MÁXIMO
EL 9 de septiembre de 1997 murió Máximo Rodríguez Valverde. Una muerte dolorosa para muchos, para todos. Si es verdad que al morir «lleva el que deja y vive el que ha vivido», Máximo se fue cargado de bondades y recuerdos. Dejó familia y amigos que le han querido, que le quieren. Vivió una vida intensa, difícil, feliz.
Máximo Rodríguez Valverde mezcló con sabias proporciones una inmensa bondad y un firme carácter. Fue un español que hubo de exiliarse a Francia por la intolerancia hacia las ideas. Él profesó las del socialismo con fervorosa dedicación. Le encarcelaron. Le condenaron a muerte. Conoció la amargura del destierro.
Su casa de Toulouse fue refugio cálido y familiar para exiliados, jóvenes combatientes contra la dictadura, grupos teatrales y artísticos no adictos a la miseria de aquel régimen. (Él siempre se sintió próximo al teatro, desde su experiencia en La Barraca con Federico García Lorca.)
Con la reconquista de la democracia, Máximo ocupó la presidencia del Congreso de los Diputados por su mayor edad. Y valía la pena oír al ebanista antifranquista socialista pronunciar sus discursos sencillos, ajenos a la retórica parlamentaria, llenos de razón y de verdad. Era la representación del triunfo de la libertad.
Pasión de vida, Máximo creía en su familia, en su partido, en sus amigos. Escudero sin límites de la amistad, defendía a sus amigos cuando acertaban y cuando estaban en error. Con los que éramos más jóvenes se comportaba como padre vigilante, inquieto por los riesgos de pérdida de orientación en la vida y las ideas.
Máximo Rodríguez fue un joven sentimental hasta su muerte. Las lágrimas acudían benévolas a sus ojos ante el dolor ajeno, la injusticia o la expresión de amistad. Siempre decía a sus hijos: «En la vida no se trata de ser buenos o malos, se trata de ser justos». Máximo creía que la dignidad humana es más importante que la fuerza de una doctrina.
Vivió intensamente, sinceramente, de forma comprometida. Su compromiso fue directo. Fue un luchador, un buen padre, un amigo.
Su familia, sus compañeros pueden estar orgullosos de haber vivido con él penalidades y alegrías. Tuvimos la fortuna de compartir con él momentos que no pasarán al olvido.
El tiempo a veces es injusto. Con Máximo, no. Le dio a vivir una vida duradera y provechosa. A nosotros nos regaló su longevidad. ¡Cuánto aprendimos de él, de su sencilla manera de vivir! Hemos disfrutado con él, hemos gozado al saberle feliz y preocupado, consciente y alegre a una vez.
Máximo sabía que «el único retiro verdadero es el del corazón. El único descanso verdadero es el reposo de las pasiones, de la ambición». A personas como él poca diferencia les hace ser jóvenes o viejos; y mueren como han vivido, con una resignación elegante.
Su esposa Carmen, «la morenita», sus hijos Maxi, Carmen y Rosa, sus nietos tendrán el corazón hollado de dolor. Los demás, sus compañeros, sus amigos sólo podemos aliviarlos quedamente en su sufrir; y en cuanto a él, a Máximo, recordar, recordar.