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Refugio del Dragón, Montaña Tatsuyama, Dieron
Distrito Militar de Dieron
Condominio Draconis
19 de julio de 3034
—¿No he servido bien al Dragón?
La cara de Dexter Kingsley irradiaba esperanza. Theodore se dio cuenta de que había venido al Refugio del Dragón creyendo que recibiría una recompensa por su pérfido acto en Orestes. El pensamiento le revolvió el estómago.
—Te serviste primero a ti, Tai-sho, lo cual es un ordenamiento inaceptable de las prioridades.
—Pero actué de acuerdo con vuestros intereses, Kanrei —protestó Kingsley—. He dirigido Dieron en vuestro nombre.
Theodore aspiró una profunda bocanada de aire y la soltó lentamente.
—Si lo que hiciste fue en mi nombre, me has insultado mortalmente. —El otro pareció atontado—. Un gobernante que oprime a sus trabajadores no puede sacar todo el fruto de sus tierras —continuó—. Has mutilado las economías de varios de los mundos del distrito, extrayendo toda su riqueza sin pensar en el mañana. No lo has hecho por mí o por el Dragón, sólo por ti mismo. Y, así, has traicionado al Condominio.
Michi Noketsuna avanzó, penetrando en el espacio que separaba a Theodore y a Kingsley de la multitud de oficiales que había en la gran sala.
—El seppuku es la única salida honorable —indicó.
Kingsley se puso pálido. Sus ojos enfocaron a Michi; luego, regresaron a Theodore. Ninguno le ofreció simpatía. Fue a hablar, pero, aparentemente, se lo pensó mejor. Se irguió y saludó al estilo kuritano, golpeándose el pecho con el puño derecho. Realizó una rápida reverencia y giró en redondo, saliendo de la sala por la puerta ya abierta, y con la mirada clavada en el frente, desoyendo la llamada de sus oficiales.
Theodore apoyó la mano en el hombro de Michi y condujo a su amigo fuera de la estancia. A través de una pequeña puerta lateral pasaron a un cuarto privado. Entre las polvorientas estanterías de libros, relajó su porte, aliviado de hallarse lejos de la vista del público.
—Michi-kun, ¿crees que lo hará?
—Tiene miedo —repuso—. Pero sí, creo que lo hará.
—Eso no es positivo. Esperé una reacción por su parte, despejando así toda posible duda que tuviera la gente por su mala actuación. Es un secreto a voces que él preparó la explosión que mató a Cherenkoíf, y todo el mundo sabe que el Señor de la Guerra y yo estábamos enfrentados. Al usar mi nombre mientras gobernó en su lugar, me ha implicado en el asesinato que cometió.
»Si comenta que exigí su seppuku, perderé. Algunos creerán que fui yo quien ordenó el asesinato de Cherenkoíf, y que ahora me deshago de mi instrumento ejecutor. Otros me verán como un ogro de dos caras, que por un lado predica la iniciativa y por el otro la castiga. De cualquiera de las dos formas, se fomentará el resentimiento. Si tan sólo hubiera tiempo para reunir las pruebas para juzgarlo. Una ejecución formal sería la mejor solución. —Se dio una palmada en la pierna, expresando su frustración—. Su egoísmo no puede quedar impune.
«La violencia no es el camino del Coordinador —reverberó la voz de Takashi en su mente—. Nuestro destino exige que actuemos a través de otros».
Había escuchado esas palabras hacía mucho tiempo, cuando apenas era un niño, pero entonces le parecieron extrañas. Y más todavía cuando comenzó a comprender los principios del bushido y la responsabilidad que recaía sobre los hombros del guerrero. Creció con la convicción de que los puntos de vista de su padre estaban equivocados. Y en este momento, aunque todavía no era el Coordinador, era algo más que un simple guerrero, y las palabras ya no parecían tan extrañas. Ahora él actuaba a través de intermediarios, dejando que otros hicieran el trabajo sucio. «¿Cuándo cambié?», se preguntó.
Michi debió de tomar su súbita meditación como un indicio de que se esperaba una respuesta de él.
—Lo comprendo —comentó. Realizó una inclinación de cabeza y juntó con fuerza los tacones de las botas—. Entonces, será mejor un accidente.
Cuando daba media vuelta para marcharse, Theodore alargó la mano para coger la tela blanca de su túnica, deteniéndolo.
—Espera. No te quiero ver asociado con la muerte de Kingsley en ningún aspecto.
Michi lo miró directamente a los ojos.
—Puede que no sea tu mascota ninja de las FIS, pero ya he tenido suficiente práctica, Theodore. No habrá nada que lo ligue a ti.
—No pretendía menospreciar tus habilidades, amigo mío. Además, no me refiero a eso. Pienso que ya tendrás suficientes problemas en el futuro inmediato. No necesitas rumores que digan que el asesinato te abrió las puertas del gobierno del distrito tal como hiciera Kingsley. Ni tú ni el Condominio lo necesitan.
Michi se apartó, obligándolo a soltarlo.
—¿De qué estás hablando?
Theodore se detuvo, sorprendido por la suspicacia que reflejaba la voz de su amigo. «No es así cómo quería hacerlo».
Sacó una caja pequeña del bolsillo. Abrió la tapa lacada de negro y se la extendió. Recostadas sobre seda blanca, había un par de insignias de color verde manzana: dos estilizados números katakana y una pareja de barras partidas, con la segunda división marcada en oro.
—Te estoy nombrando Tai-shu de Dieron.
—No soy una buena elección —insistió Michi—. Habrá rechazo.
—Nada que no puedas manejar. Te necesito aquí.
Michi se acercó a la ventana que daba a la cadena montañosa que protegía la Ciudad de Tatsuyama. Habló sin volverse para mirarlo.
—Por la amistad que nos une y por los peligros que corrimos mientras buscábamos soldados entre los yakuza, no me pidas esto.
—Debo hacerlo. —Theodore estaba confuso. ¿Por qué lo consideraba como una terrible imposición? Le ofrecía un cargo de gran poder y honor—. Este distrito es la pieza clave en la defensa del Condominio. No puedo confiar en nadie más para que lo maneje como yo quiero.
—Hay otros que serían políticamente… menos peligrosos.
—Para ciertas personas, cualquiera que esté asociado conmigo lo es. Tú posees la capacidad y la fuerza de voluntad necesarias. Te necesito en el puesto. El Condominio te necesita.
Michi suspiró.
—Cuando nos conocimos por primera vez, me hablaste de la amenaza que se cernía sobre el Condominio. Creí que tú comprendías su naturaleza y eras capaz de detenerla. Acepté hacer a un lado mi búsqueda personal y servirte hasta que el reino volviera a estar a salvo. Aceptaré el puesto.
Giró y cogió las insignias de su mano. No pronunció ninguna palabra mientras cambiaba los galones de su cuello. Theodore estaba inquieto por la hostilidad de su amigo. Había creído que se sentiría satisfecho por esta prueba de confianza y buena voluntad.
Un golpe en la puerta interrumpió su intimidad. Sin aguardar una respuesta, una Sho-sa entró en el cuarto. Inclinándose, anunció la llegada de una delegación de la capiscolesa de ComStar. Theodore la despidió con gesto petulante, pero antes de que ella hubiera retrocedido, lo pensó mejor. Le ordenó a la Sho-sa que escoltara a los oficiales de ComStar al pequeño despacho.
—Me marcharé, Kanrei.
—No. Quiero que te quedes conmigo —comentó. El nuevo Tai-shu se detuvo. Su perfil ciego estaba de cara a Theodore, y su ojo de iris blanco brilló con dureza y frialdad—. Es parte de tu nuevo trabajo.
—Como mandes, Kanrei.