SUEÑOS DE JUVENTUD
EN mis años juveniles buscaba yo ansiosamente modelos que imitar y fueron dos las experiencias que me atrajeron en una primera aproximación y me sedujeron después. Se trataba de la organización comunitarista del kibutz en Israel y la autogestión yugoslava. Leí toda la literatura de la época que elogiaba el entendimiento de la convivencia que practicaban los pioneros israelíes y el sistema productivo autogestionario que la Yugoslavia del mariscal Tito había implantado con éxito, según todos los estudios. Mi constatación personal de las dos experiencias redujo a casi nada las expectativas que había acumulado con mis lecturas, pero siempre queda alguna identificación, una brizna de idealización, como una complicidad que le acerca a uno a las noticias que le llegan de allá.
Quizás por ello viví la guerra de los Balcanes, desatada con terrible furia en 1992, como un acontecimiento cercano que me hirió profundamente.
La muerte de Tito, la caída del Muro de Berlín y el inicio de la disolución de la URSS desencadenaron las fuerzas largo tiempo reprimidas en Yugoslavia.
El detonante que puso en marcha la cadena de tragedias que vivirían los yugoslavos fue la respuesta violenta del presidente Slobodan Milosevic a las manifestaciones de protesta por sus métodos autoritarios. El simple cambio del nombre de su Partido Comunista por el de Socialista le hizo pensar que su política tendría mayor aceptación. No fue así. Eslovenia y Croacia se declararon independientes. El ejército federal atacó Eslovenia, y serbios y croatas comenzaron los enfrentamientos. La entonces aún denominada Comunidad Económica Europea (CEE) entiende que éste es un problema europeo y plantea un plan de paz que es rechazado por Serbia. La CEE reconoce a Eslovenia y Croacia, y con posterioridad a Bosnia-Herzegovina. Caen las bombas sobre Sarajevo. Se desata una guerra en la que la diferencia de etnia o de religión es motivo suficiente para la muerte. Un estallido de violencia y drama del que aún no se han recuperado sus víctimas y que no ha dado aún estabilidad suficiente a la zona. La guerra de los Balcanes de los años noventa es un baldón de vergüenza para Europa. La irracionalidad, el crimen o la indiferencia permitieron una masacre de civiles y una diáspora de grandes masas de personas que perdieron su familia, su hogar, su trabajo, su tierra. Una condena que sepulta los sueños de juventud en el rincón más negro de la gaveta de la historia.