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Factoría de Kerschengian, Cochus, Vega

Distrito Militar de Dieron

Condominio Draconis

13 de diciembre de 3028

El Víctor se sacudió bajo el impacto de las bombas antiblindaje del cañón automático lirano Marauder. Theodore incrementó su energía y corrió en busca de protección detrás del edificio destruido de la factoría. Relámpagos azules procedentes de uno de los CPP liranos desgarraron el suelo a los pies del Víctor.

El grupo de ataque enemigo había atravesado las líneas de la legión y lo había arrinconado junto con su lanza de mando en la Factoría de Kerschengian, situada en las afueras de Cochus. Tourneville había transmitido un mensaje para advertir de la llegada de los liranos antes de ocultarse detrás de una hilera de depósitos de almacenamiento, dejando a Theodore y a Tomoe enfrentarse a un cuarteto de Mechs pesados. El Panther ligero de ella fue derribado en la primera carga, pero consiguió eyectarse antes de que el Mech se derrumbara. Vio el paracaídas de su asiento y supuso que había aterrizado a salvo. No se atrevía a considerar otra posibilidad.

Sin previo aviso, un fuego azul atravesó su camino.

Theodore viró el Víctor a la izquierda y descubrió el origen de la descarga: el Vindicator de Tourneville. Frenó la exploración de todo el terreno y volvió a centrar el rastreador visual en el cuadrante posterior. Allí vio el objetivo de Tourneville: un Crusader lirano, que se tambaleaba debido al daño recibido del CPP del Vindicator. Unas llamas chisporroteantes ardían en la parte izquierda del vientre herido del Mech.

Theodore lanzó una andanada de su cañón automático Pontiac 100. Las balas de alta velocidad atravesaron el torso del Crusader y desgarraron el blindaje de cerámica metalizada. Las explosiones secundarias hicieron saltar trozos de los refuerzos internos de aleación de titanio de la herida. El Crusader se dobló y cayó sentado pesadamente. Una gigantesca detonación lo derrumbó por completo cuando el reactor de fusión explotó, escupiendo al aire un torrente de metal líquido y gases calientes.

El Marauder apareció en la esquina, por detrás de Theodore, quien encendió los retropropulsores del Victor con la esperanza de escapar a los ojos del enemigo antes de que éste pudiera apuntar sus armas hacia él. La máquina de ochenta toneladas se elevó con velocidad en el momento en que los CPP gemelos ionizaban el aire a su espalda.

Tratando de encontrar un lugar seguro de aterrizaje, observó cómo Tourneville se apartaba cuando un Warhammer lirano destrozaba el tanque detrás del cual había ocultado su Vindicator. El Mech kuritano huyó en busca de otro refugio, incapaz por su tamaño de plantarle cara al monstruo de setenta toneladas.

Buscó el cuarto Mech Steiner, un Ostroc, y localizó la lisa superficie de su cuerpo ovalado, que sobresalía con claridad de entre un amasijo angular de vigas de los restos de una barraca. Cambió su vuelo e intentó aterrizar a la derecha del Ostroc, fuera el alcance del afuste de misiles que éste llevaba montado en el hombro.

Viéndolo llegar, el lirano giró mientras él se recuperaba del aterrizaje y soltó una andanada completa de láser. Una de las armas ni siquiera rozó al enorme Víctor, pero las otras tres laceraron el revestimiento de duralex del Mech. Las láminas del blindaje se fundieron, mostrando otras capas que brillaban debido al derretimiento parcial.

Theodore volvió a disparar los retropropulsores en un intento de pasar por encima de su enemigo y cogerlo por detrás, pero éste reaccionó a su maniobra y los anchos extremos de los cuatro láseres siguieron su vuelo. Unas pulsaciones de color rubí partieron en pos de las zonas vitales del Mech kuritano, pero una sobrecarga de calor debió de afectar la búsqueda de objetivos de su computadora, pues el piloto falló lo que debió haber sido un blanco fácil.

El Víctor aterrizó a sólo diez metros del Ostroc. Theodore disparó el Pontiac y se acercó sin aguardar a ver los resultados. Unos fragmentos cayeron sobre el aparato cuando las balas de cien milímetros destrozaron el débil blindaje de la espalda del Mech lirano y dejaron al aire la superestructura interna de la máquina. Esta también se resquebrajó y desapareció bajo la furia explosiva de las bombas. La placa pectoral del Ostroc y el brazo derecho volaron por el aire cuando su munición de cohetes se activó en una violenta cadena de explosiones. La máquina Steiner se desplomó, como una marioneta desencajada carente de dirección.

Theodore estuvo tentado de destrozar la pierna izquierda del Ostroc de una patada, pero se detuvo.

La victoria fue breve. Su Mech se sacudió bajo el renovado asalto del persistente Marauder. Los CPP liranos se comieron el blindaje posterior del Víctor y dejaron expuestas sus partes internas. Debido a la violencia del ataque, éste se desplomó con estrépito al suelo antes de que Theodore fuera capaz de equilibrarlo.

El impacto lo atontó, haciéndole perder unos segundos preciosos mientras la forma alienígena del Marauder se aproximaba. El Mech pulverizó unos bloques de cemento con las garras de sus pies cuando trepó por un muro de escombros, y giró su caparazón en dirección a Theodore; apuntó su cañón automático dorsal y escupió una muerte explosiva sobre el derribado Víctor.

Las balas resbalaron destructivamente por el pecho de la máquina y estallaron en la cabeza del Mech. La carlinga atronó bajo la sacudida y se hundió ante la liberación de energía cinética. Theodore se vio zarandeado de forma violenta. Cuando las conexiones de su neurocasco se soltaron, conmocionado, fue arrojado contra el respaldo del asiento de mando.

Faltándole la retroalimentación neural de su sistema, el Víctor quedó inmóvil, indefenso ante el Marauder. Cauteloso por si se trataba de un truco, éste avanzó con precaución y se detuvo a unos treinta metros. Alzó un antebrazo enorme y apuntó en dirección a la pierna del Mech caído. Una energía gris azulada salió aullando para acariciar la extremidad, haciendo volar placas de blindaje bajo su poder infernal. El piloto lirano volvió a disparar y disolvió el resto del revestimiento protector del Víctor. Los actuadores expuestos y los pseudomúsculos de miómero se derritieron y fluyeron bajo un tercer disparo. El líquido refrigerante de los cables rotos hirvió y explotó en un torrente de vapor.

Satisfecho con la mutilación infligida, el lirano hizo avanzar su Mech hasta cernirse sobre el enemigo derribado.

Aturdido, Theodore se preguntó si el lirano intentaba incinerarlo dentro del Mech o solicitar su rendición. No podía hacer nada. Estaba prisionero en la carlinga, y el costado derecho de su cuerpo se hallaba atrapado bajo la maraña de cables de lo que había sido el panel de su sistema de funciones. El brazo derecho, inmóvil y roto, descansaba sobre el tablero de comunicaciones. Había luchado lo mejor que había podido contra un enemigo superior; no existía vergüenza en esta derrota.

El siseo de unos haces de partículas anunciaron un giro en el discurrir de la batalla. Uno de los rayos azules agrietó la pierna derecha del Marauder, sacándole burbujas de blindaje derretido. Impactos múltiples de misiles agujerearon el sistema de reciclaje de aire con forma de turbina del Mech, situado en la parte posterior superior del torso. El Mech se dobló ante el golpe; luego, se irguió de nuevo, sin hacer caso el daño recibido. Giró a la izquierda y dirigió una descarga del CPP Magna Hellstar de su antebrazo izquierdo hacia un blanco invisible. Un cañón automático rugió como respuesta a los disparos del Marauder, pero el Mech lirano lo resistió.

«¿Sabrá a quién tiene a su merced?», se preguntó Theodore. Otra andanada de misiles chocó contra el grueso revestimiento de la parte superior del caparazón del Marauder. El lirano, exhibiendo un admirable entrenamiento, alternó sus descargas, disparando el CPP Hellstar y el láser de cinco milímetros de su brazo izquierdo y después los del derecho. El cañón automático no paraba de rugir.

Theodore, desesperado por volver a incorporar al Víctor a la batalla, descubrió que su neurocasco se hallaba destruido sin ninguna esperanza de funcionamiento y que los sistemas de retroalimentación autonómicos que permitían el movimiento libre de los brazos del Mech habían desaparecido. Reguló la respiración, buscando su hara. La débil voz de Tetsuhara-sensei le susurró en el interior de la cabeza: «El dolor pertenece a la mente, y ésta es una subordinada del espíritu».

«Hai, sensei —respondió mentalmente—. Controlaré mi dolor». Alargó el brazo derecho y observó cómo se deslizaban los extremos del hueso mientras lo enderezaba. Con mirada imparcial, contempló la sangre fresca fluir en el momento en que los dedos introdujeron el código que elevaba la extremidad derecha del Víctor.

A través de la destrozada tronera de visión, vio el ancho cañón del Pontiac 100 apuntar hacia el cielo, y se sorprendió de que la máquina respondiera. Por lo visto, su karma era bueno. Cogió el control y apretó el botón de disparo.

Un trueno profundo produjo ecos en toda la carlinga cuando el cargador del Pontiac se vació, enviando balas de cien milímetros a la parte inferior del Marauder. El Mech lirano se sacudió violentamente al recibir el impacto. Theodore disparó otra vez. Una de las piernas del Marauder se puso rígida y sufrió unos espasmos cuando sus pseudomúsculos de miómero se contrajeron debido a un mando averiado. Soltando humo y chispas, el Mech lirano se derrumbó sobre el Víctor.

La oscuridad inundó la carlinga cuando las setenta y cinco toneladas del BattleMech incapacitado cayeron al suelo. Con un suspiro, dejó el mando y permitió que la oscuridad también inundara su mente. Cálida y bien venida, ésta lo acarició y lo llevó lejos del hedor y el calor del campo de batalla.

«Bien hecho», dijo la voz fantasmal de Tetsuhara-sensei.