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Depósito de Suministros Steiner, Cochus, Vega

Distrito Militar de Dieron

Condominio Draconis

17 de octubre de 3028

Fuhito maldijo la temperatura, temblando cuando un gélido goteo se abrió camino desde el cuello y bajó por su espalda. El trueno respondió a sus palabras y le recordó que el clima era su amigo. Tranquilizó la mente e intentó olvidarse del frío y la humedad. Acababa de conseguirlo cuando un tanque ligero Striker pasó traqueteando a su lado y lo cubrió de lodo cuando sus orugas cayeron en un charco profundo.

Al hacerse a un lado, pisó a un soldado de Steiner que marchaba en la columna. El lirano, el teniente al mando de la guardia del destacamento, lo empujó y lanzó un juramento, pronunciando algo en alemán. Sólo captó la mención de «kuritano» y el tono de voz colérico, pero comprendió que se trataba de un insulto.

Una sacudida en la espalda de uno de sus compañeros le recordó que debía mostrarse amedrentado. Echó una ojeada hacia atrás y percibió un leve movimiento de cabeza de Ninyu Kerai. Aunque a menudo solía encontrarlo perturbador, supo que tenía razón en ese momento. Al necesitar mano de obra barata, los liranos habían recurrido al pueblo con amenazas y falsas promesas para conseguirla. Se suponía que Fuhito y los otros soldados kuritanos disfrazados pertenecían a este grupo de gente reunido de toda la campiña por los invasores de Steiner. Con el fin de seguir ocultándose y estar a salvo entre los trabajadores, tenían que evitar que cualquier sospecha recayera sobre ellos. Si alguno de los liranos se mostraba curioso y los registraba, todo se perdería. Los patriotas que se habían unido a los kuritanos para esta misión serían fusilados. Los soldados, aunque llevaban sus uniformes militares bajo las capas para la lluvia, probablemente recibirían la misma recompensa.

—¡Moveos, holgazanes! No pienso pasarme la noche con vosotros —rugió el teniente, de temperamento tan desagradable como el clima. El oficial clavó la culata de su carabina láser en la espalda de una de las nativas, obligándola a avanzar—. ¡Vamos, vamos! Cuanto antes lleguéis a la sede, antes os secaréis.

La fila andrajosa de hombres y mujeres miserables continuó andando.

Finalmente, alcanzaron la puerta que daba a la sede de sus suministros en Cochus. Era un buen emplazamiento, idealmente situado para apoyar el avance del Tercero de Guardias liranos sobre la capital. Los suministros se podían bajar a salvo en Forsiar y de allí enviarlos a los muelles de la ciudad. Desde la ciudad costera, los mandarían en vehículos terrestres por la carretera principal, por monorraíl a los puestos de las posiciones estratégicas o por transporte militar a casi cualquier otra parte.

Encorvados bajo la lluvia, la tropa kuritana y los trabajadores entre los que se ocultaban esperaron a sus señores. Los soldados de a pie se reunieron bajo la goteante bóveda que servía como caseta de guardia con el fin de realizar sus asuntos dentro de una relativa comodidad. Fuhito escuchó a los hombres de la sede quejarse de la tardanza de su relevo. Sorprendido, oyó cómo el guardia con el que había tropezado sugería que ellos se ocuparan del tema y fueran a sacar al otro turno de sus camastros de las barracas.

Pensó que la idea de abandonar el puesto debido a la incomodidad personal resultaba una noción traicionera, impensable. Pero estos liranos eran blandos y sólo pensaban en las comodidades. Y sobre todo eran engreídos, demasiado seguros de hallarse a salvo detrás de sus líneas. Sólo una pareja de Strikers, protegidos contra la inclemencia, se mantenían en sus posiciones de centinelas. En apariencia, su grupo se mostraba remiso a mojarse sólo para vigilar a un puñado de trabajadores sumisos. «Blandos», pensó.

Los guardias regresaron para conducir a los obreros a los barracones donde pasarían la noche. Cuando atravesaron la puerta, echó un vistazo hacia atrás para ver cómo los hombres de guardia seguían la sugerencia del teniente. En masa, dejaron sus puestos y se encaminaron a las barracas principales. Se preguntó si los MechWarriors de Steiner eran igual de descuidados.

Cuando llegaron, los separaron en grupos y les asignaron unas cabañas. Cuando sólo faltaba un grupo, el oficial despidió a sus hombres, instándolos a que fueran a calentar algo de aguardiente para él. El último contingente estaba compuesto casi en su totalidad por hombres del Condominio, y Fuhito experimentó una sensación de peligro inminente mientras el teniente se quedaba en la puerta, iluminando con una linterna la cara de cada persona a medida que pasaban al interior débilmente iluminado.

—¡Oh, oh! —exclamó, apartando a alguien de la fila. Tiró de la capucha de la capa y dejó expuesta la cabeza de la mujer. Fuhito contuvo el aliento al ver que se trataba de Tomoe Sakade—. Muy bonita. Quizá me apresuré al decidir con quién iba a pasar la noche. Se les da unos cuantos privilegios a aquellos que se muestran amistosos —le explicó el teniente, deslizando una mano debajo de la capa.

En el difuso resplandor que entraba por la puerta abierta, Fuhito vio que sus ojos se abrían mucho. Supuso que lo que había encontrado era el duro metal de la pistola de ella en vez de la carne suave que esperaba. Retrocedió un paso, pero no lo suficientemente rápido como para escapar de la centelleante mano de Tomoe.

Sus dedos rígidos se clavaron en su garganta. Se derrumbó con la tráquea rota, ahogándose en su propia sangre.

Todos se quedaron quietos, a la espera de percibir si habían sido descubiertos. No escucharon nada que indicara que los habían oído. El resto de los guardias continuó ruidosamente hacia las barracas. En el extremo alejado del campamento, un Mech solitario vigilaba, y su faro refulgía a medida que barría el perímetro.

—No queda tiempo que perder —anunció Tomoe—. ¡Kerai! ¡Tetsuhara! Reunid a vuestros grupos. Vosotros dos, llevaos a esta escoria a la cabaña. ¡En marcha!

Se quitaron las capas. Fuhito contó las cabezas y notó que algunos de los suyos habían sido escoltados a los barracones. Rápidamente, los reunió: eran veinte soldados y diez nativos ansiosos por ayudar al Dragón. A la cabeza de sus treinta hombres, se dirigió hacia las barracas liranas. Tomoe y Ninyu ya se habían desvanecido en la noche, ocupados con sus propias tareas.

Dispersó a su gente para que cubrieran todos los laterales del edificio, cerciorándose con cautela de que no eran visibles si a algún lirano se le ocurría asomarse por la ventana. Localizó un buen lugar desde el cual veía el camino principal del campamento y esperó.

Diez minutos más tarde, dos explosiones anunciaron el éxito del grupo de Tomoe cuando los Strikers sucumbieron a sus minas magnéticas.

Los primeros de la tropa Steiner en salir de las barracas fueron los guardias negligentes. Irguiéndose en su posición, Fuhito disparó el KA-23 y los abatió antes de que hubieran avanzado veinte metros. A su alrededor brotaron chorros de llamas cuando su escuadrón abrió fuego. Las balas agujerearon la superficie del edificio, buscando y encontrando carne cada vez que los liranos intentaban abandonarlo.

Unos sonoros golpes rítmicos llenaron el aire: se trataba del Mech Steiner de guardia. Las pisadas se hicieron más lentas cuando la máquina se acercó al patio. Entonces, apareció por la esquina, avanzando despacio. Las llamas de los Strikers iluminaban al Mech de veinte metros de altura, dándole el aspecto de un demonio infernal. Fuhito reconoció a la máquina como un Firestarter de treinta y cinco toneladas, un peligroso BattleMech destinado a combatir a la infantería. El Mech ligero avanzó por el patio, buscando al enemigo. El faro que tenía montado en la cabeza inspeccionó las sombras. Uno de los reclutas sucumbió al pánico, dejó caer el arma y salió corriendo, alejándose del Firestarter. El torso del Mech giró para enfrentarse al hombre, y una andanada pesada de sus ametralladoras Deprus lo despedazaron.

Fuhito permaneció inmóvil cuando el Firestarter pasó al lado de su posición. Sabiendo que su movimiento podía resultar visible en el rastreador de trescientos setenta grados, lanzó una bengala por delante de la máquina y hacia su izquierda.

El Mech destrozó el lugar donde aterrizó la bengala tan pronto como el magnesio se incendió. Después de un momento, las ametralladoras del Firestarter guardaron silencio y se adentró en el callejón que había detrás en busca de su presa.

Al observar su paso, Fuhito notó una forma oscura sobre una torre de radio próxima al sitio donde la máquina se había detenido. La silueta se movió, y percibió el contorno de un hombre aferrado a la torre, con el brazo echado hacia atrás preparado para arrojar algo. Un objeto chisporroteante atravesó en un arco el espacio que los separaba e hizo impacto en el costado de la cabeza del Firestarter.

La bomba explotó en una lluvia de llamas, y su gelatinoso contenido petroquímico se adhirió a la cabeza del Mech. El calor y el líquido gomoso cegaron los sensores del Firestarter y, al parecer, desorientaron al piloto. Tambaleándose contra una pared, el Mech perdió el equilibrio y cayó.

Cuando se desplomó sobre el suelo, se abrió una de las latas adosadas a su hombro derecho. El líquido del interior estalló en una explosión de fuego y envolvió todo el tronco del Mech.

Fuhito se quedó perplejo. Esos envases usualmente llevaban refrigerante adicional, necesario para proteger los actuadores de la máquina cuando el calor de la fusión del reactor era encauzado desde el motor a los quemadores montados en los brazos. En cambio, este Mech había llevado productos químicos incendiarios que podía proyectar como una adherente masa de fuego para incinerar al enemigo, incluyendo otro BattleMech. Una muerte por fuego era el terror de todo MechWarrior, un terror nacido de las carlingas impregnadas de sudor donde ellos pilotaban sus monstruos con corazones nucleares. Este hombre había querido esa muerte para sus oponentes; ahora se asaba en su propia carlinga, víctima de su deseo.

La pérdida de su guardián gigante desmoralizó al resto de las tropas liranas, que ondearon un trapo blanco desde una puerta.

Fuhito encomendó la tarea de aceptar la rendición a su sargento. Él se quedó contemplando la conflagración del Firestarter, lleno de pensamientos sombríos. Ninyu surgió de improviso de la oscuridad a su espalda.

—Bien sincronizado, Tetsuhara-sama. Lo situaste en posición como si fuera una práctica de desfile. El mérito es tanto tuyo como mío.

Se giró hacia él, sintiendo un calor que no procedía del Mech en llamas.

—Ningún MechWarrior debería morir de esta manera.

—Era un lirano —replicó Ninyu con indiferencia.

—Era un ser humano. ¿Es que no tienes corazón?

—Mi corazón pertenece al Dragón. No alberga simpatía para aquellos que se le oponen. —Su mirada fue tan dura como sus palabras—. Vámonos. El aerodeslizador ha llegado. Se necesitan todas las manos en los almacenes.

Aturdido, siguió al hombre vestido de negro.

Las siguientes horas de trabajo sólo lograron embotarlo aún más. Como MechWarrior, pudo manipular uno de los exoesqueletos industriales y ello lo hizo indispensable a lo largo del muelle. Estuvo demasiado ocupado para pensar.

De vez en cuando veía cómo Tomoe registraba los pedidos de suministros que le hacían las unidades Steiner, asegurándoles a sus oficiales ansiosos que sus solicitudes se estaban procesando y se hallaban en camino.

De hecho, los kuritanos se llevaban los suministros para su uso particular.

El volumen de las demandas liranas indicó que los ataques de Theodore ya habían comenzado. Las fuerzas del Condominio estaban asestando golpes duros a lo largo de todo el frente, distrayéndolos de Cochus. A medida que el día pasaba, los kuritanos se pusieron a trabajar con más ahínco. Dejaron la fatiga atrás, inseguros del tiempo del que aún disponían. Cada caja sería vital para la continuidad de la resistencia en Vega.

La carga de las naves que habían seguido al aerodeslizador terminó al caer el crepúsculo, mientras este último esperaba la llegada de las tropas Steiner. Fuhito dispuso de unos pocos minutos de descanso cuando el último de los barcos partió del muelle, antes de que el primer aerodeslizador llegara para ser abarrotado con todo lo que pudiera transportar.

Ya era tarde, y sólo quedaba una docena por llenar, cuando los exploradores informaron que un destacamento de tanques liranos y unos transportes de infantería se encaminaban hacia Cochus. Finalmente, algún oficial había decidido ir a ver por qué los suministros no le habían llegado.

Tomoe supervisó la última y apresurada carga, y le ordenó a Fuhito que trepara a bordo del aerodeslizador con el exoesqueleto antes de subir también ella con el suyo. Las turbinas zumbaron hasta adquirir potencia máxima, alzando a la nave para su huida fuera de la bahía, costa abajo de Nevcason. Los atacantes del Condominio casi habían vaciado el campamento.

La flotilla se estaba acercando al promontorio de la bahía cuando una lanza de Scorpions llegó a la playa. En el momento en que los tanques ligeros se detuvieron y dispararon unas pocas ráfagas a los aerodeslizadores que se alejaban con creciente rapidez, Fuhito encontró fuerza para levantar la garra del exoesqueleto y hacerles un gesto de despedida.