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Refugio del Dragón. Montaña Tatsuyama. Dieron
Distrito Militar de Dieron
Condominio Draconis
21 de abril de 3039
Ninyu Kerai sostuvo el shuriken de cinco puntas entre el pulgar y el índice de la mano izquierda. Pasó la derecha por encima del él y la pequeña estrella arrojadiza desapareció. Cogió otra del montón que tenía en el asiento de al lado. Repitió la operación, pero esta vez alzó el shuriken con la mano derecha. Cuando las cinco estrellas quedaron guardadas en su persona, giró para echar un vistazo por la ventana, que era la razón por la que había hornacinas en las paredes del castillo.
En el patio de abajo estaba aterrizando un vehículo DAV. Ayudantes y mecánicos se apresuraron a salir a su encuentro. El primer grupo se dirigió a ayudar a los oficiales que desembarcaban, mientras que el segundo, más solícito aún, a cuidar del mismo aparato.
Centró los ojos en la ladera de la montaña. Tres aparatos aéreos subían hacia la antigua fortaleza que servía como cuartel general del Señor de la Guerra de Dieron. Los DAV volaban con cuidado, sus pilotos atentos a posibles aludes o repentinas ráfagas de viento que podían lanzar sus aparatos a una terrible colisión con las rocas ígneas grises y negras de la Montaña Tatsuyama. La ciudad se emplazaba en el valle que estaba debajo de los parpadeantes puntos que eran los vehículos ascendentes, tranquila en apariencia.
A Ninyu no le engañó esa visión. La urbe bullía de vida en la visita realizada el día anterior, mientras la gente llenaba sus refugios con los suministros que podían comprar a los comerciantes que, súbitamente, habían doblado los precios. Los soldados entraron en escuadrones, siguiendo las órdenes de sus oficiales, con el fin de mejorar las defensas de la ciudad. Incluso el pequeño campo de aterrizaje estuvo más ocupado a medida que un constante flujo de Naves de Descenso llegaba para marcharse de inmediato. Una despegó mientras él observaba. Con el ruido atronador silenciado por la distancia, el Overlord se elevó hacia el cielo, dejando una estela de llamas. Posiblemente, la ciudad de Tatsuyama hoy mostrara un movimiento más frenético.
Se apartó de la hornacina y fue hacia el centro de mando. No tenía prisa; como ya no se hallaba en la estricta cadena de mando militar, su presencia no era requerida allí. Hasta que no recibiera la señal de luz verde, era un agente libre. Cuando llegara el momento, actuaría con rapidez. Mientras tanto, conservaba su energía.
El centro de mando, una sala de niveles múltiples excavada directamente en la roca de la montaña, estaba abarrotado con personal técnico y militar de todos los rangos. Unas pantallas grandes y planas mostraban a intervalos mapas y datos en la estancia iluminada de rojo. En los niveles más oscuros, unos oficiales responsables se arracimaban en torno a unos tableros de control y mesas con mapas, obstruyendo el paso fluido del personal. La mayoría de los rangos subalternos llevaban uniformes reglamentarios de los SACD, aunque se podía identificar a unos pocos como oficiales de BattleMechs por sus jerseys y pantalones con rayas rojas. Algunos se habían arremangado los trajes debido al calor reinante en la sala, y exhibía unos tatuajes pálidos. Los superiores iban de negro, como el uniforme de las FIS de Ninyu. A diferencia de la vestimenta utilitaria de las FIS, las túnicas de los oficiales mostraban un corte severo y sólo iban adornadas con charreteras, galones en el cuello y el ubicuo dragón kuritano.
El Tai-shu Michi Noketsuna vestía el uniforme gris de senshi y una chaqueta acolchada. Las botas de los Mechs de punteras hendidas del Señor de la Guerra carecían del lustre impecable del calzado de un oficial que se preciara. Estaba rodeado por un grupo de hombres y mujeres con atuendos similares. «Su maldito equipo Ryuken-ni —pensó Ninyu—. No me sorprende».
Decidió participar en su conversación. Se abrió paso a través del atareado centro hasta los niveles más bajos, esquivando a los militares de chaquetas negras y dejando que los subalternos de uniformes pardos y los Techs de gorras rojas se abrieran su propia línea de avance. A los senshi de jerseys grises les mostraba respeto, era la forma de trato más segura con guerreros que se consideraban a sí mismos samuráis. «Incluso los inconformistas Ryuken», recordó. Cuando se aproximaba al grupo, un Chu-i los interrumpió haciendo una agitada reverencia.
—Nos ha llegado una información extensa desde Kessel, Tai-shu.
—Desvíe el mapa de situación al tanque cuatro y actualice los perfiles de fuerza —ordenó Michi.
—¡Hai!
Michi dijo unas palabras más a sus oficiales Ryuken que Ninyu, al estar aún demasiado lejos, no logró captar. Con la excepción de una, todos se dirigieron a la salida. Reconoció a la oficial Ryuken como la Tai-sa Ysabeau Johnson, comandante del regimiento ni. Los que se marcharon se separaron al llegar a su altura, evitándolo con cuidado. Le resultaron agradables las miradas hostiles que acompañaron a sus saludos rutinarios, aunque fingió mostrar indiferencia ante su existencia. No necesitaba sus buenos deseos.
Se acercó y Johnson la saludó con su placentera voz de contralto.
—¿Visitando los lugares de interés, Kerai-kun?
—Sólo cumplo con los deberes que me asignó el Kanrei, Tai-sa.
Ella sonrió con gesto titubeante y sus ojos se posaron en Michi, quien no hizo ningún gesto que el oficial de las FIS pudiera ver. A cambio, se volvió hacia él.
—Su consejo será bien recibido, Kerai-kun —afirmó con rigidez—. Pero, por favor, absténgase de molestar a mis oficiales en sus puestos de trabajo.
Éste sostuvo la mirada de Michi el tiempo suficiente como para expresar irritación por sus maneras condescendientes, aunque no dijo nada. Concentró su atención en el centro de la sala, donde una pequeña sección elevada contenía las pantallas estratégicas principales.
Cinco holotanques pequeños formaban un círculo irregular alrededor de uno más grande, que los doblaba en tamaño. Cuatro de los pequeños mostraban superficies planetarias, con iconos de color azul y rojo representando las disposiciones tácticas de las fuerzas que luchaban en dicho planeta. Uno de los cuatro parpadeó mientras Ninyu lo observaba, desvaneciéndose su imagen para ser reemplazada por una nueva configuración geográfica que se estabilizó cuando los iconos comenzaron a brillar y cobrar existencia. El quinto tanque pequeño era una pantalla de sistema, con los globos característicos de los planetas y los puntos centelleantes de las Naves de Salto, de Descenso y cazas. Los cinco llevaban nombres que refulgían fantasmalmente, indicando los sistemas: Athenry, Ainasi, Kervil, Kessel y Vega.
El tanque grande tenía un mapa estelar del Distrito de Dieron. Unos fuegos rojos enmarcaban los seis soles, incluyendo a los sistemas expuestos en los tanques más pequeños. Un tono escarlata se encendió y se apagó en torno a otros cuatro. Las tonalidades sólidas fueron acompañadas por unos penachos en miniatura que representaban a las fuerzas identificadas entre los invasores. Algunos todavía eran discos grises opacos, igual que aquellos de las zonas rojas intermitentes que simbolizaban los ataques enemigos que aún no se podían considerar como una invasión completa, indicando que la unidad enemiga exacta todavía no había sido identificada.
Un asistente con el rostro enrojecido llegó corriendo y le pasó a Michi un sobre de ComStar. El Tai-shu lo abrió, lo leyó rápidamente y, luego, lo estrujó hasta formar una bola. Se dirigió con andar rígido hasta el sillón de mando elevado desde el cual podía abarcar todo el centro. Sin sentarse, activó el micrófono de los altavoces.
—Que todos los comandantes de regimiento y el personal general se reúnan en la cubierta del tanque. ¡Sugu!
Ninyu tamborileó con los dedos el extremo superior del holotanque en el que se apoyaba, súbitamente interesado. Contempló a los oficiales que se acercaban, y vio que algunos no se daban mucha prisa. En su desgana, reconoció protesta y desaprobación. Todos eran generales, y cada uno creía que él podría haber sido nombrado Señor de la Guerra después de la muerte accidental de Kingsley. El repentino ascenso de rango de Michi los había irritado tanto como su anterior estado de renegado, y parecía que los años que éste llevaba como Señor de la Guerra habían incrementado su rechazo y desconfianza.
Tan pronto como llegaron, Michi habló desde los escalones que conducían a su sillón de mando.
—Oficiales del Condominio, acabó de recibir un mensaje directo del Coordinador. —Ninyu percibió que el grupo permanecía excitado, a la expectativa. La mayoría esperaba la respuesta del Coordinador a la invasión; sin embargo, algunos, sin duda, esperaban la destitución de Michi—. Todos son conscientes de la situación en la que nos hallamos. Las cosas están un poco mejor en Benjamín y Galedon. Las fuerzas de Davion han iniciado una invasión del Condominio a escala total. Así como han hecho aquí en Dieron, han saltado por encima de nuestras unidades atrincheradas en la frontera, penetrando en nuestro hogar. Hemos perdido toda comunicación con las guarniciones de Sadalbari, Huan y Alrakis.
«Debido a la presencia de las formaciones de élite, inteligencia militar ha estimado que los invasores están atacando directamente a las otras capitales del distrito. Da la impresión que pretenden aislar a Dieron antes de reducirlo. Las FIS se muestran de acuerdo con esta evaluación.
»El Coordinador nos ordena que resistamos a cualquier precio. No debemos entregar ni un sólo planeta Hay que fortificar Dieron y luchar hasta el último hombre. —Michi aspiró una profunda bocanada de aire antes de añadir—. Les agradará saber que Takashi Kurita expresa su absoluta confianza en nuestra capacidad para repeler a los atacantes.
«Espero proposiciones de modificación de defensas durante la próxima hora.
La reunión se disolvió en una docena de discusiones y gritos de los generales llamando a su plana mayor. Algunos iban a regresar a sus mesas de mando, pero antes de que se dispersaran, la voz de la Tai-sa Johnson se alzó por encima del estrépito.
—¿No podemos apelar a la orden de fortificarnos al Kanrei? Una posición estática defensiva resultará demasiado limitadora. Necesitamos algo de espacio para maniobrar.
—El comunicado viene también firmado por Theodore Kurita —anunció con solemnidad Michi—. A partir de ahora, somos la Fortaleza Dieron.
Ella se pasó la lengua por los labios.
—Si nos quedamos aquí sentados a la espera nos convertirán en chatarra.
—Estoy de acuerdo.
—Contraataquemos. Lancemos a los Ryuken para que caigan detrás de sus líneas.
Michi se detuvo como si lo meditara, pero Ninyu se mostró suspicaz. Normalmente, el Tai-shu relegaría cualquier solicitud aduciendo que la iba a analizar. La respuesta confirmó sus sospechas.
—Muy bien. Sugiero que Caph, Proción y Saffel sean los objetivos iniciales. Quiero tener un plan operativo dentro de una hora.
Ninyu pensó que el plan aparecería en la computadora en unos minutos. Esta decisión ya había sido tomada de antemano; la petición de Johnson era en beneficio de los otros oficiales. Los Ryuken despegarían para ir al encuentro de sus unidades antes de una hora.
«¿Qué juego te traes entre manos, pirata?»
Michi giró para mirar a Ninyu. La cara del Tai-shu aparecía sombría.
—Sho-sa Kerai, hemos confirmado la presencia de tropas de Steiner en ocho de nuestros mundos, y en siete las milicias liranas forman el grueso de las fuerzas hostiles. Ha llegado el momento de que lleve a cabo el plan de contingencia del Kanrei.
—No necesito que me diga cuáles son mis obligaciones. —Ninyu se quitó un polvo inexistente de la manga de su chaqueta. Su acto menospreciaba las palabras del Tai-shu, sumándose a la falta de respeto por no llamar a Michi con su título correcto—. Mi gente está ocupando sus posiciones. Entrarán en acción cuando yo lo diga.
Algunos de los oficiales allí reunidos murmuraron entre sí por el trato que le dispensó. Por la expresión de sus ojos y las sonrisas apenas contenidas supo que lo aprobaban. El Tai-shu Noketsuna no era popular entre la mayoría de los militares.
«Será mejor que te mantengas del lado bueno de Theodore, pirata. Es lo único que te salva de estos chacales».