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Cuenca de Henschel, Exeter

Kentares PDZ, Marca Draconis,

Federación de Soles

2 de octubre de 3039

—Fuhito-kun, reconocimiento orbital confirma que las Naves de Descenso que se aproximan pertenecen al Cuarto de Guardias de Davion —anunció Theodore al hombre sentado en el sillón delantero del BattleMaster BLR-1C.

La única respuesta que obtuvo fue un gruñido.

Aceptó el desaire de buen humor. No deseaba interrumpir la concentración de su piloto. Después de todo, se encontraban en medio de una batalla, una en la que era mejor concentrarse, en vez de prestar toda su atención al abanico de operaciones. Con un movimiento diestro de los dedos, reconfiguró la pantalla principal para que le mostrara la Reserva Militar Samuelson, y fijó las secundarias en la alimentación de datos de la situación continental y las disposiciones transatmosféricas. Las estudió al tiempo que emitía órdenes dirigiendo los esfuerzos del Condominio para presionar más las zonas de fuego débiles que detectaba en la defensa de Davion. Con un poco más de empuje, el segundo batallón del Ryuken-go podría atravesar la alambrada de la Trigésimo Quinta Brigada de las Fuerzas Combinadas de la Milicia Davion y entrar para atacar los laboratorios de tierra.

El BattleMaster se sacudió.

En vez de interrogar a Fuhito sobre lo sucedido, abrió una ventana en la pantalla principal. Todos los sistemas del Mech se hallaban en nominal, aunque el despliegue esquemático mostró que el blindaje de la zona izquierda del torso se había reducido. De acuerdo con el patrón mostrado, reconoció un impacto de CCP. La resistencia local debía de estar reforzándose. Tuvo la sensatez de no molestar a Fuhito.

De nuevo se ensimismó en sus pantallas.

Fuhito rotó el BattleMaster, aunque demasiado despacio. La descarga del CCP del Warhammer de Davion alcanzó a su Mech en el pecho izquierdo. Los Mechs de la Milicia Federada eran viejos y estaban gastados, pero sus pilotos oponían una fuerte lucha. Era de esperar, pues estaban defendiendo sus hogares.

El piloto era valiente. Salió de entre el fuego del resto de su lanza de mando para desafiar al BattleMaster. Las máquinas más pequeñas de sus compañeros, con el apoyo de sus blindados, centraron su atención en los otros cuatro Mechs kuritanos. Era un esfuerzo valeroso aunque inútil. El Warhammer estaba muy golpeado, y las chispas y el humo salían del CCP de su brazo derecho. El BattleMaster apenas había recibido un arañazo hasta que el Mechjock de Davion le dio con ese último disparo del CCP del brazo izquierdo.

Fuhito eligió devolverle también un impacto de partículas cargadas. Lanzó un rayo del Donal CCP manual de su Mech que cayó sobre la parte superior del hombro derecho del Warhammer, devorando el blindaje y abriendo un surco en la superestructura de la máquina Davion. El fuego salió de la abertura cuando el mecanismo alimentador de aleación del afuste para el sistema Holly SRM del Mech se incendió debido a la transferencia de calor. Despacio al principio y, luego, con un estrépito repentino y atronador, el afuste del Holly SRM cayó de su montura. El objeto cuadrado golpeó contra la sobresaliente parte trasera del cañón automático del Hammer, estorbando la puntería del piloto antes de impactar contra el suelo. Una vez allí, explotó en una furia impotente a medida que el cargador lleno de misiles detonaba por el calor de las llamas que envolvían el mecanismo.

El Warhammer avanzó, indiferente a su pérdida.

Meiyo to naru sensei, Buso-senshi-san —saludó en voz alta Fuhito.

Consciente del pasajero que llevaba, metió al enorme BattleMaster entre los árboles que salpicaban la ladera donde se erguía la máquina. Estaba convencido de que el Jock de Davion lo seguiría. Tan pronto como hubo puesto suficientes árboles entre él y los sensores del enemigo, detuvo al Mech, disminuyendo la salida de calor. No tuvo que esperar mucho.

El Warhammer vino a cazarlo, su CCP aún funcionaba oscilando de un lado a otro a medida que el piloto cubría posibles escondites para su presa. Sin saberlo, pasó a treinta metros de la posición de Fuhito.

Lamentando no poder enfrentarse a este noble guerrero en una batalla limpia, abrió los depósitos de calor y avanzó. El piloto del Warhammer debió de captar la subida de calor en sus sensores infrarrojos. El Mech Davion comenzó a girar en el momento en que Fuhito descargaba todo el despliegue formidable de armas de energía que llevaba el BattleMaster en la parte delantera. Los propios afustes Holly del Mech kuritano sumaron sus seis misiles al ataque. Si el aparato hubiera portado la pareja habitual de ametralladoras Sperry-Browning, también las habría disparado. El Warhammer era una amenaza para el Kanrei y debía ser eliminado lo antes posible.

Este trastabilló ante su impecable puntería. El blindaje de la zona baja del torso que todavía tenía intacto desapareció bajo ese fuego infernal que lo bañó. Fuera de control, comenzó a caer. El blanco resplandor de la llama de fusión que escapaba de su agrietado contenedor magnético se comió la mitad superior del Warhammer antes de inclinarse más de treinta grados. Los muñones ennegrecidos de las piernas golpearon la tierra lacerada. El torso se disolvió y el MechWarrior desapareció, ya fuera volado o vaporizado.

Fuhito volvió con el BattleMaster por el mismo camino, avanzando para ir a reunirse con su lanza.

Theodore sintió un destello de calor recorrer la carlinga. Fuhito debía de haber disparado todas las armas del Mech para cargar así el sistema de refrigeración. En circunstancias operativas normales, la máquina permanecería fría, gracias a los depósitos de calor intactos de la Liga Estelar que algún trabajador de ComStar, por error, dejara en el Mech.

Esos depósitos eran valiosos, pero no tan preciosos como los sistemas de mando y de control que ocupaban el lugar del armamento antipersonal en el monstruo de ochenta y cinco toneladas. Estos y el segundo asiento, el del comandante, eran los que hacían que el BattleMech llevara el nombre que tenía. Lo convertían en un verdadero amo de la batalla[5]. Con esta máquina, el comandante disponía de un vehículo móvil bien blindado, capaz de sobrevivir en el campo de fuego. Con la carlinga expandida, el aparato podía llevar a dos hombres: el piloto, cuya responsabilidad era el control del BattleMaster y la seguridad de su pasajero, y éste, un comandante de campo que tenía libertad para concentrarse en su verdadera misión, dirigir a sus formaciones en la lucha. Podía trabajar sin la distracción que representaba la dirección del Mech, y sin perder el control del mando cuando era sometido al fuego enemigo y debía pensar sólo en la supervivencia.

Transmitiendo las últimas órdenes a las fuerzas existentes sobre la superficie del planeta, Theodore borró la pantalla principal, reemplazándola con un despliegue de toda la situación. Inspeccionó los planetas involucrados en su contraataque contra la invasión de Davion. Aquellos situados en el interior de la frontera kuritana, como Fellanin II, Sadalbari y Matar, cayeron con facilidad al inicio de las hostilidades, y sus ocupantes davioneses quedaron confundidos y aturdidos por el súbito ataque. Theodore los cogió mientras se preparaban para lanzar su propia ofensiva; muchos fueron abatidos mientras aún estaban en los transportes.

Incluso más sorprendente para los defensores davioneses, lo mismo que para su Alto Mando, fue la repentina aparición de fuerzas kuritanas en la profundidad de su propio espacio. Los planetas como Cartago, Doneval II y Clovis no esperaban ser atacados mientras Davion avanzaba hacia territorio del Condominio. La división de interceptación de los SACD, las FIS, la OCC y las cautas pero todavía dispuestas tropas de ComStar, por una vez se mostraron en total acuerdo. Hanse Davion —el Zorro— fue cogido con la guardia baja.

De momento, todo había salido como un programa muy bien coreografiado. Hasta los ataques de mercenarios en LeBlanc, Nueva Ivaarsen y Dobson dieron beneficios a pesar de la alta inversión requerida. El contraataque kuritano, la Operación Orochi, progresó con una agradable eficacia y éxito. En cada mundo en el que las fuerzas del Condominio se abatieron, lo hicieron con dureza, formación tras formación. Por lo menos, eso es lo que pareció. Cada Buso-senshi estaba realizando el trabajo de toda una lanza de Mechs. Cada unidad hacía lo posible por aparentar ser más de lo que era; los batallones actuaban como regimientos. Theodore sabía que Hanse Davion, como mínimo, debía sospechar que el Condominio se había estado rearmando más deprisa de lo que se podía predecir. Esperaba engañar al Zorro aparentando poseer más unidades de las que realmente existían.

La aparente escala del contraataque de Theodore estaba diseñada para dar la impresión de que el Condominio disponía de suficientes fuerzas y confianza en sus defensas como para lanzar una ofensiva en mitad de una invasión enemiga. Su objetivo era hacer que Hanse Davion se preocupara. Que sospechara que su aparato de espionaje le había fallado por completo. Que temiera por la supervivencia de su propio Estado. Era ese miedo lo que salvaría al Dragón.

Theodore jugaba con la vida del Dragón, pero no tenía otra opción. Los recursos del Condominio se habían estirado hasta llegar a una situación precaria. Si la Operación Orochi fracasaba, éste caería. Pero si sólo se hubiera mostrado dispuesto a defender los mundos del Condominio, los soldados de Draconis, con el tiempo, habrían sucumbido bajo la presión de la poderosa maquinaria de guerra de Davion-Steiner. Estaba apostando todo en esta operación audaz.

La llegada del Cuarto de Guardias era la señal que estaba esperando…; el Zorro había mordido el anzuelo. Theodore no se había equivocado al evaluar a Hanse Davion como un hombre que arriesgaba poco en apuestas tan altas. Había elegido proteger lo suyo antes que lanzarse al cuello del Dragón. Davion no era ningún cobarde, pero tampoco un idiota ciego.

Theodore comprobó los datos del espacio profundo. Las Naves de Descenso de los Guardias de Davion seguían en su curso hacia Exeter. Estarían ansiosos por derramar sangre kuritana. Desearían detenerlo antes de que destruyera a Robinson o penetrara aún más en su Estado. Había tenido éxito despertando el miedo de Davion.

Con una sonrisa de satisfacción, introdujo instrucciones de curso en la pantalla de Fuhito.

Este condujo al BattleMaster colina arriba en busca de un campo abierto para sus sensores. En la cima, se detuvo y orientó el torso masivo hacia la lejana Reserva Militar Samuelson. Los kuritanos habían resquebrajado la defensa Davion. Los Mechs recorrían el perímetro exterior, en dirección a las sedes del laboratorio y de prueba.

Un par de misiles impactaron en la pendiente, a su derecha. Sólo una explosión lanzó una lluvia de tierra, rocas y vegetación contra la pierna del BattleMaster. Midió el punto de origen y soltó una descarga desde la pareja de láseres traseros. Las pulsaciones de color rubí dieron contra una trampa, haciéndola añicos en una nube de vapor recalentado. A medida que los escombros caían y el humo se despejaba, vio salir trastabillando a un soldado de infantería, la carne de las manos pegadas al plástico del afuste empleado. El hombre logró sobrevivir al fuego del Mech kuritano. Sin pensárselo más, descargó una única pulsación sobre la tambaleante figura.

Pendiente abajo, el Dragón, el Sentinel y el Crab que componían el resto de la lanza merodeaban por entre los restos del Primer Cuadro de Cadetes del ICNA. No se produciría ningún contraataque contra la Reserva Militar Samuelson.

La pantalla interna de comunicaciones del BattleMaster se iluminó con un mapa donde se veía marcado en rojo el curso proyectado. Fuhito reconoció la señal, sabiendo que Theodore la leería en su pantalla cuando pudiera apartar momentáneamente su atención de las preocupaciones estratégicas. Transmitió la orden de marcha a su lanza. La fuerza expedicionaria realizó esta rutina de atacar y partir por todo el continente norte de Exeter, tal como lo hicieron en cada planeta desde aquí hasta la frontera del Condominio. Ahora era el momento de retroceder. El Kanrei debió de decidir que ya habían causado bastante daño en este lugar.

«Quizá no el suficiente», pensó cuando el BattleMaster arribó a una zona de estacionamiento de la infantería Davion. Cargó con su Mech, disparando los láseres del pecho. A su derecha, la forma encorvada y alienígena del Crab de Barnaby se pavoneó, descargando los pesados láseres de sus antebrazos. Las tropas Federadas, cogidas por sorpresa y desmoralizadas por la súbita aparición de los Mechs kuritanos, sintieron pánico y se dispersaron en todas direcciones. Los kuritanos continuaron su avance, ilesos.

La cara de Theodore apareció en la pantalla de comunicaciones interna.

—¿Todo en orden, Fuhito-kun?

—Todo despejado, Tono.

—Bien.

—¿Qué hacemos ahora. Tono?

—Abandonar Exeter, Fuhito-kun. El Zorro ha mordido el anzuelo.