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Condado Sitika, Galfree del Norte, Marfik

Distrito Militar de Dieron

Condominio Draconis

26 de septiembre de 3028

El Atlas dio un último paso atronador sobre la pista de aterrizaje de Jilenka. El golpe de la escotilla de la carlinga contra la superficie externa de la cabeza se perdió en medio de los ruidos y crujidos del BattleMech que se aprestaba a quedarse en reposo. La comandante Heany surgió por la escotilla y dejó que la brisa de septiembre agitara su cabello rubio cenizo. Esbozó un saludo al suboficial a cargo del equipo de abastecimiento que había comenzado a zumbar alrededor de su Mech.

Un par de cazas aeroespaciales SYD-21 pasaron rugiendo sobre su cabeza. Alzó la vista y sonrió al ver el círculo con el sombrero azul de ala ancha que constituía el símbolo de la lanza aerotransportada del capitán Kreuger. Los cazas de éste habían informado que los restos de la Undécima Legión de Vega se estaban reuniendo cerca de Sitika. Tropas de salto en patrulla de exploración confirmaron el informe. Las irritantes semanas de atacar y esconderse habían terminado. Se había frenado a la legión.

El último mes había sido muy duro, más si se le añadía la humillación que había sufrido cuando la legión huyó de sus Mechs en Massingham y la perdió en el bosque. Mientras el Cuarto de Rangers de Skye iba a ciegas en el territorio desconocido, las Serpientes paganas habían cruzado un desfiladero estrecho y atacado al Decimotercer Regimiento de Asalto, causando el suficiente daño como para que la unidad del coronel Thompson tuviera que retirarse para ser reparada. Se escucharían truenos cuando el general Nondi Steiner tuviera tiempo libre para dedicar suficiente atención al resto de la Ofensiva Gótterdámmerung contra el espacio kuritano y preguntara cuál era la situación en Marfik. No obstante, Heany pretendía haber acabado con su misión para ese entonces. Seguro que la captura del heredero designado del Condominio Draconis taparía todo lo demás que había acontecido en Marfik. Las quejas de Thompson acerca de la supuesta incompetencia de Heany pasarían inadvertidas.

Dos semanas de acoso constante por su comando aéreo y sus fuerzas de tierra habían castigado a los kuritanos. Se habían capturado o destruido más de dos batallones de BattleMechs, y la Legión de Vega estaba casi derrotada. La emboscada de la semana anterior, que había destrozado el Zeus de Benoit, era su último estertor. Si a las Serpientes les quedara alguna fuerza de combate real, se habrían abatido sobre su Atlas en vez del Zeus. En los últimos días, los contactos con las fuerzas del Condominio habían sido fugaces. Estas no habían iniciado ningún ataque ni les habían tendido ninguna emboscada. El peor dolor de cabeza lo habían constituido los enfrentamientos entre las tropas libres de servicio y los civiles de las ciudades ocupadas. Los estúpidos Dracos no sólo desconocían el momento de su derrota, sino que ignoraban cuándo habían sido liberados de la tiranía kuritana.

Ahora ya no importaba, pues sus oraciones habían sido escuchadas: la legión se reunía en las colinas al este de Sitika para proceder a su último juego como francotiradores. Heany se rio en voz alta al pensarlo. Si esos samuráis querían una última y gloriosa batalla, se la daría. Los tanques y los Mechs ya comenzaban a situarse en sus posiciones. Al día siguiente, el Cuarto de Rangers de Skye descendería sobre la Legión de Vega y Theodore Kurita, vivo o muerto, sería suyo. Esta vez no escaparía. No había ningún lugar al que huir.

La explosión lanzó puñados de tierra a la pierna del Katana Kat, pero Fuhito hizo caso omiso de ello. La infantería Steiner estaba empleando cargas destinadas a causar bajas humanas con sus bombas de mortero; incluso un impacto directo infligiría un daño mínimo al blindaje del BattleMech. La infantería kuritana, metida en sus trincheras a lo largo del perímetro sur del municipio de Leftior, no estaba tan bien cubierta. La mayoría había salido en busca de protección tan pronto como comenzó el ataque. Los restantes yacían tendidos, moribundos, sobre la hierba alta.

—Gutherie —ordenó Fuhito—, coge esa lanza de aerodeslizadores del Caballo de Luz y espanta a esa infantería. Consigue algo de espacio a nuestra gente.

¡Hai! —fue la respuesta que recibió mientras el magullado Locust se dirigía hacia la superficie pavimentada.

Cuatro aerodeslizadores J. Edgar pasaron zumbando como si fueran extraños y rechonchos patos.

Fuhito no se molestó en observar cómo éstos y el Locust se desplegaban para alejar a los elementos de vanguardia de las fuerzas Steiner que avanzaban sobre Sitika. Si su avanzadilla había llegado, ¿estaría muy lejos el cuerpo principal?

Media hora más tarde, el «Kat» bajaba por la carretera que atravesaba las colinas de Leftior. Delante, a su derecha, vio a los Mechs que quedaban de la legión ocupando posiciones. Perfilados contra el sol poniente, parecían dibujos animados exagerados, cavadores enloquecidos, más preocupados por la colocación de la tierra que sacaban que por la trinchera que preparaban.

Entre los quince Mechs que trabajaban allí, percibió la enorme masa del Orion de Tai-sa Kurita. Igual que había sucedido en las cinco semanas de amargos ataques entre las sombras del bosque DonnerBrau, se encontraba entre sus hombres, instándolos a continuar. Su Mech sin brazos no servía para cavar, pero el Orion siempre parecía estar allí donde hacía falta la fuerza bruta para abatir un árbol, abrir un sendero con fuego o empujar una roca para abrir camino a uno de los tanques.

La legión había sido diezmada, y el Tai-sa Kurita había decidido preparar un lugar de enfrentamiento. Eligió Sitika por el fin honorable que representaría, aduciendo que las colinas encajaban con una descripción leída en el Koyo Gunkan del campo de batalla de Kawanakajima. Esa había sido una batalla épica en los anales de los samuráis de la vieja Tierra. «Si no podemos vencer —había declarado el Tai-sa—, muramos según la tradición épica». Los mismos soldados que se habían burlado de él cuando llegó por primera vez, habían rugido en señal de aprobación.

Fuhito estaba orgulloso de servir a las órdenes de un oficial así. Trataba a sus hombres por igual; cualquiera que quebrantara las reglas era castigado, sin importar el rango. Compartía los mismos esfuerzos y peligros que las tropas. No tenía una opinión exagerada de la santidad de un oficial, tal como él sabía que era habitual entre los comandantes de las fuerzas del Señor de la Guerra en Galtor. Si el Tai-sa iba a morir aquí en Marfik, sería una gran pérdida para todo el Condominio Draconis.

El «Kat» continuó corriendo. En unos pocos minutos, llegó al aeropuerto de Sitika, la última parada en su inspección de los puestos para la defensa final. Propulsó al «Kat» al techo del edificio de la terminal para escudriñar la zona. Al este, entre las ondulantes y verdes colinas que había en las afueras de la ciudad, los legionarios preparaban la línea defensiva. Todos los informes de reconocimiento indicaban que los liranos aceptaban el tácito desafío de la concentración de tropas de la legión, y avanzaban para batirse con los kuritanos cara a cara.

Al oeste, se veían las plácidas aguas de la bahía de Sitika. Por lo menos, ése era un flanco seguro. Los liranos no disponían de ninguna fuerza naval entre sus tropas de invasión, y tampoco era factible un ataque conjunto por mar y tierra por parte de los Mechs. El lecho de la bahía estaba compuesto por un limo blando que constituía una trampa de lodazal para cualquier Mech con capacidad acuática.

Al norte y al sur, los flancos estaban prácticamente descubiertos, protegidos sólo por unidades móviles. Parecía haber poca amenaza desde allí, ya que se había detectado una presencia lirana escasa o inexistente. Aunque se tratara de una trampa, las fortificaciones de los costados estaban bastante espaciadas, de modo que podrían advertir al Tai-sa Kurita con tiempo suficiente como para modificar su plan de batalla.

La ciudad era una lamentable colección de pequeños edificios, no lo bastante grandes como para permitir un combate de Mechs. Su principal recurso, el espacio-puerto, también era de poco uso ahora. Los cazas aeroespaciales de la legión estaban destruidos o se mantenían ocultos en alguna parte del sistema, y las naves atmosféricas se habían reducido a un puñado, que operaban desde claros del bosque.

Decidió inspeccionar los hangares y los edificios de apoyo para ver si encontraba cualquier suministro que les pudiera servir. Los propulsores del Katana Kat lo elevaron del techo de la terminal y lo transportaron con suavidad treinta metros hacia el norte. Las piernas del Panther se doblaron al tocar el suelo, amortiguando con facilidad el impacto del aterrizaje. Fuhito comenzó la búsqueda.

Durante una hora, el «Kat» avanzó entre los hangares desiertos bajo la luz mortecina. Los patios vallados mostraban canastas con ropas, productos químicos y materiales de consumo: nada de utilidad para la legión. Utilizó la fuerza del Panther para abrir las puertas de los edificios que encontraba cerradas, pero no encontró ningún botín, ni siquiera con la ayuda de los circuitos amplificadores de luz del «Kat».

Acababa de abandonar un almacén que tenía el emblema de los Envíos Isesaki, cuando divisó una pequeña cabaña que lucía un letrero pintado a mano. Mostraba veinticinco estrellas entrelazadas con la forma del dragón kuritano, la insignia de la rama técnica de las autoridades portuarias del Condominio Draconis.

«So ka» se dijo. Quizá los Techs habían dejado algo. Al Tech Superior Kowalski le encantaría cualquier herramienta. Desde que había debido abandonar su taller en Massingham, había estado reparando los Mechs con lo que él llamaba «alambre de embalaje y escupitajos». Fuhito no tenía ni idea de lo que era el alambre de embalaje, pero había captado el significado. Sin el equipo adecuado, incluso el genio técnico del Tech Superior tenía sus límites. Casi la mitad de los BattleMechs de la legión estaban inservibles para la lucha. Si los mecánicos de la Administración del Puerto habían dejado aunque más no fuera unas pocas herramientas adecuadas, Kowalski quizá fuera capaz de reparar uno o dos Mechs más.

Esperanzado, aunque temiendo una desilusión, abrió la carlinga del «Kat» y bajó. Sintió frío en las piernas y en los brazos desnudos al caminar bajo la sombra. Los pantalones cortos y el chaleco refrigerante eran ideales para la carlinga caliente de un Mech de batalla, pero no bastaban para abrigar a un senshi en el aire otoñal de una zona de clima templado.

La puerta estaba entreabierta, y la empujó con el hombro al entrar en la estancia. Encendió las luces y escudriñó los restos esparcidos en el interior. Los Techs se habían marchado deprisa, sin duda abandonando sus barracas cuando la primera noticia de los BattleMechs que se acercaban corrió por la ciudad. No divisó ninguna herramienta preciosa, pero sí encontró el diario de bitácora del jefe, abierto sobre una mesa. La última anotación tenía una semana de antigüedad.

Sacudió la cabeza con tristeza. Los Techs eran unas aves asustadizas para haber huido ante el primer rumor, como gallinas frente a un zorro. Se rio sin alegría, dándose cuenta de que el símil habría sido más adecuado para un ataque de las fuerzas de Davion. Era su príncipe el que llevaba el apodo del Zorro.

Algo le había traído la imagen a la mente, y le hizo recordar los consejos de su padre de que semejantes cosas fugaces podían ser la voz del espíritu, que era más rápido y profundo que el pensamiento. Con el entrecejo fruncido, leyó la última anotación del jefe otra vez.

¡Ah, ahí estaba! La primera entrada en la lista de las tarcas del día decía: «Comprobación rutinaria del Arctic Fox[4]».

Arrojó el diario a la mesa y, cuando iba a dar la vuelta, recordó lo que era el Arctic Fox. Cogiéndolo de nuevo, lo hojeó rápidamente. No se especificaba ningún emplazamiento.

—¡Demonios! —exclamó en voz alta mientras tiraba el diario al suelo.

Fuhito sabía que el Arctic Fox no podía hallarse en Sitika; era demasiado grande para ocultarlo. Se frotó la barbilla, pensando con frenesí. Los liranos no lo tenían; les habría encantado emitir la noticia de su captura o destrucción. El Arctic Fox seguía en alguna parte. Aunque no funcionara, tendría algo que sería de utilidad para la desesperada legión.

Tuvo una inspiración y se agachó para recoger el diario maltratado.

—¡Ja! —gritó con tono triunfal cuando localizó el disco de la computadora guardado en la parte interior de la cubierta frontal. Los Techs, al huir, no se habían llevado los datos del fichero técnico con ellos.

Cogió su trofeo y salió corriendo para encaramarse al Panther que lo esperaba. Se deslizó al interior de la carlinga y, con las prisas, se despellejó un codo. Se dejó caer sobre el asiento de mando, introdujo el disco en la ranura de la computadora del «Kat» y tecleó la orden para que listara los archivos que había en él. Llamó uno titulado «Arctic Fox» tan pronto como apareció en la pantalla. Mientras recorría los datos velozmente, una amplia sonrisa comenzó a dibujarse en su cara.

Alargó el brazo hacia el panel de comunicaciones y abrió una línea con su superior.

Sho-sa Olivares, aquí Tetsuhara. Tengo algo que tienes que ver.

—¿De qué se trata? —rugió Olivares, con evidente irritación—. Estoy rodeado por una lanza de tortugas liranas.

—Esto es más importante que unos pocos tanques Steiner, Sho-sa.

—Eso dices tú, muchacho. No dispongo de tiempo para tonterías… Espera. —El silencio reinó en la línea durante cinco minutos. Obediente, Fuhito esperó, pero la frustración se le hizo casi insoportable—. Llámame un halcón gallinero de cola púrpura de Marfik, pero se están retirando. —La voz de Olivares parecía divertida debido a la sorpresa—. ¡Vaya, seguro que lo dejan al sama llevar a cabo su juego del honor! Es la única razón por la que nos han quitado a sus aves de presa de las cabezas.

—Entonces, dispones de tiempo para ver lo que he encontrado. Los liranos pueden aguardar hasta mañana.

—De acuerdo, de acuerdo —gruñó—. Iré a echarle un vistazo.