de que hoy se celebrará el mitin central de campaña en ¡Sevilla! Nadie me ha comunicado nada. He sido cabeza de lista en Sevilla desde 1977, con los más altos porcentajes de votos nacionales, ¡y nadie me ha comunicado que el acto central se realizaría en Sevilla!

Me llama Nicolás Redondo padre para preguntar por mi salud. Preocupado con el desarrollo de la campaña, me dice que ha llamado a Frutos y Anguita, y que no hay sintonía en la campaña entre PSOE e IU. Él culpa especialmente al PSOE.

Le doy mi opinión sobre la estrategia de unión de campaña PSOE-IU y le expongo lo que considero necesario para animar a los desencantados. Me dice si no podría yo hablar con los dirigentes del PSOE.

Le contesto:

—Nicolás, si estoy enfermo y ni siquiera han llamado por este motivo…

—¡¡¿No te ha llamado Felipe?!!

—No.

(Silencio.)

Leo La caída del Museo Británico, de David Lodge. Inteligente sátira del Londres contemporáneo. Pero su ironía, en la mejor tradición del humor inglés, no me llega.

Domingo, 27 de febrero

Leo la crónica del mitin de Sevilla. Parece triste, deslavazado.

Reflexiono largamente sobre el asesinato de Buesa y del ertzaina que le acompañaba, Jorge Díez, en el campus universitario de Vitoria, y sobre todo lo que de él se ha derivado. La manifestación tras el cadáver, los gritos a Ibarretxe, la reacción del PNV, de Arzalluz, de Otegi, del Ministerio de Defensa (estos pobres atolondrados desmienten ofendidos que el lema «ETA no, vascos sí» no fue idea del CESID, ¡qué poco entienden lo que pasa allí!). Algunos medios, menos aún. Muñoz Molina publica una carta en El País en la que expresa el estupor que le produce un título del periódico a cuatro columnas en el que se reproducen los insultos de Otegi llamando gusanos a los manifestantes tras el cadáver de Buesa.

Aznar, como es su tónica, sin escrúpulos, sacando pecho de macho ante el PNV, al que mima hasta la náusea. ¡Qué paisanaje!

Lunes, 28 de febrero

Me llama Antonio María Claret, preocupado por la evolución postoperatoria. Él es médico y me atendió desde el primer momento en que llegué al hospital. Me cuenta el desarrollo del mitin de Sevilla. No parece que quedara muy satisfecho. Le pregunté pro forma si habían explicado algo sobre la ausencia de Carmen Hermosín y de mí mismo a causa de los accidentes sufridos por los dos.

Mi pregunta le turbó. Me dijo que pensaba esperar unos días para contármelo. «Tres oradores mostraron su apoyo a Carmeli, pero ninguno a ti. Aún más, Felipe llegó a decir: “Por fin, al cabo de veinte años, puedo encabezar la lista de Sevilla”.»

Desde 1977 Felipe siempre apareció como número 1 por Madrid, por decisión propia y lógica. En esa ocasión él quiso encabezar la de Sevilla, dado que Almunia lo hacía por Madrid.

Me llama Javier Rojo para que asista a un acto de homenaje a Antonio Amat, un militante fundamental en la reorganización del partido durante la dictadura. Tuvimos una larga conversación recordando a Amat y sus hazañas. Le expliqué mi inmovilidad, lo que me impedía estar en un acto que me hubiera satisfecho para expresar mi reconocimiento a un hombre entregado a la causa de la libertad.

Hablamos también de Fernando Buesa y de la actitud del PNV y de Ibarretxe. Aún no ha dado el pésame a Nati, la esposa de Fernando. ¡Qué indigno!

Leo a Robert Walser, Jakob von Gunten. Gran escritor, libre de todos los convencionalismos literarios y sociales sin que parezca que los transgrede.

Martes, 29 de febrero

Llamo a Agustín Ibarrola para solidarizarme con él por el acoso del nazionalismo vasco. Hablo con Mari Luz, su esposa. Agustín ha salido al camino con unos periodistas que han ido a visitarle, pero es igual, puesto que él nunca se pone al teléfono. Arguye que no oye bien a través del teléfono, razón por la que tampoco conduce. Como dice pacientemente Mari Luz, «manías» que paga ella.

Antonio María Claret me llama para sugerirme que haga campaña por radio. Le contesto que ésa es mi disposición aunque anida en mi cerebro el temor de que pueda notarse —no por lo que diga, que seré prudente, sino por la percepción de la transmisión del mensaje— mi disconformidad con la forma en la que se desarrolla la campaña: dos fuerzas políticas hacen un pacto (PSOE-IU) y basan su campaña en la desconfianza y en la desviación de lo pactado.

Se llega a avisar al electorado (es el caso de Andalucía) del peligro de que uno de los asociados puede ganar con mayoría suficiente. Es difícil entender la situación, a menos que uno u otro no quieran ganar las elecciones ni gobernar.

Por otro lado, Aznar ofrece un cestillo de frutas envenenadas con el aplauso casi unánime de la prensa. Los seres humanos admiten muchas clasificaciones, una muy clarificadora es la que distingue a los honrados de los pillos. A esta subespecie pertenece, sin duda, el carismático Aznar. Y otros más, claro.

Miércoles, 1 de marzo

Debate en la radiotelevisión andaluza: Manuel Chaves, Teófila Martínez, Antonio Romero y Pedro Pacheco. Parecía un programa cómico. Chaves se equivocaba de continuo con esa especie de dislexia política que le aqueja. Daba estadística tras estadística y le contestaba Teófila con estadísticas y estadísticas. Romero repetía muy aceleradamente, como papagayo, su programa electoral, intentando comprimirlo todo en los minutos de que disponía, y terminaba cada capítulo con un inexorable llamamiento a la izquierda plural. Pacheco, el que se mostró más simpático, hablando a golpes.

La campaña de todos los partidos gira sobre el concepto identitario de Andalucía. Los lemas lo evidencian:

Por Andalucía

Andalucía, lo primero

Defiende lo tuyo, lo de Andalucía

Lo que necesita Andalucía

Sólo los mueve el territorio, no los habitantes, los seres humanos, sus condiciones de vida.

Cuestión aparte es la falta de escrúpulos para proponer. Sorprendió que el Partido Popular hablara de la «revolución» que necesita Andalucía. Fue en un acto público en el que el ministro Piqué les habló a los jóvenes del PP de la necesaria revolución. Las pieles que adornan a algunas señoras que acuden a ver, oír y besar a Javier Arenas debieron sofocarlas cuando oyeron pedir una revolución.

También resulta exótico que en los mítines en los pueblos acudan los propietarios de las más importantes fincas y canten el himno de Andalucía. Cuando alcanzan el pasaje de «Andaluces, pedid tierra y libertad…», me surge una pregunta: ¿más tierra quieren?

Jueves, 2 de marzo

Pinochet queda libre. Vivimos el laberinto diseñado por el Cínico. Dieciséis meses en Londres, recursos, contrarrecursos, para terminar dando libertad al dictador «por razones humanitarias», la única razón inaplicable, desde el punto de vista ético, a un sanguinario tirano como el ahora llamado «senador Pinochet».

Los Gobiernos de España, Reino Unido y Chile se han mofado de la humanidad toda. Por la parte que me corresponde hoy siento vergüenza de ser español. «Mi» Gobierno ha defendido a capa y espada al genuino representante de la opresión y el crimen. ¡Honor a Salvador Allende! ¡Degradación moral de José María Aznar! Siento un asco infinito de la política de facinerosos.

Algunos se consuelan porque el tirano vuelve «como demente, no como inocente». No me basta, sólo tengo que pensar en los monstruosos crímenes del dictador chileno para exigir más a mi conciencia.

El laberinto del Cínico se completa con la complicidad silenciosa, con la masacre de Chechenia: ¿dónde están los libertadores de la OTAN? Kosovo era «nuestro» porque Milosevic era un enemigo. Chechenia es de «ellos» (los rusos) porque Putin, y antes Yeltsin, son de los «nuestros».

No son razones de Estado, sólo son hipócritas intereses económicos y de poder en las diferentes zonas del mundo.

Viernes, 3 de marzo

Llamadas y cartas que lamentan mi escasa participación en la campaña. En El País de Andalucía, la periodista Lourdes Lucio testimonia que algo falta en la campaña. Según ella, falto yo. Para que haya «leña», dice, y para que haya campaña, sugiere.

De las cartas recibidas me ha gustado y divertido la que me envía un joven de Torreperogil, pueblo de Jaén que quiero mucho. Muy cariñosamente me pide que intervenga en la campaña, porque si no es así estará muerta. Termina con una frase memorable: «Tú serás un repulsivo (sic) si intervienes en la campaña». Me he reído con ganas.

Sábado, 4 de marzo

Pinochet llega a Chile y recupera la salud, desnuda la farsa representada por los Gobiernos de Chile, España y Reino Unido, y declara su propia cobardía, la del teóricamente general valiente, viril, adalid de los militares. Un general que finge estar enfermo, estar demente para salvarse; los honores militares por los suelos. Y los oficiales chilenos le reciben con música. Sigue el reino del Cínico.

Hablo con Tencha, la viuda del presidente Allende. Desde la detención del tirano en Londres hablamos con frecuencia. Una mujer magnífica.

Por nuestro país, sigue el cinismo. Aznar hace dos declaraciones antológicas. Primera: «Los socialistas reniegan de su pasado». Yo creía que era él quien renegaba de su pasado franquista, pero vaya usted a saber. Segunda: «Advierto de que los socialistas pueden pactar con el PNV». ¿No es lo que ha hecho el Gobierno del PP durante cuatro años?

Me llama Frank Casas, director de los cursos de la Universidad de Middlebury. El próximo año será director del centro que la Universidad de Míchigan tiene en Sevilla. Me ofrece un curso sobre la Transición política española. En junio viene a Madrid y lo hablaremos.

Domingo, 5 de marzo

Me visitan, vienen desde Turín, Nerio Nesi y Patrizia, su esposa. Un día extraordinario. Nerio es un italiano culto, gran conocedor de los mecanismos financieros y hombre de izquierda. Y un gran amigo al que aprecio de verdad. Patrizia es una doctora prestigiosa, bella, elegante, inteligente, con un instinto natural para la comprensión de los procesos políticos. He aprendido mucho con ellos hablando de la sociedad italiana y de la realidad española.

Una visita que me ha hecho pasar los momentos más felices desde que la rotura del calcáneo me mantiene postrado.

Lunes, 6 de marzo

Voy al hospital. Me retiran la mitad de los puntos de la herida. El resto debe esperar porque hay alguna necrosis de la piel en un área próxima a la herida.

La cura la hacen en una habitación (la 425) porque las salas de consulta están ocupadas. En la habitación estaba internado un joven con una pierna fracturada. Vestía un pijama y estaba trabajando desde la habitación merced a un ordenador personal con transmisión telefónica con la empresa.

Por la noche, entrevista en Hora 25. Carlos Llamas, un periodista con convicciones y honradez, me hace las preguntas. Ha sido corta, lo que me ha obligado a hablar rápido para meter todo lo que llevaba dentro.

Reflexiono de noche sobre las relaciones de odio, después amor, ahora odio, entre Aznar y Arzalluz, y llego a la conclusión de que en política no hay enemigo que no pueda llegar a ser aliado, ni amigo que no pueda ser traicionado.

Martes, 7 de marzo

Reacciones muy favorables a mi intervención anoche en Hora 25. Se repite la tónica general, insisten en que la campaña electoral es otra cosa sin mi participación. Para preservar mi salud intelectual, yo no les creo.

Enrique del Moral me consulta sobre el Congreso de Pablo Iglesias. Doy vía libre a los proyectos.

Hablo con Fernando Ledesma, magistrado del Tribunal Supremo, Ignacio Sierra, presidente de la Sala Primera, y con Juan José Martínez Zato, jefe de la Inspección Fiscal. Los tres magníficos y buenos amigos.

Miércoles, 8 de marzo

Juan de Dios Román, seleccionador nacional de balonmano, habla con mi secretario, Rafael Delgado, preocupado por mi salud y dispuesto a ayudarme en el momento de la rehabilitación en una clínica que utilizan los deportistas. Le hago llegar mi agradecimiento, pero tengo pensamiento de hacerlo en el hospital público donde me han operado y en casa.

Domingo, 12 de marzo

Día de votación. Lo hice en silla de ruedas. Me acompañaba mi hijo, que se encontró en la sala del colegio electoral con algunos amigos que dijeron haber votado al PSOE para el Congreso y el Senado, pero se habían abstenido en la elección para el Parlamento de Andalucía. Hicieron un comentario en broma, pero que reflejaba la preocupación de mucha gente: «Vamos a tener que crear un partido no andalucista en Andalucía por la ridícula campaña de campanario que hacen todos los partidos».

Ha pasado el dolor. Han sido cuarenta y cinco días de tortura. Lo he soportado sin quejas ni lamentaciones. ¿Para qué compartir con los demás los aspectos sombríos de la vida? Ahora viene una etapa de dolor relativo, acostumbrar el pie a los movimientos normales. Un proceso de rehabilitación penoso, pero que hace ver la luz. Viaje diario al hospital para recibir ayuda del fisioterapeuta Alberto Teyssiere. Mi experiencia en el hospital público Virgen del Rocío ha sido muy satisfactoria desde el punto de vista médico y muy grata en cuanto al trato humano. Al doctor Carranza le debo poder caminar con naturalidad. Un hombre de cultura popular, nacido en un bonito pueblo de Sevilla, hecho a sí mismo, prestigioso cirujano y querido catedrático. El doctor Laureano Fernández fue de una ayuda magnífica. Como lo fue la entrega de las enfermeras y los celadores.

El día que el médico me sugirió adelantar el proceso de rehabilitación me llené de alegría. Acepté, me puse zapatos y caminé apoyándome en las dos piernas. ¡Qué alivio psicológico recuperar el equilibrio!

Con el dolor superado y el equilibrio reconquistado, aunque tenía por delante un proceso aún largo de rehabilitación, mi vida cambió. Ahora disfrutaba con la lectura, como Willa Cather, una grandísima novelista norteamericana que escribió la primera novela rural de los pioneros de Nebraska, Mi Ántonia. ¡Estupenda! Leí también, de Cather, Mi enemigo mortal, en la que expone la relatividad de la felicidad.

Me pareció confusa la novelita Ni ángel ni bestia, de André Maurois, y leí con cierta angustia La ignorancia, de Milan Kundera, el viaje de retorno, el gran regreso desde Ulises a los últimos emigrados que vuelven a Checoslovaquia. En ella, una frase rutilante: «El amor es la exaltación del presente».

Dado que el tiempo no me faltaba me adentré en una placentera lectura comparada: las cinco novelas que nos cuentan la liberación de la mujer en las relaciones amorosas. Madame Bovary, La Regenta, Ana Karenina, El primo Basilio y Effi Briest. Una aventura sin par.

Acudí a Madrid, en silla de ruedas aún, a la constitución de la Cámara y al debate de investidura. Voté contra José María Aznar, como establece la norma general: la oposición no vota al candidato ganador. No habría de pasar mucho tiempo para que, recordando aquel voto, me sintiera orgulloso de haberme opuesto a un personaje tan negativo para el país.

Durante mi etapa de rehabilitación siguieron las visitas de amigos y compañeros.

Vienen a verme y a hablar de política tras la debacle electoral algunos amigos. Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Txiki Benegas, Paco Fernández Marugán, Matilde Fernández, Roberto Dorado, José Félix Tezanos y Pepe Acosta. Un plantel que llamarían guerrista.

No era una reunión de grupo organizado ni pretendíamos acordar nada, pero tras muchas intervenciones dominaba la idea de la conveniencia de nombrar una gestora provisional como dirección del partido, en la que no deberían figurar miembros de la ejecutiva saliente (por la dimisión del secretario general) ni barones territoriales. Su misión: conducir al partido a un congreso extraordinario que resolviera todas las cuestiones que planteaba la derrota electoral y la renovación de la dirección.

Al día siguiente, en la Cadena SER, Juan Carlos Rodríguez Ibarra sostuvo una posición muy diferente. Se empeñó en salvar el emparejamiento Felipe-Alfonso. Ya es hora de olvidarse de eso. Hace nueve años que tengo escasas coincidencias políticas con Felipe, ¿a qué sostener el tándem Felipe-Alfonso?

Viene a visitarme José Borrell. Tiene grandes dudas sobre su vuelta a la política en primera línea. Su actitud ante lo que significa el partido ha cambiado. Denuncia que existe una suerte de nomenclatura en la dirección.

Ante sus dudas sobre si ser candidato le dije: «No hagas caso de lo que cada uno de nosotros te decimos, decide tú en función de si tienes fuerza interior o no para afrontar el huracán que caerá de nuevo sobre ti».

Me contó cómo Polanco le dijo en el proceso de primarias: «A ti no te vamos a apoyar porque cuando tú estabas en el Gobierno, no nos hiciste ningún favor».

Leo Amor, de Elizabeth von Arnim, y Memorias de los últimos días de Byron y Shelley, de E. J. Trelawny.

José Félix Tezanos y Roberto Dorado me visitan para hacer una entrevista para la revista TEMAS para el Debate. Quedaron satisfechos, yo no tanto.

Una página difícil de arrancar
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