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Cuartel General de la Legión de Vega, Massingham, Marfik
Distrito Militar de Dieron
Condominio Draconis
1 de abril de 3025
Theodore tiró el trapo y dio media vuelta. El «Revenant» había pasado los tres meses de tránsito con una congelación mínima. Buscó a Kowalski, con la intención de alabar su diligente trabajo de mantenimiento, pero el Tech Superior no estaba visible.
Escudriñó el hangar. Aparecía extrañamente tranquilo; los únicos ruidos provenían de los compartimientos que albergaban a los Mechs de su lanza de mando. Se quitó el sudor de la frente con el brazo y frunció el entrecejo.
Había sido testigo del lamentable estado en el que se encontraban los Mechs de la legión cuando trajeron los aparatos de la lanza anoche. Le había dicho a Sandersen que emitiera una orden para suspender los trabajos regulares, acompañada por una petición para una tarea de mantenimiento voluntario. Cuando llegaran los legionarios, tenía previsto que lo encontraran allí, trabajando en su propio Orion. Esperaba que eso les mostrara que estaba de su lado, que no era un militar cerrado que hacía cumplir a rajatabla las ordenanzas. También creía que sería una buena forma de llegar a conocer a los hombres de su nuevo mando.
En un aspecto, tenía razón, pero la lección que iba a darles era penosa. Filas de BattleMechs de la legión se erguían en silencio y descuidados en sus compartimientos, como una feria de formas congeladas y colores. Llegó a la conclusión de que aquí no existía orgullo ni disciplina.
Se dirigió al siguiente cubículo, donde estaba el negro Panther de Tomoe, quien se hallaba ocupada con una unión de un actuador en el montaje del pie. Aunque la postura no la favorecía, se la veía tan hermosa como siempre. Cuando alargó el brazo para acariciarle las nalgas, no se sobresaltó, sino que, simplemente, le dio un golpe distraído y le apartó la mano.
—¿Has visto a Kowalski? —preguntó Theodore.
—Recientemente, no —le llegó la respuesta apagada desde el interior del montaje blindado del pie—. Aunque observé que se encaminaba al cobertizo de suministros en busca de una pieza.
Theodore se preguntó si el Tech tendría suerte. Los documentos que había estudiado durante el viaje a Marfik indicaban que la situación de suministros de la legión era desoladora. Recordó una queja en particular que afirmaba que el Departamento de Suministros había olvidado la existencia de la legión. Si dichos documentos tenían razón, Kowalski tendría que hacer uso de todas sus famosas habilidades para obtener lo que necesitara.
Cogiendo con firmeza las caderas de Tomoe, la arrastró fuera de la oscuridad del pie del Panther.
—Ya le hemos dedicado demasiado tiempo hoy, en especial con toda la ayuda que estamos recibiendo. Vayámonos.
Ella observó el apacible hangar y una leve arruga apareció entre sus cejas. Encogiéndose de hombros, la descartó sin compartirla con él y comentó:
—Tengo hambre. ¿Y tú?
—Ahora que lo mencionas, sí. Llamemos a los otros dos y vayamos al comedor. Quizá nos encontremos con Kowalski de camino. Sin embargo, no nos retrasemos mucho. Le prometí a Hohiro que iríamos esta noche a verlo.
«Hohiro». Theodore recordó con cariño la despedida de la noche anterior. El muchacho era demasiado joven para comprender la exigencia de un aterrizaje nocturno en el puerto estelar de Massingham y un viaje presuroso a una casa seleccionada y asegurada de antemano, pero se había mostrado como un soldado valiente cuando se despidió de él. El niño ya estaba acostumbrado a las separaciones de sus amantes —aunque a menudo ausentes— padres. Por lo menos, Tomoe había podido pasar casi un año con él después de nacer. Los engaños resultaban complicados, pero, con la ayuda de la OCC y unos pocos favores de Subhash Indrahar, conseguían mantener en secreto la existencia del muchacho.
Apretó la mano de su esposa antes de llegar al siguiente compartimiento. Su llamada fue saludada por la sonrisa de plástico de Ben Tourneville. Se la devolvió como si no supiera que era un enemigo, un espía del Coordinador. Tourneville seguía siendo la mayor amenaza de sus secretos, pero Theodore no encontraba una excusa razonable para reemplazarlo sin despertar sospechas. Esa proximidad en sus vidas cotidianas representaba un peligro constante, pero el siempre leal Sandersen, conocedor de la situación, ayudaba en gran medida a distraer la atención del espía de Takashi.
Hirushi Sandersen también había escuchado la llamada y apareció por detrás de las medias paredes que separaban los departamentos. El hombre alto sonrió con amabilidad al decir:
—Ya era hora de que decidieras tomar un descanso para cenar, Theodore-sama. Esos emparedados que Kowalski trajo para el almuerzo no bastarían ni para llenar el estómago de uno de los microlagartos locales.
—Siempre te quejas de no recibir suficiente —se irritó Tourneville—. Incluso cuando comes el doble que yo.
Theodore sólo sacudió la cabeza y continuó la marcha hacia la puerta del hangar, donde el pequeño grupo se detuvo con brusquedad cuando casi tropieza con una figura acurrucada y llorosa.
—¿Kowalski?
—Señor… —musitó el Tech, incorporándose dificultosamente.
Kowalski estaba magullado, con el uniforme roto y sucio. Sangre reseca cubría la línea donde nacía el pelo, haciendo que su usual cabello gris inmaculado se erizara hacia un costado.
—¿Qué sucedió?
—Dijeron que no tenía autoridad para solicitar piezas. Cuando les expliqué que era tu Tech personal, se rieron. Afirmaron que mi palabra no bastaba. Me ofrecieron la posibilidad de establecer la autoridad. No lo hice muy bien.
—¿Quiénes eran, Kowalski-kun?
Éste apartó la cara del examen de su jefe y hundió los hombros.
—No puedo decirlo, señor.
Los ojos de Theodore se entrecerraron.
—Averiguaré quién fue el responsable.
—No —protestó el Tech, alzando de nuevo la vista—. Señor, por favor, no lo hagas. Ésa no es la forma de funcionar aquí.
No pudo desoír la súplica que expresaban los ojos del Tech.
—De acuerdo, Kowalski-kun. De momento, si te presentas a la enfermería, no haré nada. Quedas relevado del deber hasta próxima orden.
Kowalski se inclinó con una mueca de dolor y se marchó cojeando.
—¿Sabes?, tiene razón.
Los cuatro kuritanos giraron para enfrentarse al dueño de la voz. El hombre alto y de complexión fuerte se hallaba apoyado contra la pared del barracón. Una mata de cabello pelirrojo sobresalía por debajo de la gorra negra del uniforme y bañaba en sombras una cara pecosa que exhibía una sonrisa relajada. Llevaba un uniforme de salto de un MechWarrior con un katakana azul de Tai-i en la charretera izquierda. La insignia de la gorra lo identificaba como perteneciente a la primera compañía, segundo batallón, de la Segunda Legión de Vega.
—¡Ninyu! —exclamó Theodore al reconocer el rostro que había visto por primera vez en un oscuro callejón de Kagoshima—. No te había visto desde aquella refriega de comandos en AI Nair.
—Ha pasado mucho tiempo, amigo mío. ¿Sigues practicando tu kendo?
—No tanto como me gustaría. Es difícil encontrar un oponente del calibre de Subhash-sama —repuso mientras se adelantaba para estrechar la mano de su amigo—. ¿Qué haces aquí?
—Es mi puesto —replicó Ninyu, tocando la insignia de la gorra—. Un MechWarrior leal entre la escoria del Condominio.
Theodore asintió. Sabía que Ninyu era un camarada de Indrahar en los Hijos del Dragón y, a diferencia suya, bien versado en el subterfugio y en el lado oscuro militar. Si se encontraba aquí, habría una razón para ello, que probablemente no debería averiguar delante de testigos. Para llenar lo que se estaba convirtiendo en una pausa incómoda, anunció:
—Deja que te presente a mi lanza. —Señaló a cada uno de sus acompañantes con un gesto y éstos, respectivamente, realizaron una ceremoniosa inclinación ante Ninyu—. La Tai-i Tomoe Sakade, mi ejecutiva; el Chu-i Hirushi Sandersen, especialista en operaciones; el Chu-i Benjamín Tourneville, especialista en comunicaciones.
—El Chu-i Tourneville y yo somos viejos conocidos —comentó Ninyu.
—Soka —repuso Theodore, comprendiendo gracias a su comentario que estaba al corriente de la otra ocupación de Tourneville—. Este es Ninyu Kerai, un viejo amigo. —Sotto voce, añadió—: Tened cuidado cuando os encontréis cerca de él. Es de las FIS.
Hizo una mueca de irritación fingida, de la que Theodore dedujo que el hombre suponía que los otros ya lo sabían.
—Descubriréis que muchas personas de las que hay aquí pertenecen a las FIS —señaló—. Vigilan a los descontentos y a sí mismos.
—Íbamos al comedor —les recordó Sandersen, dándose una palmada en el vientre.
—He aquí un hombre con la mente ocupada en asuntos importantes. —Ninyu se rio—. Venid. Os mostraré el camino. No querría que los nuevos se perdieran al tratar de llegar al centro de la basura más abyecta donde se sirven los mayores desastres culinarios del Condominio.
Theodore se alegró de disponer de él como guía. A la luz del día, el puñado de edificios y cabañas no parecían corresponder con las fotografías orbitales que había estudiado. Por fortuna, la caminata al comedor fue corta, pues ya comenzaba a cansarse de las continuas quejas de Sandersen sobre la falta de alimentos.
La sala estaba atestada, y el ruido y el humo se combinaban para darle el aspecto de una cantina horrible perdida en algún remoto planeta. La mayoría de los asistentes ya se hallaban sentados, y muchos casi habían terminado sus cenas. Fugazmente, Theodore se preguntó qué habían estado haciendo todo el día.
El recorrido por los mostradores donde servían resultó frustrante. El personal y los pocos que aún esperaban a ser atendidos recibieron los intentos de Theodore de ser amigable con una hostilidad mal disimulada, respondiendo a sus preguntas con las palabras mínimas y una educación rutinaria y haciendo caso omiso de sus comentarios.
—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja Theodore a Ninyu cuando se alejaron de los mostradores.
—Eres nuevo, alguien desconocido —contestó—. Sólo conocen lo que han oído, y la mayoría piensa que eres un pobre hombre y una deshonra para el Dragón. Es cierto que la mayor parte de estos tipos no darían ni un pedo por el Dragón, pero tampoco les gustan los nenes de papá. Muchacho brillante, tienes en tus manos una tetera con agua caliente. Veamos cómo preparas el té.
Y se marchó a buscar un sitio donde acomodarse entre las mesas llenas.
Theodore localizó dos lugares vacíos y empujó a Tomoe hacia allí. Apoyaron las bandejas y se sentaron mientras sus nuevos compañeros de mesa intercambiaban unas miradas nerviosas.
—Creo que ya no tengo más hambre —anunció una mujer de cara cetrina, poniéndose de pie con la bandeja a medio vaciar. Los otros gruñeron, asintiendo y, en un momento, Theodore y Tomoe se quedaron solos.
Dos mesas más abajo, alguien se incorporó y dijo algo a sus compañeros. Una risa áspera lo siguió mientras cruzaba el espacio que lo separaba de ellos.
—Aquí viene el comité de bienvenida —susurró Tomoe.
—Deja que yo me ocupe.
El hombre que se les acercaba era enorme; medía más de dos metros y tenía una fuerte musculatura. A pesar de lucir un descuidado jersey de MechWarrior, le pareció increíble que el enorme cuerpo encajara en el interior de la carlinga abarrotada de un BattleMech. La parte baja del rostro estaba cubierta por una barba oscura y rala, a excepción de una línea que iba desde la barbilla hasta la sien izquierda. La blanca cicatriz resaltaba sobre su piel morena y no contribuía precisamente a mejorar su siniestro aspecto. Era obvio que cultivaba ese aspecto tal como lo indicaba el tachón de oro que le atravesaba la aleta nasal izquierda y la pluma de scharacki, de un rojo sangre, que pendía de la oreja derecha.
—Me llamo Olivares —anunció el hombre con una voz que resonó roncamente en su amplio pecho antes de brotar por entre sus labios llenos. Dejó caer pesadamente la bandeja sobre la mesa, acercó una banqueta y se sentó—. Sho-sa Esau Olivares. Soy el jefe aquí. Si te llevas bien conmigo, lo harás bien con ellos.
—Tenía la impresión de que era yo quien había recibido el mando de este regimiento.
—Escucha, bonito. Estamos en la frontera. Los liranos podrían caernos encima en cualquier momento. Cuando los Mechs de Steiner se lanzan sobre nuestras cabezas, no tenemos tiempo para que un novato de la academia se interponga en nuestro camino. Llevo luchando contra ellos diez años, de modo que los conozco. En cuanto aparezcan, tú acurrúcate en el cuartel general con tus libros y tus deberes. Yo me encargaré de la batalla.
Theodore enarcó una ceja en un gesto burlón que pasó inadvertido al Sho-sa.
—Hemos oído decir que te consideras muy bueno —continuó éste—, que has estado quemando todos los tanques de simulacros con tus tácticas. Pero ahora ya no estás en clase. Este es el mundo real y no se parece en nada a lo que piensas. Tu nombre Kurita no conseguirá que los liranos se inclinen y te besen el trasero. Así que, si los MechJocks de los Steiner llaman a nuestra puerta, manténte apartado de mi camino. Puedes largarte de regreso al cuartel general y quedarte allí, sano y salvo con los otros chicos bonitos. Seguro que os divertiréis una barbaridad.
—Un comentario muy interesante de alguien que lleva una pluma en la oreja.
—¿Me estás llamando maricón? —rugió el grandullón.
—Podría ser.
Olivares rugió mientras se incorporaba, tirando la banqueta. Echó los hombros hacia atrás, un movimiento que hacía resaltar sus enormes músculos, y alzó los puños fuertemente cerrados.
Todavía sentado, Theodore desenfundó la pistola y disparó. La pluma de scharacki flotó hasta la superficie de la mesa con una suave ondulación casi audible en el repentino y anonadado silencio que invadió el salón. Olivares se quedó de pie con la boca abierta, atontado.
Con calma, Theodore guardó de nuevo la pistola.
—Por otro lado, quizás estuviera equivocado. Después de todo, no llevas una pluma en la oreja. —Olivares alzó una mano grande para tantearse la oreja. Pareció sorprendido al no encontrar sangre en los dedos. Recogió su banqueta y se sentó—. ¿Un poco más de salsa de soja, Sho-sa? —inquirió Theodore con despreocupación, ofreciéndole la botella.
Mientras Olivares la cogía, el estrépito de las conversaciones, las copas y los platos se reanudó en el salón. Theodore sintió cómo Tomoe se relajaba. Cogió un poco de comida con los palillos y se la llevó a la boca. Ninyu tenía razón: la cocina era asquerosa. «También eso —se juró— va a cambiar».