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Centro del Gobierno, Nevcason, Vega
Distrito Militar de Dieron
Condominio Draconis
12 de julio de 3039
La comandante Kathleen Heany frunció el entrecejo malhumorada cuando los oficiales entraron en la estancia riéndose. No es que su diversión resultara ofensiva. El Buen Señor sabía que debido al éxito actual era normal que reinara la alegría.
No, no eran los militares jóvenes los que la irritaban, sino la forma en que la mariscal de campo Nondi Steiner los trataba. Esos novatos y sus camaradas de las Fuerzas Armadas de la Mancomunidad de Lira eran los niños de cabellos dorados procedentes de las juntas de promoción y del servicio de intendencia. Lo que empeoraba la situación era la forma en que el general Steiner y el resto del Alto Mando escuchaban sus ideas…, ideas corrompidas por el pensamiento davionista.
«¡Por la espada de Ymir! Incluso sería más fácil de soportar tener en el Alto Mando a graduados de Nagelring, como Patrick Finnan».
Nondi y su camarilla ignoraban los consejos veteranos y sensatos de oficiales como ella. En cambio, Heany y muchos de sus contemporáneos se veían relegados a puestos en la plana mayor y a honores vacíos. Un miserable «gracias» para la gente leal y con talento que había servido con distinción en la guerra de Davion contra los capelenses, soldados que llevaron el peso de la Operación Gótterdámmerung y que, luego, fueron traicionados por políticos que despilfarraron los beneficios obtenidos con tanto esfuerzo.
«Ah, bueno —suspiró interiormente—. Los caminos del Señor son misteriosos».
Recorrió la estancia con la mirada. La luz resplandeciente del sol del planeta, aunque mitigada por el panel de vitrilo tintado que dominaba la pared exterior, suministraba iluminación más que suficiente para el gran cuarto cuadrado. Le prestó poca atención al elegante mobiliario y a las pantallas con pinturas delicadas que decoraban la cámara; su interés estaba centrado en los oficiales allí reunidos. Hablaban en grupos, se hallaban sentados en los sillones de diseño original de la estancia o en las recién adquiridas sillas plegables y de respaldo recto.
En el otro extremo de la habitación, su viejo rival, Patrick Finnan, se sentaba solo, con una expresión tan amargada como la suya. El también había tenido que aguantar a ese escurridizo muchacho kuritano. Los medios de comunicación se ensañaron con los errores cometidos con el bisoño heredero del Dragón. Comprendía lo que sentía, ya que ella misma había padecido lo mismo, lo cual le hacía sentir casi simpatía por el arrogante graduado de Nagelring.
Sus pensamientos se perdieron cuando las grandes puertas dobles del cuarto se abrieron, dando paso a Nondi Steiner. Con un gesto, la mariscal de campo le indicó a los allí reunidos que volvieran a sentarse cuando se levantaron para saludarla. Se dirigió al fino escritorio importado de caoba donde Heany y el resto de la plana mayor esperaban para dejar su ordenador portátil sobre la mesa antes de dirigirse al grupo.
—Buenos días, damas y caballeros. Me alegra ver que todos están descansados y listos. Lo necesitarán. —Su rostro se mostró severo; luego, una sonrisa comenzó a dibujarse en su boca—. La transmisión de fax de esta mañana traía la luz verde para lanzar la segunda ola.
El cuarto explotó en unos vítores entusiastas y en gritos marciales. Heany experimentó una oleada de excitación que, momentáneamente, le hizo olvidar que ella apenas tomaría parte en la ofensiva.
Un único sonido agudo llegó a sus oídos a través del tumulto. ¿Un disparo? Con incredulidad, se volvió para echar una ojeada por la ventana. Muchos más habían oído la detonación, y ladearon las cabezas en busca de una explicación.
Un casco de infantería de estilo Steiner cayó detrás de la ventana en su camino hacia el suelo. Un momento más tarde, tres objetos pesados golpearon suavemente contra ésta, quedando pegados allí donde impactaron. Heany vislumbró los delgados cables que ascendían hasta el techo y se incorporó al instante. También otros oficiales se pusieron en movimiento, pero la mayoría apenas logró reconocer el origen del disturbio antes de que las masas explosivas detonaran, destrozando el panel de vitrilo. Los fragmentos cayeron en una lluvia de cristal por toda la estancia, desgarrando uniformes y carne con insensible indiferencia. Por la gracia de Dios, ella resultó ilesa pero vio, sin embargo, cómo un comandante con los ojos desorbitados caía a sus pies, cómo movía la boca sin lograr emitir sonido alguno, con una astilla de vitrilo sobresaliendo por la parte posterior de su garganta atravesada.
Otra explosión arrancó las puertas dobles de sus goznes. La onda expansiva tumbó por igual el mobiliario y la gente que estaba en línea directa con ella. El cuarto se llenó de humo y gritos.
Un movimiento captado por el rabillo del ojo hizo que girara hacia la ventana. Media docena de figuras vestidas de negro entraron por la abertura de la pared exterior para aterrizar como gatos en medio del caos. Las cuerdas con las que habían descendido serpentearon en la ventana para pender quietas mientras las ametralladoras de los intrusos descargaban la muerte sobre aquellos próximos a ellos. Gracias a una ráfaga que despejó el denso aire, Heany vio que una docena más de soldados penetraban a través de la puerta demolida. Sus ametralladoras se sumaron a la cacofonía reinante.
De repente, se vio enfrentada a la lisa máscara de uno de los invasores. En ese momento inmovilizado, se imaginó los ojos fríos detrás del visor polarizado. Notó que la analizaban antes de alzar levemente el cañón del arma. Una tos y un movimiento a su lado rompió la inmovilidad de la situación. Nondi Steiner se esforzó por incorporarse detrás del escritorio caído. El soldado giró para apuntar a la mariscal de campo. Sin pensarlo. Heany se lanzó al costado, tumbando a Steiner en el momento en que el intruso disparó. Sintió una punzada de dolor ardiente en su pierna izquierda cuando cayó sobre la oficial superior.
—Soy demasiado vieja para esto —gimió.
Unas pulsaciones de láser atravesaron el humo que se disipaba, abatiendo a tres invasores. Por todo el cuarto, los intrusos comenzaron a separarse de las luchas entabladas con los soldados Steiner. Dos mantuvieron sus puestos, disparando a las tropas liranas que, finalmente, habían arribado. Reagrupándose en la ventana, los kuritanos fijaron las cuerdas a unos aparatos que llevaban en los cinturones y se arrojaron al exterior. Un zumbido agudo invadió la estancia cuando ascendieron al techo. Los guardias derribaron a los dos intrusos que quedaban y cruzaron la estancia a toda velocidad para abrir fuego sobre las sombras que se desvanecían.
Con la misma brusquedad con la que había comenzado, el ataque terminó.
Más soldados entraron en la habitación. A Heany le pareció que sus uniformes grises de campo y sus chalecos de batalla se veían extrañamente limpios, inadecuados para la carnicería que había en la sala de reuniones. Tan pronto como el oficial al mando se cercioró de que no quedaban más invasores emboscados, ordenó a sus hombres y mujeres que atendieran a los heridos.
Heany se apartó de la mariscal de campo Steiner. Esta tenía un color ceniciento bajo la sangre que le cubría el rostro. Respirando aguadamente, tanteó el cuello de Steiner, intentando encontrar el pulso. Se sintió aliviada cuando sintió las palpitaciones. Sin embargo, éste se desvaneció cuando vio la sangre que manaba de la pierna de la mariscal. Heany desgarró su túnica y formó una bola para taponar la herida. El fluido empapó la tela y le bañó la mano; no obstante, consiguió que disminuyera.
—¡Medtech! —Cuando su primera llamada se perdió entre los otros gritos de ayuda, añadió—: La mariscal de campo Steiner ha sido herida.
Los médicos se apresuraron a ir a su lado para relevarla. Le aseguraron que con cuidados intensivos viviría. Sin embargo, sus heridas eran graves. Durante mucho tiempo no dirigiría ningún ejército.
Heany se incorporó y se apoyó en una pared antes de caer. Mirando la pierna que la había traicionado, descubrió que tenía los pantalones empapados de sangre. No dijo nada. Había oficiales con heridas más serias que requerían atención. Se aferró a la mesa volcada y observó la sala, sintiendo que su estómago se rebelaba ante la vista y los olores de un cuarto de conferencias convertido en un matadero.
¡Tantos! Contó las cabezas, buscando los rostros que conocía. Finnan se sostenía un brazo lacerado mientras le insistía al medtech que intentaba vendarle que no tuviera en cuenta su rango y cuidara de los heridos más graves. Brian Kincaid y Willy Thompson se encontraban entre los que apenas habían recibido unos cortes por el impacto de los restos que explotaron y volaron por la estancia. Uliosha Donovon yacía en un charco de sangre, el rostro medio despedazado por las balas y el torso desgarrado en una masa de carne y fluidos. Había demasiados cuerpos inmóviles. Había demasiados oficiales jóvenes entre los muertos. Lamentó su anterior antipatía hacia ellos. Eran muy jóvenes para morir de esta forma.
Con un sobresalto, se dio cuenta de que ella era la oficial de más alto rango.
No se podía permitir que Kurita se beneficiara de esta atrocidad. Debería tomar el mando. La ofensiva era muy importante y había que darles una lección a las Serpientes.
Tal humillación de la oficialidad sólo podía representar una señal de Dios. Había expresado su voluntad al dejarla a ella como la oficial superior sobreviviente. Se le daba esta oportunidad no sólo para mostrarle al Alto Mando, sino a toda la Esfera Interior, que los fallos durante la Operación Gótterdámmerung se debían a la mala suerte. Les mostraría que las maneras antiguas de operar eran las mejores.
—Recomponeos. Todo aquel que pueda moverse, que baje a ver qué es lo que han dejado las Serpientes del centro de operaciones. Tenemos una guerra que librar.