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Cuartel General de la Legión de Vega, Massingham, Marfik
Distrito Militar de Dieron
Condominio Draconis
11 de diciembre de 3027
La voz ronca de Olivares interrumpió la concentración de Theodore. Por los rugidos, comprendió que el Sho-sa ya había escoltado a los recién llegados hasta el edificio en el que se encontrarían con su comandante. Una gran diferencia con el inexistente comité de recepción que tuvo a su llegada.
Antes de que Olivares los pusiera en fila, Theodore salió a la luz del sol. Ninyu se incorporó y lo siguió con andar cansino.
Deteniéndose al lado del mástil de la bandera, inspeccionó despacio a los hombres y mujeres que se situaban en filas irregulares. Había una diversa variedad de uniformes: MechWarriors y de infantería, tanquistas y Aerojocks, mecánicos y cocineros. Venían de todas las ramas militares del Condominio. Muchos llevaban insignias de las unidades participantes de la desastrosa campaña de Galtor. Un grupo no uniformado se mantenía obcecadamente junto. Theodore supuso que se trataba de lo que quedaba de los mercenarios Asesinos de Kelly, que fueron destruidos como unidad efectiva cuando Davion atacó Nueva Mendham. La deuda que tenían con el Condominio la pagaban sirviendo en la legión.
Olivares miró a Theodore y éste asintió.
—Silencio, escoria —rugió—. Tai-sa Kurita tiene unas palabras para vosotros. ¡Quitaos la cera que os tapona las orejas y escuchad!
Quedó impresionado por la elocuencia de la presentación de su subalterno. Usualmente, las largas peroratas del Sho-sa eran imposibles de transcribir. Se aclaró la garganta, preparando la voz para que llegara hasta todo el campo.
—Bienvenidos a la Legión de Vega.
»Sé lo que habéis oído, porque yo también lo oí. Que ésta es la cloaca militar del Condominio. Que vuestras carreras han terminado. Que nadie jamás regresa de la legión.
«Podéis creerlo si así lo deseáis. Podéis hacer que sea verdad al convertiros en la escoria que suponéis ser. Yo no os detendré. Y no lo haré porque me es imposible. Si ya no os queda nada de honor, seréis todo lo que dicen de vosotros. Marfik representará vuestro infierno personal.
«Pero no tiene por qué ser así. Haced caso omiso de lo que habéis escuchado antes de venir aquí, y sumergios en vuestro honor. Es la fuerza que os mantendrá y la armadura que os protegerá. La legión os ofrece un nuevo comienzo. Os desafío a probaros que sois guerreros, hombres y mujeres de valía. Ganaos vuestro respeto, si podéis. No resultará una tarea fácil.
«Depende de vosotros. Pensadlo.
«Hablaré con cada uno individualmente. De momento, dirigios a las barracas. El Sho-sa Olivares os indicará dónde dejar vuestro equipo. Consultad la orden del día para ver la hora de la entrevista.
«Romped filas.
Un hombre alto y negro llamó su atención. Tenía un aire conocido, pero no recordó haberlo visto antes. Su gorra de servicio no le ayudó; le habían arrancado las insignias de la unidad.
—Tú —llamó, señalando al hombre—. Ven aquí.
Mientras el soldado se acercaba, observó el lado izquierdo del cuello. La tela aparecía deshilachada en algunos lugares y un color levemente más oscuro perfilaba la forma de un distintivo diferente del de tres barras del Chu-i que centelleaba al sol. El hombre había sido degradado del rango de Tai-i.
Notó el pelo negro rizado y el bigote y perilla bien cuidados, e inspeccionó esas facciones tan familiares.
—¿Cómo te llamas?
—Fuhito Tetsuhara, señor —contestó con voz clara y profunda.
—Me pareció que eras conocido —comentó Theodore con una sonrisa—. Minobu Tetsuhara fue uno de mis tutores. Debes de ser su nieto.
—Su hijo, señor —indicó Fuhito, moviéndose incómodo.
Theodore no supo si dicha incomodidad era por tener que corregir a su superior o por la simple mención del nombre del viejo soldado.
—Tiene mucho hara —comentó Ninyu por detrás.
—Márchate, Kerai-kun —ordenó, mirando a su amigo y dándole a entender que iba en serio. Ninyu se mostró ofendido. Theodore apoyó un brazo sobre el hombro de Fuhito—. Ven dentro. Acabo de modificar tu hora de entrevista. Deja tu bolsa. El Tai-i Kerai la guardará. —Hizo caso omiso de la irritación de Ninyu, sabiendo que más tarde lo aplacaría—. Dime, Fuhito san, ¿cómo está tu familia? —le preguntó mientras conducía al Chu-i al interior del edificio.
—Mi padre y mi madre están bien, Tai-sa —comenzó con titubeos. Resultaba claro que no estaba acostumbrado a discutir cuestiones familiares con un oficial superior—. Mi hermano mayor, el Chu sa Minobu, se ha recuperado de su accidente y manda la Ryuken-ni en la frontera con Galedon. Mi otro hermano, el Tai-i Yoshi, ha recibido el estandarte rojo y negro. Yo estoy aquí.
Theodore captó la creciente amargura en su voz. Señaló el sofá con la mano para indicarle que podía sentarse; luego, se acomodó en el borde del escritorio.
—Por favor, acepta mis condolencias por la muerte de Yoshi. Debió de haber muerto de manera valiente para recibir el estandarte. Es un alto honor para un oficial menor que su nombre se inscriba en el Gran Muro de los Samuráis Caídos. Tu familia ha sido honrada.
—Somos leales servidores de la Casa Kurita —repuso Fuhito de forma mecánica.
—Recuerdo que una vez vi a tu hermano mayor, Minobu, cuando fue de visita a la corte, en Luthien. Yo tenía diez años y quedé sorprendido de ver a un samurái negro, en especial a uno con un nombre japonés. Entonces, desconocía que uno no tenía por qué ser japonés para abrazar el código del bushido. Y también que el hecho de ser nipón no hacía que creyeras automáticamente en el código. He aprendido mucho desde mi juventud, incluyendo cómo juzgar a cada hombre por lo que es y mostrar cautela ante lo que otros dicen de él.
Fuhito guardó silencio.
—Minobu está progresando. Su experimento con la Ryuken es un éxito. Los regimientos carecen de los problemas que nosotros tenemos con el Departamento de Suministros; además, tiene la bendición del Departamento de Administración. Incluso aquí en Marfik, sufrimos las consecuencias de las órdenes de abastecer a los pilotos de Mechs que él solicitó al formar a la Ryuken. Me vi obligado a enviar en persona al Chu-i Sandersen de mi propia lanza de mando. La legión no había perdido a ningún hombre de esa manera desde que se formó la Genyosha.
El otro siguió en silencio. Theodore, preguntándose si estaba llegando a él, cogió una carpeta del escritorio. La abrió y hojeó el contenido.
—Dispongo de un puesto para un buen comandante de lanza de reconocimiento, Fuhito-san —comentó con tono despreocupado—. ¿Conoces a alguien a quien recomendarme entre los transferidos?
—He oído que Hanson es bueno, Tai-sa.
—Mmm. Tú mandaste una compañía de reconocimiento, ¿verdad?
—Hai, en Galtor. La compañía ya no existe.
—Cuéntame qué sucedió —le ordenó—. Puedes hablar con entera libertad.
El hombre vaciló un instante y, luego, soltó la historia. Theodore suspiró interiormente. La cautela del Tetsuhara-sensei no había arraigado mucho en su hijo. A pesar de sí mismo, pronto se interesó por la narración de Fuhito acerca de las lealtades equivocadas y la lucha política intestina que tanto había ayudado al desastre de Galtor. El ego del Señor de la Guerra Yoriyoshi se había visto herido por los continuos insultos de su rival, el Señor de la Guerra Samsonov. Cuando la estrategia de éste lo colocó a él y a sus tropas en una situación insostenible, exasperado, abandonó el planeta. Su partida dejó a Samsonov enfrentado con una abrumadora fuerza de Davion, y se vio obligado a marcharse también. Yoriyoshi fue relevado del mando y degradado, culpándoselo del fracaso del Condominio al tiempo que se lo tildaba de cobarde e incompetente. Era una imagen falsa, según Fuhito. Afirmó que el Señor de la Guerra ya había sabido que la campaña estaba perdida, y, sencillamente, había salvado a sus hombres para que pudieran combatir en otra ocasión. El propio análisis que realizó Theodore de la campaña tendía a confirmar esa misma evaluación.
Fuhito había defendido a su comandante en voz alta ante el comité de investigación. Cuando el dictamen le fue contrario, él se vio atrapado en la caída.
—Hablé con el corazón, y conté la verdad tal como yo la veía —concluyó—. Al hacerlo, me gané unos enemigos poderosos. Creí que me darían de baja. Es lo que hicieron con todos los demás que expusieron sus creencias.
—Pero ahora, después de aprender la lección, ¿actuarías de otra manera?
—Iie, Tai-sa —espetó indignado—. He de velar por mi propio honor.
Theodore le sonrió con simpatía.
—Creo que tú eres el hombre que ha de hacerse cargo de la compañía de reconocimiento del primer batallón. Se te asigna un Griffin, Tai-i.
—¿Tai-i? —repitió Fuhito perplejo—. Fui degradado a Chu-i.
—Los hombres encuentran sus propios rangos en la legión. Tai-i. No puedo permitir que un rango inferior dirija la compañía.
Estaba claro que Fuhito rebosaba de júbilo por disponer de un mando otra vez, pero había algo oculto detrás de su alegría. Titubeó, mordiéndose el labio inferior.
—¿Cuál es el problema? —lo instó.
—Se me ha asignado un Griffin, Tai-sa, pero Katana Kat, el Panther de la familia, vino a Marfik conmigo.
Theodore lo comprendió en el acto.
—¿Cómo puedo interferir en el honor de una familia? —La gratitud resplandeció en la cara de Fuhito—. Antes de que asumas el puesto, quiero comprobar si tienes el toque de Tetsuhara con un Mech. Reúnete conmigo en el campo de práctica en veinte minutos.
—¡Hai, Tono! —exclamó Fuhito.