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En camino desde el Punto de Salto de Rasalhague
Distrito Militar de Rasalhague
Condominio Draconis
22 de septiembre de 3019
—Ha sido la primera advertencia de la aproximación final, Coordinador —anunció Iván Sorenson—. Hemos de prepararnos para el descenso al puerto estelar.
—Muy bien, Tai-sho —contestó Takashi Kurita mientras se ponía de pie—. He escuchado cosas muy interesantes acerca de la situación en Rasalhague. Tu objetivo análisis sobre la actuación de mi primo Marcus como Señor de la Guerra ha sido de lo más instructivo.
Los hombres abandonaron la diminuta sala del capitán y, cuando entraban en el puente de la Nave de Descenso, un tripulante con la cara muy pálida atravesó a toda velocidad la escotilla.
—Un cuerpo… muerto… con manchas de color púrpura —tartamudeó el hombre.
Sorenson se le acercó al instante, y sus dos metros de altura se cernieron sobre él.
—¡Deje de balbucear, tripulante! —rugió—. Quiero un informe claro.
El hombre hizo un esfuerzo visible por controlarse.
—Es el Tech Superior Karlborgen. Lo encontré en el puesto de Ingeniería. Está muerto, señor. Es terrible. Está todo cubierto por manchas de color púrpura.
Sorenson no perdió el tiempo. Mientras giraba para abandonar el puente, gritó:
—Llévenos de regreso a una órbita de espera, Dai-i Nkuma. No quiero que descendamos hasta saber qué ha pasado.
A medida que recorría a toda velocidad la extensión de la nave, Sorenson analizó las posibilidades. No sabía de ninguna enfermedad que produjera marcas púrpura, lo cual hacía que fuera muy probable que Beorn Karlborgen fuera la víctima de un asesinato, y que se tratara de algún veneno devastador o un arma biológica especial. Fuera lo que fuere, había un asesino a bordo. Y eso significaba problemas… y era lo último que quería con el Coordinador del Condominio Draconis en su Nave de Descenso. Había creído que se trataba de un golpe de suerte cuando Marcus Kurita había sugerido que el Tai-sho en persona se encontrara con el Coordinador en ese punto de salto. Y ahora la misión afortunada estaba a punto de convertirse en una maldición. «Mi honor quedará pulverizado —pensó—, si algo amenaza al Coordinador mientras se encuentre a mi cuidado».
Sorenson pensó en sus enemigos, en busca del posible causante de los problemas. Cuando no se le ocurrió nadie que dispusiera de la oportunidad, comenzó con los probables enemigos del Coordinador. Con un escalofrío, sus pensamientos se detuvieron de repente al llegar detrás de los tripulantes que rodeaban el cadáver.
Se abrió paso y observó el cuerpo. El rostro tranquilo y compuesto del cadáver lo hizo cambiar de idea al instante. Entonces, no era un asesinato. «¿Qué has hecho, Beorn?», pensó.
Sorenson se agachó para examinar el cuerpo. Después de una inspección rápida, quedó aún más convencido de que el Tech Superior se había suicidado.
—Los controles de la nave están trabados —dijo alguien a sus espaldas. Se sobresaltó al escuchar la voz, que era tan fría y distante como si procediera de ultratumba. Se volvió, esperando ver al fantasma de Beorn y se halló frente a Takashi Kurita. El Coordinador lo había seguido—. Da la impresión de que tu Tech Superior deseaba ser un asesino y no tuvo el valor de enfrentarse a la muerte que nos iba a deparar.
Recuperando la compostura, Sorenson preguntó:
—¿Qué queréis decir?
—El Dai-i explicó que el mando de la nave se halla trabado en piloto automático. Estamos en un curso que nos hará chocar contra el centro de control de la zona militar del espaciopuerto de Reykjavik.
Las palabras de Takashi provocaron pánico en los tripulantes que los rodeaban. Hombres y mujeres salieron en todas direcciones, gritando y luchando entre sí. Varios se dirigieron hacia la nave de emergencia. Uno de éstos dio un manotazo al control de acceso y aulló a la puerta para que se apresurara a subir. Llenos de desesperación, vieron que la nave partía sin haber abierto la puerta.
—Muy bien pensado —comentó Takashi—. Todas las comunicaciones al exterior están interrumpidas; han sido reemplazadas por mensajes simulados de rutina. El centro de control desconoce nuestro problema.
—Era un Tech muy competente —acordó Sorenson, contagiado por la tranquilidad del Coordinador—. ¿Cree el Dai-i que se puede anular el control maestro?
—No a tiempo.
—Entonces, nos encontramos atrapados.
—A menos que consiga que le crezcan alas o que pueda caminar sobre el aire como el tenshin de la leyenda.
Sorenson se dio una palmada en la cabeza. Las palabras del Coordinador acababan de encender la chispa de un plan desesperado.
—Quizá quede una posibilidad —dijo—. Venid, Tono.
Condujo al Coordinador al compartimiento de BattleMechs.
El Coordinador debió de anticipar el plan de Sorenson tan pronto como llegaron a su destino.
—Los Mechs no están equipados para un descenso orbital.
—No, Tono. Tenemos los armazones y las unidades de maniobra a bordo, pero carecemos de tiempo para acoplarlos. Sin embargo, mi Grasshopper posee retropropulsores, y ya hemos penetrado en la atmósfera. Si conseguímos sacar a un Mech fuera de la nave, quizá resulte posible bajarlo. No será un viaje agradable, y el aterrizaje será seguramente duro, pero representa una posibilidad.
—El Dragón aprueba la audacia, Tai-sho.
Sorenson sospechaba que Takashi era mejor piloto de Mechs que él, pero confió en que el Coordinador entendiera su proceder.
—No queda tiempo para despejar los cierres de seguridad ni de limpiar los neurocircuitos para vos —explicó—, así que tendré que pilotarlo yo.
El Coordinador asintió.
En silencio, subieron en el ascensor hasta el nivel de la carlinga, elevándose muy por encima del puente donde los tripulantes iban de un lado a otro dominados por el pánico.
—Será mejor que dejéis que entre yo primero. Tono. Jamás conseguiría pasar mi cuerpo con vos dentro.
Sorenson se apretujó para atravesar la estrecha compuerta de entrada. Mientras pasaba, tiró de la palanca que desplegaba el asiento eyectable y lo fijó en su lugar. La mayoría de los Mechs traían tales asientos para pasajeros, pero eran apretados e incómodos. El pasajero quedaba encerrado, sin poder vislumbrar nada más que unos destellos de los controles y pantallas, incapaz de alterar su destino. Fugazmente, Sorenson se preguntó cómo aceptaría Takashi semejante desvalidez. El mismo habría estado frenético.
Mientras se acomodaba en el asiento de mando e introducía el código de identificación en su computadora, oyó cómo el Coordinador se ajustaba las correas. Sorenson activó los biomonitores y metió las clavijas en los enchufes del neurocasco antes de extraer el enorme casco de su soporte. Se lo colocó en la cabeza y sintió el peso que caía sobre sus hombros desprotegidos. «¡Maldición! Me dejará unos moretones», pensó, pero no había tiempo para enfundarse el chaleco refrigerante cuyos hombros acolchados usualmente protegían al MechWarrior de la opresiva presión del neurocasco.
La falta del chaleco refrigerante era un problema. Ningún MechWarrior deseaba operar jamás su aparato sin uno puesto. A medida que el calor aumentaba en la carlinga, un hombre podía quedar abrasado. El Coordinador y él tendrían que correr el riesgo.
—¿Estáis bien sujeto, Coordinador?
—Hai —le llegó la respuesta; la voz sonaba tranquila y con más calma de la que sentía Sorenson—. El reactor está frío.
El Coordinador había descubierto otro fallo en el plan de Sorenson. Normalmente, hacían falta unos minutos para que el reactor de fusión de un BattleMech adquiriera una temperatura operativa segura. Minutos de los que ellos carecían. Mover al Mech en frío era otro riesgo que sólo correría un hombre desesperado.
—Deberemos arriesgarnos a un inicio frío, Tono. Intento establecer una alimentación de energía a través de los cables del monitor de la Nave de Descenso.
Sorenson completó el circuito en el instante en que una explosión sacudía a la nave. «Maldito Beorn —pensó—. Nada dejado al azar. También colocaste explosivos».
El BattleMech sufrió un tirón cuando la energía lo inundó. Las extremidades se movieron con un espasmo a medida que los impulsos fortuitos activaron los pseudomúsculos de miómero que articulaban los enormes huesos de aleación del esqueleto del aparato. En medio de esa danza violenta, Sorenson envió la señal para que se abrieran las compuertas.
No obtuvo ninguna respuesta.
De nuevo tecleó el código de apertura. Y de nuevo nada. Las puertas de titanio permanecieron inmóviles, impasibles tanto a las señales repetidas como a sus juramentos. El maldito traidor había sido demasiado precavido.
Unicamente quedaba una posibilidad.
Sorenson activó el afuste de misiles montado en la cabeza del Mech.
Unas detonaciones atronadoras llenaron el recinto cuando las compuertas se despedazaron bajo el poder de las cabezas explosivas. Unas tiras de acero se soltaron de la estructura de la nave y se dispersaron por el cielo como si fuera broza desmenuzada. El Grasshopper se soltó de sus anclajes cuando una tremenda explosión sacudió la nave. Un terrible remolino de nubes fue lo último que percibió Sorenson cuando el BattleMech trastabilló hacia atrás, sacudiendo con violencia a su piloto y enviándolo directamente a la oscuridad.
—Me alegra verlo de nuevo, duque Ricol —saludó Theodore, irguiéndose tras una breve inclinación y alargando la mano para estrechar la del hombre.
—El placer es mío, alteza. —El tono de Ricol fue tan suave como su vestimenta. Su elegante traje rojo contrastaba con el gris y marrón que dominaban el uniforme de Theodore—. ¿Qué os trae tan temprano por aquí después de una larga noche de celebración?
—Un mensaje de mi primo Marcus —respondió, preguntándose si Ricol de verdad sabía cómo había pasado la noche—. Me pidió que viniera al centro de control.
—Yo habría esperado que ya estuviera aquí para recibiros —comentó Ricol—. Su falta de modales en no encontrarse conmigo resulta comprensible. Yo sólo soy el señor de una casa menor, del que se espera soporte los caprichos de los poderosos.
Theodore lo miró de reojo. No estaba seguro qué parte de la observación del hombre era sarcasmo y a cuál se suponía que debía responder él. Decidió tratar con los hechos claros.
—Entonces, usted también ha venido a verlo.
—Es lo que implicaba su mensaje, alteza.
—Curioso.
—Sí, ¿verdad?
Los dos hombres guardaron silencio. Theodore miró por el ventanal del centro de mandos al amanecer que salía sobre el puerto estelar. Unas nubes condensadas se alzaban de las aberturas de ventilación que había en los techos de los edificios más allá del campo, por efecto de las emanaciones calientes que entraban en contacto con la fría atmósfera. Los trabajadores cumplían con sus tareas, intentando en lo posible permanecer bajo los rayos del sol naciente y evitar las zonas sombreadas y cubiertas de escarcha. Menos afortunada era la compañía del Octavo de Regulares de Rasalhague del Tai-sho Sorenson, que se alejaba al trote en el temprano ejercicio que acababan de comenzar. El preparador físico de los MechWarriors los conducía a través de una ruta trazada de antemano que no tenía en cuenta las comodidades personales.
Todo era normal, otro típico día. El orden representaba la serenidad, algo que Theodore deseaba poseer en mayor medida después del ajetreo de los preparativos para la boda del día anterior y de la agitada noche pasada con Tomoe.
—Ah —exclamó Ricol, llamando su atención. El duque señaló un punto que había en la distancia—. Se acerca una Nave de Descenso. Creo que vuestro padre aterrizará pronto.