EL CLICHÉ NO SE DETIENE

EN verdad, cuando sobre una persona se acuña una imagen, un cliché, pura repetición de ideas, éste no se detiene ante nada ni ante nadie. Se había creado la idea de un político todopoderoso, y esa imagen me la atribuyeron a mí. ¿Cuáles son los elementos que pueden conformar una opinión común acerca del poder de un político? A mi parecer puede desempeñar un papel el carácter del político, la transmisión de una seguridad en su conducta, que puede o no coincidir con la realidad (este último es mi caso), pero sobre todo influye la imagen que los demás ven reflejada en los medios de comunicación. Los cercanos lo confirman creyendo que te favorecen, y los alejados o contrarios lo utilizan como prueba de un control autoritario que estás lejos de practicar. El hecho es que la percepción se impone a la realidad y acaba siendo la realidad misma, pues una suerte de temor ante la persona de «tanto poder» otorga, sin pretenderlo, un poder creciente. Y en ello colaboran todos, conscientes o no de que están reforzando el poder personal. A veces tal esquema, falso, me beneficiaba, pues me otorgaba un poder inexistente que en ocasiones funcionaba gracias a la percepción que tenían los demás; en otros casos la distorsionada imagen, el cliché, provocaba situaciones indeseadas e indeseables.

Tomaré un ejemplo chocante y jocoso. La organización nacional de Cruz Roja, institución que aprecio y valoro con la más alta consideración, envió en 1991 a sus delegaciones un documento para la «planificación de los trabajos de organización de la Fiesta de la Banderita de 1991». Advertía sobre la pérdida sistemática de mesas petitorias y señalaba la importancia de la «captación de nuevas presidentas de mesas». Terminaba el documento con las diversas acciones que era imprescindible realizar para alcanzar el objetivo de recaudación que se habían impuesto. Entre las recomendaciones figuraba un punto d) que decía: «Cualquier otra iniciativa que pueda sernos de utilidad para obtener una mayor recaudación, como tratar de recuperar las mesas de los ministerios presididas por las “ministras consortes”, ya que al no estar A. Guerra se habrá acabado la prohibición».

¿Quién habría convencido a los sacrificados miembros de Cruz Roja de que yo había establecido una prohibición de participar en las mesas? ¿Era sólo una excusa inventada por algún ministro para relevar a su esposa de la tarea de acudir a una mesa de Cruz Roja? El hecho real era que personas sensatas, abnegadas, inteligentes, capaces de hacer una labor social importante se habían tragado la bola de que un todopoderoso vicepresidente controlaba ¡hasta la dedicación de las esposas de los ministros! El documento, por cierto, las llama «ministras consortes», lo que entre otras cuestiones nos informa de que no había ministras.

Lo que enseña este ejemplo, más simpático que esencial, es cómo se conforma la opinión general sobre el funcionamiento de las organizaciones humanas. Se suelta una bola y ésta corre libremente hasta hacerse enorme, sólida y aceptada por todos sin más. Sólo que no es real; es el proceso de hacer admitir una mentira como una verdad. Y esforzarse en desmentir, aclarar, poner las cosas en su sitio… El cliché no se detiene, el intento de reponer la verdad fracasará.

Obsérvese el siguiente paradigma. A alguien se le ocurrió hace años atribuirme haber pronunciado la primera mitad de una frase que era habitual en las declaraciones del dirigente sindical mexicano Fidel Velázquez: «El que se mueve no sale en la foto y el que se aflige, lo aflojan». Jamás había utilizado yo esa frase, pero hoy no sería posible convencer a nadie en España de la verdad de los hechos. La deformación, en la que juega un papel clave la repetición en los periódicos, puede alcanzar tal disparate que ha llegado a producirse la inversión total de la historia. En el periódico mexicano El Universal se ha llegado a publicar un artículo titulado «El que no se mueve…». En él se lee:

Es probable que cada vez menos gente recuerde a Fidel Velázquez, quién fue y qué hizo. Y que lo recuerden como oráculo del «sistema» que acuñaba frases cargadas de sabiduría procedimental sobre el presidencialismo del partido hegemónico.

Una de esas frases fue: «El que se mueve no sale en la foto», prestada, por cierto, pues se puede rastrear hasta Alfonso Guerra del PSOE.

Ahora resulta que le han robado la autoría al creador de la frase para endilgármela a mí. Y esto lo escriben en el país del autor de la frase, en un artículo firmado por Francisco Valdés Ugalde, nada menos que el director de la sede mexicana de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Como para esperar que un ciudadano normal tenga las claves de la verdad. Cliché y política hacen un matrimonio unido por el consagrante periodístico.

Ya en el siglo XVIII lo dejó claro William Hazlitt, para quien «la reputación de un hombre no está a cargo suyo, sino que radica en la clemencia de la prodigalidad ajena. La calumnia no requiere pruebas. Las maliciosas imputaciones lanzadas contra un carácter dejan una mancha que ninguna refutación posterior puede destruir. Para crear una impresión desfavorable, no es necesario que ciertas cosas sean verdaderas, sino que hayan sido dichas. La imaginación es una textura tan delicada que aun las palabras la hieren».

Una página difícil de arrancar
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