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Puerto Estelar de Draconis

Reykjavik, Rasalhague

Distrito Militar de Rasalhague

Condominio Draconis

22 de septiembre de 3019

Una conmoción en la sala de espera exterior llamó la atención de los que aguardaban la llegada del vuelo. A través de la pared divisoria transparente, Theodore pudo ver a Tourneville discutiendo con un recién llegado. Este llevaba puesto un casco de aviación que le ocultaba todas las facciones, a excepción de una barba entrecana que subía y bajaba a medida que hablaba y gesticulaba en la zona principal de recepción.

Reconoció la barba: pertenecía a Jarl Sjovold, gobernador del distrito de Rasalhague y su futuro suegro. Se excusó del duque Ricol y se dirigió a la otra cámara. Al atravesar la cortina de sonido que ocultaba la zona de observación, sus oídos captaron las urgentes demandas de Sjovold de verlo.

—¿Cuál es el problema, Jarl Sjovold? —inquirió Theodore.

Dejando atrás la mano extendida de Tourneville, Sjovold se apresuró por llegar a su lado y lo cogió del brazo.

—Daos prisa, alteza. Vuestro hombre no quiso dejarme pasar y queda poco tiempo. Debemos sacaros de aquí.

—¿De qué está hablando, gobernador?

Sjovold recorrió la estancia con los ojos antes de tartamudear:

—Ah… un… accidente. Sí. ¡Ha habido un accidente! Debéis venir conmigo.

—¿Ha avisado a las autoridades? —preguntó Theodore, receloso ante el repentino cambio manifestado de seguridad a pesar.

—No. No ha habido tiempo —farfulló Sjovold mientras continuaba tirando del reticente Theodore hacia la salida—. Es…, es vuestra madre.

La preocupación superó la cautela de Theodore.

—¿Ha resultado herida?

—No —respondió el gobernador—. Por lo menos, nada serio. Pero quiere veros de inmediato. Debemos apresurarnos.

Lo urgió para que lo siguiera a un aparato de DAV. Theodore se dejó caer en el asiento de metal a tiempo para ver al duque Ricol y a Tourneville subiendo detrás de ellos. Sjovold pareció tan sorprendido como él. Ricol hizo un comentario, pero sus palabras se perdieron en el aullido de las turbinas cuando la nave se elevó del pavimento.

Theodore se quedó pegado a su asiento a medida que el aparato subía a toda velocidad. El tronar de los rotores cambió de intensidad cuando el ala se ladeó, bajando las aspas remolineantes a posición efectiva de vuelo frontal. El piloto había iniciado un viraje cerrado por encima de las afueras del espaciopuerto, cuando el DAV se sacudió por el impacto de una onda de choque, a la que siguió el estruendo de un trueno.

A medida que el aparato se escoraba en la otra dirección, Ricol tiró de la manga de Theodore y señaló a través de la compuerta todavía abierta. Enmarcada en aquella porción de cielo había una escena de horror. La Nave de Descenso de entrada iba dejando una estela de humo y llamas. Las explosiones se sucedían a lo largo del costado, dispersando restos humeantes y fragmentos en llamas. Mientras la contemplaban, un BattleMech cayó de una gran abertura que había en las pesadas puertas del costado de la nave. Descendió en un flojo amasijo de extremidades para chocar y resquebrajarse sobre el ferrocemento. Una enorme bola de fuego explotó del morro de la nave descendente y recubrió el fuselaje. De las llamas salió otro Mech. Un brazo se agitaba débilmente, dejando un sendero de fuego a medida que recorría el espacio en un arco bajo y se alejaba de la nave en llamas. El morro de la Nave de Descenso se alzó un poco, como si el piloto hubiera recuperado cierto control del aparato que caía en picado. La ilusión quedó rota cuando ésta chocó de lleno con el centro de control y estalló en llamas.

Los hombres del DAV se protegieron los ojos de la intensa llamarada de la bola de fuego. Un humo oscuro y mortal se elevó en un paraguas de muerte sobre el emplazamiento. Theodore se hallaba consternado. Nadie podría sobrevivir a semejante accidente.

Su padre estaba a bordo de aquella Nave de Descenso.

El gobernador Sjovold atravesó el compartimiento y cerró la compuerta. El nivel de ruido descendió al instante cuando los amortiguadores de sonido de la cabina sellada acallaron el aullido de los motores. Sjovold se sentó al lado de Theodore.

—Podríais haber muerto en ese choque, alteza.

Con un sobresalto, Theodore se dio cuenta de que Sjovold tenía razón. Si se hubiera quedado en el centro de control, que ahora era un infierno, habría muerto en el mismo instante que su padre.

—Arriesgué mi propia vida —continuó Sjovold— para sacaros de allí. Intenté haceros llegar un mensaje durante toda la mañana y fui a vuestras barracas para descubrir que habíais partido hacia el puerto estelar.

Theodore alzó una mano para detener al gobernador.

Chu-i Tourneville, tal vez debas subir a la carlinga y usar la radio para cerciorarte de que las unidades de emergencia se ponen en movimiento. Haz que controlen el fuego antes de que peligre el resto del espacio-puerto.

La expresión que puso mostró que estaba a punto de rehusar la sugerencia y que claramente deseaba quedar, se ahí con ellos. Theodore alzó levemente la barbilla tal como había visto a su padre hacer muchas veces cuando deseaba reforzar sus órdenes. Escarmentado, el Chu-i inclinó rápidamente la cabeza y subió por la escalerilla de la cabina hacia la carlinga.

Theodore se volvió para mirar al sorprendido gobernador.

—Tourneville interceptó mis llamadas esta mañana —explicó.

Comprendiendo, Sjovold asintió, y una ligera sonrisa asomó a su rostro.

—Veo que comenzáis a entender lo que ha sucedido. Advertiréis que tenía en mente vuestros intereses.

—Advierto que salvó usted la vida del hombre que iba a casarse con su hija. Un hombre que se convertiría… no, que se ha convertido en Coordinador. No creo que tuviera únicamente mis intereses en mente.

Sjovold se apoyó contra el respaldo del asiento y se mesó la barba, y sus ojos mostraron un respeto repentino y nuevo.

—Sería un tonto y un mentiroso si lo negara. Nuestros caminos nos llevan en la misma dirección, y podemos ser de gran ayuda el uno para el otro.

«Durante años he estudiado vuestra carrera. Cuanto más sabía de vos, más impresionado quedaba. Me he esforzado para que reemplazarais a vuestro padre. Mi gente y yo hemos trabajado junto al Señor de la Guerra, planeando librarnos del tirano, un hombre que os ha oprimido a vos tanto como a este distrito. Aunque lo planeamos con Marcus, asegurándole que lo apoyaríamos para ser Coordinador, lo hacíamos para vos. Marcus nos ha traicionado a todos al intentar mataros hoy también a vos. Tan pronto como me enteré del mensaje que os había enviado, intenté deteneros.

—No intentaste detenerme a , Jarl —dijo Ricol.

Sjovold, interrumpida su concentración en Theodore, miró con expresión vacía a Ricol.

Había algo entre los dos hombres que Theodore desconocía, pero carecía de importancia comparado con lo que había confesado el gobernador.

—Dice usted que estaba involucrado con mi primo Marcus en una trama para matar a mi padre.

—Así es. Pero Marcus nos traicionó a todos. Desea ser Coordinador. Siempre fue mi intención veros en el trono del Coordinador. Lo hicimos por vos.

—Y ahora espera que coopere con usted.

—Seréis Coordinador, y todos nos beneficiaremos. Como vuestro Señor de la Guerra aquí, os puedo garantizar un distrito pacífico y leal.

Theodore se incorporó y recorrió el compartimiento. Las desagradables ambiciones de Sjovold habían quedado al desnudo. Ahora traicionaba a Marcus tal como había dicho que éste los había traicionado a ellos. Con la espalda hacia el gobernador, comentó:

—Gobernador Sjovold, tiene una opinión interesante del clan Kurita en general y de mí en particular. Si me conoce tan bien, debería saber que no tomaré parte en un regicidio.

Un repentino entrechocar de cuerpos y un grito lo hicieron dar la vuelta. Ricol y Sjovold rodaban por la cubierta, enzarzados en una lucha.

Contempló a los hombres que se debatían, perturbado por no haber experimentado ninguna advertencia, ninguna sensación de peligro para sí mismo. Su temprano entrenamiento con Tetsuhara-sensei y las sesiones posteriores con Indrahar le habían enseñado a confiar en ese sentido, y no creía que éste lo hubiera traicionado aquí. Esto era algo entre ellos dos, por lo que se mantuvo al margen de los hombres que peleaban en el suelo del compartimiento.

De pronto, los combatientes chocaron contra la mampara de popa. Sjovold quedó encima, con las manos cerradas en torno al cuello del duque. El brazo de Ricol se deslizó a un costado y cerró una garra de acero en el codo izquierdo de Sjovold. Habiendo debilitado la presa de éste, Ricol la quebró por completo con una sacudida convulsiva y, cogiendo la barbilla del gobernador, le empujó la cabeza hacia atrás con terrible fuerza. Se oyó un crujido, y el gobernador se desplomó sobre el duque. Ricol se lo quitó de encima y, lentamente, se puso de pie y se apartó del cuerpo inmóvil de su oponente. Retrocediendo, despejó el campo de visión de Theodore y señaló una fina espada que yacía al lado de la mano extendida del gobernador.

—Era para vos, alteza.

—Y usted se arrojó en medio para salvarme —dijo Theodore con voz inexpresiva.

—Tal como lo habéis dicho —acordó Ricol, inclinando la cabeza—, Coordinador.

Theodore quedó perplejo al verse nombrado por el título de su padre. No sonaba correcto. Se preguntó qué motivos habrían llevado a Ricol a luchar con el gobernador.

—¿Quería enterrar sus propios contactos con él o actuó sólo por lealtad al Dragón?

—Coordinador, me enfrentaré a cualquier acusación de deslealtad en el círculo de honor —replicó Ricol, estupefacto por la sinceridad de Theodore.

—Y triunfaría, sin duda. He oído de su habilidad con las espadas. De todos los tipos. —La cara de Ricol no dejó traslucir ninguna expresión. Theodore se encogió de hombros—. Dígale al piloto que nos lleve al hotel Kiruna. Mi madre ha de ser informada de los acontecimientos de hoy.

Ricol agachó la cabeza, tal como le correspondía a un leal sirviente del Dragón.