Prólogo
Prólogo
Palacio de la Unidad, Ciudad Imperial, Luthien
Distrito Militar de Pesht
Condominio Draconis
3 de febrero de 3004
Subhash Indrahar parecía una materialización de la noche cuando avanzó entre sus subordinados y penetró en el dormitorio. Su negro uniforme de las FIS se veía inmaculado desde el suave cuello hasta las botas de puntas hendidas. A diferencia de los hombres que lo habían precedido, caminó en silencio mientras cruzaba el porche que había entre la estancia y los jardines privados.
El director adjunto de las FIS recorrió el cuarto con la vista y archivó con rapidez una imagen mental para futuras referencias. Sus hombres de las Fuerzas Internas de Seguridad ocuparon posiciones estratégicas y cubrieron con discreción todas las salidas. Ninguno de los cinco exhibió reacción alguna ante el cadáver bañado en sangre que yacía extendido en las esteras de dormir situadas en el centro de la estancia. Cuatro de los otros cinco hombres que había en la habitación eran otomos, los jactanciosos guardaespaldas del Coordinador. Se movieron nerviosos, mostrando una mezcla adecuada de miedo y de respeto cuando entró Subhash. El quinto hombre era Takashi Kurita, su amigo de toda la vida.
Takashi se hallaba inmóvil contemplando el cuerpo que yacía a sus pies, el cadáver de Hohiro Kurita, su padre y Coordinador del Condominio Draconis. Con el asesinato de Hohiro, Takashi le sucedía como cabeza de la Casa Kurita y gobernante del Condominio Draconis, que abarcaba sistemas planetarios enteros.
A Indrahar le resultó levemente perturbadora la falta de emociones de Takashi. Fugazmente, se preguntó cuánto más temerían los otomos esa tranquila aceptación de la muerte. Los guardaespaldas, después de fracasar en su deber de proteger a su señor, aguardaban con ansiedad la reacción de Takashi. Se les había confiado la protección de la vida del Coordinador. La llegada de Indrahar les recordaba que deberían responder por su fallo cuando comenzara el interrogatorio de las FIS. Nadie ocultaba secretos a los perros guardianes de la sociedad Kurita, salvo que se los llevaran a la tumba. Sin duda, algunos de los guardaespaldas pensaban en el suicidio con el fin de expiar su vergüenza, siempre que creyeran que no serían ejecutados por el fallo.
En silencio, Takashi se arrodilló al lado del cuerpo, ajeno al charco de sangre medio reseca que empapó las rodilleras de su traje de faena de color tostado. Alargó la mano derecha y posó con suavidad los dedos en la mejilla destrozada por el golpe de espada que había partido el cráneo de Hohiro, Takashi permaneció en esa postura durante varios segundos, sin prestar atención a Indrahar, quien se le había acercado.
—«Las circunstancias que rodeen mi muerte no me importarán, porque me encontraré camino del cielo» —comentó Takashi en voz baja. Subhash reconoció las propias palabras de Hohiro, pronunciadas por el arrogante señor sólo dos años atrás—. ¿Era así, padre?
Subhash recordó algo más que había dicho el Coordinador: «Sólo aquellos que me sobrevivan debatirán la cuestión». Subhash supo que el debate de la «cuestión» de esta noche comenzaría pronto, ya que el asesinato del Coordinador sacudiría a todo el Condominio.
De repente, Takashi pareció consciente de su presencia. El hombre de las FIS inclinó la cabeza y anunció:
—Los otomos han capturado al asesino cerca de la casa de té, Takashi-sama.
Takashi gruñó en aceptación de la información. Al ir a levantarse, resbaló sobre las esteras mojadas. Cuando alargó la mano izquierda para mantener el equilibrio, ésta cayó sobre un charco de sangre, y el rojo líquido le salpicó la manga y le ensució la mano. Takashi se incorporó sin más incidentes, totalmente inconsciente de la imagen sangrienta que presentaba.
Subhash siguió a su amigo a unos pasos de distancia y se encaminaron hacia el jardín. Los otomos y los hombres de las FIS presentes en la habitación se inclinaron ante el nuevo Coordinador.
Los dos amigos salieron al jardín, pero no hallaron la habitual paz que en él reinaba bajo la luz de las estrellas. A su alrededor, el lugar bullía con las reacciones ante la noticia de la desgracia. Unas linternas manuales se movían entre los cedros japoneses a medida que los sirvientes y los oficiales de menor rango iban de un lado a otro sonsacándose información sobre la agitación reinante. Otros otomos y agentes de las FIS estaban desperdigados entre los matorrales y las rocas, silenciosos e inmóviles como las estatuas de piedra y bronce que adornaban el jardín.
Antes de que los dos hombres recorrieran la distancia que los separaba de la casa de té, un ruido de pies descalzos sobre la madera del puente del jardín llamó la atención de Subhash. Se volvió para avisar a Takashi, pero vio que éste ya miraba en aquella dirección. Hacia ellos avanzaba la esposa de Takashi, Jasmine. Llevaba un kimono de noche cerrado apresuradamente alrededor del cuerpo, y el largo y negro cabello aún estaba enmarañado debido al sueño interrumpido.
—¡Esposo! —gritó, y el alivio se desbordó en su voz al reconocer la silueta familiar y robusta de Takashi—. Desperté y descubrí que no estabas, al tiempo que oí a los guardias corriendo. Temí que hubiera sucedido algo.
—Ha sucedido algo —repuso con voz tranquila Takashi. Al volverse para quedar frente a ella, las luces procedentes de la casa mostraron las manchas oscuras que le teñían el uniforme y las manos. Jasmine se detuvo y, alzando la mano, se cubrió la boca y la cara, a excepción de los ojos horrorizados. Takashi comprendió la reacción y de inmediato añadió—: Estoy ileso, pero Hohiro ha muerto.
Subhash observó el rostro de Jasmine y vio en él que la tranquilidad por la seguridad de su esposo se debatía con el dolor por la muerte del padre de éste. El hombre de las FIS notó que no se acercaba más a su marido; al parecer, su repugnancia a la sangre era superior a la necesidad de confirmar las palabras de Takashi con algo más que los ojos. Era una flor delicada para estar casada con un samurái como Takashi, un hombre que pronto tomaría el control del destino de miles de millones de ciudadanos leales.
Un ligero movimiento en la muchedumbre allí reunida captó la atención de Subhash. Abriéndose camino entre las piernas de un hombre de las FIS, una pequeña figura salió corriendo por entre el grupo de sirvientes y cortesanos. Subhash memorizó la cara del guardia. Había actuado con negligencia al dejar pasar a un niño más allá de su puesto de vigilancia, aunque ese niño fuera el hijo de Takashi y un miembro del clan gobernante Kurita. El agente detuvo a la figura más alta que iba tras el muchacho. El que perseguía al niño era el solemne y anciano monje Zeshin, un iniciado de la Orden de las Cinco Columnas y el hombre encargado de velar las noches del hijo de Takashi. Subhash observó la desazón que expresó el rostro del monje cuando sus esfuerzos con el guardia atrajeron la atención de los personajes distinguidos que había en el centro del jardín. Era evidente que esperaba ser castigado por el fallo en contener a su pupilo.
Jasmine se inclinó y extendió los brazos hacia su hijo mientras éste atravesaba corriendo el jardín. Lo abrazó y, tras acallar sus preguntas con susurros y suaves promesas de explicaciones que le daría por la mañana, se irguió, levantando consigo el ligero peso del niño de seis años con la fuerza apacible de una madre. Una maciza figura le cerró el paso y levantó una mano ensangrentada para coger el brazo del niño.
El muchacho bajó la vista hacia la mano que le tenía asido el brazo izquierdo y, al ver la sangre que la manchaba, alzó con brusquedad la cabeza con el fin de averiguar si esa mano era la de su propio padre. Subhash vio que los ojos del niño se abrían mucho, no con miedo, sino con expectación.
—¿Ha habido una guerra? —preguntó el muchacho con la voz llena de excitación—. ¿Has estado matando federados, padre?
—Shh, pequeño —lo amonestó Jasmine—. Los niños no deberían estar levantados tan tarde. —El niño miró a su madre con el entrecejo fruncido, ratificando la opinión que ya tenía de que las madres siempre estropeaban la diversión. Antes de que pudiera replicar, Jasmine continuó—: Volverás a la cama. Mañana…
—¡No! —la enérgica intervención de Takashi sorprendió a Jasmine—. Has protegido al niño demasiado tiempo, mujer. Te lo he consentido hasta ahora, pero esta noche eso ha de llegar a su fin. Deja que vea el mundo tal como es.
Takashi arrancó al niño de los brazos de la mujer y lo sostuvo en los suyos. Este lo aceptó encantado e hizo caso omiso de las protestas de su madre.
—Hijo mío —prosiguió Takashi—, esta sangre que ves en mis manos no es la de los enemigos de nuestro clan. No pertenece a un federado ni a la Casa Davion. Ni tampoco a los débiles petimetres de la Casa Steiner, ni a ninguna de las otras Casas que comparten la Esfera Interior con nosotros. Es la sangre de nuestro clan y nuestra Casa, la sangre del Dragón.
—No, no lo hagas —se quejó Jasmine; la luz centelleó en sus ojos llenos de lágrimas—. Es demasiado joven. —Fue a coger de nuevo al niño, pero Subhash alargó la mano para detenerla y ella se volvió hacia éste—. Tú eres su amigo. Díselo. El niño es demasiado joven para que lo asusten con la muerte que nos rodea.
—Takashi-sama hace lo que debe, dama Jasmine.
Enfrentada a una voluntad tan inflexible, ella se encorvó, rindiéndose. Takashi se giró mientras Subhash entregaba a Jasmine al cuidado de sus doncellas, que remolineaban entre la multitud, temerosas de entrometerse hasta no ser llamadas. Las jóvenes se adelantaron para escoltarla de regreso a su propia habitación.
Después de ocuparse de Jasmine, Subhash se convirtió de nuevo en una sombra a la espalda de Takashi. Sosteniendo en brazos aún a su hijo, el nuevo Coordinador regresó al dormitorio de Hohiro. Subhash llegó a tiempo para ver los ojos del niño abrirse asombrados ante la carnicería de la habitación.
—¿El abuelo? —preguntó con voz insegura.
—Sí —respondió Takashi, sin dejar espacio para la compasión en esa única palabra—. Era tu abuelo. También era el Coordinador del Condominio Draconis. Ese será tu futuro si no eres fuerte.
«Ahora yo soy el Coordinador, y tú mi heredero. Somos el Clan Kurita y debemos poseer fortaleza para gobernar, fuerzas para evitar un fin semejante. Siempre debemos hacer lo que sea necesario para la supervivencia de nuestra Casa y del imperio que regimos. Es una confianza que jamás debemos traicionar. Por ningún hombre o mujer, ni por ningún sentimiento personal o debilidad del espíritu. Si nos mostramos débiles, éste es el destino que nos aguarda: la muerte ignominiosa. ¿Wakarimasu-ka?
El muchacho no dijo nada. Con los abiertos ojos azules todavía clavados en el cadáver de su abuelo, tragó saliva y luego asintió.
—Bien —repuso Takashi, volviéndose para salir del cuarto—. Ahora hemos de ocuparnos del asesino.
—Quiero matarlo —declaró el muchacho con voz baja y llena de determinación. Su anterior excitación se había tornado en una seriedad sombría.
—No puedes —le dijo Takashi, aunque pareció complacido por la respuesta de su hijo—. Sé que el honor del clan te domina. Lo sé porque también me ocurre a mí. Que ésta sea tu primera lección libre de la sombra de tu madre: la violencia personal no es el camino del Coordinador. Nuestro destino requiere que actuemos por intermedio de otros. El asesino ha de recibir justicia, no venganza. Es lo mejor para el Condominio. ¿Wakarimasu-ka? —En esta ocasión el muchacho negó con la cabeza, con una expresión de perplejidad en la cara—. Con el tiempo lo comprenderás, hijo —le aseguró Takashi.
El trío volvió a salir al frío aire de la noche. A pesar de la oscuridad, Takashi bajó los escalones con decisión y se dirigió hacia el pequeño grupo reunido alrededor de la casa de té.
En el centro había un otomo Tai-i, que se hallaba de pie detrás de la figura acurrucada de un hombre. Cuando Takashi se detuvo, el Tai-i bajó el brazo y, cogiendo al asesino por los cabellos, le echó la cabeza hacia atrás, dejando que la luz iluminara la cara manchada de sangre. Tenía un ojo hinchado y cerrado, que ya empezaba a amoratarse debido a los golpes recibidos.
—El sargento de Garra Ingmar Sterenson —anunció el Tai-i.
Subhash notó que el hombre estaba casi muerto por la paliza que le habían dado; sin embargo, aún brillaba un destello de desafío en el ojo abierto. Ese ojo se clavó en Takashi. Subhash percibió que el hombre se concentraba en el señor kuritano, estrechando su mundo para incluirse sólo a sí mismo y al Coordinador.
El asesino empezó a hablar. El Tai-i alzó la mano con el fin de abofetearlo para que guardara silencio, pero se detuvo en el acto ante la breve negativa que realizó Takashi con la cabeza.
—Esta noche se termina una mentira —graznó Sterenson—. Durante años le serví como un ayudante de confianza y valioso. Me entregué a la causa de la Casa Kurita. Esta noche se acabó. —Sterenson no pudo seguir hablando debido a un ataque de tos que le sacudió todo el cuerpo; pero, cuando por fin recuperó la voz, ésta sonó con más fuerza y con el toque de convicción del auténtico fanático—. Esta noche he asestado un golpe a favor de la libertad al matar al tirano. ¡Independencia para el pueblo de Rasalhague! —gritó—. ¡Muerte a los opresores!
El Tai-i abatió el puño sobre la sien de Sterenson y el hombre esposado cayó al suelo. Se retorció y gimió cuando el otomo le propinó una patada y le escupió.
—¡Basta! —rugió Takashi.
El otomo se detuvo al instante, y Sterenson levantó la cabeza para mirar a Takashi a los ojos. Subhash percibió la comprensión mutua que ambos compartieron, cada uno reconociendo y aceptando la parte que le tocaba en el drama nocturno.
—Dispárale —ordenó Takashi, con voz monótona y apagada.
El Tai-i, ansioso por ganarse la estimación del nuevo Coordinador, desenfundó la pistola y abrió fuego. El disparo resonó entre los muros del jardín.
En los ecos que morían, Subhash le susurró a Takashi:
—A mi superior, el director de las FIS, le habría gustado interrogarlo, Takashi-sama.
Takashi miró a su viejo amigo a los ojos.
—¿Cuestionas mi juicio?
Subhash escudriñó los azules ojos de Takashi, tanteando la fuerza de la concha ki del señor Kurita. Impresionado, contestó:
—No me corresponde hacerlo. Tono.
—Un hombre ha de conocer cuál es su sitio —comentó Takashi, apartando la vista—. Veré al director al amanecer para formularle algunas preguntas por mi parte. Jamás se debió permitir que un traidor llegara a un puesto de tanta confianza. No estamos en la Liga de Mundos Libres. —Takashi volvió a mirar a los ojos a Subhash—. ¿Kendo al mediodía, Subhash-sama? Tendremos mucho que discutir.
Subhash inclinó la cabeza, en mudo asentimiento, y se irguió para observar a su amigo de la infancia, ahora Coordinador, alejarse con paso firme y calmo en dirección a su dormitorio. Takashi llevaba con seguridad a su hijo en brazos. En la oscuridad, el óvalo pálido de la cara del muchacho brillaba por encima del hombro del padre. Incluso bajo esa débil iluminación, Subhash vio que la confusión y el miedo se habían impuesto sobre la reacción inicial del niño. Subhash le ofreció una sonrisa de confianza y proyectó su ki para sosegarlo con su propia fuente de tranquilidad y fortaleza.
«Yo protegeré tu futuro, joven Kurita».
El niño consiguió esbozar una sonrisa a medias y Subhash captó su alivio.