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Condado Sitika, Galfree del Norte, Marfik
Distrito Militar de Dieron
Condominio Draconis
21 de septiembre de 3028
—Sería una cobardía marcharse.
—Sería una estupidez quedarse —replicó Tomoe.
Con los ojos entrecerrados y las aletas de la nariz abiertas, Theodore se puso rígido al escuchar sus duras palabras. Alrededor de la estancia, los hombres y mujeres fingieron un repentino interés en otras cosas: paredes, uñas, arrugas en los uniformes. Theodore y Tomoe se miraron de hito en hito, la obstinación enfrentándose a la persistencia.
El código del bushido no le permitía a un comandante huir de una batalla perdida, dejando a sus soldados para morir solos. Toda su vida había deseado conducir a los guerreros kuritanos a la batalla, y, finalmente, aquí en Marfik lo había logrado. Incluso incapacitada por un pobre equipo y la falta de suministros, su legión se había comportado muy bien. Ahora sus fuerzas se enfrentaban con el fin, a pesar de sus planes bien trazados. El bushido exigía que él encontrara ese fin junto a sus hombres.
Tomoe se puso de pie y se dirigió al extremo de la mesa, casi fuera del círculo de luz. Se detuvo allí pero no se giró. La luz refulgía en los pertrechos metálicos de la enorme masa de su chaleco refrigerante, aunque aún pudo notar su cólera en los hombros encorvados.
—Ella tiene razón, sama —atronó Olivares—. No tienes por qué morir aquí.
Las cabezas asintieron su conformidad alrededor de la mesa.
—El Arctic Fox sólo es una Nave de Descenso de clase Union —protestó Theodore—. Ni siquiera es lo suficientemente grande para albergar a los Buso-senshi y sus Mechs. Aunque abandonáramos todo nuestro equipo, no seríamos capaces de meter a toda nuestra gente. Cualquiera que se quede morirá en manos de los liranos.
»Además, no tenemos ninguna Nave de Salto. La flota del Condominio fue perseguida fuera del sistema hace más de un mes. No dispondríamos de un vehículo para abandonar el sistema.
—El Tai-i Kerai dijo que solucionaría ese problema, Tono —intervino Fuhito.
—¿Y dónde está? —Fuhito se encogió de hombros y desplegó las manos en gesto de ignorancia—. El Kerai-kun quizá sea notable en algunos aspectos, pero ni siquiera él es capaz de sacarse un transporte interestelar de la nada.
Fuhito abrió la boca para insistir en el tema, pero el zumbido de los propulsores de un DAV que aterrizaba ahogaron sus palabras. El centinela abrió la puerta y anunció el regreso del Tai-i Ninyu Kerai. Este iba enfundado en un traje de camuflaje y llevaba la capucha echada hacia atrás, mostrando su pelo revuelto. El visor de visión circular repiqueteaba contra la pistola KA-23 que colgaba de su cintura. Su cara sonriente ofreció un severo contraste con las expresiones serias de los oficiales reunidos en el cuarto.
—¿Qué, aún sigues hablando? —preguntó Ninyu—. Creí que ya habrías guardado tus cosas.
—No me voy —replicó Theodore—. Tengo un deber con la legión.
—Eres demasiado importante para morir en un planeta secundario.
—No lo soy para pasar por alto el bushido. Como guerrero kuritano, el honor exige que cumpla con mi deber. Debo hacerlo con mis soldados y enfrentarme a lo mismo que ellos.
—¡Baka! —gritó Tomoe, dando media vuelta—. ¡Eres un tonto! ¡No eres un simple guerrero! Ni siquiera el oficial al mando de un regimiento. Eres el líder de toda la Legión de Vega, no únicamente del Undécimo Regimiento. Dos más de tus preciosos Buso-senshi y cuarenta unidades convencionales están luchando en Vega por seguir con vida contra el ataque de los invasores Uranos. ¿Cuál es tu deber hacia ellos? ¿Los dejarás morir sin un jefe?
»También eres el heredero designado. Si te capturan o te matan aquí, dañarás al Condominio. La sucesión quedará en entredicho, y tu padre deberá desatender la conducción de la guerra. ¿Eres capaz de creer que tu muerte servirá al Dragón, sin importar lo noblemente que te esfuerzas en obtenerla?
»Hablas de tu responsabilidad hacia las tropas. ¿Y qué hay de la que tienes con el Condominio Draconis? ¿Tu creencia en el bushido te permite tirar tu vida cuando te esperan deberes importantes en otra parte? ¿Dejarás que tu deseo personal de ser un noble guerrero te aparte de las obligaciones que tienes como miembro de la Casa Kurita?
Tomoe cruzó los brazos sobre el pecho y se irguió cuan larga era para finalizar:
—El camino del samurái es el del giri. Es tu deber salir de Marfik.
Theodore quedó atontado por esa explosión, avergonzado de que le gritara delante de los oficiales de la legión. Pero parecía tan segura de tener derecho a hacerlo… ¿Se había quedado ciego por sus preocupaciones hacia las tropas de Marfik y por su sentido del honor personal? Como comandante de la legión, era la primera vez que otros kuritanos lo miraban con respeto por motivos que nada tenían que ver con su nacimiento. Se había ganado su lealtad. No obstante, ¿estaba en lo cierto Tomoe? ¿Sus otras responsabilidades, sus otros deberes, sobrepasaban a éstos? Resultaba difícil discernir cuál era el sendero adecuado.
—El Arctic Fox está armado —comenzó—. Una vez que despegue, será presa fácil para las fuerzas aeroespaciales Steiner. Si mantenemos la Nave de Descenso en tierra, podremos ubicar nuestras defensas a su alrededor, crear una base de fuego para acabar con el ataque lirano. El poder aéreo de Steiner no será capaz de hacer gran cosa contra la nave mientras ésta se mantenga a cubierto en el bosque. Aún tenemos una posibilidad de ganar en Marfik.
—Quedarse aquí es un riesgo demasiado peligroso —observó Ninyu Kerai—. Los Rangers quieren tu cabeza.
—El equipo del Tech Superior Kowalski ya está preparando el Arctic Fox para el despegue —señaló Fuhito Tetsuhara.
—Las tropas no van a cambiar sus posiciones. No seguirán tus planes de establecer una defensa alrededor del Fox —anunció Esau Olivares—. Ya hay voluntarios metiendo lo que queda de nuestros suministros en la nave, pero nadie, ni siquiera los heridos, subirá si tú no estás a bordo, sama. Mi Víctor te está esperando. Hasta se le han modificado los circuitos para adaptarlo a tus lecturas básicas. Yo conduciré al «Revenant» por la mañana. Eso mantendrá ocupados a los liranos.
—El heredero del Dragón debe abandonar Marfik —insistió Tomoe.
Theodore observó los rostros que lo rodeaban, los ojos duros y desafiantes. Nadie se rindió a él. Sus oficiales estaban decididos. Con o sin él, la Undécima Legión de Vega iba a morir aquí por la mañana. ¿Cómo podría traicionar semejante lealtad dejándolos solos?
—Lo pensaré.
Dos lanzas de fuego del batallón de Wagner avanzaron sobre el flanco izquierdo, prestando su carga de misiles y de armas de energía a la marcha del Vigésimo Tercero de Infantería Blindada. Kathleen Heany observó satisfecha cómo sus tanques y TBP empujaban a las Serpientes de sus defensas exteriores. Les había llevado toda la mañana llegar tan lejos, y los MechWarriors veganos aún no habían aparecido.
Dos cazas aeroespaciales liranos se alejaron de la trayectoria del sol. Deslizándose por encima de las copas de los árboles, los aerojocks abrieron las válvulas de los tanques que llevaban sujetos al vientre. Densas nubes surgieron de los escapes de los vehículos cuando la mezcla química ardió en una combustión humeante. Los largos chorros de niebla artificial se posaron sobre el campo, ocultando el avance de sus tanques.
Heany quedó complacida por la precisión de los pilotos y la buena ejecución de sus planes tácticos. Mostraban más disciplina que la tripulación que había despegado con su Nave de Descenso al amanecer, volando demasiado cerca de Sitika en su camino hacia órbita. Tan pronto como dispusiera de algo de tiempo, redactaría un informe acerca de ellos.
Unas explosiones atronadoras hicieron que su atención retornara al campo. Sonrió con feroz expectación. El centro de los Drac se estaba desmoronando. El Vigésimo Tercero había creado un corredor a través de las defensas kuritanas. «El señor ayuda a quien se prepara», pensó.
Media hora más tarde, sus esperanzas se vieron confirmadas. El Cuarto de Skye entabló combate con lo que ella estimó la mitad de los Mechs kuritanos aún activos. La lucha fue encarnizada, y al cabo los kuritanos retrocedieron hasta una posición defendida por el resto de la legión. Observó el Orion que inteligencia había identificado como la propia máquina de Theodore Kurita dirigiendo la batalla.
Bajo el fuego de los BattleMechs atrincherados, los Rangers de Skye prosiguieron su avance. Heany quedó satisfecha de su brío. Alcanzaron la línea de batalla kuritana con unos daños mínimos. El Quickdraw de Hunicutt fue el primero, lo cual no constituía una sorpresa. La preferencia del sargento por un combate directo ya era legendaria en el Cuarto de Skye.
El Quickdraw se dirigió hacia un Dragón de la izquierda. El Ranger debió de haber sorprendido a la Serpiente, porque el Mech del kuritano no hizo esfuerzo alguno por dar la vuelta y enfrentarse al otro. Hunicutt lanzó una andanada de misiles de corto alcance a medida que se aproximaba, y cargó sin esperar a ver el resultado de su ataque.
El humo de las detonaciones de los cohetes tapó momentáneamente la visión de Heany. Tan pronto como se despejó, la comandante se sobresaltó al ver al Quickdraw erguido sobre un montón de metal inservible. ¡Imposible! El Dragón era un Mech de sesenta toneladas. Ni siquiera la destreza en el combate cuerpo a cuerpo de Hunicutt podría destruir a un Mech a tanta velocidad.
¡El Dragón era falso, un decorado! A lo largo de todas las posiciones kuritanas, vio que los Mechs de los Rangers estaban descubriendo lo mismo. Algunos habían atravesado una lámina de metal, destrozando estructuras construidas a fin de que se parecieran a BattleMechs. Dentro de esos caballos de Troya se ocultaban los artilleros de la infantería y los equipos de cohetes, simulando el poder de disparo de un BattleMech. Sólo unos pocos eran Mechs reales, y ésos estaban estropeados, incapaces de huir de los Rangers y de utilizar poco más que una fracción de sus armas.
La habían vuelto a engañar.
Realizó una inspección completa de la zona. El radar captó un grupo de objetivos moviéndose en dirección sudoeste por las colinas, rumbo al maldito bosque. Centró los rastreadores visuales en ellos: diez BattleMechs kuritanos conducidos por un Orion de un verde pardo.
—¡Oh, no. Serpiente satánica! —gritó Heany—. ¡Ahora no!
Por lo menos, estaba preparada para el truco. Abrió el canal con la base de los Rangers.
—¡Achtung! ¡Achtung! Orden de abrir fuego en seis-tres-tres. ¡Ejecutadla ahora!
Mientras conducía a los Mechs de los Rangers en persecución de los kuritanos que huían, aguardó el resultado de su orden. No escaparían esta vez.
La primera bomba de artillería partió dos minutos más tarde, deshaciéndose en pequeñas bombas al caer. El terreno explotó delante de los Mechs de los kuritanos. Siguieron más bombas, que parecieron lanzar el suelo hacia el cielo para que se uniera con la atmósfera.
Observó cómo el Orion se desplomaba bajo el infierno desatado por su artillería. «¡Te tengo!», pensó.
—¡Achtung! Cancelad orden de fuego seis-tres-tres. Repito, cancelad la orden de fuego.
Dos minutos después, el suelo dejó de temblar. En el caos de tierra revuelta, los BattleMechs kuritanos yacían magullados y desmembrados. Con los huesos de aleación visibles a través de su blindaje desgarrado, el Orion estaba tendido de espalda.
Heany quedó sorprendida cuando el tablero de comunicaciones indicó una transmisión de microondas que emanaba del Mech caído. Al ajustar su canal, su vídeo se iluminó con una escena.
El MechWarrior que había en la carlinga del Orion se había quitado el neurocasco, en señal de rendición, ya que sería incapaz de controlar a su Mech sin él. La cara embarrada estaba llena de cicatrices y en la oreja derecha llevaba una pluma roja de scharacki. Unos dientes blancos brillaron en el halo formado por una barba rala que le sonrió.
—Ohayo, comandante Heany. El Tai-sa Kurita lamenta no poder asistir a su fiesta. Pero no se sienta molesta. No tiene bastante pelo en el pecho como para mantener a las chicas liranas contentas, así que me quedé yo para encargarme del asunto. ¡Venga a cogerme!
Heany golpeó la pantalla con el puño, y su anillo Sanglamore astilló la superficie de plástico. «¿En qué lugar de toda la maldita galaxia se encuentra Theodore Kurita? —pensó—. ¿Cómo pudo escapárseme otra vez?»