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Edificio de Apartamientos Yoshin, Blenshireton. Wolcott

Distrito Militar de Pesht

Condominio Draconis

21 de septiembre de 3033

Kathleen Palmer entró en el apartamiento. Una rápida inspección del entorno la convenció de que nadie había venido durante su ausencia. Fue a ver al niño al dormitorio. Seguía durmiendo. Volvió a la puerta y la cerró, echando los cerrojos adicionales que había mandado instalar dos semanas antes, cuando alquiló la casa.

Satisfecha, se dirigió a la pequeña cocina, se sacó la pistola que llevaba en el bolsillo de su jersey y la depositó sobre el mostrador. Poco después tenía una taza de fragante té de jazmín en la mano. La cena estaría lista en dos minutos. Se volvió hacia la mesa, dispuesta a leer los encabezamientos de la telepantalla mientras esperaba. Quedó petrificada en mitad del movimiento.

Un hombre pelirrojo con chaqueta color gris se hallaba sentado a su mesa.

—Hola, Kathleen.

—Ninyu.

—Celebro que me recuerdes —comentó, sonriendo.

—Eres difícil de olvidar. ¿Cómo entraste?

Se encogió de hombros.

—¿Dónde está el niño?

—¿Te refieres a Franklin?

—¿Es que tienes otro hijo?

Ella bajó la vista al suelo.

—¿Por qué has de ser tú?

—Que te encontrara yo o cualquier otro, carece de importancia. El final será el mismo. No debiste huir.

—Supe que sólo era cuestión de tiempo cuando oí el anuncio de la boda del Príncipe. El seguro ya no era necesario. Se había vuelto un peligro.

—Lo siento, Kathleen —dijo, metiendo la mano en el interior de la chaqueta.

—Yo también.

Le arrojó la taza hirviendo mientras lanzaba con fuerza el pie derecho para golpearle la espinilla contra la pata de la silla. Él fue demasiado rápido. Empujando la suya hacia atrás, esquivó el golpe. El pie de ella impactó en el blanco, pero sin fuerza para lastimarle. La taza se rompió, salpicando toda la superficie de la mesa. La telepantalla chispeó y soltó humo cuando el líquido entró en la carcasa.

Ninyu rodó, alejándose de la silla, y se incorporó al instante, abortando el deseo de Kathleen de coger la pistola del mostrador. Si lo intentaba lo tendría encima antes de poder emplear el arma. Giró con cautela sin perderlo de vista, sabiendo lo superior que era en un combate cuerpo a cuerpo. Él se mostraba relajado, pero no consiguió hacerle creer que no estaba preparado. Gracias a su incompleto entrenamiento en ninjutsu, reconoció su postura shizen. Su única esperanza era lograr coger la pistola o cualquier otra arma.

Recorrió la estancia con la mirada. Comprendió su error demasiado tarde. Ninyu no le dio ningún margen. Se abalanzó sobre ella antes de que lograra centrar su atención nuevamente en él. Al pasar a su lado, bloqueando su apresurado ataque, sintió el impacto de su mano en la axila izquierda. Se volvió para enfrentarse a su nueva posición, el brazo colgando inmóvil a su lado. Lo había embotado con un golpe al nervio.

—Fue una tontería, Kathleen. No tienes ni una posibilidad. Nunca debiste huir.

Estaba en lo cierto, pero no podía parar. Si se rendía, su hijo moriría. Retrocedió un paso y sintió que la pierna derecha rozaba la segunda silla.

Era el momento para las acciones desesperadas.

Cogiéndola con su mano buena, levantó la estructura metálica en alto y la tiró hacia la izquierda. Ninyu se hizo a un lado, despejándole el camino al mostrador. Cuando la silla chocó contra la pared, se lanzó en dirección a la estrecha cocina. Alargó la mano con el fin de coger la pistola, pero se le quedó cerrada en el aire cuando la patada de Ninyu impactó debajo de su caja torácica. El golpe la desvió y la mandó al suelo, y el dolor le hizo emitir un grito breve y agudo.

Se retorció allí, sintiendo que sus entrañas se desgarraban. Únicamente haría falta otro golpe.

Acercándose al mostrador, Ninyu levantó la pistola.

—Termínalo —rogó ella.

Él sacudió la cabeza.

Esperaba que los recuerdos compartidos le permitieran mostrar cierta misericordia. Una esperanza fútil.

Se dio cuenta de que el niño se había despertado con los ruidos de la pelea y deseó que hubiera huido, pero, en cambio, lo vio aparecer en el umbral, asustado por el repentino silencio. Kathleen intentó alzar el brazo para indicarle que se fuera, intentó gritarle una advertencia, pero sus heridas eran demasiado profundas.

Una estrella zumbó por la habitación y se dirigió hacia el pequeño. Abrió la boca sorprendido, llevándose la mano al cuello. La sangre brillante brotó del corte abierto por los afilados y remolineantes bordes del shuriken. Cayó sin pronunciar una palabra.

«Se encuentra en estado de shock y no padece ningún dolor», se dijo Kathleen, sintiendo un leve alivio mientras observaba cómo la vida de su hijo lo abandonaba y se vertía en las alfombras del apartamiento.

Ninyu pasó por encima del pequeño cuerpo y se dirigió al dormitorio. Regresó pasados unos momentos, limpió el shuriken y se lo guardó en un bolsillo oculto de su traje. Un hilillo de humo seguía sus pasos.

Caminó despacio hasta donde se hallaba ella y se acuclilló a su lado. Alargó la mano y presionó con cuidado como se lo habían enseñado en las FIS. El dolor se desvaneció. Le tocó la garganta, presionando también allí y ella sintió que la oscuridad comenzaba a subir de su interior.

—Una tragedia terrible —comentó mientras se incorporaba—. Madre e hijo mueren en un incendio en su apartamiento.

Sus palabras eran una declaración de los hechos que describían un trabajo bien realizado. A través de unos ojos que ya casi no veían, percibió la inclinación de cabeza que le hizo antes de marcharse.

Abandonaría el edificio sin ser visto, esperando hasta cerciorarse de que nada impedía la extensión del fuego antes de que fuera demasiado tarde. Nadie sabría lo que había hecho allí. La había mutilado sin un sólo golpe que marcara los huesos. Toda señal de violencia sería borrada por las llamas. Los cuerpos incinerados del niño y de la mujer serían hallados entre las cenizas del apartamiento.

Era un experto en su trabajo.

Tosió sangre. Las brillantes gotas rojas cambiaron la cenefa de la alfombra que tenía ante sus ojos. La contempló fascinada mientras se sumergía en la oscuridad. Experimentó una tristeza desoladora al pensar que el niño que había muerto allí jamás se convertiría en un hombre. Pero a medida que las tinieblas la reclamaban, sus últimos pensamientos fueron para su hijo Franklin. La Nave de Descenso que lo llevaba a refugiarse con Marcus Kurita había partido al mediodía.