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Debajo de Pauchung, Xinyang
Distrito Militar de Benjamín
Condominio Draconis
18 de junio de 3031
—Demasiado profundo —Michi tosió cuando Theodore lo sacó del reborde estrecho que había en el extremo del túnel. El abrigo colgó empapado sobre su complexión compacta cuando recuperó la verticalidad. Extrajo la espada de las anillas que la sujetaban a la espalda. Abrió el cierre que había detrás de la placa y con un movimiento de hombros se deshizo del pesado atuendo—. Lo único que consigue es frenarme —repuso ante la mirada interrogadora de Theodore, mientras se pasaba la espada por el cinturón.
—Dijiste que disponías de la frase clave correcta para contactar con esta banda —lo acusó.
—Y así era, pero tenía dos años de antigüedad. —Michi soltó el cargador vacío de su Nambu, que cayó y se perdió en las aguas cenagosas que les llegaban hasta las rodillas. Colocó uno nuevo—. ¿Cómo iba a saber que la banda se escindiría y que nuestro contacto acabaría en el lado de los perdedores? Ese Chokei debió de hacer algo francamente terrible para que estos tipos se muestren tan deseosos por coger a alguien que afirma estar asociado a él.
Una pulsación láser golpeó el agua cerca de ellos, y el vapor se elevó en un siseo maligno a medida que el líquido se vaporizaba. Michi empujó a Theodore para que se moviera y lanzó un par de disparos al francotirador invisible.
Se metieron en un túnel lateral con el fin de evitar más ráfagas a bocajarro. Después de torcer por dos túneles más, se encontraron de vuelta en un cruce del principal, chapoteando en el agua que les llegaba hasta la cintura, cuando un grito les anunció la proximidad de sus perseguidores. Diez soldados yakuza avanzaban por una pasarela sumergida a un costado del túnel. Michi se arrodilló, ajeno a la suciedad que le salpicó la barbilla, y apuntó con cuidado. Soltó un solo disparo, astillando la pared al lado de la cabeza del kobun de vanguardia.
El hombre intentó esquivar los fragmentos de ferrocemento que le aguijonearon la cara. Al echarse hacia atrás, resbaló y agitó los brazos para tratar de mantener el equilibrio. Su arma impactó en el agua antes que él, y cuando la cabeza desaparecía debajo del cieno, el movimiento frenético de sus pies cogió al siguiente kobun de la fila y lo mandó maldiciendo a las aguas sucias.
Aprovechando la confusión, Theodore y Michi emprendieron la carrera. Media hora de avanzar por túneles serpenteantes y retroceder una y otra vez los llevó a uno que subía. Los kobun estaban acortando la distancia. Mientras ascendían, el nivel fue bajando gradualmente hasta que sólo les cubrió los tobillos. Aunque resultaba menos molesta para correr, era más ruidosa. Con cada pisada que daban se elevaban unos olores hediondos. Después de cinco minutos, se vieron obligados a detenerse ante una enorme reja de metal que abarcaba todo el ancho del túnel.
—¿Controles?
—Ninguno.
Theodore notó que los perseguidores se acercaban.
—El último cruce se encuentra demasiado lejos. Jamás lo alcanzaremos antes que ellos.
Michi asintió.
—No quería matarlos —comentó, tirando del cañón para cerciorarse de que estaba libre de lodo. Cogió el casquillo expulsado antes de que cayera y se lo guardó en un bolsillo—. El derramamiento de mucha sangre formará un muro demasiado grueso que no podremos atravesar.
—Son ellos los que no quieren dejar que nos marchemos en Paz-I116 ocurra será culpa suya. Shikata ga nai —afirmó con fatalismo Theodore, comprobando su propia arma.
No disponían de ninguna cobertura, de modo que se apretaron contra las paredes para aprovechar la poca protección que les proporcionarían los conductos. Apareció el primer kobun, y Theodore lo abatió de dos disparos. Michi derribó a uno e hirió a otros dos antes de que los supervivientes retrocedieran hasta la primera curva del túnel.
La pálida luz amarilla que salía de los paneles del techo y que hasta ahora había iluminado su camino, comenzó a oscilar y a fluctuar. Empezaron a sucederse momentos de absoluta oscuridad alternados con segundos de débil luz. Theodore se agazapó, a la espera del asalto que seguiría al corte de luz hecho por los yakuza.
Un súbito estrépito, seguido de un grito, produjo ecos en los túneles. Se escucharon disparos desde el otro lado de la curva, y reconoció el colérico zumbido de las balas rebotando en el metal. No había visto ningún blindaje, metálico o de otro material, entre los perseguidores. ¿Había entrado alguien más en la batalla?
El ruido cesó. Miró a Michi, quien sacudió la cabeza. Esperaron.
Su salvador apareció túnel abajo. En la intermitente luz, parecía que un animal fantástico avanzara pesadamente hacia ellos. Unos haces rojos atravesaban la parpadeante oscuridad procedentes del foco de sus ojos. El metal aullaba con cada paso que daba el enorme monstruo. Sus gigantescas garras estaban extendidas en dirección a ellos. ¿Es que sólo había actuado con el fin de reclamar sus vidas para él?
La máquina se detuvo con un chillido, y la luz se estabilizó. Bajo el pálido resplandor, Theodore finalmente reconoció la forma del exoesqueleto de un cargador. Un blindaje tosco de placas de metal soldado protegían al operador, ocultando al mismo tiempo las partes más delicadas de la superestructura. En un entorno más abierto, habría sido presa fácil para un francotirador experto con un buen ojo para localizar sus puntos débiles, pero aquí, en los atestados y mal iluminados túneles resultaba tan potente como un BattleMech.
El torso del Mech improvisado abrió su armazón y dejó al descubierto al conductor que se estaba quitando la neurobanda de la cabeza. Era mayor de lo que Theodore había esperado; su cabello gris y su cara arrugada contrastaban con su cuerpo musculoso. Llevaba únicamente unos pantalones cortos y un chaleco refrigerante manchado, con la batería sujeta a su abdomen.
—Parece, muchachos, que os he ahorrado muchos problemas. Tenéis suerte de que me encontrara de regreso a casa. Me llamo Frank Chokei —anunció el hombre, extendiendo la mano. Ni Theodore ni Michi se movieron. El otro hizo una mueca de indiferencia y la dejó caer—. Veo que habéis oído hablar de mí. —Se volvió a su máquina y bajó una palanca. La reja que les había bloqueado el paso se alzó en silencio hacia el techo—. De todas formas, venid conmigo —gruñó al pasar a su lado.
Diez metros más abajo, se adentró en un pasaje seco. Ellos lo siguieron.
Los condujo a una gran cámara, un poco tosca, pero bien equipada para vivir en ella. Theodore contó doce esteras. La cantidad de equipo disperso por la estancia parecía el adecuado para ese número de ocupantes. Para su sorpresa, en un rincón divisó una mesa con un neurocasco a medio montar, del tipo de los que se usaban en los BattleMechs. Detrás, sobre un estante, se veía media docena de chalecos refrigerantes reglamentarios de los SACD. Así que los rumores eran ciertos… Chokei era un MechWarrior y tenía a otros a su mando.
—Ciertamente, hemos oído tu nombre, Chokei-san —comentó con educación Michi—. Sin embargo, no comprendemos por qué estás aquí, en las cloacas. ¿Qué hiciste?
Este lo miró de reojo antes de acercarse a una mesa y abrir un humidificador de plata. Sacó un cigarro largo y negro, le arrancó un extremo con los dientes y se lo metió en la boca. Cuando Theodore creía que iba a hacer caso omiso de la pregunta, la voz grave contestó por la comisura de los labios.
—Rompí el código de los yakuza. —Encendió el puro y aspiró durante un minuto—. Por lo menos, eso es lo que dicen. Le conté al gobernador del distrito algunas de las actividades del Hanei-gumi, con todo lujo de detalles. Algunos hombres de negocios importantes quedaron en entredicho. Parte de la banda permaneció a mi lado, especialmente mis MechJocks. La mayoría sirvió un tiempo en los SACD y comprendieron lo que había hecho. El resto se volvió contra mí y juró matarme. No obstante, volvería a hacerlo sin dudarlo.
—Es muy caballeroso para alguien con una sentencia de muerte del Hanei-gumi —comentó Theodore.
—Tengo mis razones.
—¿Y cuáles son?
—Eres terriblemente curioso, muchacho.
—Se me ha acusado de ello.
—¿Sabes? Me gusta tu estilo. Voy a contaros algo que jamás le revelé a los jefes del Hanei-gumi. No es que piense que ellos puedan cambiar al saberlo. Son muy estrictos cuando se trata del código yakuza.
»Esos hombres de negocios a los que hice quedar mal… les estaban pasando información a los Federados. No soporté la idea de que alguien se beneficiara poniendo en peligro al Condominio. Así que supuse que se merecían lo que recibieron. —Dio una gran calada; luego, soltó el humo en dirección a los ventiladores del techo. Observó cómo las débiles aspas hacía que éste remolineara en formas intrincadas—. Entonces, bajé aquí. Mi gente ocultó a los Mechs mientras buscábamos una forma de salir del planeta. Hay muchas maneras de que un hombre inteligente sea capaz de ganar dinero con unos pocos BattleMechs.
»He estado pensando en cómo escapar de aquí, ir a un clima más fresco. Supongo que mis MechJocks y yo podemos meternos en el negocio de los mercenarios. ¿Conocéis a alguien que quiera contratar a algunos?
Theodore sonrió.
—De hecho, yo.